'Pax'
Pr¨¢cticamente todos los pa¨ªses gastan sumas muy por encima de sus medios con el fin de aumentar o de poner al d¨ªa (o ambas cosas a un tiempo) su aparato militar. Las razones, o sinrazones, de tales dispendios son m¨²ltiples: hay que derrotar a un enemigo con el cual se est¨¢ en guerra, hay que prepararse para repeler posibles ataques de uno o varios vecinos (que hacen, y dicen, lo propio), hay que contribuir a la defensa com¨²n de un grupo de naciones de acuerdo con tales o cuales pactos regionales, hay que mantener la bandera nacional enhiesta, hay que estar en forma para una guerra santa o una cruzada ideol¨®gica, aunque sea por ventura (o desventura) contra los titulados enemigos internos...Como las naciones que mantienen sus respectivos ej¨¦rcitos y sus cada d¨ªa m¨¢s costosos armamentos son tantas y tan diversas, y como son tan distintos y varios sus tama?os, y no digamos sus condiciones econ¨®micas, geogr¨¢ficas e hist¨®ricas, resulta dif¨ªcil formular un juicio general, v¨¢lido para todos, acerca de lo justificado o injustificado de los correspondientes dispendios. Pero como ¨¦stos son tan onerosos y el erario p¨²blico (a diferencia del privado) se va tan f¨¢cilmente de las manos, lo m¨¢s probable es que se tienda a gastar mucho m¨¢s de lo necesario. En todo caso, los cada vez m¨¢s cuantiosos desembolsos a cuenta de los pertinentes ministerios -de Defensa, de Guerra, de Marina o de lo que sea- no son siempre un aliciente para mantener la paz que casi todo el mundo proclama deseable.
Bueno, acaso se diga: eso suele ocurrir con pa¨ªses que son como motas de polvo en la superficie del globo, o con naciones que tienen o creen tener problemas que ventilar con sus vecinos, ?pero sucede, o es menester que suceda, con las grandes potencias, y especialmente con las tituladas superpotencias?, ?no vive, en efecto, cada una de ellas bajo la constante amenaza de alguna otra, u otras, de modo que necesita para simplemente sobrevivir no s¨®lo estar armada, sino superarmarse de continuo?, ?y no es esto justa y precisamente lo que puede garantizar la paz entre tales grandes potencias, ninguna de las cuales se atreve a usar contra otra medios b¨¦licos que inmediatamente desencadenar¨ªan el mecanismo de una total represalia? En otros t¨¦rminos, ?no ten¨ªan raz¨®n los romanos al acu?ar la famosa divisa si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prep¨¢rate para la guerra)?
Esta frecuente referencia al adagio y al poder¨ªo romanos, que para algunos constituye justamente una prueba casi irrefutable de la necesidad de continuar la ya desbocada carrera armamentista, fuerza, por el contrario, a reflexionar un poco sobre el asunto.
Los romanos no fueron, por cierto, unos inocentes pacifistas, y no les cedieron en nadie en lo que toca a preparativos y dispositivos b¨¦licos. De hecho, guerrearon incesantemente hasta que qued¨® constituido su imperio, y siguieron guerreando en defensa de sus fronteras, tanto externas como, por as¨ª decirlo, internas. El poder militar romano fue constante y en muchos casos oprimente. En cuanto al poder civil -no pocas veces civil militar-, se ejerci¨®, sobre todo en las provincias, con notoria dureza. No tiene mucho de recomendable el tr¨¢fico de esclavos o la crucifixi¨®n de reales o supuestos malhechores. Tampoco son
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'Pax'
Viene de la p¨¢gina 9dignos de elogio los sangrientos espect¨¢culos circenses. Pero tan pronto como se redonde¨® el ¨¢mbito dentro del cual el poder romano pudo ejercerse empez¨® a funcionar algo que representaba un progreso considerable: la sustituci¨®n de las constantes luchas entre Estado-ciudades por un estado de paz dentro de una muy amplia zona geogr¨¢fica. Fue la famosa pax romana. Si no otra cosa, ¨¦sta hizo posible que muchos ciudadanos (que al principio eran relativamente pocos y despu¨¦s de Caracalla se convirtieron en muchos) pudiesen circular por lo que en la ¨¦poca pudo considerarse el mundo sin temor a verse envueltos de la noche a la ma?ana en sangrientos conflictos locales. Los medios empleados pueden ser discutidos, pero la finalidad lo fue mucho menos. En suma, a los romanos termin¨® por interesarles, y grandemente, vivir en un mundo en paz.
?En qu¨¦ medida puede el modelo romano aplicarse al mundo actual?
No puede, o no debe, aplicarse si por tal modelo se entiende que una gran potencia tiene el derecho, y no digamos el deber, de sojuzgar a todas las otras potencias, grandes, medianas o chicas, ni siquiera con el pretexto de imponer la paz. Una pax norteamericana, o una pax sovi¨¦tica, o una paz s¨ªnica -o lo que fuera-, caso de que fueran posibles, ser¨ªan indeseables, entre otras razones porque se comprar¨ªan con la servidumbre, y no es seguro adem¨¢s de que no fueran un hervidero de posibles innumerables guerras. El mundo no es un bot¨ªn a repartir entre potencias; menos deseable a¨²n ser¨ªa que cada una de estas supuestas paces tratara de imponerse a las otras con el, fin de constituir una muy problem¨¢tica paz universal.
Por otro lado, si cada potencia, especialmente cada gran potencia, se esforzara -para empezar- en mantener la paz dentro de su ¨¢mbito, y luego en mantener relaciones pac¨ªficas con las dem¨¢s grandes potencias, se conseguir¨ªa algo de lo que tuvo de loable e imitable el modelo romano. As¨ª interpretado, este modelo consistir¨ªa en suponer que la finalidad a conseguir ser¨ªa, en todo caso, un estado de paz dentro de un muy dilatado ¨¢mbito y, a la postre, en el mundo entero. Tendr¨ªamos entonces una pluralidad de paces. ?stas podr¨ªan ser diversas, pero la paz misma ser¨ªa indivisible.
Nada de esto se consigue prepar¨¢ndose hasta el agotamiento para las guerras. Invirtiendo el apotegma romano, puede conseguirse prepar¨¢ndose para la paz.
La preparaci¨®n para la paz es uno de los mayores desaf¨ªos -acaso el mayor desaf¨ªo- a que tienen que hacer frente las grandes potencias, que son, en este sentido, las m¨¢s responsables, porque las guerras que ellas emprendan no pueden ya confinarse o limitarse. Sin duda que semejante preparaci¨®n no es tarea f¨¢cil. En todo caso, no es una que ninguna superpotencia pueda llevar a cabo haciendo lo posible para convertirse en un imperium mundi. Se necesitan al efecto muchas cosas, algunas muy concretas. Pero una de ellas no es nada concreta: es una idea -una del tipo de las que Alfred Fouill¨¦e llamaba ideas-fuerzas-. Por ejemplo, la idea de que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, la paz constituye un buen negocio. No para los fabricantes de armamento o para ciertos grupos interesados en promover intereses particulares o ideolog¨ªas supuestamente salvadoras, sino para todos los dem¨¢s habitantes del globo terrestre, que somos, despu¨¦s de todo, la inmensa mayor¨ªa. Es hora de empezar a pensar que los derroches llevan a la bancarrota.
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