El caso del toro asesinadito
El quinto toro empez¨® a morir de muerte vil, a poco de ense?orear por el ruedo su bien puesta cornamenta. Brusco matarife tocado de castore?o le barrenaba puya hurg¨¢ndole las entra?as y la mayor¨ªa del p¨²blico vociferaba, tiraba botes, pedazos de pan, botellas. Una minor¨ªa, m¨¢s anal¨ªtica, se agachaba para observar la salida de la puya por bajo la tripa del toro. Julio Robles, encargado de lidiar la v¨ªctima, observaba a distancia el alanceamiento, y las voces, los botes, el pan, las botellas, tambi¨¦n iban por ¨¦l. Cuando el toro pudo escapar de las garras del brusco matarife tocado de castore?o, era un toro asesinadito y tumb¨® su mi seria en la arena.
El caso del toro asesinadito (en Guadalajara) probablemente pasar¨¢ a la historia de la tauromaquia como otro asunto insoluble. La autoridad de la fiesta nunca descubre a los culpables de estos inciviles sucesos. Por ejemplo, jam¨¢s ha sabido qui¨¦n afeita los toros que se afeitan; ni siquiera se le ocurre imaginar entre qui¨¦nes pueden estar los sospechosos. Una investigaci¨®n sobre el caso del toro asesinadito o sobre el afeitado -si alguna vez se llegara a hacer-, seguramente empezar¨ªa por la andanada, que esa s¨ª es sospechosa de todo.
Plaza de Guadalajara, 18 de septiembre
Primera corrida de feria.Cuatro toros de Santiago Mart¨ªn (primero y cuarto para rejoneo); segundo y sexto de Carmen Cobaleda. Manejables. Julio Robles: silencio; protestas. Espartaco: dos orejas; oreja. Manuel Vidri¨¦: ovaci¨®n y saludos en los dos.
El p¨²blico -andanadas inclu¨ªdas- tiene otros indicios y otras evidencias y por eso chilla. En Guadalajara pudo protagonizar un altercado de considerables proporciones a causa del caso del toro asesinadito, pero lo pararon las charangas de las pe?as tocando La vaca lechera. La rom¨¢ntica melod¨ªa aplac¨® a la masa, y aunque Robles trapace¨® malamente el cad¨¢ver, s¨®lo protest¨® un poco. Robles sufr¨ªa inapetencia torera y con su primer toro tampoco se acopl¨®.
En cambio a Espartaco no le cab¨ªa el entusiasmo en el cuerpo y a sus dos nobil¨ªsimos toritos les dio multitud de pases, tanto de pie como de rodillas. Ten¨ªan la cadencia del trallazo, pero lo bueno era que los ligaba, y puso a la gente felic¨ªsima. Vidri¨¦ tambi¨¦n se emple¨® a fondo, exhibi¨® dominio y temple, rejone¨® con buena t¨¦cnica. Estos alardes son meritorios, desde luego, pero nada ten¨ªan que ver con el toreo, pues faltaba el toro. Un toro sin pitones no es toro, y a los dos de rejones les hab¨ªan cortado un palmo o m¨¢s de cada asta. No ser¨ªan toros asesinaditos, pero que a un toro le sierren los cuernos para luego acribillarlo a rejonazos, no deja de ser un crimen.
Babelia
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