Amsterdam y otros inventos
Amsterdam: Marc Chagall en directo y el sex/living en vivo, como su nombre indica / Cuando todos ¨¦ramos japoneses / La Venecia n¨®rdica / Estocolmo, la incomunicaci¨®n y 12 platos de bacalao en diversos condimentos / Copenhague era una org¨ªa / Los ni?os jud¨ªos de Amberes / Mis clases de literatura de cuatro horas / La Europa de las bicicletas B¨¦lgica, como una Francia provinciana / En los sesenta am¨¢bamos a Paola de Lieja como hoy a Estefan¨ªa Grimaldi.
Amsterdam era una Venecia obrera y con gaviotas. Amsterdam amanecia en sus canales, cuando los lanchones, bajo los puentes, reventones de flores, dejaban abrirse la semilla suave y, prohibida de la marihuana. Por encima de los puentes, miles de muchachas pedaleaban, en bicicletas y con minifalda, hacia su trabajo, contr¨¢ el fr¨ªo y la bruma. Las gaviotas volaban por las calles y las meretrices del barrio porno dorm¨ªan hasta primera hora de la tarde. En cualquier tranv¨ªa se Regaba a cualquiera de los museos de Amsterdam, para ver un Chagall de verdad y en directo. Hab¨ªa una obra maestra del pop: un bar reproducido con su ruido, su m¨²sica, sus conversaciones (en cinta) y sus clientes/mu?ecos animados. Uno se dirig¨ªa hacia all¨ª creyendo que hab¨ªa dado, por fin, con el bar del museo. Una vez dentro, tardaba dos o tres minutos en sentirse rodeado de una org¨ªa de muertos que tomaban o el aperitivo. En Amsterdamn se com¨ªa mal, y no digamos de Amsterdam para arriba. Las cafeter¨ªas eran casas de mu?ecas con comiditas para mu?ecas. A, media tarde, las meretrices ya estaban en sus puertas, llamando a gritos a los turistas, insultando, a gritos a los fot¨®grafos que las retrataban, sin comprender que ellas eran el folklore de la ciudad. Al anochecer, se encend¨ªan los luminosos de los sex/living y empezaba la romer¨ªa de japoneses, de yanquis (todos ¨¦ramos un poco japoneses o un poco yanquis, en la cola del sex), romer¨ªa que duraba, hasta el alba. En el interior de aquellas capillas priv¨¦s del sexo, diversas parejas hac¨ªan la parodia de la c¨®pula con respetable eficacia. La alternativa era la pareja l¨¦sbica. Todo suced¨ªa en un clima de respiraci¨®n contenida, y nadie soltaba el aire hasta que la muchacha/objeto no hab¨ªa exhalado su grito final.En la plaza del D?mm estaban los hippies, como en todas las grandes plazas de Europa, seg¨²n hemos ido viendo en estas memorias. All¨ª com¨ªan, beb¨ªan, cantaban, se drogaban, hipnotizaban al vac¨ªo, o se dejaban hipnotizar por ¨¦l, y hasta hac¨ªan el amor. Lo m¨¢s triste era un hippy de cincuenta a?os, con un pendiente de aro en una oreja. No pegaba nada. El portal de la comisar¨ªa estaba lleno de drogatas, pinchados, anfetam¨ªnicos y zumbadillos, que hacian all¨ª mismo su viaje, y la polic¨ªa, al entrar o salir, ten¨ªa que pedirles permiso para pasar. A eso lo llamo yo democracia.
Estocohno es una ciudad sombr¨ªa de la que s¨®lo recuerdo los hoteles de argelinos -siempre los argelinos-, una comida con doce platos de bacalao en distintos guisos, que me dieron mis alumnas, y los l¨¢tigos y los sostenes ole cuero negro que vend¨ªan en el barrio porno, que era una larga teor¨ªa de sex/shops.
Copenhague es una ciudad abierta, amplia, bella, luminosa en un mundo sin luz, clara y alegre. Me metieron en una orgia, en un sarao sexual con mucha gente. Los hombres nos pon¨ªamos detr¨¢s de una s¨¢bana, que sujet¨¢bamos no sotros mismos por el borde, dejan do asomar nuestras virilidades por unos agujeros al efecto. Era lo ¨²nico que se ve¨ªa de cada uno de los machos. Las hembras se dedica ban a hacer probaturas, como si estuviesen en una helader¨ªa muy variada. Al fin, cada una eleg¨ªa por pura intuici¨®n bucal, y no sol¨ªan equivocarse. Con tan delicados juegos de sociedad cada noche, no puedo recordar muy bien qu¨¦ otras cosas hice yo en Copenhague, si dar clases, conferencias o qu¨¦. A lo mejor escrib¨ª alguna cr¨®nica.
Amberes es una ciudad llena de anacronismo jud¨ªo y mediocridad belga. En Amberes di una clase de toda una ma?ana, de nueve a una, sobre literatura espa?ola. Cuando llegu¨¦ al Instituto correspondiente, a las nueve en punto, un nutrido grupo de alumnos y profesores me esperaba ya. El aula era grande y se llen¨® en seguida. Por las ventanas -est¨¢bamos al nivel de la calle- se ve¨ªa un patio lleno de bicicletas, adonde los chicos y las chicas entraban o sal¨ªan con su bicicleta, ajenos a lo que yo tuviera que decir sobre Cela, Delibes, Mart¨ªn Santos o S¨¢nchez-Ferlosio.
Amberes, con todo y con eso, es la Marsella belga. Esto lo comprob¨¦ brujuleando por los alrededores de la estaci¨®n, vivaqueando por los peores barrios de la ciudad. Cuando me comunicaron mi horario de trabajo, ped¨ª una tregua para un caf¨¦:
-No faltaba m¨¢s. Cinco minutos.
Lo alargu¨¦ a un cuarto de hora pero ni medio minuto m¨¢s. Los belgas son unos franceses que se creen alemanes. Recuerdo el mal trato que le dieron a Baudelaire -o la falta de trato- en sus conferencias p¨®stumas, y eso basta para que B¨¦lgica me parezca una provincia vergonzante y provinciana de Francia. Claro que Francia tampoco trat¨® mucho mejor al poeta, en vida. En Amberes, a todas horas, iban y ven¨ªan los jud¨ªos vestidos de jud¨ªos, con sus largos abrigos negros y sus sombreros negros. Iban a la sinagoga o ven¨ªan de la sinagoga. Sol¨ªan llevar un ni?o de la mano, vestidito tambi¨¦n de se?or austero, m¨ªnimo y enlutado. No les habr¨ªa faltado m¨¢s que pegarle una barba rab¨ªnica, y postiza al ni?o. Como cuando aqu¨ª vestimos de faralaes y capullito a una ni?a andaluza de siete a?os. Disfrazar a los ni?os es tan repugnante como disfrazar a los animales en los circos. Tengo la satisfacci¨®n de saber que el gato es el ¨²nico animal que no ha sido domesticado jam¨¢s. Sus parientes mayores, el le¨®n y el tigre, s¨ª. El gato es el guerrillero del tigre. El gato no trabaja en los circos.
A m¨ª me vest¨ªan de monaguillo en la parroquia de San Nliguel de Valladolid, y a los ni?os jud¨ªos de Amsterdam todav¨ªa les visten de anciano proyecto que va a un entierro. El fanatismo del hombre no conoce ni siquiera el l¨ªmite de la estupidez, porque comienza m¨¢s all¨¢ de la estupidez misma.
Los fines de semana, en Amberes, consist¨ªan en meterse en la parrilla de un hotel de supuesto lujo, con, un belga p¨ªcaro y docente, a beber algo y mirar los matrimonios que se aburr¨ªan/divert¨ªan mediante la borrachera. Con un poco de suerte, a lo mejor hab¨ªa alguna casada joven que estaba buena y nos entreten¨ªamos mir¨¢ndola. Ella ni se enteraba. Las belgas, no conceden tranv¨ªas (oportunidades) a los mirones.
Veinte a?os de Balduino y Fabiola han hecho de B¨¦lgica la provincia m¨¢s provinciana de Europa. La boda de estos monarcas la hizo el Opus Dei, se dice, y, de celestiales que son, no han tenido descendencia. Quiz¨¢ ni lo han intentado. La princesa Paola, que llen¨® la press/coeur de los 60/70, llegada a reina, le hubiese metido otra marcha al pa¨ªs, el paisaje y el paisanaje. Pero nunca lleg¨®. Los adolescentes de los 60 est¨¢bamos enamorados de Paola como los adolescentes-de los 80 se enamoran de Estefan¨ªa Grimaldi.
Despu¨¦s de tales org¨ªas, yo me met¨ªa en la cama del hotel, leyendo/releyendo furiosamente a Henry Miller, a Valle-Incl¨¢n, a Norman Mailer, a Lawrence Durrell, a Ezra Pound, que eran como un ventarr¨®n de imaginaci¨®n y libertad contra el tedio de aquel pa¨ªs.
Pasado el fin de semana, otra vez mis clases de nueve a una, con un cuarto de hora culpable para el caf¨¦: ah estos espa?oles an¨¢rquicos. Y termino aqu¨ª la primera y ¨²ltima relaci¨®n de mi primigenia salida a Europa, pues, como, se ha dicho, las siguientes son m¨¢s solemnes y menos interesantes o distra¨ªdas. Perdono al lector, en estas memorias, mis zascandileos por el Tercer Mundo o Nueva York. Uno no es un escritor tur¨ªstico. Mi vocaci¨®n europea vuelve siempre, naturalmente, hacia Francia, pero Alemania, no s¨¦ por qu¨¦ (algo tengo de ario) ha tirado siempre m¨¢s de m¨ª, a la hora de las invitaciones (que uno s¨®lo viaja invitado). Incluso a Londres he ido m¨¢s que al cercano Par¨ªs. Mi Par¨ªs es el de Proust, Baudelaire y Napi Bony. Y de eso ya apenas queda en Par¨ªs. Mi Madrid es el de Quevedo, Torres y Valle. Y de eso, ya, apenas queda en Madrid. Pero no me cansar¨¦ nunca de darle vueltas a Europa.
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