Inseguro est¨¢ el ciudadano
-?Pap¨¢, quiero sentarme delante! -Est¨¢te quieto, ni?o, que no se puede._?Por qu¨¦ no se puede?
-Porque este se?or no te deja.
-No es un se?or, es un taxista. Voy a matarle con mi Parabellum. ?Pum, pum, est¨¢s muerto!
-Est¨¢te quieto. Qu¨¦ asco de ni?o.
-?Quiero ir delante!
-?Le importa a usted que el ni?o se siente delante?
-A m¨ª no, pero es que llevo el asiento ocupado.
El taxista muestra con gesto impaciente y educado un voluminoso abrigo negro en el asiento de su derecha. Mientras tanto, el ni?o da saltos y patadas en la parte trasera; cuando el ch¨®fer se vuelve un poco para preguntar el destino de la carrera, est¨¢ a punto de sacarle un ojo con el ca?¨®n de su pistola autom¨¢tica de tama?o natural.
-?Que te est¨¦s quieto, animal! Vas a hacer da?o a este se?or.
-Querr¨¢s decir a este taxista...
-Perd¨®nele usted, es lo que ven en la dichosa televisi¨®n.
-No, si a m¨ª no me molesta.
-?Muere, perro! ?Pum, pum!
-No ven m¨¢s que atracos, violaciones, palizas... Los cr¨ªos terminan convencidos de que en la vida todo se consigue a base de hacer burradas.
- Lo cual es bastante cierto, ?no cree usted?
_Yo lo que creo es que deber¨ªa haber m¨¢s programas educativos.
-?De qu¨¦ tipo?
-?Yo qu¨¦ s¨¦! Como La clave, pero para ni?os.
-Si es para ni?os podr¨ªa llamarse El clavec¨ªn.
-Mientras siga Calvi?o, no hay nada que hacer.
_ ?Y a m¨ª que me cae estupendamente ese hombre! Yo le nombrar¨ªa ministro del Interior, ya ve usted.
-?Pum! ?Que te mueras, taxista!
-?Quieto, Rambo! Desde luego hay que ver lo que tienen ustedes que aguantar al cabo del d¨ªa.
-Por lo que yo s¨¦, peor es lo de los mineros de Asturias.
-?Y c¨®mo est¨¢ Madrid! Si es que ya no se puede salir a la calle... Mire, ah¨ª, en esa esquina, ?lo ve usted? ?Un travest¨ª! Y luego vendr¨¢ Tierno a decimos que es menester ser l¨²dicos.
-Pap¨¢, ?qu¨¦ es un travest¨ª?
-?Un t¨ªo mierda, hijo mio!
-Ah, bueno, ya entiendo. Entonces le mato: ipum, pum!
-Imagine usted que se le sube en el taxi una tiorra de ¨¦sas...
-Pues le llevo a donde me pida y en paz.
-?Menudo rato para usted!
-No crea, yo s¨®lo le temo a las parturientas. Aqu¨ª donde ve este skay, ya me han roto aguas dos.
-Pero no me negar¨¢ usted que la calle est¨¢ imposible.
-Imposible, no. Un poquito inveros¨ªmil, nada m¨¢s, pero a m¨ª eso me resulta m¨¢s bien simp¨¢tico.
-Y si le asaltan a usted, supongo que tambi¨¦n lo considerar¨¢ algo muy simp¨¢tico...
-?Manos arriba! ?Esto es un asalto! ?Todo el mundo al suelo!
-Pues no, se?or. Seguramente me sentar¨¢ fatal.
-?No le ha pasado nunca todav¨ªa?
-Nunca.
-Pues no sabe usted la suerte que tiene.
-Esa suerte se la debo a mi mujer, que es un ¨¢ngel. Su cari?o es el mejor amuleto contra todos los malos incidentes.
-Me conmueve usted. Pero yo no me fiar¨ªa. A todo el mundo que conozco le han asaltado ya dos o tres veces.
-?Bang, bang! ?Aqu¨ª llega Mike Hammer!
-?Sabe usted qui¨¦nes son los culpables de todos esos atracos?
-Usted dir¨¢.
-?Pues los jueces, se?or m¨ªo!
-No me ir¨¢ usted a decir que los jueces, por la noche, hacen horas extraordinarias con la navaja...
-Eso no, s¨®lo faltar¨ªa. Pero el ministro Ledesma les ha dicho que suelten a todos los delincuentes nada m¨¢s se los ponga delante la polic¨ªa. As¨ª nos luce el pelo.
-Y si sueltan a los delincuentes nada m¨¢s cogerlos, ?por qu¨¦ cree usted que hay tanto hacinamiento en las c¨¢rceles? Porque tengo entendido que est¨¢n m¨¢s llenas que nunca.
-Pap¨¢, ?qu¨¦ es hacinamiento?
-Si no te callas ni un momento, no entiendo lo que me dice este se?or. Yo lo ¨²nico que puedo decirle a usted es que la polic¨ªa no da abasto.
-Y eso, fijese qu¨¦ cosa, que tocamos a m¨¢s polic¨ªas por habitante o a menos habitantes por polic¨ªa, como usted quiera, que cualquier otro pa¨ªs de Europa occidental.
-Es que aqu¨ª somos de lo que no hay. Por eso se necesita mano dura. Lo que yo digo: al chorizo a quien cojan robando un bolso de un coche, ?tiro en la nuca!
-?As¨ª me gusta, papi! ?Bang, bang!
-No todos los chorizos son tan malos, hombre.
-?C¨®mo que no? ?Pues vaya taxista m¨¢s raro que me est¨¢ saliendo usted!
-Es que no ser¨¢ un taxista, papi. Debe ser un se?or, como tu dec¨ªas.
-No me marees, hijo. De modo que a usted le gustan los chorizos y cree que hay que darles una beca por lo menos...
-Supongo que entre una beca y un tiro en la nuca debe haber algo. Un empleo, o algo as¨ª. Pero es que adem¨¢s algunos son hasta ¨²tiles. ?No ha le¨ªdo usted en el peri¨®dico que uno de ellos ayud¨® a la Polic¨ªa Municipal para sacar a un ni?o de meses que se hab¨ªa quedado encerrado en un coche?
-Yo s¨®lo leo el Abc.
-Pues entonces no me diga usted m¨¢s. Por cierto, que la historia de ese rescate me recuerda un cuento que le¨ª hace mucho. Creo que era de Edgar Wallace. Quiz¨¢ lo conozca usted.
-No, se?or, ni falta que me hace. ?De modo que es usted tambi¨¦n literato?
-Lector, nada m¨¢s. Aunque en el taxi aprende uno tanto que si yo supiera escribir... El cuento que le digo era precioso.
-?A m¨ª no me gustan los cuentos! ?Yo soy un lagarto de V! ?Mu¨¦rete!
-Se trata en realidad no de un chorizo cualquiera, sino nada menos que del rey de los ladrones. No hay caja fuerte, por sofisticada que sea, que pueda resist¨ªrsele. Abrir cajas fuertes invulnerables no es s¨®lo un negocio para ¨¦l, sino sobre todo un deporte, como la caza mayor. El inspector de Scotland Yard que le persigue prepara una emboscada. Uno de los m¨¢s ricos magnates del pa¨ªs va a exhibir la colecci¨®n de esmeraldas que acaba d adquirir y con tal motivo da una gran fiesta en su residencia. Este magnate es c¨¦lebre por poseer una c¨¢mara acorazada dotada de todos los mecanismos de seguridad. S¨®lo puede ser abierta cada 24 horas y mediante complicadas combinaciones. El inspector de Scotland Yard est¨¢ convencido de que el rey asistir¨¢ a la fiesta para intentar robar las esmeraldas y decide no perderse la trascendental velada. Resulta una recepci¨®n sumamente distinguida y la concurrencia no puede ser m¨¢s selecta. En el momento m¨¢s solemne, el magnate conduce a sus invitados hasta la b¨®veda, abre la enorme puerta de metal y comprueba, con doloroso pasmo, que las joyas han desaparecido. Consternaci¨®n general. El inspector da orden de registrar a los invitados, pero est¨¢ seguro de que no va a encontrar nada. El rey ha vuelto a ganar. En la confusi¨®n del momento, uno de los hijos menores del magnate, jugando, se introduce en la c¨¢mara acorazada. La puerta se cierra accidentalmente ante la impotencia aterrada del padre: nadie podr¨¢ abrir la puerta hasta 24 horas m¨¢s tarde y en la c¨¢mara no hay aire m¨¢s que para una hora. El ni?o parece condenado, pues en ese breve plazo no hay forma humana de forzar la puerta inexpugnable. Entonces, un elegante caballero, vestido de rigurosa etiqueta, se aproxima a la plancha met¨¢lica, tantea la combinaci¨®n, pega su o¨ªdo al bronce, mueve con delicada destreza sus largos dedos finos. Diez minutos m¨¢s tarde, la c¨¢mara est¨¢ abierta y el ni?o se re¨²ne con sus padres. El caballero se acerca con discreta sonrisa al inspector de Scotland Yard y le dice: "Estoy a su disposici¨®n". El inspector responde: "No s¨¦ lo que quiere usted decirme, pero deber¨¢ esperar un poco. Durante el pr¨®ximo cuarto de hora, voy a fumarme una pipa en la terraza". Cuando, acabada su pipa de la paz, el inspector vuelve a la sala, las esmeraldas sustra¨ªdas relucen entre las uvas del frutero y el distinguido caballero ha desaparecido.
-?Sabe lo que le digo? Que por ah¨ª no se va a ninguna parte. Bajo la Thatcher ese inspector de Scotland Yard no hubiera durado en su puesto ni un d¨ªa m¨¢s.
El taxi transcurre ahora por descampados en las afueras de la capital. El perezoso crep¨²sculo ha concluido y ya se franquea la noche.
-Debe ser por aqu¨ª, ?verdad? Usted me dir¨¢ d¨®nde tengo que parar.
-Pues aqu¨ª mismo. A ver, ni?o, p¨¢same la pistola. ?Anda, pero si resulta que es de verdad! Entonces habr¨¢ que aprovecharla. Para de una vez, taxista: esto es un atraco. Se te acab¨® la buena suerte.
-?Otro al bote, papi! ?Bang, bang!
El taxista va frenando lentamente, sin intentar volverse ni mostrar inquietud alguna. A su lado, el viejo abrigo negro rebulle y se hincha como una flor de espanto. Surge un rostro de los que no pueden faltar en ninguna buena pesadilla, ajado y furioso como la soledad forzosa, la boca de enormes dientes aguzados abierta en un aullido silencioso, los Ojos rojizos mineraliz¨¢ndolo todo con su amenaza. Como cabellos desbaratados se arremolinan en torno suyo serpientes p¨¢lidas. El taxista hace cort¨¦smente las presentaciones:
-Aqu¨ª, mi se?ora. Ah¨ª, la inseguridad ciudadana.
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