Las autonom¨ªas y la CEE
LAS OPINIONES defendidas por F¨¦lix Pons -ministro de Administraci¨®n Territorial- en una reciente conferencia sobre Europa: Estados y naciones reactualizan una antigua pol¨¦mica. En definitiva, se trata de saber si la entrada en Europa brindar¨¢ a los nacionalistas de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco la oportunidad de adquirir un mayor rango pol¨ªtico o si, por el contrario, se iniciar¨¢ un proceso de diluci¨®n de los nacionalismos dentro de los sentimientos europe¨ªstas. Mientras el ministro Pons cree que la integraci¨®n europea implicar¨¢ una superaci¨®n de los nacionalismos, los partidos y grupos nacionalistas de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco critican severamente ese planteamiento. Dejando a un lado que s¨®lo el transcurso del tiempo permitir¨¢ dar respuesta a esas preguntas, parece evidente que la visi¨®n de Europa como una panacea, capaz de resolver por elevaci¨®n todos nuestros problemas, constituye una ingenuidad tan grande como la afirmaci¨®n de que, a partir de ahora, la unidad fundamental en la vida pol¨ªtica del continente ser¨¢n las regiones y no los Estados.El riesgo encerrado en esta pol¨¦mica ser¨ªa recaer en la tentaci¨®n de lanzarse a la elaboraci¨®n de teor¨ªas encargadas de resolver sobre el papel las cuestiones del futuro, en lugar de atender y afrontar las realidades del presente. Aunque la Constituci¨®n sienta las bases para cerrar un viejo conflicto hist¨®rico y para permitir la integraci¨®n voluntaria de Catalu?a y Euskadi, la construcci¨®n de un Estado espa?ol moderno es una obra todav¨ªa en curso. El dise?o de un modelo auton¨®mico basado en la doctrina caf¨¦ para todos no ha ayudado demasiado a establecer un marco de convivencia que definiera debidamente, al margen de los avatares partidistas de cada momento, el papel de las nacionalidades hist¨®ricas en Espa?a. Pero no se trata s¨®lo de las dificultades de funcionamiento inherentes a una distribuci¨®n territorial del poder a medio camino entre el autonomismo regionalista y el federalismo pol¨ªtico. Las inc¨®gnitas se multiplican ahora con la adhesi¨®n de Espa?a a las Comunidades Europeas.
La incorporaci¨®n a la CEE de la Rep¨²blica Federal de Alemania o de Italia puso en marcha eficaces mecanismos capaces de articular las competencias de las instituciones centrales con las federales o regionales. Mientras que en Espa?a falta incluso la voluntad pol¨ªtica necesaria para convertir al Senado en esa "C¨¢mara de representaci¨®n territorial" que la Constituci¨®n ordena, Alemania cre¨®, con el objetivo de garantizar la debida proyecci¨®n de sus l?nder, la figura del representante u observador en la Comunidad de las regiones. Italia, un pa¨ªs con un grado mucho menor de descentralizaci¨®n, ha creado una Conferencia de Estados-Regi¨®n que, con funciones fundamentalmente informativas y consultivas, act¨²a como instrumento de conexi¨®n entre ambos niveles de gobierno. En Europa, as¨ª pues, ni se han superado ni se han dejado de superar los nacionalismos. Simplemente, se han ido articulando instrumentos institucionales a fin de canalizar ordenadamente y sin recelos las aspiraciones pol¨ªticas de los ciudadanos.
En el caso de Espa?a no se trata de importar esta o aquella f¨®rmula, sino de aceptar nuestra realidad interna y de ponerse a trabajar en la b¨²squeda de los procedimientos adecuados. Puede ser un buen punto de partida el hecho de que la mayor parte de los estatutos de autonom¨ªa reconozcan a las comunidades aut¨®nomas tanto la facultad de adoptar las medidas necesarias para la ejecuci¨®n de los tratados y convenios internacionales en lo que afecten a las materias de su competencia como el derecho a ser informadas sobre esos tratados y convenios en la medida en que afecten a temas de su espec¨ªfico inter¨¦s. Sea cual sea el camino definitivamente elegido, resultar¨ªa prematuro e in¨²til tratar de resolver el contencioso auton¨®mico a base de anularlo o de integrarlo en la supranacionalidad europea. Hay problemas concretos de la integraci¨®n de Espa?a en la CEE que afectan a las comunidades aut¨®nomas y que deben ser resueltos a trav¨¦s de la negociaci¨®n concreta y el di¨¢logo, y no mediante discusiones de sal¨®n ni tertulias period¨ªsticas. Algo que el ministro de Administraci¨®n Territorial deber¨ªa ser el primero en aprender.
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