La huelga de los profesores
COMO ES habitual en los paros de dimensi¨®n nacional y que implican a gran n¨²mero de personas (el profesorado de los centros p¨²blicos de ense?anza no universitarios integra a unos 250.000 docentes), la guerra de cifras entre el Ministerio de Educaci¨®n y los sindicatos no permite hacerse una idea exacta del ¨¦xito de la huelga de profesores de los colegios p¨²blicos de ense?anza general b¨¢sica, formaci¨®n profesional y bachillerato realizada el mi¨¦rcoles y el jueves pasados. La plataforma de los huelguistas inclu¨ªa una subida salarial superior al techo fijado para los dem¨¢s funcionarios, un sistema de pensiones alternativo al establecido por la ley de Presupuestos Generales del Estado de 1985, la aplicaci¨®n a la ense?anza del nuevo sistema retributivo de la ley de Reforma de la Funci¨®n P¨²blica, la homologaci¨®n de los emolumentos del profesorado con el resto de la Administraci¨®n civil y el cumplimiento generalizado de una sentencia del Tribunal Supremo referente al pago de trienios de los maestros que ejercen sus tareas desde antes de 1970, y que supone a la Administraci¨®n una deuda de 40.000 millones de pesetas. Esa protesta descansa sobre el supuesto de fondo -dif¨ªcilmente discutible- de que hist¨®ricamente los docentes han pagado los platos rotos de las ¨¦pocas de penurias presupuestarias, y no se han beneficiado, en cambio, de la prodigalidad- de las eras de bonanza.Un repaso de la legislaci¨®n en materia de retribuciones de los funcionarios permite comprobar que esa sensaci¨®n no carece de fundamento. El trato dado a los docentes, y muy especialmente a los maestros, siempre se ha caracterizado por su excepcionalidad negativa. La vieja consideraci¨®n de estos ¨²ltimos como una subcategor¨ªa social parece, sin embargo, poco coherente con una organizaci¨®n moderna que ha de apoyar su capacidad de adaptaci¨®n, y, en consecuencia, la flexibilidad de sus recursos humanos, en una consistente formaci¨®n de base. La idea de que el maestro encuentra otras gratificaciones inmateriales a su trabajo, bien por su asociaci¨®n con una suerte de sacerdocio, bien por la reverencia social que reciba, pertenece igualmente al pasado. La dignificaci¨®n de un profesional no existe si no est¨¢ acompa?ada tambi¨¦n de una retribuci¨®n digna. Y el objetivo de lograr un buen cuadro de profesores, captando a candidatos con capacidad e imaginaci¨®n, no debe obstaculizarse con el freno de fijar a ese estamento signos materiales y sociales de segunda fila.
La calidad de la ense?anza p¨²blica en estos niveles sigue constituyendo una justificada preocupaci¨®n en la sociedad espa?ola. Ni en muchos casos los profesores cuentan con una preparaci¨®n suficiente para responder a las demandas de los alumnos ni se procuran los medios para ir adecuando su cualificaci¨®n a los cambios en la forma y contenidos pedag¨®gicos m¨¢s actuales. Requerir de ellos una mayor formaci¨®n y una entrega superior a las tareas de la ense?anza, de modo que su particular calendario laboral no aparezca como un anacr¨®nico privilegio en el panorama general del trabajo, parece una petici¨®n fundada. Hora es ya de que desaparezca la ecuaci¨®n que com¨²nmente se establece entre estar mal pagados, pero contar con la compensaci¨®n de un tiempo muy superior de d¨ªas festivos y vacaciones. La funci¨®n de los profesores es trascendente. Y este alegato ha de valer, tanto cuando se argumente a favor de un salario equiparable a otros titulados similares, como cuando se trate de establecer el tiempo de dedicaci¨®n a las tareas. La ense?anza media espa?ola, por su burocratismo, favorece un tipo de profesor que, una vez ganada la plaza, renueva en muy poco su haber intelectual, y deteriora, en consecuencia, la calidad de la ense?anza que imparte. Existen excepciones, pero es dif¨ªcil negar que una atm¨®sfera no precisamente din¨¢mica gobierna en general los claustros.
?Puede influir en esta relativa pasividad el nivel de sus bajas retribuciones? Sin duda, y ser¨ªa por ello una deficiente pol¨ªtica educativa contribuir a que la desmoralizaci¨®n por esta causa sirviera de coartada para que las deficiencias que se proyectan sobre m¨¢s de cinco millones de ni?os sigan sin remedio.
Efectivamente, la larga historia de las pr¨¢cticas discriminatorias en la retribuci¨®n a los maestros no se han resuelto todav¨ªa bajo el sistema democr¨¢tico. Aunque el ministro Maravall haya obtenido de Hacienda durante dos a?os consecutivos partidas presupuestarias excepcionales para aproximar los ingresos de los profesores a los del resto de los funcionarios, y aunque las retribuciones del profesorado p¨²blico no universitario hayan crecido durante los tres ¨²ltimos a?os por encima de las percibidas por el resto de la Administraci¨®n civil, tambi¨¦n es cierto que el acuerdo de otorgar a los maestros el nivel salarial correspondiente (el 14 seg¨²n los baremos oficiales) no se ha cumplido. El Gobierno socialista tiene igualmente pendiente el desarrollo de la ley de Reforma de la Funci¨®n P¨²blica en lo que se refiere al sistema retributivo de los docentes. El Ministerio de Educaci¨®n anuncia que la discusi¨®n del anteproyecto de Estatuto del Profesorado dar¨¢ ocasi¨®n para negociar esa cuesti¨®n. Ser¨ªa lamentable que la Administraci¨®n socialista no atendiese las expectativas econ¨®micas de los maestros y trabara as¨ª el derecho a exigirles con rigor una dedicaci¨®n y cualificaci¨®n inexcusables.
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