Adolfo Bioy Casares, un relato admirable
Se conjetura que no queda lejos la fecha en que la historia no podr¨¢ ser escrita por exceso de datos; Gibbon, en el siglo XVIII, pudo edificar su admirable Decline and fall porque el tiempo, que tambi¨¦n se llama olvido, ya hab¨ªa simplificado mucho las cosas. En el caso de Adolfo Bioy Casares ¨¦stas son tantas, para m¨ª, que s¨¦ que mencionar una sola es omitir un n¨²mero indefinido, y casi infinito, de otras. Prefiero aventurar un juicio. En una ¨¦poca de escritores ca¨®ticos que se vanaglorian de serlo, Bioy es un hombre cl¨¢sico. No ha cesado a¨²n el debate de los antiguos y de los modernos; Bioy es ajeno a los dos bandos. Es el menos supersticioso de los lectores. Juzga que el sereno Aulo Gelio de Capdevila es harto superior a los ¨¦nfasis de Lugones, o de Quevedo. Tiene en poco al ya canonizado Baudelaire. Prefiere (me lo dijo anoche) la obra de Jane Austen a la de Balzac. Profesa, ante el esc¨¢ndalo general, el culto de Voltaire y del doctor Johnson y el desd¨¦n de Poe y de G¨®ngora. En su casa, en la sobremesa, suele leer la Ep¨ªstola a Horacio, de Men¨¦ndez y Pelayo, y se demora en alg¨²n verso: "La n¨¢yade en el agua de la fuente", o "Que el n¨ªveo toro a la de cien ciudades / Creta conduzca a la robada ninfa".Es inmune a todos los fanatismos. Soy muy sensible a los halagos de lo pat¨¦tico y de lo sentencioso; Bioy ha tratado siempre de corregirme, con adversa fortuna.
Como casi todos los escritores, Bioy empez¨® siendo genial, es decir, m¨¢s o menos irresponsable. De sus primeros libros, de los que hoy no quiere acordarse, lee largos p¨¢rrafos para hacernos re¨ªr, y no siempre revela qui¨¦n fue el autor.
Su imaginaci¨®n se complace en la invenci¨®n continua de f¨¢bulas. Algunas corresponden a lo que malamente se llama ciencia ficci¨®n. He dicho malamente porque en los idiomas germ¨¢nicos el primero de los dos nombres sustantivos que forman una palabra compuesta se convierte en un adjetivo. Sciencia-fiction significa, de hecho, ficci¨®n cient¨ªfica. Ese g¨¦nero fue iniciado por Francis Bacon, padre de la ciencia experimental, en su inconclusa Nova Atlantis, que data de 1626. Famosamente lo siguieron Wells y Jules Verne. El primero estim¨® que un relato fant¨¢stico debe admitir un solo hecho fant¨¢stico y que los otros deben ser cotidianos. En El hombre invisible se refiere a un solo hombre invisible; en La guerra de los mundos, a la invasi¨®n de nuestro planeta por los marcianos, pero jam¨¢s a una invasi¨®n de seres invisibles. Ahora descreemos de la magia y depositamos nuestra fe, o nuestro temor, en la ciencia. Bioy ha indagado, y sigue indagando, las posibilidades literarias que nos ofrece.
En este punto quiero advertir a quien me lee, que si el placer de la sorpresa le gusta m¨¢s que el placer de la previsi¨®n debe suspender aqu¨ª la lectura, porque voy a contar el argumento de las extra?as p¨¢ginas que le esperan. Su protagonista es un horrible que resuelve ser inmortal para seguir pensando, imaginando y haciendo el bien. Podemos recordar a aquel griego que se arranc¨® los ojos en un jard¨ªn para que los colores y las formas del universo no distrajeran su pensamiento. Eladio Heller renuincia al mundo corporal y a la acci¨®n, pero no es un asceta. Es un hedonista que se recluye en un instrumento. La historia no es autobiogr¨¢fica; la refieren, casi sin comprenderla, las mediocres personas que lo rodean. El desenlace ha sido prefigurado por el episodio del perro.
Este relato de Bioy, como La invenci¨®n de Morel, recurre a la ciencia. No as¨ª El sue?o de los h¨¦roes o el Diario de la guerra del cerdo, que fluyen vastamente.
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