Tovar
Uno de los d¨ªas anteriores al solsticio de invierno, en la soledad- de la casa familiar de Vera, me enter¨¦ de la muerte de Antonio Tovar. Poco antes, en Madrid, hab¨ªa dejado al profesor Blanco Frejeiro una hoja con mi firma para proponer su entrada en la Academia de la Historia. La propuesta se iba a realizar cuando ya hab¨ªa muy malas noticias acerca de su salud: noticias que me llegaron primero por conducto de su ¨ªntimo amigo Pedro La¨ªn. Tovar sufr¨ªa desde hace a?os, y esto lo vi directamente las ¨²ltimas veces que habl¨¦ con ¨¦l, aunque resist¨ªa el dolor con ¨¢nimo estoico.Pese a antecedentes y malos ag¨¹eros, la noticia de la muerte me ha producido una especie de estupor, del que a¨²n hoy, cuando escribo estas l¨ªneas, la v¨ªspera de Navidad, no he salido. Estupor unido a la amargura que, en ¨²ltima instancia, me da ocasi¨®n para meditar sobre la vida y la muerte: una muerte que yo tambi¨¦n creo que he tenido cerca, de fines de la primavera a comienzos del oto?o.
Conoc¨ª a Tovar hace muchos, much¨ªsimos a?os, cuando empec¨¦ la carrera de Filosof¨ªa y Letras y se daban los cursos en el edificio de la Ciudad Universitaria. Creo que ¨¦l ya hab¨ªa acabado, y en la juventud, la diferencia de dos o tres a?os aumenta las distancias. Tovar ten¨ªa entre los estudiantes el prestigio del que ha terminado con brillo extraordinario la carrera y est¨¢ ya en otro acto.
Por lo que hablaba con ¨¦l y por lo que despu¨¦s comprob¨¦ que era capaz de hacer, tuve pronto la idea clara de que, en primer lugar, de todos mis contempor¨¢neos, era el que pose¨ªa las mejores herramientas para llevar a cabo una obra importante. Su capacidad ling¨¹¨ªstica era extraordinaria. Lo que a otros nos costaba muchos esfuerzos y sudores, a ¨¦l le resultaba f¨¢cil. Lo que otros lleg¨¢bamos a rnanejar a trancas y barrancas, a ¨¦l le era familiar: griego o alem¨¢n, lat¨ªn y otras lenguas antiguas. Sobre esto, ya entonces ten¨ªa una inmensa lectura de obras cl¨¢sicas y, estaba en trance de traducir a Pausanias y de dar una versi¨®n personal de qui¨¦n fue S¨®crates. Cuando, de ida o de vuelta a la Ciudad Universitaria, camin¨¢bamos juntos con alg¨²n otro compa?ero, el aplomo, el saber de Tovar me pod¨ªan producir un poco de espanto. La duda met¨®dica cartesiana es un principio que me parece mejor cuanto m¨¢s viejo soy. Pero a los 20 o 21 a?os, mis dudas no obedec¨ªan a principios filos¨®ficos, sino a que, sencillamente, no sab¨ªa nada bien y me daba cuenta de ello: y el saber de aquel joven con muy pocos a?os m¨¢s que yo me asombraba. No recuerdo si entonces hablamos alguna vez de pol¨ªtica o no. M¨¢s bien creo que no, porque tampoco en este orden andaba yo muy seguro de lo que era: o por lo menos, un liberalismo o individualismo hereditario hac¨ªa que no encontrara ¨¢rbol bajo el que cobijarme: porque sabido es que la vida pol¨ªtica hace medio siglo se desenvolv¨ªa bajo el signo del caudillaje y de los partidos de masas, de izquierda o de derecha... Como hoy, pero acaso de forma m¨¢s peligrosa.
Supe, no s¨¦ c¨®mo, que Tovar se hab¨ªa adscrito a un grupo pol¨ªtico que atra¨ªa y seduc¨ªa a muchos j¨®venes. Despu¨¦s... despu¨¦s vino lo que vino; eso que este a?o vamos a recordar, analizar, idealizar y falsificar cuanto podamos. Y ya en Madrid, despu¨¦s de 1940, volv¨ª a encontrar a Tovar metido en la vida p¨²blica y en trance de comenzar su brillante tarea de profesor universitario.
Yo no estaba entonces en una posici¨®n c¨®moda. No era un gallo del momento: me encontraba sin plumas y sin cacarear demasiado. Pero he de reconocer que Tovar, cuando pudo, quiso ayudarme, y hasta prepar¨® una c¨¢tedra de Historia Antigua en Salamanca para que fuera a ocuparla. Si no fui no fue m¨¢s que por mi propia desconfianza en todo. Las puertas se me abrieron, yo no entr¨¦ por ellas. La relaci¨®n sigui¨® luego m¨¢s distanciada. Coincidimos en intereses cient¨ªficos en varias ocasiones. De cuando en cuando sab¨ªa algo de lo que pasaba en Salamanca, hasta que lleg¨® la crisis de 1955, que le hizo salir del rectorado. Personalmente, de ¨¦l conoc¨ªa m¨¢s trabajos, publicaciones, ¨¦xitos dentro y fuera. La promesa se hab¨ªa hecho realidad. As¨ª han pasado los a?os, m¨¢s de un cuarto de siglo. De repente se da cuenta uno de que es viejo. Tanto como esto le sorprende la vejez de los contempor¨¢neos. De repente, tambi¨¦n, aparece la muerte. Una aparici¨®n prevista, pero que nunca se acepta con resignaci¨®n. Cuando llega, y m¨¢s cuando llega a personas como Tovar, el superviviente piensa que la vida no es racional, tampoco irracional (esto ser¨ªa algo). La vida es ininteligible.
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