La muerte de un torero
Antes de nada, voy a aclarar posiciones para que no existan equ¨ªvocos. Quiero dejar claro, clar¨ªsimo, que me duele, y mi dolor es profundo, la muerte en el ruedo de un muchacho plet¨®rico de vida y con deseos y entusiasmo por vivir. Ya lo creo que me duele, c¨®mo no me va a doler la tr¨¢gica muerte de un semejante.Tambi¨¦n me duele, y c¨®mo no, profundamente, el que otros no se duelan, como dicen dolerse de esta desgracia, cuando en la Prensa aparece, algo as¨ª como en el anonimato, el fallecimiento de trabajadores que, en su diaria lucha contra la silicosis y el gris¨², buscan el sustento familiar en lo m¨¢s profundo y rec¨®ndito de la mina.
Parece como si fueran entes de segundo orden en el particular apartheid de nuestra mente.
Concienci¨¦monos de una vez. El dolor no debe tener nada que ver con la fama y la popularidad, y menos a¨²n que la desgracia se produzca a plena luz o en la m¨¢s t¨¦trica de las oscuridades.
Por favor, dol¨¢monos, peto dol¨¢monos de la desgracia en donde quiera que aparezca.-
Madrid.
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