Superman no naci¨® en San Petersburgo
Se sospechaba, pero el viernes lleg¨® la confirmaci¨®n definitiva: Ana Karenina es novela de tal calibre que el intento de llevarla al cine es peligroso, una utop¨ªa si la que lo pretende es Jacqueline Bisset, y realmente pat¨¦tico si se le opone a Superman Christopher Reeve en el papel del ambiguo capit¨¢n Vronski. Ese chico de risico californiano -mand¨ªbula de c¨®mic y mirada de buey- jam¨¢s pudo nacer en aquel San Petersburgo.S¨®lo esta selecci¨®n -de cuerpos c¨¦lebres, que no de actores precisamente- anunciaba ya de qu¨¦ tipo de cine se trata: mucha pasi¨®n, mucho vals, mucha Rusia eterna y, probablemente, alg¨²n enfado de Tolstoi en la tumba: alguno s¨®lo, y no mucho, porque la novela Ana Karenina, escrita en 1875 y considerada por Dostoievski como "una obra de arte absolutamente perfecta", ya no necesita hacer m¨¦ritos. La novela separ¨® a Tolstoi en un antes y un despu¨¦s y precedi¨® y anunci¨® la honda meditaci¨®n espiritual que el escritor ya no resolver¨ªa.
Recordemos: Ana es una mujer casada que, de viaje a Mosc¨², conoce en la estaci¨®n al capit¨¢n conde Alexei Vronski y ah¨ª mismo presiente su doble destino. Una joven concu?ada le pide que la acompa?e a un baile en el que est¨¢ previsto que Vronski se le declare. Pero el conde ya ha elegido a Ana. Comienza entonces una de las historias de amor pasi¨®n de mayor fuerza en la historia de la literatura, y esa fuerza -perd¨®n por tener que decirlo a estas alturas- no est¨¢ emparentada ni en tercer grado con la apostura de los protagonistas ni con el romanticismo de los decorados, como parecer¨ªa creer esta concepci¨®n del cine que se ha instalado en las innombrables series de TVE y en la cartelera espa?ola de bulevar. S¨®lo tiene que ver con el talento y con la inhumana capacidad de Tolstoi para crear vida con una pluma.
El tercer gran papel de la historia, el de Karenin, el severo funcionario, pasa al primer plano pese a ser tan s¨®lo la vaga y oprimente presencia de la moral establecida en la novela. Ello no ocurre por un cambio en el gui¨®n, l¨ªcito si coherente, sino en virtud de la categor¨ªa interpretativa, simplemente profesional, de Paul Scofield.
Ana Karenina fue ya representada en el cine, entre otras, por Greta Garbo (en 1935, dirigida por David SeIznick) y Vivien Leigh (1947, Alexander Korda), y aunque aquellas versiones s¨®lo satisficieron a los seguidores de los mitos y a quienes no se hubieran asomado al libro, el primer episodio de esta serie derriba para siempre -mitos er¨®ticos tambi¨¦n aparte- la ut¨®pica esperanza de que Jacqueline Bisset (hecha a la medida para filmes como Ricas y famosas, Class, pero no para Bajo el volc¨¢n, otro chasco inevitable) pudiera tan s¨®lo igualar a aquellas dos actrices. El list¨®n era muy alto.
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