Kenia o el equilibrio
Si alg¨²n d¨ªa me pierdo...; esa frase hecha me ha parecido siempre muy optimista en su segunda parte. En un pa¨ªs como el nuestro, donde el desinter¨¦s por los dem¨¢s es algo corriente, lo m¨¢s probable es que si uno se pierde no hagan el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo por encontrarle (suponiendo que, para empezar, le echen de menos). Pero, en fin, para utilizarlo como principio de un art¨ªculo quiz¨¢ valga. Si me pierdo -dec¨ªa-, que me busquen en Kenia.Porque creo que ese pa¨ªs constituye un equilibrio perfecto entre la aventura y el orden, entre el paisaje ex¨®tico y la comodidad occidental. En gran parte, esa seguridad para el viajero se debe a la huella dejada tras muchos a?os por los brit¨¢nicos. Fueron los antiguos due?os los que ense?aron a los oficiales nativos a vestir pulcra y limpiamente; a que os acojan sin alharacas de bienvenida, pero con correcci¨®n y seriedad; a que los vendedores de objetos t¨ªpicos no os atosiguen con las ofertas de sus productos y que el precio sea igual en tres puestos situados a escasa distancia uno del otro, sin que nadie se ofenda porque pas¨¦is sin comprar.
Igualmente han logrado que las mujeres massai con largos pendientes, tras advertir dignamente al turista que retratarlas cuesta 100 pesetas (y hacen bien, ?para qu¨¦ van a regalarle su imagen?), se retiran sin un gesto de mal humor cuando el viajero se niega al trato.
Se habla de la artificialidad del turismo africano de hoy. Evidentemente, un hombre solo con mucho dinero podr¨ªa ver una a una, y m¨¢s naturalmente, la pieza que el turista colectivo puede divisar en pocas horas, acompa?ada de otras, desde el refugio del Ark Royal, pero la distancia verdadera no es tan grande. Los animales que el viajero ve desde la ventana del albergue son tan de verdad como los otros y acuden s¨®lo movidos por su instinto a la poza del agua junto a la cual se ha levantado el hotel. Uno a uno -parece que respetan el orden jer¨¢rquico de un espect¨¢culo- surgen el jabal¨ª, el b¨²falo, el rinoceronte, la gacela y, tras ella, el leopardo. No hubo muerte de aqu¨¦lla por ¨¦ste porque, por mucho que se intente crear el clima, no puede mandarse sobre el instinto o la apetencia del carnicero, pero se ha aproximado el clima lo m¨¢s posible.
Hace ya mucho tiempo, al superar el rechace t¨ªpico del adolescente a las frases rom¨¢nticas, empec¨¦ a tenerlas un gran respeto, porque la experiencia me ense?¨® que en muchos casos albergan una enorme verdad. Una de esas frases altisonantes era la "llamada de ?frica", esa sensaci¨®n
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