El alma de los brutos
Cuanto menos seguro se est¨¢ del sentido y fundamento de la virtud, cuanto m¨¢s descontento se siente uno de la palabrer¨ªa sobre la dignidad del pr¨®jimo y m¨¢s hay que trampear para rescatar la propia, mayor escr¨²pulo genera el expolio de las coliflores y la tortura de los berberechos. Pase que la historia sea fruto de la lucha de clases y que s¨®lo el equilibrio del terror pueda resguardar nuestros m¨¢s santos valores, pero, al menos, ?que no se nos obligue a consentir ri?as de gallos, caza de zorros ni lidias taurinas! Ya que no conocemos la raz¨®n esencial de ning¨²n respeto, propugnemos pat¨¦ticamente todos: ev¨ªtese zaherir a los negros y a las ballenas, a los alcornoques y a los disidentes pol¨ªticos, mientras luchamos por la liberaci¨®n de los oprimidos, incluidos los fetos y las algas. Leo en la ?tica aplicada de Jos¨¦ Ferrater Mora y Priscilla Cohn una defensa del "movimiento de liberaci¨®n de los animales" o, para abreviar, "liberaci¨®n animal", "nombres", se nos dice, "que no por casualidad nos recuerdan otros movimientos de liberaci¨®n, como el de los negros o el de las mujeres". Animales, negros y mujeres... m¨ºme combat! Efectivamente, no debe ser pura casualidad que se hable de liberaci¨®n de los animales como se habla de liberaci¨®n de negros o de mujeres. Tampoco cabe suponer mala fe, de modo que -piadosamente- habr¨¢ que recurrir al malentendido. En torn¨® al cual quisiera proponer las siguientes observaciones.Quiz¨¢ a alguien pueda, sorprenderle como novedad la actual virulencia de las reclamaciones en torno a derechos de los animales -o a su liberaci¨®n-, que ha llegado hasta la aparici¨®n de grupos de terrorismo light, los cuales no vacilan en colocar explosivos de advertencia en laboratorios donde se experimenta con cobayas vivas. La lista de motivos de este auge la puede establecer cada aficionado a la sociolog¨ªa de los valores por su cuenta: hiperestesia ante un sufrimiento concentracionario por razones de utilidad p¨²blica, pero demasiado an¨¢logo al de tantos humanos; temor y repulsi¨®n ante la arrogante impiedad del desarrollo t¨¦cnico; rechazo neoilustrado de ciertos esparcimientos populares considerados at¨¢vicamente crueles... Entre los argumentos invocados para justificar estas protestas, una primera contradicci¨®n: unos provienen de la sensibilidad herida por excesos en la aplicaci¨®n del racionalismo utilitario, y otros, de la raz¨®n civil ofendida por supervivencias de un tradicionalismo festivo considerado b¨¢rbaro. Pero esta colisi¨®n cuenta poco mientras pueda ser argumentada, porque la raz¨®n no mec¨¢nica suele entrar en conflicto consigo misma y gracias a ello avanza y se perfecciona.
La fundamentaci¨®n te¨®rica de esta actitud tiene ra¨ªces que bucean hondo en el pasado, desde la a-himsa hind¨², que proscribe el da?o a cualquier ser vivo, pasando por el ius animantium de los estoicos o la disputa en torno al alma de los brutos en el racionalismo franc¨¦s. En la actualidad cuenta con abogados de peso, como, por ejemplo, Claude L¨¦vi-Strauss, quien, en Le regard
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eloign¨¦, establece taxativamente: "Los derechos de la humanidad cesan, pues, en el momento en que su ejercicio pone en peligro la existencia de otra especie". Y Jos¨¦ Ferrater y Priscilla Cohn, en su obra antes citada, corroboran as¨ª ese dictamen: "En virtud de la continuidad de los niveles de sistemas de realidades, los intereses de la especie humana coinciden con los intereses de otros vivientes. Los intereses humanos no son supremos; s¨®lo lo son los intereses comunes a una y otros". En otros casos, la preocupaci¨®n no es por la extinci¨®n de la especie amenazada por manipulaciones humanas, sino contra la crueldad del trato infligido a cada uno de los individuos: tortura de las cobayas en los laboratorios, horroroso empacho de las ocas destinadas a fabricar foie-gras, sadismo b¨¢rbaro de la ejecuci¨®n ritual de los toros de lidia, etc¨¦tera. Aqu¨ª, otra contradicci¨®n, pues nada amenazar¨ªa m¨¢s la conservaci¨®n, de la especie de las cobayas, las ocas o los toros de lidia que el definitivo cese de su doloroso servicio obligatorio al hombre. Resumiendo, en todas esas posturas se sostiene un principio b¨¢sico ("hay una continuidad esencial de valor entre todos los seres vivientes") y una consecuencia principal ("por tanto, cualquier ser vivo merece ser igualmente respetado"), que a veces recibe una formulaci¨®n m¨¢s matizada ("el hombre no tiene derecho a exterminar ninguna especie viviente, y cada individuo vivo tiene derecho a no ser tratado con crueldad"). Tales son los puntos que me gustar¨ªa examinar m¨¢s de cerca.
?Hay una continuidad de valor entre todos los seres vivientes? Desde el punto de vista piadoso de ciertas religiones puede que sea ciertamente as¨ª, pero si valor se entiende en su sentido ¨¦tico, esa suposici¨®n es fundamentalmente falsa. Cuan do el sant¨®n budista al que un enorme tumor canceroso deforma el cuello detiene a quienes quieren extirp¨¢rselo con un "dejadle crecer: ¨¦l tambi¨¦n est¨¢ vivo", no es la voz irremediablemente humana de la ¨¦tica la que escuchamos, sino la voz sobrehumana -y a menudo inhumana- de la religi¨®n. La ¨¦tica no es el respeto y reconocimiento de lo vivo por lo vivo, sino el respeto y reconocimiento de lo humano por lo humano. Lo que merece respeto desde el punto de vista ¨¦tico es la b¨²squeda humana de la vida buena, no los irremediables vecinazgos impuestos por la biolog¨ªa: de lo que habla la ¨¦tica es de mi vida o nuestra vida, no de la vida. En el fragmento antes referido, Ferrater y Cohn hablan de una comunidad de intereses entre los vivientes, y aseguran que los intereses humanos no son supremos. Pero parece bastante obvio que los intereses de los vivientes en unos casos coinciden y en otros muchos se oponen: ah¨ª no est¨¢n las especies extintas -una reverencia en passant a los dinosaurios- para atestiguar con su ausencia. No s¨¦ si los hombres son mejores en todo sentido que los animales: lo negaron el escepticismo ir¨®nico de Montaigne y la misantrop¨ªa metaf¨ªsica de Schopenhauer. Pero, desde luego, sus intereses son supremos, es decir, son los ¨²nicos a partir de los cuales podemos interesarnos o valorar cualquier realidad existente. Los intereses de los hombres son supremos para los hombres, ¨²nica especie expl¨ªcitamente axiol¨®gica que nos ha sido dado conocer por el momento... en tanto Reagan y Gorbachov no tengan ocasi¨®n de aliarse contra los extraterrestres.
?Debe el hombre respetar a todo bicho viviente? ?Poseen derechos a la existencia las especies o a no ser tratados con crueldad los individuos del reino animal? En cuanto a la extinci¨®n de las especies, la cosa supongo que no puede llevarse hasta sus ¨²ltimas -pero l¨®gicas- consecuencias: si ma?ana fuera posible aniquilar la especie de virus que causa el s¨ªndrome de imunodeficiencia adquirida (SIDA) o los microorganismos cancer¨ªgenos (en el supuesto de que los haya), creo que ni el ecologista m¨¢s contumaz se atrever¨ªa a lamentar p¨²blicamente la desaparici¨®n de estas ramificaciones de la proteiforme vitalidad universal. El hombre tiene el derecho -ni siquiera ¨¦tico, sino anterior a la ¨¦tica- de exterminar todas aquellas formas vivas que amenazan su propia existencia sin contraprestaci¨®n positiva ninguna a cambio. Respecto a los tan cacareados -nunca mejor dicho- derechos de los animales, confieso que no me resulta f¨¢cil entender a qu¨¦ se refiere semejante expresi¨®n. Si al menos se hablara de derechos para los animales, es decir, concedidos por, real decreto humano a ¨¦stos... Coincidiendo con esta reserva, especifica atinadamente Rubert de Vent¨®s en Filosof¨ªa y/o pol¨ªtica: "Bien entendido que otorgar a algo (a una planta o a un pa¨ªs, a un animal o a un embri¨®n) un derecho no supone, necesariamente reconocer su car¨¢cter humano o personal: supone tan, s¨®lo aceptar que, en determinadas circunstancias, ese algo merece un tratamiento no meramente instrumental". En tal sentido del derecha concedido, no reclamado por su propia condici¨®n, les es l¨ªcito a las vacas del rey pastar en prado ajeno. Pero, ?c¨®mo va a ser un animal sujeto de derechos? Aqu¨ª es el genitivo subjetivo el que falla de plano. ?C¨®mo va a haber derecho ¨¦tico donde falta la reciprocidad de reconocimiento? ?Tienen acaso deberes los animales? ?Se respetan las especies de animales y de seres vivos sus derechos entre s¨ª? Si se admiten los derechos humanos de los animales, ?no habr¨ªa tambi¨¦n que aceptar los derechos animales de los humanos: incesto, canibalismo, infanticidio, etc¨¦tera? Rota la homogeneidad espec¨ªfica racional, el t¨¦rmino derecho no resulta ser m¨¢s que un mejor o peor intencionado abuso de lenguaje.
No faltan razones para respetar a ciertas especies y evitar en lo posible la crueldad contra los individuos del reino animal, pero no se trata de razones ¨¦ticas. Lo que aqu¨ª est¨¢ en juego son valores piadosos -es decir, de orden religioso en sentido amplio-, valores est¨¦ticos, cuestiones de buen gusto (la brutalidad con los animales entra en el orden de la falta de elegancia y del desprecio a lo sensato de las formas), y sobre todo, consideraciones pragm¨¢ticas: la destrucci¨®n irresponsable de formas de vida puede llegar a afectar negativamente nuestra supervivencia. Todo ello configura una "est¨¦tica de la generosidad", como dir¨ªa Nietzsche, sumamente digna de aprecio. Sin embargo, la ¨¦tica es otra cosa y se propone otra empresa, aunque nada pueda disociarse de nada completamente cuando se trata de valores. Avecinar las quemas de herejes y la cruel cocci¨®n de la langosta, la tortura de los detenidos y el empacho de la oca productora de foie-gras, el militarismo belicista y las ri?as de gallos es tomar una met¨¢fora por su m¨¢s obtusa literalidad y renunciar a entender nada -pretendiendo, eso s¨ª, salvarlo todo- en el orden moral de la acci¨®n humana.
Ep¨ªlogo para taurinos y taur¨®fobos
Comprendo que haya personas a las que, por motivos est¨¦ticos, pero nunca ¨¦ticos, les disgusten profundamente las corridas de toros. Admito y comparto que cualquier persona sensata, aficionada o no a los toros, rechace con indignaci¨®n hist¨®rico-pol¨ªtica el est¨²pido calificativo de fiesta nacional que a menudo se les aplica todav¨ªa. Pero respecto a lo de barbarie ya hay que decir algo m¨¢s. Si por esa calificaci¨®n derogatoria se alude al menosprecio de los valores esenciales que mantienen a los hombres juntos, iguales y libres, al menos seg¨²n derecho, dif¨ªcil veo que el ritual taurino pueda ser considerado b¨¢rbaro. Y si se trata de la suavidad de las costumbres... bueno, entonces digamos de una vez que el b¨¢rbaro no es quien olvida respingar ante cualquier sangre derramada, sino quien ignora la raz¨®n por la que la humana es absolutamente m¨¢s preciosa que cualquier otra.
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