Al fin, Israel
EL ESTABLECIMIENTO de relaciones diplom¨¢ticas con Israel -hoy se har¨¢ p¨²blico- pone fin a una de las situaciones m¨¢s incoherentes de la pol¨ªtica exterior espa?ola de los ¨²ltimos a?os. Si el franquismo pudo argumentar el no reconocimiento de ese Estado por razones ideol¨®gicas -el dictador conserv¨® las referencias a la conspiraci¨®n judeomas¨®nica hasta su ¨²ltimo discurso en 1975- y en beneficio de la llamada pol¨ªtica de relaciones privilegiadas con el mundo ¨¢rabe, la continuidad de esa pol¨ªtica no ten¨ªa ning¨²n sentido tras la instauraci¨®n de una democracia deseosa de mantener relaciones con todos los pa¨ªses del mundo. La sucesi¨®n de vacilaciones y aplazamientos en busca del momento oportuno en relaci¨®n con los conflictos en Oriente Pr¨®ximo han cubierto pr¨¢cticamente toda la ¨²ltima d¨¦cada.El reconocimiento del Estado de Israel, con 40 a?os de historia, no significa un cambio de la posici¨®n espa?ola respecto a la causa palestina, sino el cumplimiento de una' vocaci¨®n universalista en las relaciones exteriores, vocaci¨®n que en nuestro caso viene avalada por la existencia de un legado jud¨ªo-hisp¨¢nico que ha pervivido pese a las persecuciones, las guerras y los exilios. Espa?a, por fin, recupera para s¨ª y para el concierto internacional una normalidad que por s¨ª misma deber¨¢ contribuir a mejorar el tratamiento de los conflictos en el Mediterr¨¢neo.
La llamada tradicional amistad con los pa¨ªses ¨¢rabes, acu?ada por el r¨¦gimen anterior, obedec¨ªa a una determinada estrategia pol¨ªtica: Franco -que era un africanista- tuvo en su pol¨ªtica ¨¢rabe un escape al cerco de las democracias occidentales y de los pa¨ªses socialistas y alg¨²n alivio a los conflictos con Marruecos que en nada sirvi¨® a la hora de abandonar el protectorado. Pero el inicial veto del Estado de Israel a la aceptaci¨®n por la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas de la dictadura franquista nunca fue olvidado por el aut¨®crata, y esa fue la verdadera raz¨®n de su posterior persistencia en el no reconocimiento.
Israel es un Estado democr¨¢tico y una naci¨®n en guerra. Tambi¨¦n padece una notable esquizofrenia interior, y no pocas contradicciones, fruto del aluvi¨®n de lenguas, culturas e historias que han arrastrado sus habitantes. Basada su construcci¨®n econ¨®mica y su sociolog¨ªa pol¨ªtica en unos ideales sionistas, combina un tipo de integrismo religioso con una creciente secularizaci¨®n de su sociedad. Apoyado por el capitalismo occidental m¨¢s depurado, alberga en su seno las organizaciones cooperativas y comunitarias m¨¢s puras y ortodoxas con arreglo a los conceptos marxistas de la propiedad. Es admirable su lucha por el progreso y el desarrollo econ¨®mico, su apego a la tradici¨®n y la capacidad de su pueblo para crear una naci¨®n. Pero la guerra ha ido militarizando las conciencias de los herederos de Ben Gurion, que siguen -incre¨ªblemente- desecando los pantanos y fertilizando el desierto en medio de un enjambre de metralletas y sobre territorios arrebatados a los palestinos o a los jordanos por la fuerza de las armas.
Las acciones de guerra de Israel, que sufre un hostigamiento continuo del terrorismo palestino, son, con frecuencia cada vez m¨¢s preocupante, una forma de verdadero terrorismo de Estado. Su pol¨ªtica desdice muchas veces de los ideales de pacificaci¨®n en la zona. Su operaci¨®n en L¨ªbano, sobre cruenta, ha resultado pol¨ªticamente desastrosa y ha contribuido a aumentar el peso de la Siria prosovi¨¦tica en el ¨¢rea. En definitiva: su Gobierno no es un modelo a imitar. Pero Espa?a mantiene relaciones con muchos otros pa¨ªses cuyos Gobiernos cometen acciones funestas, m¨¢s crueles y rechazables, y no les retira su diplomacia. Por otra parte, el establecimiento de relaciones con Israel no implica, ni tuvo que implicar nunca, una toma de posici¨®n contraria a las leg¨ªtimas aspiraciones del pueblo palestino, ni conlleva una aprobaci¨®n de la forma en que Israel conduce esa cuesti¨®n.
Todos estas razones, m¨¢s la evidente necesidad de articular a nuestro pa¨ªs en la conducta pol¨ªtica de Occidente, donde Israel tiene un significado, ha prevalecido al fin sobre el confuso izquierdismo sentimental -ciego ante la crueldad del terrorismo antijud¨ªo, ante el racismo antisionista, ante la ausencia de libertades en muchos pa¨ªses ¨¢rabes supuestamente revolucionarios, ante la represi¨®n que en nombre de una manipulaci¨®n de la idea del islam ejercen algunos reg¨ªmenes teocr¨¢ticos. Sentimentalismo alimentado, no habr¨¢ de olvidarse, por las necesidades petroleras -acentuadas por la crisis de 1973-, unos apreciables intercambios comerciales y una afluencia de capital ¨¢rabe a Espa?a que, de todos modos, no parece probable que se altere con este reconocimiento.
Las reacciones de Siria y Libia ante el inminente reconocimiento de Israel puede esperarse que sean las m¨¢s crudas, pero no es previsible que su prop¨®sito de convocar a la Liga ?rabe para tratar ese asunto y proponer represalias comerciales contra Espa?a consiga un acuerdo un¨¢nime. Por su parte, Espa?a ha sido una de las naciones que se ha opuesto recientemente al bloqueo econ¨®mico contra Libia que solicitaba el Gobierno norteamericano, y tambi¨¦n, en la l¨ªnea de mostrar la continuidad de su pol¨ªtica de apoyo a la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina, el Gobierno espa?ol ha privilegiado la representaci¨®n de esta organizaci¨®n en Espa?a. Los riesgos de algunas acciones terroristas a cargo de grupos fan¨¢ticos nunca pueden ser descartados, pero, a la vez, ser¨ªa impensable que la pol¨ªtica exterior de un Estado sucumbiera ante estos chantajes.
Con el reconocimiento de Israel, Espa?a elimina la excepcionalidad de ser el ¨²nico pa¨ªs de Occidente sin relaciones diplom¨¢ticas con ese Estado, que de otra parte recibe un trato preferencial por parte de la Comunidad Europea, a la que ahora pertenecemos. Pero, insistimos, recupera sobre todo una parte de su propio pasado, cerrilmente amputada de nuestra historia durante siglos tras la expulsi¨®n de los jud¨ªos. Espa?a puede enorgullecerse abiertamente de contar con un legado ¨¢rabe y un legado jud¨ªo propios, que supieron convivir en paz y armon¨ªa durante mucho tiempo hasta que el fanatismo religioso de la ¨¦poca -representado entonces por el cristianismo de cruzada- acab¨® con ¨¦l. Hoy el fanatismo anida en los partidos ortodoxos religiosos -minoritarios, pero poderos¨ªsimos- del Estado de Israel y en el fanatismo creciente de la religi¨®n isl¨¢mica, imponi¨¦ndose sobre la organizaci¨®n social y pol¨ªtica de los pueblos ¨¢rabes. Pero hay muchas fuerzas en uno y otro lado dispuestas a acabar con el horror de la guerra y a sellar una paz obtenida mediante el di¨¢logo. Desde hoy Espa?a est¨¢ en una mejor posici¨®n para intentar ser ¨²til en esa tarea.
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