Al¨¢, contra los dos Satanes
EL ASESINATO de uno de los diplom¨¢ticos sovi¨¦ticos secuestrados en Beirut por un grupo integrista isl¨¢mico significa que, por primera vez, la URSS ha sido v¨ªctima, en la persona de uno de uno de sus representantes oficiales, de un terrorismo que ha actuado en diversas ocasiones contra diplom¨¢ticos y otras personalidades norteamericanas. El pretexto invocado por los autores del secuestro de los sovi¨¦ticos reflejaba una aparente ingenuidad: exigir de la Uni¨®n Sovi¨¦tica que presionase a Siria para que cesase el asalto a la ciudad de Tr¨ªpoli era una exigencia ut¨®pica y absurda: en el remoto supuesto de que Mosc¨² hubiese aceptado ablandar al r¨¦gimen baazista de Damasco, ¨¦ste, probablemente, habr¨ªa deso¨ªdo sus consejos, como ya ocurri¨® cuando, en 1983, Yasir Arafat, l¨ªder de la OLP, estuvo cercado en esa capital del norte de L¨ªbano. A pesar de haber concluido hace cinco a?os un tratado de amistad y cooperaci¨®n con la URSS, Siria no es Yemen del Sur ni Afganist¨¢n, sino un pa¨ªs celoso de su independencia y de su poder. Y si, por fin, se acaba de lograr un acuerdo para poner fin a los combates en Tr¨ªpoli, es evidente que ha sido una acci¨®n independiente de la pol¨ªtica siria, con cierta cooperaci¨®n del Ir¨¢n, pero sin que la URSS haya contado para nada.Adem¨¢s de ilustrar la aparente ingenuidad de los extremistas isl¨¢micos que apresaron a los cuatro sovi¨¦ticos, este suceso, precedido por algunos incidentes menores antisovi¨¦ticos, pone de relieve hasta qu¨¦ punto Mosc¨² es tambi¨¦n blanco de la ira isl¨¢mica. Si los intereses sovi¨¦ticos no han sido golpeados con la misma frecuencia que los norteamericanos es, en primer lugar, porque su presencia m¨¢s discreta en la regi¨®n ofrece menos oportunidades. Los grupos integristas shi¨ªes y sun¨ªes que, con diferentes nombres, pero generalmente bajo el apelativo de Yihad Isl¨¢mica, recurren a la violencia terrorista, han colaborado adem¨¢s, m¨¢s o menos espor¨¢dicamente, con los servicios secretos de pa¨ªses como Siria o Libia, que mantienen relaciones amistosas con el Kremlin. Pero este primer ataque en el ¨¢rea contra los representantes diplom¨¢ticos sovi¨¦ticos puede generar un cambio de actitud sustancial.
Quiz¨¢ el fracaso de las experiencias socializantes y de desarrollo capitalista en el mundo ¨¢rabe, simbolizadas en un mismo pa¨ªs, Egipto, por los reg¨ªmenes de Gamal Abdel Nasser y Anuar el Sadat, expliquen en parte el odio profesado por los movimientos fundamentalistas hacia ambos sistemas. En el caso de EE UU se a?ade la agravante de su incondicional apoyo a Israel y de sus interferencias en la pol¨ªtica interior de algunos Estados de la regi¨®n, como su participaci¨®n en la fuerza multinacional destacada en Beirut. En el caso de la URSS, la invasi¨®n de Afganist¨¢n es pieza clave del rechazo que genera, pero tambi¨¦n su ate¨ªsmo. No en balde los numerosos portavoces de misteriosas organizaciones musulmanas radicales que han llamado estos d¨ªas a las agencias de Prensa afincadas en la capital libanesa han reiterado que su acci¨®n pretend¨ªa poner, ante todo, un t¨¦rmino "al avance sobre Tr¨ªpoli del ate¨ªsmo", encarnado en los militantes del prosovi¨¦tico Partido Comunista Liban¨¦s que luchan junto a las milicias prosirias.
No deja de ser curioso que, tras este primer golpe terrorista asestado en Oriente Pr¨®ximo a los intereses sovi¨¦ticos, la dureza de los comentarios y las amenazas proferidas por los muy oficiales medios de comunicaci¨®n de la URSS se asemejen al rudo vocabulario empleado por el presidente Ronald Reagan tras el secuestro en Beirut, en junio pasado, de 39 pasajeros norteamericanos de un avi¨®n de la TWA. A diferencia, sin embargo, de la actitud que tuvo Mosc¨² en el caso del avi¨®n, Washington no ha tardado en condenar la actual acci¨®n criminal.
A pesar de que la televisi¨®n sovi¨¦tica anunci¨®, al informar del secuestro, m¨¢s de 24 horas despu¨¦s de que ocurriese, que el Gobierno de la URSS hab¨ªa tomado "todas las medidas necesarias" para liberar a sus funcionarios, y aunque cuenta con aliados como Siria, preponderante ahora en el escenario liban¨¦s, Mijail Gorbachov se encuentra sumido en la misma impotencia que Reagan hace cuatro meses frente a estos sectores ¨¢rabes que recurren a la violencia para hacer prevalecer su ideolog¨ªa religiosa y totalitaria. Es harto dudoso, sin embargo, que los "dos Satanes del mundo", como definen a veces los te¨®logos integristas a EE UU y a la URSS, saquen la lecci¨®n de estas desgraciadas experiencias, buscando terrenos de entendimiento, en vez de lanzarse acusaciones mutuas, m¨¢s o menos veladas, cada vez que uno u otro sufre un acto terrorista.
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