El milagro del toro ciego que las ve¨ªa venir
JOAQU?N VIDAL, El ruedo de la bonita plaza de Guadalajara fue ayer escenario del milagro del toro que estaba ciego y luego vio. Taumaturgo, el hermano Francisco Ruiz Miguel. La ganader¨ªa de bravo tiene desde ayer en el ruedo alcarre?o nueva gruta milagrosa, y la afici¨®n deber¨¢ haceir del coso bas¨ªlica, para que la visiten peregrinos burriciegos y sanen sus dolencias de visi¨®n.
La corrida estaba saliendo descastada, en el sentido de que los toros, nada ast¨ªfinos, nada fuertes, m¨¢s bien parec¨ªan mulos. El cuarto result¨® de tan asnal catadura como los anteriores, y el p¨²blico lo soportaba con ejemplar paciencia, cuando Francisco Ruiz Miguel se puso a hacer ostentosos gestos, como queriendo indicar que el toro era burriciego.
Plaza de Guadalajara
20 de septiembre. Tercera de feria.Cinco toros de Hermanos Puerta y sexto, sobrero de Garz¨®n, descastados. Ruiz Miguel: cuatro pinchazos y de cabello (ovaci¨®n y saludos); pinchazo, estocada ca¨ªda y descabello (silencio). Ni?o de la Capea: cuatro pinchazos y dos descabellos (pitos); media (silencio). Espartaco: pinchazo y descabello (silencio); estocada ca¨ªda y descabello (dos orejas)
Para qu¨¦ quiso m¨¢s el p¨²blico. Francisco Ruiz Miguel le brindaba la ocasi¨®n de sacudirse de las ya adormiladas entendederas el aburrimiento profundo que le invad¨ªa, y a un salto, todos en pie, rompi¨® a protestar mediante grandes voces. Ruiz Miguel insist¨ªa, meti¨¦ndose con fruici¨®n el dedo ¨ªndice en el ojo, que se lo pudo sacar en un descuido; su banderillero El Formidable le imitaba, y pues no deb¨ªan tener bastante, se?alaban acusadoramente al presiclente, con el otro ¨ªndice, ya que de ¨ªndices iban bien provistos.
La gente estaba que echaba lumbre contra el presidente, y no menos contra el delegado de la autoridad, con quien discut¨ªa acaloradamente Francisco Ruiz Miguel en el callej¨®n. Y llegado que fue el toque de clar¨ªn, anuncio del ¨²ltimo tercio, el matador empu?¨® los instrumentos toricidas, y se fue al toro con manifiesta desgana.
Y all¨ª, ?oh prodigio!, ocurri¨® que el toro ciego mir¨® la muleta, se fue a ella, y se dejaba dar derechazos. Algo tuvo que hacer el hermano Francisco: o bien llevaba rezados todos los misterios del Rosario, o bien hab¨ªa pasado el manto de la Virgen por el toro en un descuido cuando la plaza estaba metid.a en bronca, o bien llevaba en el bolsillo del chaleco hisopo con agua de Lourdes, que derram¨® sobre el burriciego.
Un toro ciego que ve: las cosas que pueden ocurrir en una corrida de toros. Mas no se piense que el milagro gan¨® conversos. El sexto, probablemente desertor del muladar, en cuanto sinti¨® la caricia del puyazo trot¨® escocido hacia las tablas, renunciando, el mundo, sus pompas y vanidades. Ahora fue Espartaco quien se met¨ªa el dedo en el ojo, y el p¨²blico, proclamando sin miramiento alguno su poca fe, inici¨® otra bronca furibunda. El presidente, seguramente harto de gritos, opt¨® entonces por devolver al supuesto invidente.
En su lugar sali¨® un manso inv¨¢lido, pero acab¨® pastue?ito y Espartaco le hizo una faena encorajinada, ce?ida, excesiva, que tuvo su momento culminante en los circulares de m¨²ltiples vueltas. En uno de ellos se agarr¨® al toro, le oblig¨® a girar igual que un molinillo, y el pastue?ito se revolvi¨®, encunando al torero y lanz¨¢ndole a considerable altura. Afortunadamente, salvo el porrazo, no pas¨® nada grave. Espartaco reanud¨® los circulares, se puso de rodillas, y lleg¨® a dar la sensaci¨®n de que le iba a hacer al torito sumiso una llave de karate.
El caso del toro cegato que las ve venir est¨¢ llamado a ser ¨®ptimo recurso. Espartaco lo comprob¨® fehacientemente. Su otro toro hab¨ªa sido un pelma y no pudo hacerle faena; lo cual le ocurri¨® por no meterse el dedo en el ojo. El primero de Ruiz Miguel se quedaba corto, mientras el torero se iba largo, regate¨¢ndole a toda velocidad.
Los dos del Ni?o de la Capea no embest¨ªan y el segundo de ellos, un colorao hondo y moruch¨®n, se gan¨® una torta del diestro, a quien puso de mal humor tanta falta de formalidad. La verdad es que no urdi¨® meterse un dedo en el ojo, que es recurso poco torero. Y Ni?o de la Capea, independientemente de sus habituales crispaciones, torero es. Ayer estaba colocado mejor que nadie, y ratificaba sus cr¨¦ditos de lidiador responsable y enterado.
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