Moda 'cutrefacta'
El otro d¨ªa se inauguraba una exposici¨®n fotogr¨¢fica posmoderna, obra de una joven promesa, millonaria y cosmopolita, bajo el apasionante lema de Madrid me epata. La encopetada madre de la feliz autora, apostada estrat¨¦gicamente en la entrada de la galer¨ªa de arte, colocaba a los reci¨¦n llegados un whisky y un speach, en plan mam¨¢ de folcl¨®rica, sobre "lo que vale mi ni?a". En esto se produjo un peque?o suceso que, una vez transmitido de boca en boca, como el SIDA, hizo las delicias de la concurrencia, m¨¢s que variopinta monopinta, pues dominaba ampliamente el torpe ali?o indumentario coordinado como al desgaire, al gusto de hoy. La mam¨¢ de la artista hab¨ªa invitado a pasar a un visitante mal trajeado e intentado endosarle su rollo y su dorada medicina de hombre blanco, a la vez que estrechar la mano que el zarrapastroso le tend¨ªa. ?ste, muy digno, la hab¨ªa disuadido de su triple intento:-Se?ora, si yo soy un pobre de verdad y vengo a pedir limosna... Adem¨¢s, no bebo.
-Chica -explicaba, entre sofocada y muerta de risa, la dama a su hija-, yo lo tom¨¦ por amigo tuyo. Como van vestidos tan raro y en plan pobret¨®n.
En efecto, si se da uno hoy una vuelta por la llamada movida madrile?a en fiebre pa-l¨²dica de viernes noche (el s¨¢bado es hortera) se puede observar, entre otras cosas, un denominador bastante com¨²n entre el personal que abarrota los pubs de moda: un modo de vestir como astroso, pero menos. Es la moda lazarienta y miserabilista, cutrefacta; o sea, cutre de hechura, textura, costura y compostura, aunque no forzosamente de factura. Esta moda va por barrios. En el intelectual y epic¨¦nico tri¨¢ngulo del caf¨¦ Gij¨®n, calle de Barbieri y Bocaccio, el discreto encanto de la progres¨ªa vestida a la moda pobre, en tonos del negro brechtiano al proustiano rosicler, se mezcla con los ef¨¦bicos Jacintos a la espera de su T¨¢miris, flores de asfalto que lucen la arruga es bella, ese retrato de Dorian Gay liberado, donde se mira el gusto posmoderno.
En el propiamente posmoderno Lavapi¨¦s domina el estilo jovencito punkenstein, mitad punk, mitad monstruo de Frankenstein, con cresta escupida a navaja, traje oscuro con corte como de mangas, pantal¨®n holgado y chaqueta con hombros de tit¨¢n. Junto a este prototipo tambi¨¦n se da el del poeta en ciernes neot¨ªsico embutido en su trajecillo negro acharlotado, con los hombros encogidos cual cuervo alicorto a punto de alzar vuelo mental.
En la poshortera calle de Huertas abundan los clientes de grandes almacenes que sue?an con viajar con Crediviaje a Haway-Bombay o ir juntos hasta Italia para comprar un jersey a rayas, pero se conforman con equiparse para el invierno con Credimoda. En el pospasota Malasa?a pululan los Pamplinas, serios Buster Keaton con tirantes, pantal¨®n a medio pecho y pernera generosa y corta, con calcetines blancos vistos sobre zapatones de payaso.
Y un poco aqu¨ª y all¨¢ van y vienen jovenzuelos de pelo kaiser, camisa oscura, pantal¨®n paramilitar abombachado y cazadora de cuero viejo a la Gestapo, estilo entre terror y miserias del III-
Reich y monta?as nevadas, banderas al viento.
Tambi¨¦n hay alg¨²n pobre de verdad, como el de la an¨¦cdota, aunque las copas son caras, pero para reconocerlo entre tanta competencia y distinguirlo de los Harun as Rashid, pr¨ªncipes mendigos y Ulises disfrazados hay que acercarse close up y no hallarle en sus harapos la etiqueta de la boutique.
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La moda est¨¢ de moda. Nunca corno hoy seguir los dictados de la moda en el vestir interes¨® tanto a tantas y sobre todo a tantos. Porque una de las caracter¨ªsticas m¨¢s marcadas del fen¨®meno es la reciente incorporaci¨®n masiva del hombre al ciclo producci¨®nconsumo de la moda, esa dictadura del gusto impuesta mediante mecanismos de absolescencia psicol¨®gica planificada al servicio de la econom¨ªa del despilfarro.
La moda, ese cambiarse constantemente de todo lo accesorio sin que nada de lo fundamental cambie, dentro de la dial¨¦ctica barthesiana conformismo / cambio, se ha convertido en uno de los m¨¢s poderosos aparatos de control de las expectativas de cambio colectivo, para desviarlas hacia la v¨ªa pol¨ªticamente muerta del hedonismo individual. Es m¨¢s f¨¢cil cambiar de ropa que de vida, como se lamentaba Pessoa, y cambiar de modelito vestimental que de modelo social. Imperio del yo ahora frente al nosotros antes y despu¨¦s, el reino de la moda se asienta psicol¨®gicamente en un espaciotiempo soberano; constituye una utop¨ªa ucr¨®nica al margen del tiempo hist¨®rico y del espacio social, sin m¨¢s pasado ni futuro que la Temporada ni m¨¢s all¨¢ que el escaparate de la boutique, en un mundo de no ha lugar ni tiempo para pensar en este tiempo y lugar del mundo. Integraci¨®n inmoral baudrillardiana de lo bello y lo feo, en una general ceremonia de la confecci¨®n, la moda reviste nuestra piel de una moral pr¨¦t-b-porter de quita y pon, por encima del bien y del mal.
Artesan¨ªa elevada a rango de arte industrializado de nuestro tiempo, la moda viene tambi¨¦n a llenar el vac¨ªo dejado por la crisis de creatividad en las artes mayores. El dise?o de moda se cuelga en las galer¨ªas de arte, los creadores de modas dirigen cursillos universitarios de verano y los humildes estudios de corte y confecci¨®n para amas de casa presas del dilema de coser o no ser van a dar paso pronto en Madrid a una anunciada facultad de la moda. Calmante desvitaminado de la neuralgia est¨¦tica, permite resolver baudelairianamente el eterno problema art¨ªstico de la combinaci¨®n del valor de uso l¨²dicro con el valor de cambio, aunque sea de apariencia. Y as¨ª como, seg¨²n la hegeliana f¨®rmula, un templo pide un dios que lo habite, una escultura lo ofrece a nuestra vista y un cuadro lo idealiza erom¨¢ticamente, el hombre a la moda, summa artis de bolsillo, ambulante imago mundi, se exhibe ante nosotros como un ideal Apolo en su policromo templo-caracol de bel-vedere. El hombre a la moda es la estatua pedestre egolatrada de s¨ª mismo.
Guardar la ropa
Una estatua a veces muy pedestre, como ocurre con la llamada moda pobre. ?sta, al contrario que la moda en general, popularizac¨ª¨®n orteguiana de modelos aristocr¨¢ticos, se basa m¨¢s bien en la aristocratizaci¨®n de modelos populares hoy en boga. El claro regusto mendicante queostenta refleja, sublim¨¢ndola, como arte al fin y al cabo de su tiempo, la realidad circundante donde el parado y el mendigo proliferan. Ya Ortega advert¨ªa que "el ¨²nico indumento popular ,que es de verdad eterno es el harapo" y que "el mendigo es la forma m¨¢s. pura de conservarse Ad¨¢n, por eso se dice del harapiento que va hecho un Ad¨¢n". Los harapos mugrientos cubren forzosamente los cuerpos de los ¨¢ngeles ca¨ªdos swedenborgianos. El hombre a la moda cutre se convierte inconscientemente en redentor, por la v¨ªa de la asunci¨®n formal de la miseria ajena, de los Adanes ca¨ªdos, tambi¨¦n de hombros. Muchos progres desencantados, asconautas del ideal, de vuelta de su expedici¨®n colectiva fracasada, para desahogarse "dejando atr¨¢s grandes naufragios" byronianos, aprendieron a nadar y guardar la ropa pobre, signo externo de sus antiguos anhelos de liberaci¨®n de los parias de la Tierra. Se travistieron ellos mismos en el pobre (nuestros mendigos son los cuerpos, dir¨ªa Hamiet) que hab¨ªa que sentar a la mesa del rico (y en el rico tamb¨ª¨¦n, a ser posible), trocada. la antigua etiqueta pol¨ªtica por la del modista. Como escrib¨ªa en esta misma p¨¢gina Francesc Alberoni, "el eje cultural de las nuevas minor¨ªas selectas ha pasado del predominio ¨¦tico / pol¨ªtico a la est¨¦tica l¨²dicra" que satisface la moda.
Narcisos enamorados de la moda juvenil y s¨®lo atentos a su propio eco; Adonis entregados al culto de Afrodita en la antesala del Olimpia; Gan¨ªmedes coperos de s¨ª mismos en busca de la eterna juventud; rubendarianos H¨¦rcules esclavos de la moda-Onfalia, envueltos en sus sofisticados andrajos, los progres de ayer se aferran hoy a la moda pobre como el hombre decadente de Cior¨¢n a las palabras, para proteger de la intemperie su sino de hombres mudos y desnudos de ideal.
-Qu¨¦ risa -comentaba un invitado tras la an¨¦dcota del pedig¨¹e?o en el vernissage posmoderno- Sab¨¦is, a Javier le dieron el domingo cinco duros a la puerta de Mallorca.
-Es que tiene un estilazo... Si va que parece un pobre de sem¨¢foro de toda la vida.
Algo huele a podrido en el reino de la moda. Parafraseando a Nietzsche cuando frunc¨ªa las pituitarias ante la decadencia y mediocridad de su tiempo, podr¨ªamos decir que "se olfatea la cutrefacci¨®n
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