El a?o 2000 no tendr¨¢ lugar
A modo de presentaci¨®n, recuperar¨¦ la proposici¨®n de Canetti: "Una idea penosa: la de que, m¨¢s all¨¢ de un cierto y preciso punto del tiempo, la historia ha dejado de ser real. Sin darse cuenta de ello, la totalidad del g¨¦nero humano habr¨ªa abandonado de repente la realidad. Todo lo que haya podido pasar desde entonces ya no ser¨ªa del todo cierto, pero nosotros no podr¨ªamos darnos cuenta de ello. Nuestra tarea y nuestro deber ahora consistir¨ªan en descubrir ese punto, y en tanto que no lo encontremos, nos veremos obligados a perseverar en la destrucci¨®n actual" (La provincia del hombre).En cuanto a esta desaparici¨®n de la historia, existen diferentes hip¨®tesis plausibles. La expresi¨®n de Canetti "( ... ) la totalidad del g¨¦nero humano habr¨ªa abandonado de repente la realidad" evoca irresistiblemente, para nuestra imaginaria astrof¨ªsica contempor¨¢nea, la "velocidad de liberaci¨®n" necesaria a un cuerpo para escapar a la fuerza de gravedad de un astro o de un planeta. Seg¨²n esta imagen, puede suponerse que la aceleraci¨®n de la modernidad, de todos los intercambios econ¨®micos, pol¨ªticos, sexuales -todo lo que en el fondo designamos con el t¨¦rmino liberaci¨®n-, nos ha llevado a una velocidad de liberaci¨®n tal que un buen d¨ªa (y en este caso se puede hablar, como lo hace Canetti, de un momento preciso; como en f¨ªsica, el punto de liberaci¨®n es calculable con toda exactitud) hemos escapado a la esfera referencial de lo real y de la historia. Estamos verdaderamente liberados, en todos los sentidos del t¨¦rmino; de tal forma liberados que mediante la velocidad (la acelerada metabolizaci¨®n de nuestras sociedades) nos hemos salido de un determinado espacio-tiempo, de un determinado horizonte donde es posible lo real, donde es posible el acontecimiento porque la gravitaci¨®n es todav¨ªa lo suficientemente fuerte como para que las cosas puedan reflexionarse, volver sobre s¨ª mismas, y tener, por tanto, una cierta duraci¨®n y una cierta consecuencia.
LOS ?TOMOS DE SENTIDO
M¨¢s all¨¢ de ese efecto gravitatorio que mantiene a los cuerpos en una ¨®rbita de significaci¨®n, una vez liberados con una velocidad suficiente, todos los ¨¢tomos de sentido se pierden en el espacio. Cada ¨¢tomo parte en su propio sentido hacia el infinito y se pierde en el espacio. Esto es propiamente lo que vivimos en nuestras sociedades actuales, que se dedican a acelerar todos los cuerpos, todos los mensajes, todos los procesos en todos los sentidos, y que en particular, con los medios modernos, han creado para cada acontecimiento, para cada relato, para cada imagen, un espacio de simulaci¨®n de trayectoria hacia el infinito. Cada hecho, cada rasgo -pol¨ªtico, hist¨®rico, cultural-, por su potencia de difusi¨®n medi¨¢tica, est¨¢ dotado de una energ¨ªa cin¨¦tica que lo separa para siempre de su propio espacio y lo propulsa hacia un hiperespaci,o donde pierde todo su sentido, puesto que nunca volver¨¢ del mismo. No vale, pues, la pena de hacer ficci¨®n cient¨ªfica: desde ahora mismo, aqu¨ª y ahora, con los media, la inform¨¢tica, los circuitos, las redes, tenemos en nuestras sociedades ese acelerador de part¨ªculas que definitivamente ha roto la ¨®rbita referencial de las cosas.Por lo que se refiere a la historia, es muy preciso ver cu¨¢l es la consecuencia de todo ello. El r¨¦cit (relato) de la misma se ha hecho imposible, puesto que, por definici¨®n (re-citatum), es la recuperaci¨®n posible de una secuencia de sentidos. A trav¨¦s de la impulsi¨®n de difusi¨®n, a trav¨¦s del mandato de circulaci¨®n, de comunicaci¨®n total, actualmente cada hecho, cada acontecimiento, se libera por s¨ª solo (cada hecho deviene at¨®mico, nuclear, y prosigue su trayectoria en el vac¨ªo). Para ser difundido en el infinito debe fragmentarse como una part¨ªcula. As¨ª es como puede alcanzar una velocidad de no-retorno, que lo aleja definitivamente de la historia.
Cada acontecimiento se ha convertido en algo sin consecuencia, porque va demasiado veloz -se difunde demasiado de prisa, demasiado lejos, es atrapado por los circuitos-; no volver¨¢ nunca para dar testimonio de s¨ª mismo ni de su sentido (el sentido es siempre un testimonio). Por otra parte, cada conjunto cultural debe ser fragmentado, desarticulado, para entrar en los circuitos; cada lenguaje debe resolverse en 0/1, en dispositivo binario, para circular no ya en nuestras memorias, sino en la memoria, electr¨®nica y luminosa, de los ordenadores. Ning¨²n lenguaje humano resiste la velocidad de la luz. Ning¨²n acontecimiento hist¨®rico resiste su difusi¨®n planetaria. Ning¨²n sentido resiste su aceleraci¨®n. Ninguna historia resiste la centrifugaci¨®n de los hechos por s¨ª mismos, la ilimitaci¨®n de los espacios-tiempos (yo dir¨ªa tambi¨¦n: ninguna sexualidad resiste su liberaci¨®n, ninguna cultura resiste su promoci¨®n, ninguna verdad resiste su verificaci¨®n, etc¨¦tera).
Esto es lo que yo denomino simulaci¨®n. Pero me interesa precisar que la simulaci¨®n es un arma de doble filo y que lo aqu¨ª expongo no es otra cosa que un ejercicio de simulaci¨®n. No estoy ya en estado de reflexionar cualquier cosa, no puedo hacer m¨¢s que llevar las hip¨®tesis a sus l¨ªmites, arrancarlas de su zona cr¨ªtica de referencia, hacerles atravesar un punto de no-retorno; hago pasar tambi¨¦n la teor¨ªa al hiperespacio de la simulaci¨®n (ese espacio en el que la misma pierde toda validez objetiva, pero posiblemente gana en coherencia, es decir, en afinidad real con el sistema que nos rodea).
LA MATERIA RETRASA EL TIEMPO
La segunda hip¨®tesis en cuanto a la desaparici¨®n de la historia es, en cierto modo, inversa de la primera: no depender¨¢ ya de la aceleraci¨®n, sino de la desaceleraci¨®n de los procesos. Una vez m¨¢s, viene directamente de la f¨ªsica.La materia retrasa el paso del tiempo. Con mayor precisi¨®n, el tiempo, en la superficie de un cuerpo muy denso, parece ir a marcha lenta. El fen¨®meno se acrecienta si se acrecienta la densidad. El efecto de esa desaceleraci¨®n ser¨¢ el de alargar la longitud de onda de la luz emitida por ese cuerpo, tal como ser¨¢ recibida por el observador exterior. Pasado un cierto l¨ªmite, el tiempo se detiene, la longitud de onda deviene infinita. La onda deja de existir. La luz se extingue.
Tampoco aqu¨ª resulta dif¨ªcil la transferencia anal¨®gica. No tiene¨¢ustedes m¨¢s que pensar en masas, en lugar de hacerlo en materia; pensar en historia, en lugar de tiempo. Se dar¨¢n cuenta entonces de que existe sencillamente una desaceleraci¨®n de la historia cuando ¨¦sta roza el cuerpo astral de las mayor¨ªas silenciosas. Nuestras sociedades est¨¢n dominadas por ese proceso de masa, no tanto en el sentido demogr¨¢fico o sociol¨®gico del t¨¦rmino cuanto en el sentido de la superaci¨®n, tambi¨¦n ah¨ª, de un punto cr¨ªtico, de un punto de no-retorno, no ya en la aceleraci¨®n (primera hip¨®tesis), sino en la inercia. Se da aqu¨ª el aontecimiento m¨¢s considerable de nuestras sociedades modernas, la astucia m¨¢s sutil y m¨¢s profunda de su historia: el advenimiento, en el propio curso de su socializaci¨®n, de su movilizaci¨®n, de su intensificaci¨®n productora y revolucionaria (todas son revolucionarias en comparaci¨®n con los siglos pasados); el advenimiento, digo, de una fuerza de inercia, de una inmensa indiferencia y del silencioso poder de esta indiferencia. Lo que llamamos la masa. Esta masa, esta materia inerte de lo social, no resulta de la falta de intercambios, de informaci¨®n y de comunicaci¨®n; resulta, por el contrario, de la multiplicaci¨®n y de la saturaci¨®n de intercambios, de informaci¨®n, etc¨¦tera. Nace de la hiperdensidad de las ciudades, de las mercanc¨ªas, de los mensajes, de los circuitos. Es el astro fr¨ªo de lo social, y en los alrededores de esta masa, la historia se enfr¨ªa, se desacelera; los acontecimientos se suceden y se aniquilan en la indiferencia. Neutralizadas, mitridatizadas por la informaci¨®n, las masas neutralizan a cambio la historia y funcionan como pantalla de absorci¨®n. Por s¨ª mismas carecen de historia, de sentido, de consciencia, de deseo.
El progreso, la historia, la raz¨®n, el deseo, no llegan a encontrar ya su velocidad de liberaci¨®n. No llegan ya a separarse de ese cuerpo demasiado denso que, irresistiblemente, desacelera su trayectoria, que desacelera el tiempo hasta el punto de que desde este momento se nos escapan la percepci¨®n, la imaginaci¨®n del futuro. Toda trascendencia social, hist¨®rica, temporal, es absorbida por esa masa en su silenciosa inmanencia. Nos encontramos ya en el punto en que los acontecimientos pol¨ªticos, sociales, han dejado de tener una energ¨ªa aut¨®noma suficiente como para emocionarnos, y se desarrollan, por consiguiente, como una pel¨ªcula muda de la que no individualmente, sino colectivamente, somos irresponsables. La historia acaba aqu¨ª, y ya ven ustedes de qu¨¦ manera: no por falta de personajes, ni por falta de violencia (la violencia cada vez existir¨¢ m¨¢s, pero no hay que confundir la violencia con la historia), ni por falta de acontecimientos (acontecimientos habr¨¢ cada vez m¨¢s; ?gracias sean dadas a los media y a la informaci¨®n!), sino por desaceleraci¨®n, indiferencia y estupefacci¨®n. La historia no llega ya a superarse, no llega ya a tener presente su propia finalidad, a so?ar su propio fin; se sepulta en su propio efecto inmediato, se agota en sus propios efectos especiales, recae sobre s¨ª misma, sufre una implosi¨®n en la actualidad. En el fondo, ni siquiera puede hablarse del fin de la historia, porque no tendr¨¢ tiempo de alcanzar su propio fin. Sus efectos se aceleran, pero su sentido se desacelera ineluctablemente. Acabar¨¢ por detenerse, por extinguirse, como la luz y el tiempo en las inmediaciones de una masa infinitamente densa...
(He olvidado decir que tambi¨¦n el efecto-masa pone de manifiesto la simulaci¨®n. Las masas son actualmente nuestro modelo de simulaci¨®n de lo social, all¨ª donde lo social se realiza m¨¢s all¨¢ de toda esperanza, pero all¨ª tambi¨¦n donde se exaspera y se aniquila en su propio espejo de aumento. Las masas son el producto m¨¢s puro de lo social y su efecto m¨¢s perverso.)
EL EFECTO ESTEREOF?NICO
Tercera hip¨®tesis, tercera analog¨ªa. Esta vez no extraigo mis efectos de la flisiea, sino de la m¨²sica; lo que me interesa es siempre el vanishing point, el punto de desaparici¨®n, de evanescencia, de alguna cosa (ese punto del que habla Canetti, m¨¢s all¨¢ del cual todo ha dejado de ser cierto...).?D¨®nde comienza el punto de sofistificaci¨®n in¨²til de lo social? ?D¨®nde comienza ese punto de realizaci¨®n de lo social, que es tambi¨¦n el punto de su derrumbamiento?
Es algo enteramente igual que lo que sucede con el efecto estereof¨®nico. Todos estamos obsesionados (y no solamente en m¨²sica) por la alta fidelidad, obsesionados por la calidad de la reproducci¨®n musical. En la consola de nuestra cadena, armados con nuestros tuners, nuestros amplificadores y nuestros baffles, regulamos los bajos y los agudos, mezclamos, combinamos, multiplicamos las pistas en busca de una t¨¦cnica impecable y de una m¨²sica infalible. Todav¨ªa me acuerdo de una sala de audici¨®n en un laboratorio de grabaci¨®n donde la m¨²sica, difundida sobre cuatro pistas, llegaba en cuatro dimensiones y al mismo tiempo parec¨ªa visceralmente segregada desde el interior, con un relieve superrealista... Eso ya no era m¨²sica. ?D¨®nde est¨¢ el grado de sofisticaci¨®n tecnol¨®gica, d¨®nde est¨¢ el umbral de alta fidelidad, m¨¢s all¨¢ del cual la m¨²sica, en tanto que tal, desaparece? Porque el problema de la desaparici¨®n de la m¨²sica es el mismo que el de la desaparici¨®n de la historia: no desaparecer¨¢ por falta de m¨²sica, desaparecer¨¢ en la perfecci¨®n de su materialidad, en su propio efecto especial. Ya no existe ni juicio ni placer est¨¦tico, es el ¨¦xtasis de la musicalidad.
Lo mismo ocurre con la historia; tambi¨¦n aqu¨ª hemos franqueado ese l¨ªmite en el que, a fuerza de sofisticaci¨®n acontecimental e informativa, deja de existir en tanto que historia. Difusi¨®n inmediata a alta dosis, proliferaci¨®n de efectos especiales y de efectos secundarios, fading... y ese famoso efecto Larsen, producido en ac¨²stica por la excesiva proximidad de un origen y de un receptor; ustedes lo encontrar¨¢n en la historia bajo la forma de la excesiva proximidad y, por consiguiente, de la desastrosa interferencia de un acontecimiento y de su medio de difusi¨®n: existe una especie de cortocircuito entre la causa y el efecto, o entre el objeto y el sujeto experimentador en la experiencia microf¨ªsica (?y en las ciencias humanas!); todas las cosas que llevan consigo un principio de incertidumbre radical sobre la verdad, sobre la realidad misma del acontecimiento, como la excesiva alta fidelidad, la perfecci¨®n tecnol¨®gica, entra?an un principio de incertidumbre radical sobre la realidad de la m¨²sica.
En el coraz¨®n mismo de la informaci¨®n est¨¢ el acontecimiento, se encuentra la historia, que est¨¢ obsesionada por su desaparici¨®n. En el coraz¨®n de la alta fidelidad se encuentra la m¨²sica, que est¨¢ obsesionada por su desaparici¨®n. En el coraz¨®n de la experimentaci¨®n m¨¢s sofisticada se encuentra la ciencia, que est¨¢ obsesionada por la desaparici¨®n de su objeto. En el coraz¨®n de la pornograf¨ªa est¨¢ la sexualidad, que est¨¢ obsesionada por su desaparici¨®n. En todas partes, el mismo efecto de reproducci¨®n, de proximidad absoluta a lo real: el mismo efecto de simulaci¨®n.
Por definici¨®n, ese vanishing point, ese punto m¨¢s ac¨¢ del cual exist¨ªa la historia, exist¨ªa la m¨²sica, exist¨ªa un sentido para el acontecimiento, para lo social, para la sexualidad (e incluso para el psicoan¨¢lisis; pero tambi¨¦n ¨¦ste ha franqueado tan por completo, desde hace mucho tiempo, ese punto de exasperaci¨®n, de amaneramiento perfeccionista en la teor¨ªa del inconsciente, que el concepto ha desaparecido del mismo), ese punto es indescubrible. ?D¨®nde debe detenerse la perfecci¨®n est¨¦reo? Los l¨ªmites son alejados constantemente de la misma, puesto que son los de la obsesi¨®n t¨¦cnica. ?D¨®nde debe detenerse la informaci¨®n? A la fascinaci¨®n colectiva no puede oponerse m¨¢s que una objeci¨®n moral, que tampoco tiene mucho sentido.
El paso de ese punto que no puede descubrirse es, pues, irreversible (contrariamente a lo que de modo impl¨ªcito espera Canetti). De repente, la situaci¨®n deviene original. No volveremos ya a encontrar la m¨²sica de antes de la estereofon¨ªa (si no es por un efecto de simulaci¨®n suplementaria); no volveremos a encontrar ya la historia de antes de la informaci¨®n y de los media. La esencia original (de la m¨²sica, de lo social...), el concepto original (del inconsciente, de la historia...), han desaparecido porque nunca m¨¢s podremos aislarlos de su modelo de perfecci¨®n, que es al mismo tiempo su modelo de simulaci¨®n.
SALIR DE LA ALIENACI?N
El hecho de que salgamos de la historia para entrar en la simulaci¨®n (pero, en mi opini¨®n, entramos en ella lo mismo por el concepto biol¨®gico de c¨®digo gen¨¦tico que por los media; lo mismo por la explotaci¨®n espacial -que para nosotros act¨²a como un espacio de simulaci¨®n- que por la concepci¨®n del ordenador como equivalente cerebral, como modelo cerebral, etc¨¦tera) no es en absoluto una hip¨®tesis desesperante, salvo que hablemos de la simulaci¨®n como de una forma superior de alienaci¨®n. Lo que yo ciertamente no har¨¦. La historia es precisamente el lugar de la alienaci¨®n, y si nos salimos de la historia, nos saldremos tambi¨¦n de la alienaci¨®n (no sin nostalgia, es preciso decirlo, por esa buena y vieja dramaturgia del sujeto y del objeto).Pero tambi¨¦n se puede construir la hip¨®tesis de que la misma historia no es, o no era, m¨¢s que un inmenso modelo de simulaci¨®n. No en el sentido de que todo esto no hubiera sido m¨¢s que aire, o de que los acontecimientos no hubieran sido nunca otra cosa que el sentido que se les da (lo que posiblemente es cierto, pero sin inter¨¦s directo aqu¨ª). No, hablo m¨¢s bien del tiempo en que ella se despliega, de ese tiempo lineal en el que los acontecimientos se supone que se suceden de causa a efecto, aun cuando la complejidad sea grande. Ese tiempo es a la vez el del fin (de un proceso escatol¨®gico bajo cualquier forma: juicio final o revoluci¨®n, salud o cat¨¢strofe) y el de un suspenso ilimitado del fin. Ese tiempo en el que s¨®lo puede tener lugar una historia -es decir, una sucesi¨®n de hechos no absurdos, pero todos en desequilibrio, sobre el porvenir- no es el de las sociedades ceremoniales, en el que todas las cosas est¨¢n acabadas en el origen y en el que la ceremonia representa la perfecci¨®n de ese acontecimiento original, perfecto en el sentido de que todo est¨¢ realizado. Por oposici¨®n a este orden en el que el tiempo est¨¢ cumplido -es decir, en el que simplemente no existe en el sentido en que nosotros lo entendemos-, la liberaci¨®n del tiempo real de la historia (porque es de una liberaci¨®n de lo que se trata, de una liberaci¨®n del universo ritual de donde surgi¨® progresivamente la linealidad del tiempo y de la muerte) puede aparecer como un proceso puramente artificial. ?Cu¨¢l es esa diferencia (Aufschiebung), cu¨¢l es ese suspenso, por qu¨¦ lo que debe realizarse debe hacerse al final de los tiempos, al final de la historia? Hay aqu¨ª la proyecci¨®n de un modelo de realidad que ha debido parecer perfectamente inventado, perfectamente ficticio, perfectamente absurdo e inmaterial para unas culturas que no ten¨ªan el menor sentido de un t¨¦rmino diferido, de una espera, de un encadenamiento progresivo, de una finalidad... Un escenario al que, por otra parte, le va a costar mucho trabajo imponerse, de tal forma es poco evidente, de tal forma contradice a toda exigencia fundamental.
Toda la historia ha estado acompa?ada de un desaf¨ªo milenario a la temporalidad de la historia. La voluntad de ver las cosas realizarse de inmediato, y no al t¨¦rmino de un largo rodeo, no es en absoluto un fantasma regresivo de la infancia. Es un desafio al tiempo nacido con el propio tiempo. Con el tiempo lineal -es decir, con el nacimiento del tiempo puro y simple- han nacido dos formas contradictorias: una que consiste en seguir los meandros de ese tiempo y en construir una historia; otra que consiste en acelerar el curso del tiempo o en condensarlo brutalmente para acabar con el mismo. A la perspectiva hist¨®rica, que desplaza continuamente las apuestas sobre un fin hipot¨¦tico, se ha opuesto siempre una exigencia fatal, una estrategia fatal del tiempo, que quiere quemar las etapas, aniquilar el tiempo y cortocircuitar el juicio final.
LAS FORMAS DEL TERRORISMO
Si se reflexiona bien sobre esto, el terrorismo no hace otra cosa. Intenta tender una trampa al poder mediante un acto inmediato y total, sin esperar el fin de la historia. Se coloca en la posici¨®n est¨¢tica del fin y espera introducir as¨ª las condiciones del juicio final. No se produce nada de ello, por supuesto, pero este desaf¨ªo a la historia tiene una larga historia, y siempre fascina porque, en profundidad, el tiempo y la historia nunca han sido aceptados. Incluso aunque no est¨¦n dispuestas a utilizar una estrategia fatal de este g¨¦nero, las gentes siguen siendo profundamente conscientes de lo arbitrario, del car¨¢cter artificial, e incluso de la hipocres¨ªa esencial, del tiempo y de la historia. Nunca han sido enga?adas por quienes les exig¨ªan esperar. Fuera incluso del terrorismo, ?no existe acaso una vislumbre de esta violenta exigencia parusiaca en el fantasma global de cat¨¢strofe que planea sobre el mundo contempor¨¢neo?La negaci¨®n de la historia ser¨ªa, pues, la de una duraci¨®n fastidiosa y artificial -toda Aufhebung es experimentada como una Aufschiebung-, una negaci¨®n del tiempo como artefacto. Negaci¨®n que se descubre f¨¢cilmente en sus formas religiosas y milenaristas, en sus formas individuales y terroristas, pero perceptible tambi¨¦n en unos comportamientos masivos de retirada, de suspenso de la voluntad hist¨®rica, comprendiendo en ellos la obsesi¨®n aparentemente inversa de historializarlo todo, de archivar todo, de memorizar todo de nuestro pasado y del de todas las culturas. ?No encontramos aqu¨ª el s¨ªntoma de un presentimiento colectivo de que ha llegado el final del acontecimiento y del tiempo viviente de la historia, y que es preciso armarse con toda la memoria artificial, con todos los signos del pasado, para afrontar la ausencia de futuro y los tiempos glaciares que nos esperan? ?No se tiene la impresi¨®n de que las estructuras mentales e intelectuales est¨¢n enterr¨¢ndose, sepult¨¢ndose en las memorias, en los archivos, lejos del sol, en busca de una eficacia silenciosa o de una resurrecci¨®n improbable?
Todos los pensamientos se entierran con la prudencia del a?o 2000. Ya olfatean el terror del a?o 2000. Nuestras sociedades adoptan por instinto la soluci¨®n de esos criogenizados que son sumergidos en nitr¨®geno l¨ªquido en espera de que se encuentre un medio de sobrevivir. Son como esas mercanc¨ªas lujosas y f¨²nebres que se encierran en el sarc¨®fago subterr¨¢neo del Forum des Halles, a t¨ªtulo de museo de nuestra cultura, para las generaciones futuras de despu¨¦s de la cat¨¢strofe. Estas sociedades que ya nada esperan de un acontecimiento futuro y que tienen cada vez menos confianza en la historia; estas sociedades que se entierran detr¨¢s de sus tecnolog¨ªas prospectivas, detr¨¢s de sus provisiones de informaci¨®n y en las inmensas redes alveoladas de la comunicaci¨®n, donde al fin el tiempo es aniquilado por la circulaci¨®n pura; estas generaciones posiblemente no se despertar¨¢n nunca, pero no saben nada de ello. El a?o 2000 quiz¨¢ no tenga lugar, pero no saben nada de ello.,
Es posible que no s¨®lo haya desaparecido la historia (es decir, que no exista ya el trabajo de lo negativo ni, por tanto, propiamente de la raz¨®n hist¨®rica), sino que sea necesario tambi¨¦n alimentar la desaparici¨®n de la historia. Y es que todo sucede como si continu¨¢ramos fabricando la historia, mientras que, al acumular los signos de lo social, los signos de lo pol¨ªtico, los signos del progreso y del cambio, no hacemos otra cosa que alimentar el fin de la historia.
El socialismo (nuestro socialismo a la francesa) es el m¨¢s perfecto ejemplo de esta gesti¨®n del fin de la historia. Es tambi¨¦n la primera v¨ªctima de esta irrisoria simulaci¨®n. En determinadas sociedades, la costumbre quer¨ªa que se colgara de un ¨¢rbol muerto a los condenados a la ¨²ltima pena (por necesidad simb¨®lica, ese ¨¢rbol muerto era vital de alguna manera, y era preciso alimentar lo muerto con lo muerto). La historia es como ese ¨¢rbol. Difunta, reclama v¨ªctimas para alimentar su desaparici¨®n. De heroica y dram¨¢tica, se ha convertido en sarc¨®faga y necr¨®fila. Y el socialismo es esa extra?a v¨ªctima, ese strange fruit balance¨¢ndose en el ¨¢rbol muerto de la historia, inocente por lo dem¨¢s de todo crimen espec¨ªfico; pero es a ¨¦l a quien, por la quiebra de la propia raz¨®n hist¨®rica, habr¨¢ sido adjudicada esa gesti¨®n del fin de la historia. Por eso es por lo que es tan rico en signos del pasado y en signos del cambio, y tan pobre en acontecimientos. Y es que para el socialismo (tiene esto de com¨²n con los reg¨ªmenes comunistas, en los que la historia se ha detenido definitivamente) el acontecimiento final (la revoluci¨®n) ha basculado del futuro (el ideal revolucionario) al pasado. Ha tenido lugar. Nunca m¨¢s, pues, tendr¨¢ lugar. Nos corresponde a nosotros acomodarnos al tiempo que nos deja, y que, por ese vuelco, est¨¢ como vaciado de su sentido. El fin de este siglo est¨¢ ante nosotros como una playa vac¨ªa.
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