Agust¨ªn Ibarrola reconstruye con traviesas de ferrocarril las huellas fosilizadas del trabajo humano
El artista vizca¨ªno expone su ¨²ltima obra en la estaci¨®n del Norte de Bilbao
Agust¨ªn Ibarrola, nacido en Basauri, Bilbao, hace 54 a?os, expone estos d¨ªas en la estaci¨®n del Norte de Bilbao una selecci¨®n de composiciones (t¨®tems, estructuras, murales) realizadas con traviesas de ferrocarril. Es una derivaci¨®n de la busca del autor de las huellas del tiempo en los materiales con que el hombre ha construido su historia, que, en 19 obras del artista vizca¨ªno, es "historia del trabajo y del dolor humanos". Ibarrola ha sido motivo de reciente pol¨¦mica en el Pa¨ªs Vasco por la utilizaci¨®n de un bosque como espacio pict¨®rico, hecho alabado por cr¨ªticos y contestado por colectivos ecologistas.
Hace cerca de 20 a?os, en la ya desaparecida sala Mikeldi, de Bilbao, Agust¨ªn Ibarrola ofreci¨® un primer desarrollo de su aproximaci¨®n a este tema que hoy muestra en la estaci¨®n del Norte de Bilbao.Se trataba entonces de una serie de grabados realizados sobre la matriz de las vetas que el transcurso del tiempo ha ido inscribiendo en la madera. Al rayar con ceras el papel o lienzo colocado sobre la tabla, como los ni?os hacen con las monedas o medallas, los surcos que atraviesan aqu¨¦lla ascienden a la superficie en sus formas m¨¢s simplificadas, que son los perfiles que contornean la ausencia. El vaiv¨¦n de olas que surca el plano revela la existencia de -un mar subterr¨¢neo.
A?os antes, Ibarrola hab¨ªa tenido en la prisi¨®n de Burgos (preso como miembro del Partido Comunista de Espa?a), una primera intuici¨®n de ese mensaje silencioso de los materiales, al descubrir en las losas del piso carcelario, desgastadas por el ir y venir de miles de cautivos, las huellas del dolor humano que el tiempo ha ido fosilizando en el aire.
Ibarrola, pintor, tras los pasos de Aurelio Arteta, de la Vizcaya industrial de los a?os sesenta, ha evolucionado hacia una sensibilidad m¨¢s atemporal, pero presidida por una profunda piedad hacia la condici¨®n humana. Su mirada de artista se alimenta de la misma savia que dio vigor a la pluma de Tom¨¢s Meabe, el poeta bilba¨ªno fallecido en 1915, con quien tantos rasgos comparte.
El buc¨®lico paisaje que el encartado Antonio de Trueba cantase el siglo pasado se ha convertido, por efecto del trabajo humano de varias generaciones, en un panorama casi lunar, combinaci¨®n de cr¨¢teres y mont¨ªculos yermos, que puede contemplarse hoy en la, zona minera de Vizcaya, subiendo de Gallarta a La Arboleda. Ibarrola, ordenando ,las hendiduras y relieves que el paso del tiempo ha ido inscribiendo en las traviesas de ferrocarril, recompone sobre el plano, y a escala reducida, no el paisaje, sino su transformaci¨®n. Partiendo de su huella, reconstruye el tiempo. Es decir, el trabajo de los seres humanos.
Cicatrices del tiempo
En las traviesas, las cicatrices del tiempo aparecen de manera tan perceptible que ni siquiera es necesario el revelado. Basta la ordenaci¨®n coherente de los materiales para recomponer sobre el plano del mural el discurso. Los pesados tirafondos y tornillos, tan ferroviarios, fundidos ya sin remedio en la madera, sirven para puntuar de trazo en trazo ese discurso. En cambio, la pintura roja o azul con que a veces subraya Ibarrola las frases resulta casi siempre superflua, redundante.Jorge Oteiza ha dicho siempre que "Ibarrola es m¨¢s escultor que pintor". Sus mejores cuadros revelan, a su juicio, "una vocaci¨®n tridimensional". Unas veces, subrayando el dramatismo de la escena mediante la extracci¨®n del plano general de una figura cuya silueta es recordada y abatida, cabeza abajo, fuera del dintel de la obra, acerc¨¢ndola al espectador. Otras, redondeando las figuras del fondo coral a fin de convertir el espacio del cuadro en una semiesfera que ofrece al espectador su concavidad abierta. Ya en 1952, en el cat¨¢logo para una de las primeras exposiciones de Ibarrola, ¨¦ste era definido por Oteiza como un artista "de pase largo". Lo son estas composiciones ¨²ltimas de Ibarrola, en las que la mano del artista orienta al espectador por un laberinto de muescas, de huellas m¨ªnimas, hasta reconstruir el plano general: lo que queda de un rastro de pisadas sobre la arena despu¨¦s de que el viento las haya borrado.
Babelia
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