Corf¨²
?Ad¨®nde me trajeron mis hados, los vientos que me llevaron veloces en estos a?os cimeros de mi vida? Aqu¨ª, junto al mar latino, ¨ª digo la verdad: / siento en roca, aceite y vino, / yo, mi antig¨¹edad. Fue nuestro prodigioso Rub¨¦n Dar¨ªo quien, antes que nosotros, descubriera el Mediterr¨¢neo -cantando desde la isla de Mallorca los mismos pinos, olivos y vi?edos, los mismos oleajes y cielos azules de esta bell¨ªsima isla hel¨¦nica en que pronto me encuentro-, abriendo su sangre india para que le entrase a raudales la cultura greco-latina, esa misma que nosotros ahora, poetas de casi todo el mundo, hemos venido aqu¨ª a proclamar como una de las mayores fuentes de nuestra vida y pensamiento.En cuanto a lo que a m¨ª de esto me toca, repito por millon¨¦sima vez que soy del mar de C¨¢diz, ese mar que, despu¨¦s de las Columnas de H¨¦rcules -Gibraltar-, toma el nombre de oc¨¦ano Atl¨¢ntico; que El Puerto de Santa Mar¨ªa fue fundado por Menesteos, nombrad¨ªsimo h¨¦roe de La Il¨ªada, navegante tal vez en la expedici¨®n de los argonautas; que mi infancia est¨¢ Hena de los m¨¢s bellos mitos arribados a aquellos litorales, uni¨¦ndome para siempre al sue?o civilizador de esta misma cultura, que aqu¨ª venimos a reconocer e iluminarnos de ella, bajo aquel mismo sol, aquellos mismos pinos, vi?edos y cipreses mallorquines que cantara Rub¨¦n Dar¨ªo.
Porque estamos en Corf¨², la isla donde Ulises fue recibido y halagado por Nausica, la hija del rey Alcinoo, en su viaje tumultuoso de aventuras hacia Itaca y en la que Gerard Durrell, hermano del autor de El cuarteto de Alejandr¨ªa, atorment¨® y divirti¨® a toda su familia, con toda clase de animales, que amaba, entre los que se hallaban buitres, pel¨ªcanos, ibis y monos, perros, tortugas, acompa?ados de la salamanquesa Jer¨®nimo, la gaviota Alako y toda clase de insectos. Mi familia y otros animales titul¨® Durrell su enloquecido libro.
El VIII Congreso Mundial de Poetas fue organizado bajo el alto patrocinio de la m¨ªnistra de Cultura y Ciencias de la Rep¨²blica Hel¨¦nica, Melina Mercury, nuestra admirada y gran actriz de otros d¨ªas (que no asisti¨®, por cierto, a la solemne sesi¨®n inaugural, como tampoco los grandes poetas griegos Yannis Ritsos y Nikoforos Vrettakos, cuyas alocuciones no fueron le¨ªdas). Abri¨® el acto de inauguraci¨®n del congreso, en una sala del hotel Hilton Corf¨² -famoso porque todos los aviones del vecino aeropuerto de la ciudad pasan d¨ªa y noche su estruendoso estr¨¦pito sobre las cabezas insomnes de los hu¨¦spedes-, el presidente y gran poeta Leopold S¨¦dar Senghor, quien en su discurso avecin¨® el mismo sol que ba?a toda la cultura mediterr¨¢nea a la negritud del Senegal, en donde ¨¦l ocup¨® la pres¨ªdencia varias veces, proponiendo incorporar a la China, madre, como Grecia, de toda la cultura de Oriente. Mimmo Morina, del secretariado internacional, agradeci¨® y expuso el programa de trabajo. Dos espa?oles, poetas los dos, pertenecen al Comit¨¦ Intemacional: Od¨®n Betanzos Palacios, por Estados Unidos y Espa?a, y Justo Jorge Padr¨®n, el joven l¨ªrico de las islas Canarias, cantor de aquellos mares. De tantos poetas que han llegado conozco a muy pocos: de Francia, a Guillevic y Couffon; de Italia, a Luzi y Sanesi; de Portugal, a Andrade; de Espa?a, adem¨¢s de los citados, a Gim¨¦nez Martos, y de Chile, a Humberto D¨ªaz Casanueva. Los dem¨¢s...
Como los gritos iban en aumento, a medida que se aproximaban, que las gentes que no cesaban de llegar se precipitaban deprisa hacia aquellos que no paraban de gritar, volvi¨¦ndose el clamor m¨¢s resonante seg¨²n aumentaba su n¨²mero, Xenofonte crey¨® que suced¨ªa algo inusitado, y saltando sobre su caballo tom¨® con ¨¦l a Lykios y sus caballeros, lanz¨¢ndose a la carrera. Mas he aqu¨ª que de pronto escucharon a los soldados que gritaban: "?El mar, el mar!'. La palabra corr¨ªa de boca en boca. Todos recobraron entonces el aliento...
Uno de los mayores aciertos del congreso fue la presentaci¨®n de la poes¨ªa dedicada al mar, en una limpia edici¨®n titulada en griego Thalatta, es decir, El mar. Los poetas que figuran en ella son de diversas procedencias: europeos, africanos, americanos del Norte, latinoamericanos, asi¨¢ticos, orientales, algunos de ellos presentes aqu¨ª, en Corf¨². Quiero nombrar a los que conozco: Borges, Octavio Paz, Lawrence Ferlinghetti, G¨¹nter Grass, Pierre Seghers, Yourcenar, Ritsos, SenghorUnos poetas con su presencia y otros s¨®lo con sus poemas en las p¨¢ginas de este libro nos sentimos aqu¨ª desembarcados, aqu¨ª -como dice Giancarlo Vigorelli, prologuista de Thalatta-, en el mar de Grecia, donde el archipi¨¦lago m¨¢gico de sus islas es ya una corona misteriosa intacta de palabras, de versos, de ecos, oyendo que en el interior de cada una de las conchas de estas playas los dioses hablan hoy todav¨ªa...
Es verdad que aqu¨ª hablan y cantan las caracolas y cuentan las mil y una historias de aquellos claros dioses para todo, antes del Cristo que los derribara, aunque Palas Atenea, la diosa de los ojos claros y la sabidur¨ªa, salvara esta civilizaci¨®n para la inteligencia, y la flauta campestre de Pan y la lira de Apolo, ante el nacer desnudo de Afrodita del blanco de las ondas, la salvaran para la poes¨ªa.
Pero la poes¨ªa no se halla solamente en las reuniones de trabajo de un congreso. Y menos en Corf¨², isla de una naturaleza estallante, en donde el viento puede hallar infinitos ¨¢rboles para mover y recrearse en su sonido.
Subiendo ¨ªbamos una ma?ana un empinado para¨ªso de olivos, pinos, cipreses, palmeras, almendros, abrazados sus troncos de adelfas, velintonias, oscuros romerales, ofreci¨¦ndose a nuestros pies las plantas m¨¢s aromadas y rastreras, subiendo ¨ªbamos -digo- cuando all¨¢, en una c¨²spide solitaria, un vertiginoso acantilado que se hund¨ªa en el mar, apareci¨®, como surgido de la roca, un hombre peque?ito, para vendemos un cucuruchillo de papel lleno de almendras, que le compramos, conmovidos, por unos cuantos dracmas. Poco despu¨¦s alcanz¨¢bamos la roca de Paleokastritsa, ca¨ªda a pico sobre el mar, cuya costa dibuja seis primorosas bah¨ªas, formando las tres primeras como un perfecto tr¨¦bol florecido de espumas. Por all¨ª, seg¨²n se cree, se encontraba el palacio de Alcinoo. Pero arriba, hoy, fulge el monasterio ortodoxo de Paleokastritsa, rutilante de cal, de trasparentes sombras azuladas, con sus campanas como suspendidas de un firmamento ultramar, tirante y a punto de quebrarse bajo el sol de las doce. Si el nuestro de La R¨¢bida no se hallase al nivel de la tierra, este encalado monasterio, de alto cielo y perfilada arquitectura, patios floridos y repetidas azoteas, tal vez hubiera sido pisado por las plantas del gran almirante Crist¨®bal antes de haber andado sobre la mar oc¨¦ana en busca de aquellas ansiadas Indias de su magna equivocaci¨®n. Pero por este mar bogaron los fenicios, los argonautas de Jas¨®n... Y en la mitad del cielo se me abren aquellas p¨¢ginas traducidas de la Editorial Prometeo, que dirig¨ªa Blasco Ib¨¢?ez, y se me agolpan en tropel los h¨¦roes de La Il¨ªada, las aventuras de Odiseo, con los Idilios, de Te¨®crito -?Ac¨ªs y Polifemo y Galatea!- y Ant¨ªgona y Orestes, acompa?ados con los ecos pastoriles de las flautas de Dafnis y Cloe... Y en medio de esta clara ma?ana se me viene a, los ojos la imagen de un poeta griego, Seferis, que me present¨® en medio de una calle de Roma un viejo y querido amigo, al que no ve¨ªa desde hac¨ªa mucho tiempo, Gustavo Dur¨¢n, sobre el que cayeron despu¨¦s toda clase de sospechas y acusaciones, que yo no quiero ahora saber, pues mi amistad de otros a?os no est¨¢ contaminada de cosas que echan nubes y telones de sombra sobre ¨¦l. Gustavo aixiaba Grecia, tanto, que cuando muri¨® en estas tierras, ba?adas de gloria, pidi¨® ser enterrado bajo los olivos m¨ªlenarios de Creta. Y all¨ª est¨¢ todav¨ªa. Es verdad que su belleza apol¨ªnea lo llev¨® a ser modelo del Poema del Atl¨¢ntico, que un pintor, un gran pintor canario del novecientos, N¨¦stor Mart¨ªnez de la Torre, ya muerto, dej¨® sobre los muros del Museo de Las Palmas, junto tambi¨¦n a su Poema de la tierra. Gustavo era m¨²sico, muy buen compositor y pianista. Mi Marinero en tierra, junto a canciones musicadas por Ernesto y Rodolfo Halffter, incluye una suya titulada Salinero. Durante la guerra civil espa?ola se convirti¨® en un valiente soldado, un organizador ejemplar, alcanzando el grado de coronel del Ej¨¦rcito republicano. Era quiz¨¢ el jefe m¨¢s odiado por todos los franquistas. Cuando la traici¨®n del coronel Casado en Madrid, pudo salvarse -¨¦l se encontraba entonces en el frente de Levante- en un barco ingl¨¦s que lo llev¨® a Inglaterra. Creo que en Londres, en casa de una familia arist¨®crata que le dio asilo, conoci¨® a una bella muchacha, llamada Bont¨¦, sobrina de un diplom¨¢tico norteamericano, con la que se cas¨® y tuvo dos lind¨ªsimas h¨ªjas. Ya en Estados Unidos, fue perseguido por el macartismo. Estuvo luego en Cuba, en Chile y Argentina... Le perd¨ª la pista. Estuve largo tiempo sin saber d¨®nde se encontraba. De lo que m¨¢s tarde se dijo de ¨¦l yo no s¨¦ nada comprobable y prefiero no saberlo... S¨®lo puedo decir que un d¨ªa, en Roma, se me present¨® una hija suya para que le contase las muchas cosas que, seg¨²n ella, yo sab¨ªa de su padre. Le cont¨¦ s¨®lo lo que realmente conoc¨ªa, de antes de la guerra, de la guerra y de un poco despu¨¦s. La hija se llamaba Luz. Todo lo anot¨® detalladamente en un cuademo. Quer¨ªa mucho y admiraba a su padre, que hab¨ªa muerto en Grecia, que amaba, tanto, que pidi¨® ser enterrado bajo los olivos de Creta. Triste, bella, dram¨¢tica y extra?a la vida de Gustavo Dur¨¢n. Uno de los personajes de L'Espoir, la novela de Andr¨¦ Malraux sobre la guerra espa?ola, es ¨¦l, de quien se podr¨ªan contar muchos m¨¢s episodios novel¨ªsticos. Su madre se encontraba loca en el manicomio de Ciempozuelos. Cuando al coronel Dur¨¢n, durante la defensa de Madrid, le toc¨® tomar aquel lugar, el manicomio estaba ya vac¨ªo. Todos los locos se hab¨ªan escapado, cruzando la l¨ªnea de fuego, al frente uno que portaba una gran bandera mon¨¢rquica. Y su padre, un hombre muy apuesto y gentil, al saber que se hab¨ªa perdido la guerra, temiendo por la suerte de su hijo Gustavo, se meti¨® en el ba?o y se cort¨® las venas. Ahora, repito, Gustavo Dur¨¢n, el que puso m¨²sica a una canci¨®n de mi Marinero en tierra, sigue enterrado bajo los olivos milenarios de Creta. Y yo, en Corf¨², no muy lejos, me he acordado de ¨¦l en medio de este encuentro de poetas de todo el mundo.
El viernes 4 de octubre hab¨ªa acabado ya el congreso. Eran las cinco de la madrugada cuando un avi¨®n cargado de malhumorados y maldormidos poetas levantaba el vuelo en Corf¨² hacia un velado amanecer del sol sobre las asombradas columnas de la Acr¨®polis. Un autob¨²s para los congresistas esperaba a la salida del aeropuerto, al mando de una profesora tur¨ªstica que iba poniendo nombres a cuantos edificios, antiguos o modemos, iban apareciendo al paso de los, motorizados congresistas. Se present¨ªa que ¨ªbamos hacia la Acr¨®polis, con nuestras maletas todav¨ªa sin descargar. Antes de comenzar la cabruna ascensi¨®n, la profesora nos reuni¨® a todos en una peque?a explanada, d¨¢ndonos una larga y elemental explicaci¨®n sobre las ruinas y despojos que ¨ªbamos a visitar. El sol ya hab¨ªa del todo remontado, y las columnas decapitadas y los frontones mordidos del Parten¨®n, los p¨®rticos rotos, las piedras derribadas, el grito de los dioses, entre el patear invisible de los caballos, el llanto de la procesi¨®n interrumpida de las can¨¦foras, todo bajo un m¨¢s alto sol que ya cegaba, me trajo al coraz¨®n aquellos versos iniciales de nuestra famosa eleg¨ªa sevillana: ?stos, Fabio, ay dolor, que ves ahora, / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo... La ascensi¨®n a lo m¨¢s subido de la Acr¨®polis se hac¨ªa lenta y pesada. Hubiera sido mejor llegar, al fin, al British Museum, al Louvre, a tantas conocida s cuevas de ladrones y con todo lo inmenso despose¨ªdo, recuperado, ir recomponiendo esta maravilla, obra del poderoso y divino genio hel¨¦nico, perteneciente hoy a toda la humanidad.
Por la noche hubo una conferencia de prensa, a la que s¨®lo respondi¨® Senghor, al lado, -ahora s¨ª- de la fuerte y a¨²n bella ministra de Cultura y Ciencias de la Rep¨²blica Hel¨¦nica, Melina Mercury. Se habl¨® de unas vagas conclusiones del congreso, que esperamos ver publ¨ªcadas, y se decidi¨® que el del pr¨®ximo a?o se celebrara en Florencia.
En 1934, regresando, en un barco de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, visit¨¦ por primera vez la Acr¨®polis, que pude ver con m¨¢s emoci¨®n y claridad, pues los edificios no se hallaban embalados con andamios, como ahora. Despu¨¦s de una breve estancia en Par¨ªs, termin¨® mi viaje haciendo un recorrido por Norteam¨¦rica, M¨¦xico, Panam¨¢, Cuba y algunas otras islas del Caribe, dando comienzo entonces a un extenso poema ant¨²mperial¨ªsta, el primero que se escribi¨® en lengua castellana: 13 bandas y 48 estrellas.
Copyright Rafael Alberti.
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