Ciudad llena de sue?os
Podr¨ªamos bautizarles como lo hizo Nabokov con iron¨ªa embrujadora: Terra y Antiterra. Son los amos de nuestra modernidad cr¨ªtica en crisis. En ellos se produce una modalidad inversa, sim¨¦tricamente complementaria, de producirse lo inhumano en su variante moderna. En ambos desmedidos territorios el habitante de la frontera recae en el puro cerco. Se pierde as¨ª la tensi¨®n inherente al alzado. Se pisotea la humanidad de lo humano. S¨®lo dos territorios sin fronteras -ambos se aproximan de modo asint¨¦tico en el siempre probable beso de Bering- permiten que el Despoblador realice su tarea. El agente es, tambi¨¦n, sim¨¦tricamente inverso. En Terra es la sociedad econ¨®mica librada a su elemental salvajismo. En Antiterra es el estado neozarista con su proverbial barbarie. Embutida, emparedada entre ese anverso y ese reverso de inhumanidad subsiste la Europa que somos como imposible sue?o de unidad que reta y desaf¨ªa desde su fracaso hist¨®rico. Hoy quisiera referirme a Terra.Terra es el mundo de la libertad abstracta sin justicia ni compasi¨®n, Terra es el zool¨®gico espiritual so?ado prematuramente por la fenomenolog¨ªa hegeliana. En ¨¦l los ecos tarados del Imperativo Categ¨®rico s¨®lo dejan o¨ªr una voz bronca que dice y repite, como disco rayado, como la voz entrecortada y gag¨¢ del viejo Hull de la pel¨ªcula de Kubrick: "... Enriqueceos ... Enriqueceos...". Eco ra¨ªdo y romo de aquel decimon¨®nico grito de guerra burgu¨¦s salvaje.
?Y ay de aquel que no cumpla, como deber impuesto, lo que esa voz ordena y manda! Sobre ¨¦l recae toda la magnitud de la culpa social, pues pudo hacerlo, en virtud del principio hip¨®crita de la igualdad de oportunidades.
Por consiguiente, carecer de poder, ser paria, ser pobre es una forma de delito social, es ser par¨¢sito y vampiro que succiona y sorbe el erario p¨²blico y empobrece a la Naci¨®n, perjudicando a las Buenas Gentes que siguen tercamente el imperativo social, promoviendo, en forma de privada iniciativa, riqueza de la que el conjunto de la Naci¨®n se beneficia, por muy mancomunada y trasnacional que llegue a ser ese simulacro de privacidades asociadas. No puede menos que ser, el pobre, un potencial delincuente. Y har¨¢ bien la sociedad de las Buenas Gentes en vivir en aut¨¦ntico estado de alerta respecto a ese verdugo del sistema que es el pobre. Con el fin de que no haya lugar a la dificultad en su localizaci¨®n o fichaje, bastar¨¢ 'una simple inspecci¨®n a los caracteres secundarios del objeto, el color de la piel, el acento, el ritmo de las frases y de los gestos, el hale del aliento y el recodo elegido para so?ar, embriagarse o morir. Pero con el fin de que no subsista resquicio alguno a la duda, a la incertidumbre, el territorio mismo se parcelar¨¢ y acotar¨¢, de modo bien espont¨¢neo, en cercos estrictos, en guetos, sin que sea necesario, como sucede en Antiterra, colocar en cada demarcaci¨®n puestos de vig¨ªa, aduanas y servicios de orden: ¨¦stos se desparramar¨¢n a trav¨¦s del gueto espl¨¦ndido en donde viven las Buenas Gentes, quedando los sucesivos guetos residuales, o cloacales, a su aire, en salvaje libertad.
La capital objetiva de Terra es la expresi¨®n misma de la libertad abstracta sin justicia, la realizaci¨®n de lo inhumano en su modalidad salvaje, el monumento m¨¢s exhaustivo y expresivo que levanta el mundo moderno a la modernidad misma que encarna y protagoniza: es el microcosmos acabado de todas las etnias y las patrias residuales, reconvertidas en parcelas de territorio fuertemente demarcadas unas de otras, aunque a veces de modo extremadamente sutil, casi invisible. Todo ese micromundo, que es salvaje y libre hasta el punto de. no ser centro pol¨ªtico, esa capital del mundo ¨¦tnico y del mundo de los grandes negocios, forma una orla de nacionalidades que se apretujan y se empujan unas a otras, la cual rodea, a modo de corona de laurel ro¨ªdo, el gueto espl¨¦ndido que levanta al cielo en desaf¨ªo la abigarrada vida econ¨®mica de los grandes negocios. Ese centro de la metr¨®poli, su ensanche, exhibe una concentraci¨®n de s¨ªmbolos de obscena verticalidad radiante, verdaderas catedrales que celebran el infinito cuantitativo, o que revelan a la vez lo sublime din¨¢mico y matem¨¢tico, el de la fuerza y potencia y el de la constante progresi¨®n de los grandes n¨²meros que se apretujan unos sobre otros.
Frente a esa org¨ªa de la construcci¨®n desatada en libertad y sin justicia, subsiste la orla de los guetos, en donde, en l¨ªnea horizontal, como justo contrapunto a la vertical desafiante (expresiva de la vac¨ªa trascendencia del poder falto de ¨¦tica, o que se cobra el sacrificio de lo ¨¦tico en la innegable validez est¨¦tica del conjunto), se amontonan los pobres y los parias del sistema en tenements bombardeados y quemados por la propia avidez planificada de las Buenas Gentes, que encarnan el principio de la libertad abstracta sin justicia ni compasi¨®n. El pobre, el paria, se desquita del atropello ¨¦tico mediante un desesperado expresarse y simbolizar, compensando el desequilibrio de la ¨¦tica mediante la m¨¢s sorprendente y emocionante, vivaz y genuina generaci¨®n de arte popular, siendo aqu¨ª pueblo lo que resulta de la excavadora hist¨®rica que, en forma de piroman¨ªa, lanza sobre sus andrajos de h¨¢bitat el despoblador econ¨®mico. El pobre, el paria reconvierten el mu?¨®n y el harapo, el brownstone requemado y la basura amontonada, el olor a piel curtida por los elementos hostiles (el viento helado, el fuego planificado) en se?uelo est¨¦tico expresivo o s¨ªmbolo moral de lo inmoral, elevando a categor¨ªa est¨¦tica el propio h¨¢bitat o territorio despoblado del harapo y el mu?¨®n, en justa inversi¨®n equilibradora de los conceptos de lo bello y sublime en sus contrarios, lo siniestro absoluto, lo excremental, lo vomitivo, lo nauseabundo, lo macabro.
En su conjunto, y en virtud de esa compensaci¨®n, la capital de Terra alcanza a ser la m¨¢s cumplida y emocionante expresi¨®n est¨¦tica urbana de la modernidad cr¨ªtica en crisis. Frente a una sublimidad din¨¢mica y matem¨¢tica que no es s¨ªmbolo moral, sino al contrario, fruto del atropello de o ¨¦tico, frente a ese ensanche de rascacielos que se apretujan unos con otros, empuj¨¢ndose y porfiando por superarse en su desaf¨ªo a los dioses del Azul, frente a esa selva selvaggia que levanta, como culminaci¨®n est¨¦tica, la m¨¢s incivil de todas las sociedades civiles, el zool¨®gico espiritual en su modalidad m¨¢s salvaje, enfrente, como su negaci¨®n y su sombra, se cubre el territorio despoblado de formas, figuras y r¨²bricas, en el subsuelo, en la pared, en el t¨²nel, en el metro, con verdadero horror al vac¨ªo, mediante la m¨¢s espectacular emergencia de arte popular espont¨¢neo, desesperado y despoblado que ofrece el mundo moderno.
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