Los del 27
Un h¨¢bito mental y expresivo ya inmodificable nos ha hecho restringir el ¨¢rea de la generaci¨®n del 98 a un determinado grupo de escritores, olvidando que otros espa?oles, escritores o no, tambi¨¦n pertenecieron a ella. Un h¨¢bito semejante hace que todos limitemos el ¨¢rea de la generaci¨®n del 27 a la pl¨¦yade que componen varios excelsos poetas: Pedro Salinas, Jorge Guill¨¦n, Gerardo Diego, Federico Garc¨ªa Lorca, Vicente Aleixandre, D¨¢maso Alonso, Rafael Alberti, Luis Cernuda y muy pocos m¨¢s. Pero lo cierto es que, mirando ante todo el estilo de su vida hist¨®rica, hombres de la generaci¨®n del 27 -espa?oles que en torno a ese a?o comparecieron originalmente en la vida p¨²blica- son tambi¨¦n muchos pensadores, escritores, cient¨ªficos y artistas enteramente ajenos a la creaci¨®n po¨¦tica.Sabiendo muy bien que esquematizo un tanto la realidad, me atrevo a deslindar en el amplio grupo generacional del 27 los siguientes subgrupos:
1. El po¨¦tico, constituido en primer t¨¦rmino por los poetas que acabo de nombrar.
2. El que forman pensadores y hombres de ciencia: los fil¨®sofos Zubiri, Gaos, Garc¨ªa Bacca, Xirau y Granell; los fil¨®sofos D¨¢maso Alonso, Garc¨ªa G¨®mez y Rafael Lapesa; los historiadores del arte Lafuente Ferrari, Cam¨®n Aznar y Diego Angulo; el historiador del Derecho Garc¨ªa de Valdeavellano; los f¨ªsicos Julio Palacios, Miguel Catal¨¢n y Arturo Duperier; los m¨¦dicos Jim¨¦nez D¨ªaz, Trueta, Pedro Pons, Casas, Rof Carballo, Gonz¨¢lez Duarte, Vara L¨®pez, Gay Prieto, Vega D¨ªaz, Alberca y L¨®pez Ibor; los juristas Luis Recasens Sitges, Joaqu¨ªn Garrigues y Alfonso Garc¨ªa Valdecasas; los bi¨®logos Ochoa, Ors, Castro, Costero y M¨¦ndez; el soci¨®logo Francisco Ayala; los arquitectos Sert y Cabrera.
3. El integrado por prosistas, narradores y poetas no incluidos en el grupo antes mencionado: Bergam¨ªn, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Carmen Conde, Mar¨ªa Zambrano, Sender, Barea, Jarn¨¦s, S¨¢nchez Mazas, Gim¨¦nez Caballero, Montes, Foix, Carles Riba, Larrea, Pem¨¢n, Halc¨®n, Pla, Sagarra, Zunzunegui, Antonio Espina.
4. Los humoristas Jardiel Poncela, Mihura, Tono, Neville, L¨®pez Rubio.
5. Los artistas no literatos: Dal¨ª, Mir¨®, Palencia, Bu?uel, los dos Halffter seniores, Bacarisse, Pittaluga, Mompou.
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Los del 27
Viene de la p¨¢gina 11Poetas, prosistas, pensadores, hombres de ciencia, m¨¦dicos, juristas, arquitectos y artistas de la generaci¨®n del 27. Considerada ¨¦sta seg¨²n su amplia y plural totalidad, ?cu¨¢l es su car¨¢cter propio? Respecto de la generaci¨®n que la precede, la del 13, ?c¨®mo debe ser diferencialmente descrita? Incluso como suceso puramente literario y po¨¦tico, ?en qu¨¦ consiste su unidad generacional? ?Qu¨¦ hay de com¨²n, en cuanto poetas, entre Jorge Guill¨¦n y Luis Cernuda? Salvo algunos intentos definitorios -el de Vivanco, el de Bouso?o, el de Valverde-, no creo que haya respuesta v¨¢lida a tales interrogaciones. Yo, por lo menos, no la tengo, y no puedo dedicarme ahora al trabajo de buscarla. Pero extendiendo el campo de mi visi¨®n al vario y espl¨¦ndido conjunto antes mencionado, y considerando lo ¨²nico que puede caracterizarle como grupo generacional, el estilo hist¨®rico y social de las vidas individuales, tal vez logre ofrecer alguna idea aceptable.
Cotej¨¢ndolo con las dos generaciones que inmediatamente le preceden, dos notas principales, positiva una y negativa la otra, distinguen a ese diverso conjunto.
La nota positiva: constituir, en tanto que tal conjunto, la primera de las generaciones espa?olas cuyos miembros, como consecuencia de una formaci¨®n intelectual y est¨¦tica bien planeada, inician su madurez en plena posesi¨®n de las t¨¦cnicas y los saberes que exige un cultivo europeo -ya nos entendemos- de sus respectivas disciplinas. En ellos empieza a ser anchamente perceptible la obra educativa de la Junta para Ampliaci¨®n de Estudios, El Sol, Revista de Occidente, etc¨¦tera, y bien pronto lo ver¨¢ quien sepa comparar lo que fueron la Universidad espa?ola y la cultura media del espa?ol culto en 1900 y lo que una y otra llegaron a ser en 1935. ?Ser¨¢ necesario decir que sin la acci¨®n y la obra de la generaci¨®n del 13 -y, antes a¨²n, sin Giner, Cajal, Men¨¦ndez Pelayo, Bol¨ªvar, Hinojosa, Torroja, Men¨¦ndez Pidal y As¨ªn Palacios- no hubiera sido posible ese considerable avance? Tiene validez general, en mi opini¨®n, un expresivo texto del Mara?¨®n m¨¦dico: "Cuando mi generaci¨®n empez¨® a trabajar en sentido moderno", escribi¨® en su pr¨®logo a Veinticinco a?os de labor, el libro que sus disc¨ªpulos le ofrecieron en 1935-, est¨¢bamos en la situaci¨®n de Robinson Crusoe, que tuvo que ser alba?il, cazador, cocinero, maestro y p¨²blico de s¨ª mismo. Si los que vienen detr¨¢s pueden tocar un solo instrumento y afinarlo hasta la perfecci¨®n, algo nos alcanzar¨¢ a nosotros de su m¨¦rito". As¨ª pudieron iniciar su magisterio como pares inter ¨®ptimos, incluso mirados desde Europa, los mejores de nuestra generaci¨®n del 27.
La nota negativa: la no existencia expl¨ªcita, en el conjunto generacional, de un prop¨®sito de reforma de la vida espa?ola. Espa?oles son todos, y en Espa?a han recibido su educaci¨®n primera. Conocen al dedillo las vicisitudes de nuestra historia, y hasta 1936 conviven discipular o adversativamente con las dos generaciones que anteceden a la suya. La crisis de la Monarqu¨ªa constitucional, tan patente desde 1917, acaece durante su ya despierta mocedad. El episodio de la dictadura opera sobre todos ellos, y, m¨¢s o menos activamente republicanos, casi todos ven con abierta esperanza el advenimiento de la II Rep¨²blica. Por la cultura espa?ola trabajan, adem¨¢s de trabajar para s¨ª mismos, y lo saben, y lo quieren. ?Por qu¨¦, pues a diferencia de lo que hasta entonces ven¨ªa siendo la regla, esa general ausencia de ¨¢nimo cr¨ªtico y reformador en el nuevo grupo generacional? A mi modo de ver, por esta raz¨®n b¨¢sica: porque hasta la atroz realidad de nuestra ¨²ltima guerra civil o hasta muy poco antes, los hombres de la generaci¨®n del 27 viven con la t¨¢cita convicci¨®n de que el problema de Espa?a -su atraso cient¨ªfico y t¨¦cnico, sus grandes desigualdades sociales, las corruptelas de su vida pol¨ªtica, la ruda incultura de buena parte de su pueblo- va siendo resuelto con paso recto y seguro. Dicho de otro modo: porque t¨¢citamente conrian en la continuidad y en la eficacia de la empresa educativa y reformadora iniciada por sus abuelos y sus padres hist¨®ricos; empresa a la cual est¨¢ dando cauce m¨¢s ancho y apoyo m¨¢s firme el naciente r¨¦gimen republicano. La del 27, en suma, se constituye como una generaci¨®n fundamentalmente apol¨ªtica, y de ah¨ª la pureza de sus actividades (poes¨ªa pura, humor puro, filosof¨ªa pura, medicina pura) y el juvenil ¨¢nimo l¨²dico con que sus miembros trabajan intelectualmente, adoptan ismos, hacen poes¨ªa y novela, pintan, componen m¨²sica y empiezan a hacer cine.
Algo cambiar¨¢n las cosas durante los a?os finales de la Rep¨²blica. Los altibajos de la pol¨ªtica republicana, por un lado; la seducci¨®n de dos grandes novedades surgidas en la historia europea, por otra, determinar¨¢n que una peque?a parte de la generaci¨®n (Alberti, Roces, Balbont¨ªn) se oriente sin ambages hacia el comunismo, y que un subgrupo de ella -Gim¨¦nez Caballero, Ledesma Ramos, S¨¢nchez Mazas, Eugenio Montes y, por supuesto, Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera- se incline resueltamente hacia el fascismo. Con los matices que nuestra peculiaridad nacional pueda imponer, el ideal de una Espa?a comunista y el ideal de una Espa?a fascista se levantan a uno y a otro costado de la generaci¨®n. La mayor parte de ella, sin embargo, permanece en su apoliticismo y en la b¨¢sica disposici¨®n liberal de sus or¨ªgenes. As¨ª la sorprende el drama de la guerra civil.
Todos conocemos la varia incidencia de ese drama sobre tan gallarda y prometedora generaci¨®n. Para algunos, la alevosa ejecuci¨®n en la retaguardia (que el nombre de Federico Garc¨ªa Lorca represente a todos, cualquiera que fuese su color). Para otros, si el azar se lo permiti¨®, el servicio entusiasta a la causa en que cre¨ªan. Para no pocos, ya terminada la guerra, el exilio. Para los restantes, la dura e ineludible prueba de seguir haciendo su vida en la Espa?a ulterior a 1939; porque, fallida la incierta esperanza de los primeros d¨ªas -que el vencedor convocase a todos, vencedores y vencidos, a la empresa de rehacer Espa?a-, dura e ineludible prueba fue el trabajo para quienes a todo evento quisieron permanecer en la tierra materna.
No exagero. S¨®lo paramostrar con algunos ejemplos cu¨¢l fue la actitud de los vencedores de 1939 ante los intelectuales y hombres de ciencia, transcribir¨¦ aqu¨ª algunas de las interrogaciones que m¨¢s de una vez he formulado. Ausentes Men¨¦ndez Pidal, Am¨¦rico Castro y Navarro Tom¨¢s, ?por qu¨¦ no se encomend¨® a G¨®mez Moreno, D¨¢maso Alonso y Rafael Lapesa la prosecuci¨®n de las tareas que hasta 1936 hab¨ªa llevado a cabo el Centro de Estudios Hist¨®ricos? ?Por qu¨¦ no se quiso contar con Zubiri, y poco despu¨¦s con Ortega, para levantar la filosof¨ªa espa?ola? ?Por qu¨¦ no fueron Palacios y Catal¨¢n, a los que pronto se hubiese unido Duperier, qui¨¦n sabe si el mismo don Blas Cabrera, los encargados de dirigir la investigaci¨®n en el campo de la fisica? Cuando se dispon¨ªa de Tello y de Castro, ?por qu¨¦ la direcci¨®n del Instituto Cajal fue encomendada -risum teneatis?- a un bondadoso y competente en¨®logo? M¨¢s datos. A su llegada a Madrid, tras sus servicios en San Sebasti¨¢n, Jim¨¦nez D¨ªaz tuvo que soportar dos expedientes de depuraci¨®n: uno de responsabilidades pol¨ªticas y otro del Colegio de M¨¦dicos. Luego se le ayud¨®, es cierto; pero al fin de su vida fue vejado en su instituto por alguien muy pr¨®ximo a Franco, y s¨®lo al recurso de apretar los dientes pudo apelar. Casas, tan brillante estrella juvenil de la medicina interna en los a?os inmediatamente anteriores a la guerra civil, fue depurado. Rof Carballo y Vega D¨ªaz no han podido dirigir con libertad un servicio hospitalario. La tan cierta posibilidad de gran docente de patolog¨ªa quir¨²rgica que hab¨ªa en Pl¨¢cido Gonz¨¢lez Duarte qued¨® implacablemente yugulada. El car¨¢cter sacerdotal y el alt¨ªsimo prestigio de As¨ªn Palacios pudieron salvar la continuidad de nuestro arabismo, mas no logr¨® otro tanto para la filosof¨ªa el nobil¨ªsimo don Juan Zarag¨¹eta, tambi¨¦n sacerdote y tambi¨¦n prestigioso. No, no exageraba yo diciendo que fue dura prueba el trabajo de los que prefirieron la permanencia al exilio.
Qu¨¦ delgada hab¨ªa sido aquella pel¨ªcula de vida europea sobre una parte, s¨®lo sobre una parte, del cuerpo de Espa?a. Qu¨¦ enga?oso espejismo aquella t¨¢cita confianza en la eficacia reformadora de las generaciones precedentes. Reciente el enorme trauma de la guerra civil, en la faena de seguir fieles a s¨ª mismos tuvieron su imperativo hist¨®rico los hombres de la generaci¨®n del 13. M¨¢s que la fidelidad a un estilo vital, el crecer en otro suelo fue el destino com¨²n de la del 27. Crecer, porque todav¨ªa no hab¨ªan llegado a plenitud sus hombres; en otro suelo, porque, cuando no el del exilio, otro y ajeno fue para casi toda ella el suelo hist¨®rico de la Espa?a triunfante en 1939. ?De qu¨¦ modo este forzoso crecer en suelo ajeno ha condicionado -merm¨¢ndola en algunos casos, alter¨¢ndola siempre- la obra de cada uno? Algo tendr¨¢n que decir sobre esto los historiadores del futuro. Porque si el historiador es cabal, el recuerdo de lo que fue tiene siempre una invisible aureola en la conjetura de lo que hubiera podido ser.
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