Una pasi¨®n serena
Son raras las ocasiones en las que, para expresar el sentimiento que atenaza a un pueblo de ciudadanos dignos de ese nombre, no resulta excesivo utilizar la palabra orfandad. Es la nuestra de hoy una orfandad sin desamparo. No nace de la dependencia y el desasosiego, sino del afecto y de la admiraci¨®n.Es lo m¨¢s opuesto a ese vac¨ªo lleno de desazones que dejan tras de s¨ª los tiranos que mueren en su cama; es la conciencia dolorida del valor de un hombre irrepetible que se va dej¨¢ndonos -?harto consuelo?- su memoria.
Un hombre irrepetible, como todo ser humano lo es. Pero en este caso, qu¨¦ dif¨ªcil ser¨¢ volver a encontrar en otro hombre la pasi¨®n y la serenidad tan arm¨®nicamente conciliadas en una robusta personalidad.
Quienes tuvimos el privilegio de trabajar cotidianamente con ¨¦l sabemos algo de la pasi¨®n que lo embarga. Era la suya una pasi¨®n con varios cauces: pasi¨®n de conocimiento, que le llevaba a interesarse por las m¨¢s diversas manifestaciones del quehacer humano; pasi¨®n de afecto, que se traduc¨ªa en una inagotable voluntad de relacionarse con personas de las m¨¢s diversas condiciones; pasi¨®n, en fin, por la cultura, que le hac¨ªa sumergirse una y otra vez en el tesoro de la experiencia humana acumulada a lo largo de la historia y de donde brotaba su dominio del hablar fluido y de la palabra exacta, a veces rescatada de los sumideros de nuestro idioma.
Esa pasi¨®n vital se engarzaba, con una naturalidad que pod¨ªa llegar a ser desconcertante, en un car¨¢cter sereno. Una serenidad nacida de la consciencia del propio valor y de la conformidad con la propia imagen; una serenidad que reflejaba el arraigo de sus convicciones ideol¨®gicas y de su optimismo hist¨®rico; una serenidad salpicada de iron¨ªa que le permit¨ªa distanciarse de las cosas sin dejar por ello de comprometerse con ellas.
Fue el alcalde que eligieron los madrile?os cuando recuperaron su voz y su voto, y con ¨¦l ha acendrado Madrid su ser propio y su universalismo. Pero si el orgullo de tenerlo como representante correspondi¨® s¨®lo a los habitantes del municipio de Madrid, hoy ¨¦stos comparten su dolor con muchos otros espa?oles.
No es casualidad que los versos con los que Machado despidi¨® la fecunda vida de Francisco Giner de los R¨ªos vengan ahora a algunas memorias. Laico y laborioso, Giner ped¨ªa en la voz de Machado un duelo de labores y esperanzas en el que sonaran los yunques y enmudecieran las campanas. Y se iba el siempre joven maestro con una ¨²ltima y esencial recomendaci¨®n paternal que tanto agradecer¨¢ el viejo profesor: ser buenos. La recomendaci¨®n -aunque esta vez, sin duda, era la voz del poeta- conclu¨ªa: "Ser lo que he sido entre vosotros: alma".
Hoy es Enrique Tierno Galv¨¢n un recuerdo que nos quema. Pero a partir de ma?ana y en adelante hemos de hacer que sea un recuerdo que nos gu¨ªe.
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