Europa, el rapto del futuro
Espa?a ha vivido m¨¢s de tres siglos raptada por su pasado. Desde la Paz de Westfalia y la batalla de Rocroi, acontecimientos que forman parte de los recuerdos de la historia escolar, nuestra relaci¨®n con Europa qued¨® rota. Un pa¨ªs que hab¨ªa participado como activo protagonista en la Europa del Renacimiento y en el inicio de la edad moderna se repleg¨® sobre s¨ª mismo. Tras el frenes¨ª de la aventura imperial, Espa?a, que lleg¨® demasiado pronto a la historia moderna, se agot¨®. Y desde entonces ha habido un doble esfuerzo: el intelectual, de interrogarnos sobre nosotros mismos, nuestra esencia, condici¨®n y las razones de nuestra decadencia, frente a un, pensamiento dominante reaccionario y farisaico; y el pol¨ªtico y econ¨®mico de unas minor¨ªas que intentaron poner a la hora el reloj de la historia, sin conseguir arrastrar a la sociedad en su conjunto. El resultado ha sido el car¨¢cter diferencial de nuestra vida moderna, m¨¢s o menos aderezado de romanticismo y pintoresquismo, as¨ª como el clich¨¦ sabiamente explotado de nuestra incapacidad para asumir valores de democracia o de sociedad industrial.Ahora volvemos a Europa. El valor del 12 de junio de 1985, fecha de la firma del acta de adhesi¨®n, y de la plena incorporaci¨®n a la CEE, el 1 de enero de este a?o, es el de romper definitivamente con ese rapto de un pasado petrificado demasiado tiempo. Como ocurre siempre que se abre una nueva etapa, no faltan los interrogantes y las dudas. Desde la inesperada popularidad alcanzada por un IVA cuya implantaci¨®n hab¨ªan conseguido retrasar con ¨¦xito durante casi 10 a?os algunos grupos de intereses minoritarios hasta la ola de pesimismo cultural que se ha creado sobre las posiblidades y el futuro de la Europa -occidental avalan las dudas sobre el alcance del desaf¨ªo. Sin embargo, para comprender el valor de la opci¨®n conviene tener una cierta perspectiva para examinar cu¨¢l ha sido la historia de Europa.
En este tiempo, la vida de Europa ha sido la de un dram¨¢tico claroscuro. No le falt¨® raz¨®n a un historiador como Braudel cuando dec¨ªa recientemente que se trataba de "un infierno y un para¨ªso". Junto a hitos como la Declaraci¨®n de Derechos del Hombre y del Ciudadano o la revoluci¨®n industrial y cient¨ªfica moderna est¨¢n las continuas guerras civiles del continente, que han producido hecatombes sin precedentes en la historia de la humanidad. Por eso mismo conviene despojarse de complejos injustificados y de un cierto sentimiento de autoinculpaci¨®n y marginalidad. Cuando algunos grandes hombres como Monnet, Schumann o Adenauer plantearon la necesidad de la uni¨®n de los hombres y los pueblos de Europa occidental, lo hicieron sobre un panorama de ruina y necesidad, en un continente partido, en el cual sigue vigente hoy en d¨ªa la divisi¨®n de la forma m¨¢s clara posible. No a trav¨¦s de las l¨ªneas imaginarias de los mapas, sino mediante barreras f¨ªsicas. En ese peque?o cabo de Asia que es Europa, seg¨²n la bella expresi¨®n de Paul Val¨¦ry, s¨®lo estamos hablando de la extremidad del promontorio.
Por eso la construcci¨®n de la Comunidad ha sido y es a¨²n un proceso abierto. Proceso funcional y parlamentario que ha partido del recuerdo de lo que se quer¨ªa evitar y de poner en com¨²n los esfuerzos. A pesar de las diatribas, f¨¢ciles y brillantes, contra la Europa de los mercaderes y de los tecn¨®cratas, la construcci¨®n de las comunidades parti¨® de poner en com¨²n los medios; para la reconstrucci¨®n y la consolidaci¨®n de la capacidad productiva y del mercado. Porque de esta manera tambi¨¦n se han gestado los Estados nacionales en la historia: la creaci¨®n de los Estados modernos parte de la construcci¨®n de un mercado com¨²n y del control de los mecanismos monopolizados de poder, empezando por la hacienda, y de defensa. Tanto Rudolf Goldscheid como Norbert Elias lo han explicado con sencillez y claridad. No es s¨®lo ¨¦sta la historia de los viejos Estados europeos, como Portugal, Francia, Espa?a o el Reino Unido. La formaci¨®n de Estados como Alemania e Italia en el XIX sigue la misma pauta. El romanticismo de Fichte o de los estudiantes nacionalistas en Wart-
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