Los espa?oles, el Premio Nobel y la crotalog¨ªa
Entre los espa?oles ha habido siempre casi tantos ingenuos como envidiosos y llevamos a nuestras espaldas una historia rica en picaresca y presunci¨®n. Una ingenuidad impregnada de picard¨ªa est¨¢ en la frecuente ligereza con que los in formadores de Prensa, radio y tele visi¨®n atribuyen m¨¦ritos para el Nobel a investigadores m¨¦dicos hispanos que destacan. Basta con que alguno haya publicado trabajos de investigaci¨®n buenos -lo que tiene de por s¨ª enorme significaci¨®n aqu¨ª, donde interesa poco trabajar bien-, aunque la idea y la t¨¦cnica procedan de maestros extranjeros, para que se afirme que est¨¢ a las puertas del Nobel, que tiene madera de Nobel, que se ha pedido para ¨¦l tal premio o que si no lo recibi¨® ya se debe -rid¨ªculo patrioterismo que prosper¨®, hace alrededor de 30 a?os- al antiespa?olismo de los adjudicadores. Pero se da la circunstancia de que, cuando los que informan hacen esas Calificaciones -no siempre exagera das-, los aludidos no suelen reaccionar desautorizando tan desmesurados elogios ni advierten p¨²blicamente que tal premio es cosa muy seria que no reza con ellos, sino que dicen haber o¨ªdo repicar campanas o lanzan ir¨®nicas y con miserativas sonrisas de disculpa para quienes les olvidaron. Los premios Nobel se otorgan siempre a valores personales indiscutibles. En cualquier momento de la historia puede y suele haber en el mundo bastantes investigadores con muy parecidos merecimientos y por esa raz¨®n ha sido repartido tantas, veces entre varios. Pero la elecci¨®n se hace sobre fundamentos reales y despu¨¦s de atravesar muchos tamices y de sopesar m¨²ltiples matices, ya que la instituci¨®n Nobel parece asegurarse de que los trabajos premiados abren nuevas vias a la ciencia, pues el premio debe actuar como incentivo para el futuro.
Aqu¨¦llos que en su conciencia saben que con su bagaje no alcanzan la categor¨ªa del enjuiciamiento Nobel -y tendria que ser muy tonto el que ensu conciencia no lo supiera- creo que har¨ªan bien en eludir la vanagloria -es t¨¦rmino muy preciso para el caso- para acallar con elegancia a cuantos grotescamente les ensalzan. Recienteinente he le¨ªdo la inaudita explicaci¨®n de que fulano formaba parte de un jurado espa?ol porque era. un premio Nobel in l¨ªmine o porque m¨¢s de una vez hab¨ªa sido propuesto para ello en Estodolmo, lo que era totalmente falso. Contemplar ese malabarismo de bombo period¨ªstico cursi y descarado causa bochorno o provoca la carcajada ir¨®nica a quienes enjuician con seriedad los hechos, cu¨¢ndo no revuelve las tripas de aquellos colegas que tienen nociones sobre el asunto.
El 'pavorrealismo'
?Por qu¨¦ esa cantilena de hipertrofiar tan inexact¨¢mente el baremo de los valores? Muchas veces he intentado comprender el caso y me he rendido a una penosa conclusi¨®n: que con esas sobrevaloraciones se infla el globo de nuestras so?adas posibilidades, se dora la p¨ªldora a los fatuos al favorecer su pavorrealismo y se conceden m¨¢rgenes de cr¨¦dito para que los interesados no pierdan una sinecura o les sea m¨¢s f¨¢cil obtener una subvenci¨®n financiera para su serio trabajo. Por otra parte, con ello los informadores se ganan amigos y gratitud. Me han contado, y me consta que es cierto, de un entrevistador que, a las pocas horas de terminado un di¨¢¨ªogo radiado o televisado, dec¨ªa, con sorna, en su c¨ªrculo familiar: "?Hab¨¦is visto c¨®mo rebosaba satisfacci¨®n el bolonio?".
Triste asunto, porque la mayor¨ªa de los investigadores de verdadera alta'categor¨ªa, son, humildes, y sin humildad es dif¨ªcil mantener la honestidad. En.estas mismas calendas tenemos magn¨ªficos compatriotas rebeldes al exhibic¨ªonismo, cuyos trabajos sobre patolog¨ªa molecular, bioqu¨ªmica, neurolog¨ªa, gen¨¦tica y otras materias pueden llegar a ser premiados en un proximo futuro, unos trabajando en Espa?a y otros fuera de ella; e incluso se comenta de un investigador ya premiado, Ochoa, que los trabajos por ¨¦l realizados ¨²ltimamente tienen categor¨ªa como para serlo por segunda vez. Pero ocurre que los, aut¨¦nticos merecimientos tampoco coinciden entre nosotros con las personas de quienes los informadores relatan triunfos superferol¨ªticos.
La gente tiene la idea, no descabellada, de que quien recibe un Nobel es un sujeto casi sobrenatural. El premio, en efecto, tratisforma al. que lo recibe en un personaje de excepci¨®n. Sin embargo, conviene hacer una distinci¨®n, entre el elegido que desde antes y de suyo era ya un'hombre de peso espec¨ªfico excepcional y el que asciende a la exceppionalidad p¨²blica por recibir tal premio. Ambas categor¨ªas han coincidido en muchas ocasiones, mas no en todas. La conocida novela de lrwing Wallace puso de relieve un caso, ap¨®crifo o verdadero, de no coincidencia, por la discutible personalidad humana del beneficiario.
El car¨¢cter de hombre de excepci¨®n lo otorga el conjunto de cualidades humanas, intelectuales y sociales que, sum¨¢ndose a las cient¨ªficas, adornan la personalidad. Esa transformaci¨®n de persona en personaje hace que, con relativa frecuencia, algunos premiados pasen a ser v¨ªctimas de los aduladores de turno, en todos los pa¨ªses .del mundo, como si el Nobel rompiera sus anteriores perfiles sensatos. Si se hiciese un balance entre todos los hombres de ciencia galardonados con el Nobel, se advertir¨ªa que es menor el n¨²mero de los que antes de ser premiados dieron en sus vidas pautas de ejemplaridad en esos tres aspectos.
Ochoa y Cajal
Los espa?oles tenemos ya suficientes Nobel para,la escasa aportaci¨®n que el Estado concedi¨® siempre a la investigaci¨®n cient¨ªfica. El primero en el tiempo lo logr¨® con escasa colaboraci¨®n estatal, por su propio y, enorme impulso; el segundo hizo su principal labor fuera de Espa?a, pero con un esp¨ªritu innato de investigador. Ram¨®n y Cajal es uno de los m¨¢s completos ejemplares de hombres de excepci¨®n; nuestro otro gran abanderado, Ochoa, no cesa de proclamar, con la admiraci¨®n que corresponde a su hidalgu¨ªa, que la casi inveros¨ªmil magnitud de los trabajos cient¨ªficos de Cajal se acompa?¨® de obras formidables de pensamiento y de pautas extra ordinarias en la conducta. Ochoa insiste reiteradamente en decir de Cajall que es su maestro. Y Mara?¨®n, en carta privada, escribi¨® un d¨ªa: "Ochoa es hijo de Cajal, como el Dante es hijo de Virgilio".
Muchos de los libros, de Cajal, los no conectados con las investigaciones de laboratorio, constituyen monumentos de refulgencia inigualable. Pues bien, de verdadero sabio fueron asimismo su modestia, su prudencia, su sencillez y su austeridad vital. Ni siquiera con la medalla Nobel. en su poder se prest¨® al rel umbr¨®n ni admiti¨® la festejaci¨®n de los cobistas.
Se ha dicho que, si los investigadores espa?oles leyeran las publicaciones no cient¨ªficas de Cajal -las cient¨ªficas, l¨®gicamente, son para los neurohist¨®logos-, otro gallo cantar¨ªa en el panorama de la ciencia hispana. No obstante, aunque todos afirmen haberlas le¨ªdo y aconsejen su lectura, s¨®lo algunos lo han hecho de verdad y con receptividad para la emulaci¨®n. Pero hay que reconocer dolorosamente que para los que hayan intentado leerlas en estos tiempos puedan resultar estil¨ªsticamente pasadas de moda. "Seamos sinceros", me dec¨ªa hace pocos a?os, con valiente sinceridad, un magn¨ªfico investigador; "hoy resulta pl¨²mbeo leer las Reglas y consejos y los Recuerdos. Prefiero trabajar a mi estilo y a mi ritmo y a mis horas".
Otros muchos premios Nobel, de medicina y de otras ciencias, irradiaron tambi¨¦n autoridad magistral y sus biografias interesan tanto al mundo cient¨ªfico como al social: Alexis Carrel, Schweizer, Einstein, Sclir¨®dinger, etc¨¦tera. Pero tales antorchas, por desgracia para el mundo, no proliferan. Un libro del primero, L`homme cet inconnu, termina diciendo: "... la restauration de L'homme dans I'harmonie de ses activit¨¦s physiologiques et mentales changer¨¢ l'univers". Carrel,clamaba -como por entonces lo hiciera t¨¢mbi¨¦n Lecompte de Nouy- por la instauraci¨®n de una nueva filosof¨ªa que mejorase las perspectivas futuras de la humanidad y diera pautas ¨¦ticas para los quehaceres del hipertecnificado hombre de. ciencia, que en su tiempo todavia no hab¨ªa alcanzado la extremosidad actual. Deseaba quitar el disfraz, para ¨¦l demoniaco, con que la t¨¦cnica empezaba a enmascarar a las ciencias hurhanas y ped¨ªa una filosofia y una ¨¦tica que discurrieran al mismo comp¨¢s de la ciencia.
Recientemente top¨¦ en mi biblioteca con un viejo librito humor¨ªstic¨® e ir¨®nico, Crotalolog¨ªa o ciencia de las casta?uelas, publicado como volumen XXIV (1892) de una colecci¨®n de monografias cuyo pomposo encabezamiento era nada menos. que ¨¦ste: La verdadera ciencia espa?ola. Su autor, Francisco Agust¨ªn Florencio, en su texto, aut¨¦nticamente divertido para entonces y para hoy, sosten¨ªa en l¨ªneas generales que el arte de tocar bien las casta?uelas ten¨ªa las caracter¨ªsticas de una ciencia -geometr¨ªa, adem¨¢s- muy espa?ola, aunque sus or¨ªgenes fueran lejanos en el tiempo, y en el espacio. Gracias a su amena lectura me he convencido de que para una buena mayor¨ªa de los, hispanos -la juariramoniana inmensa minor¨ªa es otra cosa- el tiempo pasa despacio, pues los comentarios dial¨¦cticos que cien a?os atr¨¢s permitieron al, autor crear una crotal¨®polis siguen siendo v¨¢lidos.
Excelentemente concedido y por todo el mundo aceptado con respeto el Premio Nobel de la Paz de 1985, a lo largo de este mes de octubre puede que irrumpa en escena, una vez m¨¢s, la jerigonza de las atribuciones desmesuradas con todos sus enguirnaldamientos. Seguir¨¢ habiendo entre nosotros Nobel propuestos, anunciados y, frustrados, para satisfacci¨®n de unos, para regocijo de otros, para engorde de la credibilidad en nuestra ciencia infasa y para que toquemos las casta?uelas con salero o, afortunadamente, pensando en serio y haci¨¦ndolo a rebato porque, all¨¢ en Suecia, hayan honrado de nuevo a un espa?ol, que es lo que todos deseamos.
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