Echarse al monte
La afici¨®n excursionista, una moda cultural en auge
En uno de los art¨ªculos dedica dos durante los a?os veinte a describir los pintorescos alicientes de los paisajes espa?oles se lamentaba Alberto Cardiel, des de las p¨¢ginas de La Esfera, de la escasa afici¨®n excursionista mostrada por los madrile?os. En aquella bell¨ªsima sierra de Guadarrama que ten¨ªan al alcance de la mano ve¨ªan poco m¨¢s que un factor de destemplanzas clim¨¢ticas y enojosas consecuencias para la salud: "Muchos de nuestros conciudadanos", advert¨ª Cardiel, "y no se crea que de los m¨¢s incultos, s¨®lo saben que env¨ªa pulmon¨ªas y vendavales g¨¦lidos, ignorando que en el Guadarrama se hallan con profusi¨®n paisajes deliciosos".No sin alg¨²n que otro sobre salto de los m¨¢s dados a asociar sus caminatas serranas con la soledad y aun el recogimiento, el panorama se ha ido modificando con el paso del tiempo. Los h¨¢bitos -y las modas- excursionistas se han extendido gradualmente, y esa sierra de Guadarrama, antes distante e incomprendida, es ahora frecuentada por variopintas muchedumbres provistas de no menos variopintos afanes. All¨ª se despliegan intenciones festivas y no siempre desprovistas del lastre de la rutina urbana. All¨ª se practican tambi¨¦n actividades de aire m¨¢s bien deportivo. Y hasta algunas otras no exentas de pretensiones est¨¦ticas y culturales.
Muchos otros lugares -tanto naturales como hist¨®ricos, monumentales o art¨ªsticos- han sido igualmente testigos de ese generalizado florecimiento de las manifestaciones excursionistas. Se han multiplicado las incitaciones; han proliferado las gu¨ªas, las informaciones divulgadoras las sugerencias y los consejos. El excursionismo atrae atenciones y preferencias. La experiencia excursionista, reducto en otros tiempos de connaisseurs m¨¢s o menos empedernidos, ampl¨ªa sus horizontes y ramifica sus ecos Pero forzoso es reconocer que no siempre ese incremento cuantitativo de la pr¨¢ctica excursionista se ha producido sin detrimento de algunas de sus posibilidades cualitativas.
Hace ya alg¨²n tiempo que Francisco Giner de los R¨ªos afirm¨® su segura convicci¨®n acerca de las hondas dimensiones culturales que la actividad excursionista puede poner en juego. Y no sin severidad recomendaba evitar en esa actividad "las formas fr¨ªvolas, vulgares e insignificantes que el sport suele revestir entre nosotros". No parece, a decir verdad, que la recomendaci¨®n gineriana se haya atendido con excesiva escrupulosidad hasta ahora. No han escaseado precisamente las pr¨¢cticas dedicadas a cultivar, cuando no a acentuar con nuevas variedades, los sesgos degenerativos denunciados por Giner.
Puede que no est¨¦ de m¨¢s aludir en esta ocasi¨®n, en momentos de ocio veraniego que bien pudieran resultar propicios, a esas posibilidades de entendimiento cultural de la experiencia excursionista. Y, para situar algunas de sus claves originarias, conviene referirse a la actitud rom¨¢ntica. Porque con el romanticismo emergen formas de relaci¨®n con la naturaleza y el paisaje bastante renovadoras e influyentes. Son formas de relaci¨®n caracterizadas ante todo por el continuo ejercicio de la subjetividad, por la resuelta prioridad concedida a la imaginaci¨®n y al sentimiento.
La actitud rom¨¢ntica
Para el rom¨¢ntico, contemplar la naturaleza y el paisaje -a menudo pr¨®digo en huellas de pasados evocadores- es un modo de dar rienda suelta a sus temores y esperanzas, a sus inquietudes espirituales y a sus anhelos vitales. El rom¨¢ntico se identifica con el paisaje, comulga con la naturaleza y en ella ve los signos de su propio destino.
Propone as¨ª el romanticismo una nueva sensibilidad ante la naturaleza y el paisaje. Apasionada casi siempre y en ocasiones cercana a los riesgos de la afectaci¨®n o la grandilocuencia. La grandiosidad de las mejores miradas rom¨¢nticas puede reducirse a un mero artificio escenogr¨¢fico en visiones menos convincentes. Es el peligro que supo advertir Azor¨ªn en los productos de la ¨¦poca: "Cierta afectaci¨®n, cierta manera lamida y suave, cierto gusto por la composici¨®n un poco teatral". Es la rom¨¢ntica una manera de ser y de sentir -de sentir la naturaleza, de sentir el paisaje- que puede oscilar entre el grand style del genio visionario y la mim¨¦tica gesticulaci¨®n de los peor dotados. Son gajes del oficio de aquellos impetuosos j¨®venes que irrumpieron en el panorama cultural del nuevo siglo, aquella juventud a la que se refiri¨® ir¨®nicamente Mesonero Romanos -"sombreritos ladeados, levitines rom¨¢nticos, barbas y melenas... mucha expresi¨®n de ojos"- y a la que consider¨® "id¨®latra de las almenas y puentes levadizos; de las aceradas cotas y del blanqu¨ªsimo cendal; que s¨®lo acierta a ver a la p¨¢lida luz de la Luna".
Hubo de todo, claro est¨¢, en el romanticismo, y a m¨¢s de uno de sus afectos le cuadra bien la caricatura de Mesonero. Pero los deslices de algunos no autorizan a olvidar los aciertos de otros. Y entre esos aciertos se encuentra la vigorosa y fecunda sensibilidad que supieron practicar ante la naturaleza y el paisaje. Es la sensibilidad que alienta, por ejemplo, en los paseos y caminatas de Gustavo Adolfo B¨¦cquer por los alrededores del monasterio de Veruela. Una y otra vez surge en sus cartas literarias la profunda impresi¨®n producida por la naturaleza y el paisaje: al recordar "el r¨¢pido mudar de las decoraciones y de las escenas", propiciado por la proximidad del Moncayo, o al evocar sus andanzas por "los pintorescos lugares del Somontano", buscando "el atractivo de la novedad, un sitio inexplorado, una senda quebrada, una punta al parecer inaccesible". Es, como corresponde al romanticismo, una percepci¨®n de lo natural y paisaj¨ªstico saturada de vibraciones subjetivas. La actitud hacia lo contemplado se encuentra dominada por "esa emoci¨®n sin ideas que experimentamos siempre que una cosa cualquiera nos impresiona profundamente y parece que nos sobrecoge por su novedad o su hermosura".
No faltaban en Espa?a, desde luego, alicientes capaces de colmar los deseos del rom¨¢ntico m¨¢s impenitente. Aqu¨ª pod¨ªan encontrarse acentuados contrastes naturales y paisaj¨ªsticos, restos de un pasado m¨¢s que suficiente para alimentar anhelos heroicos y legendarios, notables pinceladas orientalizantes y, en fin, variadas ocasiones para toni
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ficar las m¨¢s subidas inquietudes pintoresquistas y costumbristas. Del atractivo de ¨¦sos alicientes -y de su tratamiento rom¨¢ntico- dan buena cuenta numerosos testimonios: puestos a escoger alguno, quiz¨¢ pueda sugerirse el apasionante y magistral relato de las andanzas de V¨ªctor Hugo por tierras pirenaicas para hacerse una idea bastante cabal de la m¨¢s consumada actitud rom¨¢ntica ante la naturaleza y el paisaje.
El excursionismo moderno
Con el transcurso del pasado siglo fueron surgiendo nuevas actitudes que sustituyeron poco a poco a las propuestas por el romanticismo. Pero de ¨¦l quedaron -m¨¢s o menos matizados- algunos aspectos sin duda fecundos: entre otros, su atenci¨®n a la naturaleza y al paisaje en s¨ª mismos, el acento en los ingredientes subjetivos que la relaci¨®n con ellos entra?a, la respetuosa valoraci¨®n de su car¨¢cter y de sus contenidos, la intenci¨®n de trascender el escueto documentalismo y descubrir en ese car¨¢cter y en esos contenidos signos espirituales y culturales. Y esas pervivencias se manifestaron en el caso espa?ol con singular efectividad.
Al turista rom¨¢ntico, casi siempre con su peculiar indumentaria y a veces portador de variados cuadernos y cartapacios para tomar notas o esbozar dibujos, sucede en nuestro pa¨ªs el excursionista moderno. ?ste es, en buena medida, deudor de los renovados aires cient¨ªficos y est¨¦ticos que tienden a imponerse durante el ¨²ltimo tercio del siglo pasado. Hereda de aqu¨¦l el gusto por el contacto directo con la naturaleza y el paisaje, la vocaci¨®n andariega y el respeto hacia lo mirado. A?ade a todo ello nuevos afanes de cu?o m¨¢s o menos positivo, c¨®digos perceptivos m¨¢s directos y de corte m¨¢s realista.
El moderno excursionismo espa?ol va ganando adeptos. Aparecen sociedades. excursionistas, primero en Catalu?a y luego en otros ¨¢mbitos. Se deja sentir -en esto como en otras cosas- la influencia inglesa: la excursi¨®n a¨²na preocupaciones higienistas y deportivas e inquietudes culturales e intelectuales. Rara vez deja de estar presente lo expresamente cultural en las mejores actitudes excursionistas. As¨ª lo demuestra, por ejemplo, el entendimiento que de la pr¨¢ctica excursionista propuso uno de los c¨ªrculos m¨¢s decididamente dedicados a su fomento y cultivo: la Instituci¨®n Libre de Ense?anza.
El excursionismo es, para la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, un m¨¦todo de educaci¨®n integral del ser humano. Es el momento privilegiado en el que el hombre se pone en contacto directo con la naturaleza y el paisaje, y ese contacto requiere, para ser fruct¨ªfero, poner en juego todas las facultades humanas. Se trata de practicar, como sol¨ªa decir Giner de los R¨ªos, "el arte de nuestra convivencia con la naturaleza". Se activan, desde luego, las facultades f¨ªsicas, se ejercita, asimismo, la capacidad de observaci¨®n, auspiciada por ¨¦l enfoque expresamente cient¨ªfico, pero tambi¨¦n debe atender el excursionismo a las dimensiones subjetivas -la contemplaci¨®n y la comprensi¨®n de lo mirado- que act¨²an en cada caso. Dicho con palabras del ge¨®grafo Alexander von Humboldt -quien no dej¨® de influir fecundamente en la Instituci¨®n-, "el gran car¨¢cter de un paisaje, y de toda escena imponente de la naturaleza, depende de la simultaneidad de ideas y de sentimientos que agitan al observador". La excursi¨®n requiere ver y mirar, observar y contemplar; requiere actitudes capaces de adentrarse, como dice Humboldt, en "las profundidades del pensamiento, del sentimiento y de la imaginaci¨®n creadora".
Es as¨ª el excursionismo una actividad bastante ambiciosa y compleja, en la que pueden darse la mano lo subjetivo y lo objetivo, cargada siempre de resonancias decididamente ¨¦ticas y est¨¦ticas. En la excursi¨®n se consigue conocer mejor la naturaleza y el paisaje, se consigue tambi¨¦n comprenderlos mejor, y todo ello educa -¨¦tica y est¨¦ticamente- la sensibilidad del excursionista. Pueden de ese modo hermanarse, como -afirma el propio Giner, "la geolog¨ªa con la est¨¦tica" en la experiencia excursionista.
No es mal ejemplo el de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza de entedimiento ampliamente cultural del excursionismo. Un entendimiento que marc¨®, adem¨¢s, intensamente a algunos de los m¨¢s relevantes exponentes de la generaci¨®n del 98, y que no deja de te?ir posteriores experiencias empe?adas en mantener el excursionismo lejos de los riesgos de banalizaci¨®n que con m¨¢s frecuencia de la deseable lo acechan.
Es, en resumen, un entendimiento de la excursi¨®n en buena medida sugestivo y estimulante, que no parece inoportuno recordar justamente en nuestros d¨ªas: el excursionismo puede ser, seg¨²n Giner de los R¨ªos, una actividad gozosa, una experiencia capaz de procurarnos "el ennoblecimiento de las emociones, la dilataci¨®n del horizonte intelectual, la dignidad de nuestros gustos y el amor a las cosas morales que brota siempre al contacto purificador de la naturaleza".
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