De Ias hojas que faltan
De C¨¢diz, volv¨ª el otro d¨ªa a mi alta torre madrile?a -que no es la Torre de Madrid, sino otra-, casi mi alto faro, torre de vig¨ªa u observatorio astron¨®mico, que cimbra con el viento, pero desde el que apenas si se ven las estrellas, siempre veladas por la poluci¨®n, siempre casi imposible de ser avizoradas por la pupila de mi telescopio. Gran tristeza al llegar. Cre¨ª que mi peque?o ¨¢rbol de pascua, mi estrella federal, regalo inesperado de Pilar Mir¨®, me esperaba, como al regreso de otros viajes, erguido, verde y con sus puntas carmes¨ªes, y no doblado, mustio, abarquilladas muchas de sus hojas, y tantas otras desprendidas, muertas ya por el suelo. Horror. Esta vez no me hab¨ªa funcionado el gotero, el cono de riego autom¨¢tico, que dej¨¦ hincado en la tierra de la maceta. Qued¨® obstruido, por lo visto, y el alimento silencioso no hab¨ªa en mi ausencia descendido, humedeciendo las ra¨ªces. Desesperaci¨®n. El ¨²nico recuerdo de mi amor por los jardines, que ahora no puedo ya tener, se me iba a morir por mi falta de esmero en su cuidado. Le quit¨¦ las hojas que colgaban ya secas de sus delgadas ramas. Levant¨¦ luego ¨¦stas, rode¨¢ndolas de un delgado hilo, reg¨¢ndolas, poco a poco, durante dos o tres largas noches. Ahora ya mi ¨¢rbol de pascua comienza a estar erguido, estiradas las hojas que a¨²n le quedan, anunci¨¢ndome su continuidad, ¨²nico amigo que me recibe siempre, despu¨¦s de mis frecuent¨ªsimos y enloquecidos viajes.Y al fin -m¨ªnima y verde tranquilidad- puedo ponerme a escribir.
Sucede que si con una nube de olvido se tapa la memoria, ella no es la culpable de lo que no recuerda; mas si el olvido es deliberado, si se expulsa de ella lo que no se quiere por cobard¨ªa o conveniencia... ?Oh!
Porque aquella muchacha pintora era extraordinaria, bella en su estatura, aguda y con cara de p¨¢jaro, tajante y llena de ir¨®nico humor... Se sumerg¨ªa en las verbenas y fiestas populares, se remontaba al aire en los columpios, retratando a su hermana, casi desnuda, en bicicleta por la playa. .. Yo la admiraba mucho y la quer¨ªa. ?poca rimbaudiana de los bares, de los caf¨¦s de barrio, de los boks, los helados y las limonadas. Primavera siempre con media peseta en los bolsillos. Y los penumbras de los cines, con la polka y el vals en el piano acompa?ante de aquellos mudos, geniales asombros de Charles Chaplin, Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy, Harold Lloyd... Se amaba igual la oscuridad de las salas cinematogr¨¢ficas que la de los bancos bajo la sombra nocturna de los ¨¢rboles.
-Pero, por favor, se?or guardi¨¢n, que no es nig¨²n delito lo, que estamos haciendo. ?Llevarnos a la comisar¨ªa? ?Piense usted qu¨¦ disgusto para la familia de esta muchacha! No lo haga, se lo suplico... Vaya usted a mi casa por la ma?ana y le har¨¦ un buen regalo. Sea bueno y comprensivo...
Ni que decir tiene que se present¨® en Lagasca, 101, casi antes de las nueve. Ven¨ªa vestido con su traje de guardabosque y bastante sonriente. Confieso que me sent¨ª inc¨®modo. Pero todo pas¨® cuando le di dos duros y una botella de Jerez. Se fue contento, yo creo que deseando sorprendernos de nuevo debajo de alg¨²n ¨¢rbol de la Moncloa.
Yo hab¨ªa conocido a aquella pintora poco despu¨¦s de haber recibido el Premio Nacional de Literatura por mi Marinero en tierra. ?poca de los largos convites a helados, en la planta baja del Hotel Nacional, a todos los conocidos o desconocidos que quisieran. La pintora se llamaba Maruja Mallo, era gallega, y creo que reci¨¦n salida de la Academia de Bellas Artes de Madrid. Parec¨ªa a¨²n m¨¢s juvenil de lo que era. Audaz entonces para el color y con los dedos llenos de l¨ªneas que ya las escapaba con dinamismo y valent¨ªa. El cine nos influ¨ªa mucho. Hab¨ªa yo escrito ya en Cal y canto: "Yo nac¨ª -?respetadme!- con el cine". Una aparente confusi¨®n mecanicista nos turbaba. Maruja, en sus verbenas y estampas urbanas lo refleja. Y en aquel momento apareci¨® en madrid Podrecca con sus t¨ªteres, sus marionetas maravillosas, en el Teatro de la Comedia. Yo me lanc¨¦ entusiasmado a escribir La P¨¢jara Pinta (Guirigay l¨ªrico-bufo-bailable), bajo la promesa del marionetista italiano de estrenarlo alg¨²n d¨ªa. ¨®scar Espl¨¢, gran compositor alicantino, ser¨ªa nuestro aliado para la m¨²sica y Maruja Mallo har¨ªa los figurines y decorados. Los personajes del guirigay eran todos sacados de las canciones y trabalenguas populares: el primero, la P¨¢jara Pinta, y luego, todos los visitantes de su jard¨ªn, en donde la P¨¢jara celebraba la fiesta de su cumplea?os: Don Diego Contreras, Do?a Escotofina, Ant¨®n Perulero, Juan de la Vi?as, Bigotes, la Viuda del Conde de los Laureles, el Conde de Cabra, el Arzobispo de Constantinopla y el gran Don Pipirigallo, presentador de la compa?¨ªa ambulante. Las estampas que dibuj¨®, a todo color, Maruja, eran algo m¨¢s que figurines. No s¨¦ si a¨²n existen, pero formar¨ªan un ¨¢lbum sorprendente lleno de saltos, de gracia y picard¨ªa, ejemplo de creaciones de luminosas im¨¢genes esc¨¦nicas. Pero, al fin, de La P¨¢jara Pinta s¨®lo se estren¨® el pr¨®logo, en la Salle Gavau de Par¨ªs, que yo recit¨¦, a toda orquesta, rematando el final con un temerario salto mortal en el aire, que yo pod¨ªa dar entonces, pues estaba muy delgado y ¨¢gil. Muchos a?os despu¨¦s encontr¨¦ a Podrecca en Buenos Aires, muy pobre y sin marionetas, pues el Duce lo hab¨ªa expulsado de Italia por antifaseista.
Con Maruja Mallo ve¨ªa frecuentemente a Benjam¨ªn Palencia, en su mejor ¨¦poca de creaci¨®n pict¨®rica, del que nos re¨ªamos a veces por lo pueblerino que era. A Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que apreciaba mucho a Benjam¨ªn, lo trataba de Don, cosa que en toda Espa?a nadie hac¨ªa. Una vez que ¨ªbamos juntos por la calle con el poeta de Huelva, le o¨ªmos decir, al paso de una extra?a y bella mujer que se nos cruz¨®: "Mire, don Juan Ram¨®n, qu¨¦ mujer m¨¢s ex¨®ctica; parece talmente del Egito". Juan Ram¨®n se apret¨® la barba para no re¨ªr. Hab¨ªa ciertas letras del alfabeto que Benjam¨ªn no sab¨ªa pronunciar. Tambi¨¦n nos encontr¨¢bamos con el tremendo y fantasmag¨®rico escultor toledano Alberto S¨¢nchez, much¨ªsimo antes de hablarse de lo que se llam¨® luego la escuela de Vallecas. A aquel barrio, a aquellos llanos que lo limitaban, ¨ªbamos Maruja Mallo y yo casi todos los d¨ªas en el Metro, el trayecto m¨¢s largo que recorr¨ªa entonces. Eran secas, p¨¢lidas y solitarias aquellas llanuras, en las que se ve¨ªa al fondo el horrible monumento al Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s. Pero los atardeceres ca¨ªan bellos y melanc¨®licos, llenos de silencio, ajenos a los rumores del barrio.
Todav¨ªa no se barruntaba el cine sonoro, la intromisi¨®n de la palabra en la oscuridad de las salas. Pero algunos veranos Maruja los pasaba en Avil¨¦s y otros en Cercedilla, en donde encontr¨¢bamos a Herrera Petera, de vacaci¨®n en casa de sus padres. A m¨ª me hab¨ªan quedado ya muy lejos mis canciones de Marinero en tierra, La amante y El alba del alhel¨ª. Tambi¨¦n la poes¨ªa de Caly canto se me iba desapareciendo. Ya los ¨¢ngeles comenzaban a darme fuertes aletazos en el alma. Pero mis ¨¢ngeles no eran los del cielo. Se me iban a manifestar en la superficie o en los m¨¢s hondos subsuelos de la tierra. Coincidiendo con el arrastrarme los ojos por los barrizales, los terrenos levantados, los paisajes de oto?o de sumergidas hojas en los charcos, las humaredas de las neblinas, mi salud se resquebrajaba, y los insomnios y pesadillas me llevaban a amanecer a veces derribado en el suelo de la alcoba. De la mano de Maruja recorr¨ª tantas veces aquellas galer¨ªas subterr¨¢neas, aquellas realidades antes no vistas, que ella, de manera genial, comenz¨® a revelar en sus lienzos. Los ¨¢ngeles muertos, ese poema de mi libro, podr¨ªa ser una transcripci¨®n de alg¨²n cuadro suyo: Buscad, buscadIos: / En el insomnio de las ca?er¨ªas olvidadas, / en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras, / no lejos de los charcos incapaces de guardar una nube, / unos ojos perdidos, / una sortija rota o una estrella pisoteada. / Porque yo los he visto, porque yo los he tocado: / no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfr¨ªan en las paredes / ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
Pero yo, de pronto, me fui a Tudanca, a la casona santanderina de Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo, y all¨ª, entre aquellos vientos, brumas y monta?as, continu¨¦ Sobre los ¨¢ngeles. Las soledades y el silencio sonoro eran grandes all¨ª, y alg¨²n ¨¢ngel, como esp¨ªritu de la inconstancia y del mal, me llev¨® a volar hacia otro ser, del que me prend¨¦, y a pesar de su nombre -se llamaba Victoria- me llev¨®, desde lo que yo cre¨ª ascensi¨®n de los astros, a la ca¨ªda m¨¢s vertiginosa en los infiernos. Y un d¨ªa, al abrir un diario llegado de Madrid, le¨ª, verdaderamente aterrado: "La pintora Maruja Mallo sufre un accidente de coche, y Mauricio Roeset, creyendo haberla matado, se suicida". (Se repet¨ªa la f¨¢bula de P¨ªramo y Tisbe.) Yo baj¨¦ en seguida a Madrid. Y la entrada de nuevo en el subsuelo, en las cavidades m¨¢s oscuras y hondas, fue inmediata. Maruja hab¨ªa pintado en ese tiempo cuadros sorprendentes. A pesar de que casi siempre se llevaba una vida algo distanciada de pintores y literatos, se comenzaba a hablar de ella. Antonio Espina la salud¨® en La Gaceta Literaria, que dirig¨ªa Ernesto Gim¨¦nez Caballero. Y Ram¨®n G¨®mez de la Serna, despu¨¦s de hablar del descubrimiento que Jos¨¦ Ortega y Gasset hace de la pintora, invit¨¢ndola a realizar una exposici¨®n de sus obras en La Revista de Occidente, la llama bruja, artista de catorce almas, de estilo original, espont¨¢neo e impetuoso... Y Federico Garc¨ªa Lorca, antes de marcharse, perdido y desgarrado a Nueva York, dice de Maruja: "Entre verbenas y espantajos, toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo. Sus cuadros son los que he visto pintados con m¨¢s imaginaci¨®n y sensualidad". Entre las muchas hoj¨¢s que faltan, que cayeron de mi Arboleda, se hallan tambi¨¦n ¨¦stas, que quiero ahora reproducir aqu¨ª completamente y que aparecieron en La Gaceta Literaria, en el mes de julio de 1929: "La primera ascensi¨®n de Maruja Mallo al subsuelo". T¨², / t¨² que bajas a las cloacas donde las flores m¨¢s flores son ya unos tristes salivazos sin sue?os / y muerespor las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas / para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, / dime por qu¨¦ las lluvias pudren las hojas y las maderas. / Acl¨¢rame estas dudas que tengo sobre los paisajes. / Despi¨¦rtame.
Hace ya 100. 000 siglos que pienso en que t¨² eres m¨¢s t¨² cuando te acuerdas del barro / y una teja aturdida se deshace contra tus pies para predecir una muerte. / El espanto que suben esos ojos deformados por las aguas que envenenan al ciervo fugitivo / es la ¨²nica raz¨®n que expone mi esqueleto para pulverizarse junto al tuyo. / Una luz corrompida te ayudar¨¢ a sentir los m¨¢s bellos excrementos del mundo.
Peri¨®dicos estampados de manos que perdieron su nitidez en el aceite desgarran hoy el viento / y los charcos de grasa solicitan tus ojos desde los asfaltos reblandecidos. / Aceras espolvoreadas de azufre claman por el alivio de una huella / para que se agrieten de envidia esos vidrios helados que se abandonan a los terrenos intransitables.
Emplear¨¦ todo el resto de mi vida en contemplar el suelo seriamente / ahora que ya me importan cada vez menos las hadas, / ahora que ya las luces m¨¢s complacientes estrangulan de un golpe las primeras sonrisas de los ni?os /y exaltan a puntapi¨¦s el arrullo de las palomas / y abofetean al ¨¢rbol que se cree imprescindible para el embellecimiento de un idilio o una finca. / Mira siempre hacia abajo. / Nada se te ha perdido en el cielo. / El ¨²ltimo ruise?or es el muelle mohoso de un sof¨¢ muerto.
Desde los pantanos, / ?qui¨¦n n o te ve ascender sobre un fijo oleaje de escorias / hacia un sue?o fecal de golondrinas?
... Se acerc¨® entonces ella sola definitivamente con una hoja de oto?o estampada en la punta del sombrero de colores, mientras llegaban desde lejos los disparos del fusilamiento de los h¨¦roes republicanos Ferm¨ªn Gal¨¢n y Garc¨ªa Hern¨¢ndez y yo pegaba -revolucionario puro enfurecidopor los muros de las calles madrile?as mi Eleg¨ªa c¨ªvica.
"Con los zapatos puestos tengo que morir".
Copyrigt Rafael Alberti.
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