El anarquismo y Durruti
En noviembre de 1985, Enrique Tierno Galv¨¢n escribi¨® este peque?o texto, que deb¨ªa servir de pr¨®logo al libro Durruti (1896-1936), de Rai Ferrer (Editorial Planeta). El texto lleg¨® tarde al editor, qui¨¦n sabe si por los problemas ocasionados por la enfermedad, y su autor no pudo incluirlo en la edici¨®n del libro. Es uno de los ¨²ltimos escritos del viejo profesor, en el que combina la reflexi¨®n filos¨®fica y pol¨ªtica con un recuerdo de juventud, el de su militancia anarquista durante la guerra civil.
El anarquismo ha sido uno de los ideales que en cierto modo anid¨® siempre en la conciencia de los hombres desde que la conciencia occidental fragu¨® como tal. En el fondo se trata de una vuelta a la inocencia, y esto siempre tiene una especial seducci¨®n.Esta vuelta a la inocencia se ha llamado normalmente vuelta a la naturaleza, cuando a¨²n se cre¨ªa que el hombre nac¨ªa con caracteres indelebles de orden natural que preconfiguraban una conducta fraternal sin violencias y sin sometimiento a ning¨²n poder.
Cuando el imperativo natural se desech¨® y viose claro que era antes que nada un imperativo social que defin¨ªa la conducta humana, el retorno de la conciencia del hombre feliz se convirti¨® fundamentalmente no en obediencia a las leyes naturales, sino en lucha contra las leyes sociales pervertidoras. Se sustituy¨® la filosof¨ªa natural de Rousseau por el ataque contra la sociedad que no educa al hombre en el sentido de asegurarle una conducta recta y feliz. El principio de que la desigualdad entre los hombres es efecto de la sociedad, ya que, naturalmente, el hombre nace al margen de condiciones naturales, inexcusable, se impuso. De aqu¨ª naci¨® la idea de la transmutaci¨®n de los valores sociales existentes en nuevos valores, idea que ten¨ªa como elemento fundamental la necesidad de destruir el poder de dominaci¨®n.
Cal¨® con profundidad la idea que, como he dicho al principio, estaba en cierto modo en la conciencia de todos como algo positivo. Los anarquistas parten de este supuesto inicial: mientras exista poder de dominaci¨®n, el ser humano ser¨¢ infeliz. La tenaz y permanente contraposici¨®n entre anarquismo y marxismo nace de la idea de que el marxismo, seg¨²n sus fuentes cl¨¢sicas, exig¨ªa un estado de control por parte del proletariado antes de llegar a una sociedad anarquista.
Ciertos te¨®ricos anarquistas estaban y est¨¢n absolutamente convencidos de que el poder de dominaci¨®n encamado en el Estado pod¨ªa destruirse de modo inmediato y pasar, a trav¨¦s de la necesaria revoluci¨®n, a aplicar a la sociedad los m¨¦todos anarquistas, que consistir¨ªan sobre todo en que el pueblo se gobernase a s¨ª mismo a trav¨¦s de asambleas con un criterio fundamentalmente igualitario.
Durante finales del siglo XIX y principios del XX, los anarquistas defendieron este principio a veces con actos de violencia, pues cre¨ªan que destruyendo al Estado se destru¨ªa el gran enemigo, el poder de dominaci¨®n.
El anarquismo espa?ol no fue el menos convencido ni el menos leal a sus doctrinas. Lo cierto es que en tiempos de la guerra civil, cuando pudo ponerlas en pr¨¢ctica, lo hizo de un modo ejemplar y asombroso, como de todos es sabido.
Entre los anarquistas espa?oles m¨¢s convencidos, activos, a la par que m¨¢s inteligentes, se encontraba Durruti, al que se dedica el libro que sigue. Sobre Buenaventura Durruti han ca¨ªdo negras sombras de duda y confusi¨®n que en parte el libro aclara. Durruti era un idealista dado a la acci¨®n. Como el lector ver¨¢, desde muy joven no dej¨® de luchar contra el Estado por los medios que ¨¦l cre¨ªa leg¨ªtimos e ideol¨®gicamente impecables. Recorri¨® medio mundo jug¨¢ndose siempre la vida en conspiraci¨®n contra el poder, pretendiendo destruir el poder pol¨ªtico para acabar as¨ª de arriba abajo con el poder social. Un tipo antropol¨®gicamente muy espa?ol, que estaba especialmente dotado para el mando, la organizaci¨®n y la guerrilla.
Al estallar la guerra civil espa?ola form¨® unos batallones e intent¨® organizar las huestes ¨¢cratas, cooperando activamente con el ej¨¦rcito del pueblo. Luch¨® siempre a su modo y desde su perspectiva de guerrillero y gran t¨¢ctico. Pose¨ªdo por un gran esp¨ªritu de justicia, ayudado por un convencimiento ideol¨®gico profundo, no falt¨® a ninguna de las citas a las que la guerra le llamaba. A mi juicio, hab¨ªa en ¨¦l cualidades que no todos sus seguidores ten¨ªan. En ocasiones los batallones anarquistas luchaban con grand¨ªsimo valor, pero sin atenerse estrictamente a la estrategia definida por los mandos. Durruti hab¨ªa nacido guerrillero y ¨¦sta era su gran fuerza y ah¨ª aplicaba su inteligencia.
Muchos de los que entonces est¨¢bamos con el anarquismo entendimos muy bien que ¨¦l era muy superior a la mayor¨ªa de los que le segu¨ªan, que por otra parte no estaban suficientemente seleccionados, pero su personalidad estaba por encima de cualquier duda.
Bueno est¨¢ que se saque a la luz c¨®mo fue y qu¨¦ hizo, que se le interprete rectamente dentro del marco de su ¨¦poca, porque esto ayudar¨ªa a entender lo que era entonces la cohesi¨®n profund¨ªsima entre hombre y doctrina, que pocas veces se ha producido con tanta intensidad en Espa?a. Que la presente generaci¨®n joven recuerde el nombre de Durruti y sepa que se trata de una persona excepcional que cumpli¨® rigurosamente con su deber.
El libro que sigue, ley¨¦ndolo entre l¨ªneas, es un canto al anarquismo a trav¨¦s del compa?ero por todos querido, que muri¨®, se sospecha que alevosamente, cuando intentaba eliminar una de las muchas querellas internas que entre los combatientes anarquistas ha habido. Se est¨¢n recobrando para el presente muchas personalidades menores, se habla mucho de la guerra civil, demasiado, pero muy poco de los anarquistas, y menos de Durruti.
Este libro es oportuno en dos sentidos: porque pone quiz¨¢ el pelda?o sobre el que la renovaci¨®n pr¨¢ctica del anarquismo se va a producir, y porque se ensalza a un h¨¦roe al que se tiene injustamente olvidado. En resumen, un buen libro que hac¨ªa falta.
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