La URSS ha ganado la guerra en Afganist¨¢n
La guerrilla no puede invertir ya la consolidaci¨®n militar y pol¨ªtica sovi¨¦tica
Con sus bonitos vestidos de color rosa y alegres gorros, las ni?as, colocadas en fila para saludar a los visitantes en Kabul parecen mu?ecas de un escaparate, hasta el momento en que estas ni?as de tres a?os levantan el pu?o izquierdo y empiezan a corear: "Babrak Karmal es nuestro padre. Mahburah Karmal es nuestra madre. Queremos la paz del mundo". Sin embargo, es la guerra la que les mira desde los carteles colocados en las paredes del orfelinato Watan: desafiantes j¨®venes combatientes, chicos y chicas, enarbolando sus fusiles Kalashnikov sobre sus cabezas y pisoteando a una chusma cobarde que las banderas y los textos identifican claramente como norteamericanos, chinos o paquistan¨ªes.M¨¢s de 2.000 ni?os son instruidos por la organizaci¨®n educativa de Afganist¨¢n para que se conviertan en fervientes comunistas. Existen once escuelas similares distribuidas por todo el pa¨ªs. La cabeza de la red que prepara a los ni?os de la revoluci¨®n para la tarea de futuros cuadros del partido es Mahbubah Karmal, la esposa del presidente y jefe del partido, Babrak Karmal.
Los ni?os tienen de todo. Viven, juegan y aprenden en habitaciones claras y luminosas. Los edificios del orfelinato, donados por el Gran Hermano sovi¨¦tico, est¨¢n situados en una zona amplia, celosamente vigilada, que con sus ¨¢rboles y flores parece un oasis en medio de la estepa pardoamarillenta que los rodea. Tambi¨¦n tienen clases de ruso en modernos laboratorios de idiomas. La biblioteca est¨¢ bien provista de todo tipo de literatura, aunque falta un libro: el Cor¨¢n.
Casi 1.000 estudiantes del Centro Kabul han sido enviados este a?o a la Uni¨®n Sovi¨¦tica para perfeccionar sus estudios, dice con orgullo un director. La mayor¨ªa estar¨¢ all¨ª diez a?os. Solamente se les permitir¨¢ visitar su pa¨ªs despu¨¦s de llevar cinco a?os en la URSS.
M¨¢s de 20.000 ni?os afganos est¨¢n realizando estudios en la Uni¨®n Sovi¨¦tica para convertirse en cuadros del r¨¦gimen comunista. Si se cuentan soldados y trabajadores, hay unos 50.000 j¨®venes afganos form¨¢ndose en Mosc¨², adem¨¢s de en Alemania del Este, Bulgaria e incluso en la lejana Cuba, como la elite de una nueva Rep¨²blica Sovi¨¦tica de Afganist¨¢n.
Mosc¨² no invadi¨® Afganist¨¢n en las Navidades de 1979 para abandonar un d¨ªa el pa¨ªs que se sit¨²a en el cruce de caminos de Asia, entre el golfo P¨¦rsico y China, entre los eternos puntos de conflicto de Ir¨¢n y Pakist¨¢n. La zona, que ya ambicionaban los zares rusos, pero que no se pudieron anexionar por la presencia brit¨¢nica, es demasiado valiosa para que Mosc¨² contemple abandonarla. Afganist¨¢n no tiene probabilidades de convertirse en una nueva Finlandia. En el mejor de los casos, podr¨ªa conseguir el status de Mongolia Exterior, un pa¨ªs sat¨¦lite estrechamente vigilado por el Gran Hermano, con derechos soberanos limitados.
El valor y la resistencia de la guerrilla son incuestionables, y as¨ª se ha podido ver en muchos peri¨®dicos y reportajes de televisi¨®n. Pero las declaraciones de victorias militares que hacen los representantes de la resistencia rival en el exilio dan una imagen distorsionada de la verdadera situaci¨®n en Afganist¨¢n. Los quinientos millones de d¨®lares que se gastar¨¢ este a?o Estados Unidos en la guerrilla b¨¢sicamente no cambiar¨¢n nada.
Una lucha sentenciada
Porque lo cierto es que los sovi¨¦ticos ya hace tiempo que han ganado la guerra en Afganist¨¢n, a pesar de que el director de la CIA, William Casey, sue?e despierto y declare a la revista Time que Mosc¨² puede estar buscando una forma de marcharse a causa de sus grandes p¨¦rdidas, e independientemente de las declaraciones del presidente paquistan¨ª, Mohammed Zia Ul Haq, protector del movimiento de resistencia afgano, de que Mosc¨² se dar¨¢ cuenta de que "no existe una soluci¨®n militar para Afganist¨¢n".
Un viaje a Kabul muestra claramente que los rusos, no se dejar¨¢n echar, aunque la guerra les ha costado unos 5.000 millones de d¨®lares al a?o. Los cinco millones de hombres del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico pueden soportar f¨¢cilmente las p¨¦rdidas en sus filas, que, seg¨²n fuentes norteamericanas dignas de cr¨¦dito, se calculan hasta ahora en 10.000 muertos y 16.000 heridos.
La estrategia de los comunistas es la siguiente: presi¨®n militar y policial combinada con vastas reformas sociales en un pa¨ªs que soportaba anteriormente un islamismo fan¨¢tico y un r¨¦gimen feudal reaccionario. Desde la invasi¨®n de Afganist¨¢n, la 40 Divisi¨®n del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, adentr¨¢ndose en terreno desconocido, entre una poblaci¨®n hostil, tuvo que construir una infraestructura militar completamente nueva, con trece aer¨®dromos y la consolidaci¨®n de una carretera de conexi¨®n de 400 kil¨®metros hasta la frontera com¨²n, sobre el r¨ªo Amu Daria. Su mayor preocupaci¨®n era controlar la capital, Kabul, alrededor de la cual construy¨® grandes bases fortificadas.
A continuaci¨®n, los rusos desataron un terror de bombas y cohetes contra valles y pueblos utilizados como bases por los muyahidin. Al igual que los norteamericanos en Vietnam, los rusos han declarado zonas enteras como "zonas de fuego libre", disparando, seg¨²n han declarado los refugiados, sobre todo lo que se mueva: aldeanos en sus campos, conductores de mulas en las carreteras, mujeres y ni?os en las aldeas.
De esta manera, zonas enteras de Afganist¨¢n se han quedado deshabitadas en los ¨²ltimos a?os. En 1978, m¨¢s de las tres cuartas partes de la poblaci¨®n total de 18 millones viv¨ªan de la tierra en 14.000 aldeas. Actualmente casi cuatro millones, o una cuarta parte de la poblaci¨®n, han huido al extranjero, mientras que cuatro millones de aldeanos han buscado refugio en las ciudades. Kabul, que no llegaba a los 700.000 habitantes en 1978, es una ciudad populosa de m¨¢s de dos millones de habitantes.
Este ¨¦xodo gigantesco de la poblaci¨®n les ha venido bien a los rusos. Millones de personas se encuentran bajo su control, mientras que el resto queda al cuidado de sus enemigos. Gracias a los continuos ataques a¨¦reos, a la proliferaci¨®n de puestos militares y a la ayuda de exploradores tribales pagados, los rusos han podido obstruir suficientemente las rutas de aprovisionamiento de los 2.800 kil¨®metros de frontera con Ir¨¢n y Pakist¨¢n.
Estad¨ªstica militar
"Actualmente no estamos en una fase caliente de la guerra", dice el general Nabie Asumie, primer ayudante del ministro de Defensa de Afganist¨¢n. "El Ej¨¦rcito tiene fuerza suficiente para defender la revoluci¨®n. Los contrarrevolucionarios proclaman que tenemos solamente 40.000 soldados, pero le puedo asegurar que tenemos 40.000 hombres s¨®lo entre oficiales y suboficiales. Puede usted sacar sus propias conclusiones sobre la potencia de nuestras fuerzas armadas", dijo en su despacho, en el antiguo palacio real, bajo unos grandes retratos de Karmal y del l¨ªder sovi¨¦tico Gorbachov.
El general Asumie calcula el n¨²mero de "bandidos armados" que lucha contra su r¨¦gimen en "unos 50.000 a 60.000 hombres", dejando, por un lado, la acostumbrada afirmaci¨®n de Kabul de que eran un simple "pu?ado" de contrarrevolucionarios. S¨®lo en Pakist¨¢n, dijo, tienen 120 campamentos. El general dijo que sus armas m¨¢s peligrosas hasta ahora eran los mis¨ªles chinos Musail, con un radio de acci¨®n de 15 kil¨®metros, con los que pueden bombardear ciudades indiscriminadamente desde sus escondites en las monta?as.
Lo que se puede ver en Kabulist¨¢n parece respaldar el cuidadoso optimismo del general. Kabulist¨¢n es el nombre que los cr¨ªticos del r¨¦gimen dan al Gobierno de Karmal, para recalcar su afirmaci¨®n de que ¨¦l y sus protectores sovi¨¦ticos controlan solamente la capital, pero que el campo escapa a su control. Esta afirmaci¨®n es totalmente err¨®nea.
El Ej¨¦rcito gubernamental de medio mill¨®n de oficiales del partido y funcionarios llega a las capitales de provincia y de distrito circundantes, conectadas con la capital por medio de convoyes armados, peque?os aviones, helic¨®pteros o al menos transmisores de radio. Su servicio secreto, el Jad, creado con ayuda sovi¨¦tica y de Alemania del Este, se ha infiltrado en todo el campo enemigo.
La sovietizaci¨®n del pa¨ªs se lleva a cabo seg¨²n el modelo ensayado durante d¨¦cadas en la Europa del Este.
A diferencia de la Europa del Este, la introducci¨®n del socialismo en Afganist¨¢n puede aportarle a la poblaci¨®n un progreso social concreto. No hab¨ªa otro lugar en el mundo donde hicieran falta reformas tan radicales como Afganist¨¢n, un pa¨ªs que soportaba la presi¨®n de una fanatismo religioso y un sistema feudalista retr¨®grados. Cuando los comunistas tomaron el poder, en 1978, la renta anual media era de 120 d¨®lares, y el 95% de la poblaci¨®n era analfabeta.
La asistencia m¨¦dica exist¨ªa ¨²nicamente en las grandes ciudades, y para los ricos, casi nunca para la mujeres. La esperanza de vida estaba en los 40 a?os, y uno de cada dos ni?os mor¨ªa en el parto o poco despu¨¦s. En los pueblos, los aldeanos y granjeros viv¨ªan bajo el mismo techo, con sus cabras, burros y sus aves de corral.
Islamismo
Karmal considera que la generaci¨®n m¨¢s vieja est¨¢ perdida para la revoluci¨®n, y permite que los mercaderes de los bazares sigan con sus trapicheos en el mercado negro y que las mujeres mayores se pongan sus velos. Karmal, que siendo estudiante se mofaba del Cor¨¢n, est¨¢ haciendo todo lo posible para demostrar que mantiene la tradici¨®n isl¨¢mica de Afganist¨¢n. Las leyes se publican en nombre de Al¨¢, y el mismo presidente acude a la mezquita.
Uno de los mayores empe?os del r¨¦gimen es repartir la tierra entre los aldeanos pobres. Este a?o, los programas de reforma agraria exigen la ditribuci¨®n de 800.000 hect¨¢reas entre 322.000 familias. Lo cierto es que no hay problemas de abastecimiento de alimentos ni en la capital ni en los alrededores. Las tiendas est¨¢n repletas de grandes cantidades de fruta, verduras y carnes a precios mucho m¨¢s bajos que en la India, por ejemplo.
Aunque el pa¨ªs ha estado aislado del resto del mundo durante a?os, las tiendas est¨¢n llenas de productos de consumo, desde cigarrillos norteamericanos y aparatos electr¨®nicos fabricados en Hong Kong, coca-cola y otras bebidas embotelladas en el pa¨ªs, pantalones vaqueros y joyas de oro. El centro de Kabul bulle con una multitud humana que se mueve entre un tr¨¢fico desesperadamente ca¨®tico y enmara?ado.
Pero al anochecer, las calles de Kabul se quedan r¨¢pidamente desiertas. Desde la invasi¨®n rusa, la capital ha vivido bajo el toque de queda, que actualmente dura desde las diez de la noche a las cuatro de la madrugada. Cualquiera que se aventure a la calle corre el riesgo de ser tiroteado, porque es entonces cuando los comandos guerrilleros atacan sus objetivos en los barrios residenciales.
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