20 / Picasso (azul y rosa)
Azul y rosa. Picasso abre delicadamente el siglo, como los labios de un sexo femenino. Azul y rosa. Desde entonces hemos deseado sexos azul y rosa. S¨®lo las mujeres del teatro, las mujeres de la revista, tienen sexos azul y rosa. Un p¨¦talo azul y el otro rosa. Con las ojeras excesivamente azules y las mejillas pat¨¦ticamente rosa, con los pezones dolorosamente rojos, les imaginamos un sexo azul y rosa.O, efectivamente, ese azul de venas, cuando la sangre afluye, que hemos observado en el labio rosa del sexo. Picasso, ¨¦poca azul. En el azul de Picasso ha vivido toda una ¨¦poca. El siglo nac¨ªa azul y rosa. El siglo nac¨ªa optimista. Picasso silba en su chifla de pastor del mar y acuden las culturas, se re¨²nen las civilizaciones, priapismos negros y cabras egipcias de oro. Va a empezar un siglo, el siglo XX.
Y el siglo se abre en dos l¨®bulos: lo azul y lo rosa. En lo azul van a vivir, vivieron, vivir¨¢n, los mares de Duffy, los cielos de Azor¨ªn, esa mujer que sigue los pasos, en la noche, a Andr¨¦ Breton. "Si una mujer desmelenada te sigue en la noche, no temas: es el azul del cielo". En lo azul, en el azul, emergen las islas donde se alejar¨¢ Gauguin, y una multitud de azul, un d¨ªa, llega a visitar a Rousseau en su casilla de aduanero:
-?Usted conoce el azul?
-El azul est¨¢ en los museos, est¨¢ en el Louvre. Por aqu¨ª, por esta aduana, nunca pasa lo azul.
-?Se imagina usted lo azul?
-Si fuera capaz de imaginar lo azul, bajo este cielo gris de Francia, yo ser¨ªa pintor.
-Pinte el azul del tr¨®pico. Pinte el azul tropical. Y ser¨¢ usted pintor.
-?Pero c¨®mo es lo azul?
Pero lo azul ya se hab¨ªa ido. Lo azul nadie lo ha visto nunca. Ya lo dijo el poeta: "Ni es cielo ni es azul". Lo azul se lograr¨ªa por exclusi¨®n del verde del mar. Todo el verde del mar habr¨ªa que ponerlo en una vitrina. O por exclusi¨®n de todo el negro que hay en la noche, y que tampoco es negro. En el azul nocturno viven Shakespeare y Macbeth y Otelo. Macbeth es un hombre que act¨²a. Hamlet, s¨®lo es un hombre que piensa en actuar. Hamlet es el primer intelectual (y no el primer rom¨¢ntico, como se ha dicho). La palabra "intelectual" nace con el Manifiesto de los intelectuales, en Par¨ªs, cuando el caso Dreyfus. Macbeth, seg¨²n la fragmentaria historia real que de ¨¦l nos ha quedado, no fue as¨ª. No fue como lo explica ese colectivo llamado Shakespeare. El colectivo / Shakespeare tomaba aquellas leyendas b¨¢rbaras y las llenaba de horror, las llenaba de noche, las llenaba de azul. Shakespeare es un colectivo, como Homero. Homero, quiz¨¢, es un colectivo en el tiempo. Shakespeare es un colectivo simult¨¢neo. Un empresario, un actor, Marlowe, El Globo, que he visitado en las orillas del T¨¢mesis. (Los bluosons noirs pon¨ªan un Hamlet con motos). L¨¢stima que seas una puta, es el super / Shakespeare. El Barroco, en fin, acaba de llegar de Centroeuropa, y hab¨ªa hecho escuela entre los londinenses. Shakespeare, adem¨¢s de un colectivo, es una escuela.
Pero todo su teatro ocurre en lo azul. En esa pesadilla de lo azul que es la noche. Cuando Picasso entreabre lo azul (ese sexo de mujer), redescubre lo azul, le recuerda lo azul al mundo, deja otra vez libre el espacio para los cr¨ªmenes de Macbeth y las meditaciones de Hamlet, por las que cruza un balandro de Duffy y una se?orita de Matisse.
La ¨¦poca azul de Picasso es como una epidemia que recorre el mundo y el arte. Todo queda contaminado de azul, y nadie sabe que lo azul s¨®lo es la carta de aviso de la noche, su telegrama sutil. Lo azul puede expresar el dolor, la maldad, la enfermedad, el odio, el miedo. ?D¨®nde, pues, la distribuci¨®n convencional de los colores? La que hace Rimbaud, con su famoso soneto de las vocales, es la m¨¢s convencional de todas.
Lo azul, s¨ª, no es m¨¢s que un env¨ªo remoto de la noche. En lo azul ocurre la agon¨ªa y la guerra. Lo azul y lo rosa. Los dos labios del sexo femenino. En lo azul sucede Napole¨®n, su derrota entre la nieve azul de Rusia, en lo azul suceden las novelas de Paul Morand, con mucho azul de mar, que es azul de peluche, el, peluche de los Grandes Expresos Europeos. Lo azul es crimen y noche. Lo azul est¨¢ populoso de arlequines de Picasso, aldeas rusas, burros de Marc Chagall y ojeras de las hero¨ªnas del cine mudo.
En lo azul, incluso, est¨¢ inscrita mi madre, con sus ojeras azules y el traje de chaqueta, blanco, que a la noche se volv¨ªa azul.
Lo azul es la coartada de lo negro. Hab¨ªa revistas azules (azul / ceregumil) y medicinas azules. Picasso abri¨® delicadamente el sexo femenino del mundo y encontr¨® un labio azul y el otro rosa. Abro yo, ahora, en mi memoria, el sexo delicado del d¨ªa, los p¨¦talos de una rosa, y, all¨¢ al fondo, la noche ha depositado su veneno azul. Como en una copa.
?poca azul, ¨¦poca rosa. No son sucesivas, rigurosamente, sino acaso simult¨¢neas. Todo Picasso es simult¨¢neo. Todo Picasso simult¨¢nea el mundo. Esta es la moral de un arte amoral, como es el arte: todo est¨¢ ocurriendo siempre, vivimos en un presente que tampoco existe y el arte no es sino la expresi¨®n de una solidaridad planetaria lograda, perdida o porvenir.
En el rosa de Picasso viven las novelas rosa, los pr¨ªncipes de Gales, las chaquetas pr¨ªncipe de Gales, los ballets rosa, mister Eden a quien sacaban los caricaturistas como Josefina Baker, con un ramo de pl¨¢tanos por la cintura Mister Eden, homosexual y dandy, cuando lleg¨® al Gobierno, no sab¨ªa gobernar. El pr¨ªncipe de Gales hab¨ªa dejado el trono por poner de moda una chaqueta a cuadros. Inglaterra lo ha aporta do casi todo al siglo, as¨ª como Francia configur¨® el XIX. Inglaterra, ya sin grandes reyes, d grandes pr¨®fugos del trono. Inglaterra hubiera querido para el siglo un tono y una t¨®nica m¨¢s fuertes. Hay un hilo rojo que va o iba trenzado con otros hilos, en el uniforme de la Mala Real Inglesa. Pero la sangre imperial se hab¨ªa licuado y Bloombsbury era rosa, rosa Picasso, en el sexo p¨¢lido de Virginia Woolf y en los gl¨²teos homosexuales de Forster.
Alejandr¨ªa es rosa. Inglaterra se fascina con la rosa de Alejandr¨ªa. Los ingleses parten hacia ella como anta?o hacia el Santo Grial. Inglaterra, como toda isla, necesita ganar sus guerras lejos, porque en casa las tiene perdidas. De Kipling a las Malvinas. Lawrence Durrell, como es poeta, escribe su musical y bell¨ªsimo Cuarteto, que le queda, empero, un poco rosa / proustiano. Es el rosa / Picasso que Picasso ha difundido por la ¨¦poca, desde Par¨ªs. Forster, como no es poeta, escribe algo as¨ª como una gu¨ªa municipal de la ciudad donde tanto se ha "enamorado y tanto le han trincado. Kavafis, griego de respiraci¨®n anglosajona, quiere darle al puerto de sus deseos el m¨¢rmol del puerto de Alejandr¨ªa.
Lord Byron, muriendo por la libertad de Grecia, y por su propia reputaci¨®n en Inglaterra, sobre todo, deja a los griegos modernos en colonia inglesa para siempre, colonia sentimental de una falsa Grecia compuesta de turcos, hasta que el sexo rosa de Melina Mercouri implanta una democracia y un socialismo rosa en su pa¨ªs. El siglo, pues, iba a ser azul y rosa, por gracia del pastor del siglo, pastor de bisontes altamiranos y minotauros que penetran la ropa rosa de Brigitte Bardot. Nacimos tarde, pero con todo el siglo incorporado. La Guerra Europea pone en dispersi¨®n el rosa de Turner, que es como un gratinado de ¨¢ngeles, y pone a los ¨¢ngeles mismos -¨¢ngeles de William Blake- a resguardo de los bombardeos, en la Tate Gallery. Ya un m¨ªstico anglosaj¨®n, precursor de Blake, hab¨ªa dicho que, cuando un hombre y una mujer se han amado, constituyen un solo ¨¢ngel. El ¨¢ngel era rosa y a¨²n reencarna en Nijinski, cuyo instante de inmovilidad en el aire es la puntada que quiere zurcir el siglo al siglo. Apollinaire, que hab¨ªa estado en la guerra, comienza a ver en peligr¨® los colores del siglo, el azul / rosa Picasso, la bandera de las vanguardias.
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