Una se?al de contradicci¨®n
Otros muchos han visto Nicaragua. Cada uno con sus ojos. Algunos la han visto como un espect¨¢culo; otros, como un misterio, o una ambig¨¹edad, o un esc¨¢ndalo, o como un hermoso desaf¨ªo.Voy a espigar algunas impresiones de esta floresta de dolores y ternuras que ha brotado en m¨ª durante los dos meses que he permanecido en Nicaragua.
Nada m¨¢s llegar, lo primero fue el abrazo a Miguel d'Escoto, el profeta institucionalmente prohibido, cansados sus ojos, donde parpadean dos l¨¢mparas votivas entre ?conos; crecida ya su barba de ayunante, hecha de varias cenizas. Por toda respuesta a mi abrazo, se desahoga conmigo apesadumbrado: "Pedro, la contra nos ha asesinado hoy a ocho madres mientras ellas iban a la monta?a a llevarles unas canastitas de comida a sus hijos combatientes".
Al d¨ªa siguiente concelebro en Le¨®n el funeral por esas madres. Y beso sus f¨¦retros. En La Trinidad concelebro tambi¨¦n, por la tarde, el funeral de 30 soldados sandinistas ca¨ªdos. Es un fuerte bautismo de sangre y de duelo.
Los periodistas lo quieren saber y se lo explico: he venido para sumarme al ayuno y oraci¨®n de Miguel por la paz y por la no intervenci¨®n en Nicaragua y en toda Centroam¨¦rica, por la autodeterminaci¨®n de estos pueblos; he venido tambi¨¦n, como obispo latinoamericano, para aportar mi corresponsabilidad a la credibilidad, de la Iglesia; he venido para estar cerca del dolor de este pueblo.
Ya s¨¦ que mi venida es una se?al de contradicci¨®n. No lo pretendo. No puedo evitarlo. La causa de Jes¨²s, en todo caso, mejor o peor servida, nos pone siempre en violencia. Y Dios puede llamarle a uno a cualquier hora desde una zarza ardiendo.
He entendido cuatro cosas
Cuatro cosas he entendido ya:
1. La verdad est¨¢ con Nicaragua. Nicaragua es la agredida. Por la pol¨ªtica norteamericana. En Nicaragua no hay guerra civil. Decirlo, pensarlo, ser¨ªa estupidez de visi¨®n o perversidad c¨®mplice.
2. Este proceso revolucionario (y la palabra revoluci¨®n tiene aqu¨ª un sonido y un valor muy normales y necesarios), con sus fallos y sus inc¨®gnitas, es hoy por hoy la mejor alternativa, sin duda, para Nicaragua, para el pueblo nicarag¨¹ense; la peor alternativa, sin duda, para las apetencias seculares del imperio en Centroam¨¦rica, en Am¨¦rica Latina, y para el status de los lacayos privilegiados de siempre.
Creo que esta alternativa socioecon¨®mico-pol¨ªtico-cultural es m¨¢s conforme tambi¨¦n con el programa del Evangelio.
3. Yo pienso que los obispos nicarag¨¹enses podr¨ªan, y deber¨ªan, mantener su distancia cr¨ªtica frente al proceso pol¨ªtico revolucionario.
Creo, sin embargo, que no pueden dejar de condenar abiertamente la agresi¨®n imperial de Reagan. Creo que deben sumarse -hasta protagoniz¨¢ndola, en nombre del Evangelio- a esta campa?a nacional por la paz diariamente sellada con llanto y con sangre. Creo que deben celebrar la eucarist¨ªa por todos los muertos que provoca esta agresi¨®n, y hacerlo sin recelos, y llorar con las madres y los hu¨¦rfanos.
Creo que todos los obispos de Centroam¨¦rica han de responder en esta hora hist¨®rico-eclesial con una posici¨®n conjunta y abierta, denunciando expl¨ªcitamente la agresi¨®n, el genocidio, la manipulaci¨®n que pesan tr¨¢gicamente sobre sus pueblos; exigiendo para los mismos la dignidad respetada, la verdad internacionalmente p¨²blica, la autodeterminaci¨®n.
4. Por Centroam¨¦rica, y m¨¢s expl¨ªcitamente por Nicaragua, pasa hoy el eje rusiente del futuro pr¨®ximo de Am¨¦rica Latina y de la Iglesia latinoamericana. Ma?ana ser¨¢ tarde. Si fallamos, una vez m¨¢s habremos sido c¨®mplices, por el silencio al menos, por el miedo a la profec¨ªa, por no querer manchamos las manos en las aguas tumultuosas de la historia.
Ni odio ni violencia
Las madres me acosan pidiendo bendiciones para sus hijos que est¨¢n en la monta?a. Evocan a sus hijos muertos. Las gentes sencillas me agradecen la presencia, el consuelo que les doy, la confirmaci¨®n que mi condici¨®n de obispo proporciona a su fe maltratada.
En la Cruz Roja visito a las ocho madres cuyos hijos, maestros de zona rural en guerra, fueron secuestrados por la contrarrevoluci¨®n. En nombre de estas madres env¨ªo carta y documentaci¨®n a los arzobispos de Honduras y Costa Rica.
En La Trinidad, al final de la misa, una madre me abraza, fuerte y dolorosa: "Uno de ellos es hijo m¨ªo; otro hijo m¨ªo cay¨® hace 15 d¨ªas. Tengo aqu¨ª tambi¨¦n un sobrino muerto.. Pero yo s¨¦ que sus vidas no se han perdido. Ellos trabajaban en la vifia del Se?or".
Como tantos otros muchachos o ya hombres hechos, ellos eran delegados de la palabra, animadores de la comunidad cristiana. Si valiera distinguir entre sangre y sangre, podr¨ªamos recordar a los eclesi¨¢sticos as¨¦pticos que aqu¨ª y en toda Centroam¨¦rica se est¨¢ derramando mucha sangre de Iglesia.
En la plaza Mayor de Masatepe, el pueblo ha pintado un mural: las heridas del ca¨ªdo rompiendo en flores; la madre gritando, brazos en alto, y, negra de dolor, la cruz detr¨¢s. Debajo, el alma nica ha escrito esta bella confesi¨®n: "De este dolor no nace ni el odio ni la venganza, sino la voluntad de defender la resurrecci¨®n de Nicaragua".
Parece imposible romper el bloqueo de la contrainformaci¨®n, en Estados Unidos. Cuesta pasarle al mundo la nueva (buena mala nueva) del dolor de estos pueblos peque?os, pulgarcitos de nuestra Am¨¦rica. Cuando es secuestrada en Costa Rica y por los contrarrevolucionarios la flotilla de la paz de los cristianos de Estados Unidos, pondera aqu¨ª en casa un dominico norteamericano: "Veintiocho d¨ªas de ayuno de Miguel d'Escoto no pueden ser noticia en Estados Unidos. Veintitantos norteamericanos detenidos un solo d¨ªa, inmediatamente son noticia".
Repetidamente hemos comentado estos d¨ªas c¨®mo Estados Unidos tiene -para su propia omisi¨®n o connivencia justificada- la mejor contrainformaci¨®n del mundo. Ser muy grande y muy pr¨®spero no significa necesariamente ser m¨¢s humano.
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