El espa?olismo de Cuba
La zona geogr¨¢fica con quien Espa?a tiene mayor afinidad es Latinoam¨¦rica. No cometemos con ella los disparates conceptuales que dicta nuestra ignorancia enciclop¨¦dica de Asia y del ?frica negra. De todos modos, el af¨¢n simplificador tambi¨¦n forja ideas equivocadas sobre aquella regi¨®n. Creemos que todas las naciones hispanoamericanas consideran a Espa?a su madre patria, la veneran y sienten su influjo in tensamente, con las poderosas ra¨ªces de la religi¨®n y el idioma. Los que han vivido en ese continente saben que, por el contrario, en diversos pa¨ªses est¨¢ extendido el rechazo hacia la aportaci¨®n hist¨®rica espa?ola y se contempla como principal soporte nacional la fase precolombina, a la vez que cobra un peso creciente -no s¨®lo en la vida eco n¨®mica, sino en los comportamientos sociales y en modismos ling¨¹¨ªsticos- la influencia de Estados Unidos. De ah¨ª deriva la necesidad de sutileza, de diversificaci¨®n y de imaginaci¨®n para la labor de acercamiento. No figura Cuba en el grupo de pa¨ªses donde tienen ancho caudal las corrientes de antagonismo u hostilidad respecto de Espa?a. Durante los cuatro a?os pasados como embajador en La Habana, las experiencias diarias me han hecho ver las hondas vinculaciones entre nuestros pueblos y la complejidad de la presencia espa?ola en la isla. Eludo intentar un esquema hist¨®rico que ayudara a explicar la profundidad de esa interacci¨®n, aunque tenga documentaci¨®n abundante y orientaciones de destacados historiadores cubanos. Sobre las diversas causas de la hispanofilia del espl¨¦ndido pueblo cuyo gu¨ªa en la toma de conciencia de su personalidad fue Jos¨¦ Mart¨ª, me limitar¨¦ a dos circunstancias. Cuba ha sidonuestra ¨²ltima colonia en Hispanoam¨¦rica, teniendo lugar su independencia mucho despu¨¦s que los otros Estados hispanos; supuso para los espa?oles el golpe psicol¨®gico, pol¨ªtico y moral que reflejaron los escritores de la generaci¨®n del 98, y aun hoy, cuando alguien se queja por una desgracia sufrida, puede o¨ªr la expresi¨®n de que "m¨¢s se perdi¨® en Cuba". Pues bien, a ese desgarramiento que fue la independencia cubana se suma la masiva emigraci¨®n de espa?oles, principalmente gallegos, en el primer tercio de este siglo, arrastrados por la nostalgia y la riqueza naturaI de la isla antillana. Los dos pueblos volv¨ªan a fundirse, sin que hubiera el menor roce provocado por las crueldades de las largas guerras que los cubanos libraron para lograr la soberan¨ªa nacional. Muy pocos se fijan en la importancia, de este reencuentro espont¨¢neo, tan diferente del distanciamiento de la mayor¨ªa de los nuevos pa¨ªses libres de Asia y ?frica en relaci¨®n con las potencias coloniales de anta?o.Los lazos de sangre de Cuba con Espa?a no se han perdido en el tiempo y condicionan el contacto entre los dos Estados en cualquier aspecto. Un tema de charla habitual con los dirigentes cubanos es el de sus ascendientes espa?oles, algunos en primer grado: de ellos hablan con leg¨ªtimo orgullo. Lo que eso signifique como baza en los negocios p¨²blicos o privados no debe ser objeto de especulaciones propias de ventajistas; pero es innegable que existe una base humana de comunicaci¨®n sobre la que no es dif¨ªcil suprimir muchas de las suspicacias que envenenan la pol¨ªtica internacional.
En este peculiar trasfondo social se inscribe el hecho de que Fidel Castro es hijo de un emigrante gallego en cuyo hogar se cultiv¨® el amor a los lejanos lares, as¨ª como al pueblo nuevo en que se hab¨ªa integrado.
Al igual que los desconocedores de Francia no entend¨ªan el mando m¨ªtico de De Gaulle, sin saber que se deb¨ªa en buena parte a que era un aut¨¦ntico representante del modo de ser franc¨¦s llevado a sus ¨²ltimas consecuencias, se enga?an quienes interpreten a Fidel Castro olvidando que es un reflejo del modo de ser cubano. Y su cubanidad radical contiene una actitud abierta y afectiva hac¨ªa Espa?a. La discreci¨®n profesional me impide repetir palabras que le he escuchado
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en nuestras conversaciones, subrayar el inter¨¦s con que sigue cuanto concierne a Espa?a o narrar an¨¦cdotas reveladoras.
La huella de Espa?a est¨¢ en toda Cuba. Desde el punto de vista est¨¦tico, quiz¨¢ lo m¨¢s espectacular sea La Habana Vieja. En su rosario de callejuelas, amenazadas por el peligro de ruina que corren bastantes casas, late el coraz¨®n de la plaza Vieja y de la catedral; pero donde alcanza su mayor esplendor el trasvase hist¨®rico hispano-cubano es en la plaza de Armas, con el broche del antiguo palacio de los Capitanes Generales, convertido en el Museo de La Habana. Dudo que ninguna otra guerra de independencia se haya. recogido con tanta elegancia y generosidad de esp¨ªritu como en las salas del palacio, que exhiben las armas y las banderas de los ej¨¦rcitos combatientes. El d¨ªa conmemorativo de la independencia, en el hermoso patio central del. palacio -secelebra un acto en el que una banda interpreta la versi¨®n primera y la actual del himno cubano; en los a?os que estuve all¨ª, el director del museo pronunciaba un discurso ante los miembros del cuerpo diplom¨¢tico, y su ¨²nica referencia a un pa¨ªs concreto era a Espa?a, en t¨¦rminos encendidos. El acto se cerraba con una visita a las dependencias del museo. Entonces me deten¨ªa yo en el vasto sal¨®n donde hace generaciones desfilaban ante los capitanes generales las autoridades de la isla. De nuevo observaba la fotograf¨ªa del rey Juan Carlos, en sitio bien visible, no habiendo en el edificio la imagen de ning¨²n otro jefe de -Estado. El palacio, el Morro habanero que cierta la bocana del puerto y resiste la furia del oleaje producido por el viento del Norte; el Morro y la Casa de Vel¨¢zquez. en Santiago de Cuba, as¨ª como innumerables, rincones de Cuba, respiran el aire de Espa?a inmerso en el que acaricia o fustiga los campos y sierras de los rnambises.
Lo que nos identifica va en favor o en contra de la l¨®gica. Es sorprendente que en un clima tropical dominado por una humedad agobiante desde la provincia extrema de Pinar del R¨ªo hasta la opuesta de Oriente, llamada tierra caliente por el rigor del sol, la alimentaci¨®n sea, en proporci¨®n nada desde?able, de cu?o gallego, y asturiano. En cambio, se comprende sin dificultad que cuando los cubanos hacen un viaje a pa¨ªses del este u occidente de Europa, Pr¨®ximo Oriente o norte de ?frica, al regresar por Madrid -puente entre esas regiones y Cuba, que monopolizan Iberia y Cubana de Aviaci¨®n- se sientan de nuevo en casa, por hablar con la gente en el mismo idioma, sumergirse en un ambiente familiar y tener el placer de los restaurantes en que la cocina no les es extra?a.
Mencionar el ambiente es penetrar en una complicada trama vital. Lo que se transmiti¨® y arraig¨® de nuestra cultura no es un legado petrificado. Su vigencia se prueba en multitud de ejemplos. Del mismo modo que la mayor parte de los refranes, dichos y dicharacheros que emplean los cubanos son herencia directa de Espa?a, la literatura espa?ola tiene resonancia extraordinaria. En la Feria Internacional del Libro celebrada este a?o en La Habana, el espacio reservado a las obras presentadas por los editores espa?oles estaba constantemente repleto de visitantes ¨¢vidos, mientras los dem¨¢s expositores comprobaban que todav¨ªa era ut¨®pico c¨®mpetir con nosotros, por la raz¨®n obvia del idioma y de la proximidad cultural., Si nos centramos en la m¨²sica como la expresi¨®n suprema del arte, descubrimos una brillante faceta de la confluencia hispano-cubana. En Madrid, las habaneras y la trepidante m¨²sica te?ida de ritmos africanos conservan su encanto al margen de la moda del momento. En La Habana, el acontecimiento musical de m¨¢s amplio eco popular en decenios fue la actuaci¨®n de la Antolog¨ªa de la zarzuela. Con el teatro Nacional siempre lleno a lo largo de las tres semanas que dur¨® el espect¨¢culo, el final de los n¨²meros era acogido con ovaciones y v¨ªtores de un p¨²blico enardecido. En la representaci¨®n inaugural, los personajes pol¨ªticos que estaban en el palco presidencial a mi lado tarareaban con sus esposas las canciones que se, iban sucediendo en escena. Fidel Castro asisti¨® una noche, aplaudi¨® en pie, compartiendo el entusiasmo general, y pidi¨® que las dos representaciones siguientes se reservaran a miembros de las fuerzas armadas y de la organizaci¨®n sindical. Antes de que la compa?¨ªa saliera de Cuba ofreci¨® en su honor una recepci¨®n en, el palacio de la Revoluci¨®n, en la que estuve junto con varias persorialidades cubanas. Sin dudarlo, acedi¨® al ruego que le hicieron los artistas y el resto de la plantilla, haci¨¦ndose una fotograf¨ªa con cada uno de ellos, deseoso de guardarla como preciado recuerdo.
Espa?a est¨¢ en la mente de Cuba. Espa?a es una de sus exageraciones, de sus pasiones secretas. ?C¨®mo me han hablado de mi pa¨ªs las tres cimas, de la cultura cubana de nuestro tiempo! Me refiero a esa llama de la danza cl¨¢sica que es Alicia Alonso, al pintor Ren¨¦ Portocarrero y al joyero de habla hispana que es el poeta Nicol¨¢s Guill¨¦n. En un boceto de memorias publicado en 1982, Guill¨¦n contaba lo que hab¨ªa querido decir a los franceses: "?Recordar a Espa?a! Al otro lado de vosotros hay un gran pueblo con un sol m¨¢s ardiente, con un cielo m¨¢s azul que el vuestro, con el mismo derecho a ser libre y feliz".
D¨ªas despu¨¦s de que me regalara y dedicara un ejemplar del libro, nadaba yo en una de las maravillosas playas de Cuba. Iba al cintur¨®n de corales para arrancar un pedacito que luego adquirir¨ªa un blanco refulgente. Los pececillos de mil colores se deslizaban saliendo de sus peque?as grutas. Como de costumbre, desde la superficie contempl¨¦ el cielo radiante y, a lo lejos, la franja de fina arena dorada; la arboleda, que era el escudo protector frente al sol. M¨¢s all¨¢ estaba el paisaje tachonado por las palmas reales. Inevitablemente pens¨¦ en la fortuna que hab¨ªa tenido Espa?a al calar tan hondo en el ind¨®mito pueblo de aquella tierra, de aquel mar.
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