Sobre los premios literarios
La Rep¨²blica de las Letras es una naci¨®n con un territorio vago y de fronteras movedizas. La rige una Constituci¨®n cuyas leyes, fant¨¢sticas y contradictorias, se anulan todos los d¨ªas para proclamar otras a¨²n m¨¢s quim¨¦ricas. La gobierna un rey invisible, sin cara y sin nombre; mejor dicho, es un rey que cambia continuamente de cara y de nombre: lo llaman el gusto, pero tambi¨¦n tiene otros nombres, casi todos feos y terminados en ismo. Los ciudadanos de la Rep¨²blica de las Letras pertenecer a todos los sexos, los conocidos y los desconocidos; los colores de su piel, de sus ideas y de sus filosof¨ªas son los de la escala crom¨¢tica; cada uno de ellos pretende hablar en una lengua de su invenci¨®n, que, sin embargo, se obstina en proclamar universal y comprensible para todos. En ese pa¨ªs hay muchos ermita?os, muchos magos y no pocos ext¨¢ticos. En los ¨²ltimos a?os, la Rep¨²blica ha sido asolada por dos epidemias: la fren¨¦tica, de los doctrinarios y la letal de los escol¨¢sticos; contra ambas s¨®lo hay un remedio conocido: la sonrisa. Estos letrados son imaginativos y contemplativos; tambi¨¦n, por fatalidad astral, pendencieros 37 quisquillosos. Cuando no est¨¢n ocupados en algunas de sus interminables guerras intestinas, se apasionan por los fen¨®menos m¨¢s, sutiles y por las realidades apenas perceptibles: el peso de un grano de luz sobre el ala. de una mariposa, el color de la sombra de los anillos de su planeta, Saturno. Una propiedad extraordinaria de los nativos de esta naci¨®n: sus muertos ilustres conversan y conviven con los vivos.La Rep¨²blica de las Letras reside en el territorio de la Rep¨²blica de M¨¦xico. A veces es m¨¢s grande que el pa¨ªs que la contiene, otras se reduce hasta convertirse en un peque?o hormiguero urbano. Las relaciones entre la Rep¨²blica de M¨¦xico y, la Rep¨²blica de las Letras son tirantes; a veces la escasa cordialidad se convierte en abierta hostilidad. Es natural, pues la literatura mexicana limita al Este con la indiferencia; al Oeste, con la ignorancia; al Norte, con otro dialecto, y al Sur, con un abismo. Para romper el cerco se han inventado varias estrategias. Una de ellas se llama premios literarios. Como todo lo que existe en esa Republica fant¨¢stIca, los premios literarios han provocado grandes y enconadas disputas. Procurar¨¦ tocar este tema con un poco de imparcialidad.
Las opiniones sobre los premios literarios son encontradas. Unos los juzgan ¨²tiles y ben¨¦ficos. Son el justo reconocimiento a m¨¦ritos que no s¨®lo son art¨ªsticos, sino morales; escribir es una tarea que pide algo m¨¢s que dedicaci¨®n y perseverancia: la vida entera del escritor. Adem¨¢s, los premios educan al pueblo; as¨ª pues, al mismo tiempo son empresas pedag¨®gicas y actos de justicia. Para otros, los premios son torneos de pavos reales, peleas s¨®rdidas por la fama y la ganancia material, pruebas irrefutables y repetidas de la injusticia, la estupidez o la incompetencia de las academias y cofrad¨ªas literarias. Lo peor: los premios domestican al escritor independiente, cortan las alas al inspirado, castran al rebelde. ?Qui¨¦n tiene raz¨®n? Todos y ninguno. Los premios son buenos y son malos: depende de qui¨¦n los otorga, de qui¨¦n los recibe y de c¨®mo se conceden. En una sociedad ideal no habr¨ªa premios, pero tampoco habr¨ªa castigos: unos y otros ser¨ªan innecesarios. El saber, la bondad y el genio art¨ªstico no ser¨ªan virtudes aisladas, sino comunes y naturales. Cada uno de nosotros ser¨ªa una encarnaci¨®n de la rectitud, la poes¨ªa y la ciencia; cada bicho viviente ser¨ªa una obra maestra. Pero en esa sociedad de hombres y mujeres perfectos saldr¨ªan sobrando las constituciones y las instituciones, los Gobiernos y los tribunales, las artes y la literatura misma. Escribimos porque nos falta algo o porque algo nos sobra, por carencia o por exceso, es decir, por un desequilibrio. Leemos por la misma raz¨®n. Lo que llamamos civilizaci¨®n es la expresi¨®n del desequilibrio cong¨¦nito de los hombres. A?ado que ese desequilibrio es creador. As¨ª pues, mientras haya hombres y sociedades habr¨¢ autores, lectores, cr¨ªticos y coronas de laurel o de espinas. Los premios no son ni buenos ni malos: son necesarios.
Algunos premios (por ejemplo, el Premio Alfonso Reyes) son una ilustraci¨®n de las relaciones entre el Estado y la literatura. En la larga historia de esas relaciones aparecen, desde el alba de la sociedad humana, dos situaciones extremas, a las que corresponden tambi¨¦n dos lugares opuestos: la celda del prisionero y la antesala del pr¨ªncipe, la isla del desterrado y el sal¨®n del cortesano. Dos tipos: el rebelde y el paniaguado. El premio introduce un tercer t¨¦rmino, pues se realiza en un lugar de encuentro en el que, as¨ª sea fugazmente, se cruzan el gobernante y el escritor. El premio es propicio a la conversaci¨®n, quiero decir, al di¨¢logo entre el poder y la literatura. Este di¨¢logo puede versar sobre distintos temas, muchos contradictorios, pero reposa en un acuerdo impl¨ªcito: la convivencia. Es una palabra relativamente nueva en nuestro vocabulario (no aparece, por ejemplo, en el Diccionario de autoridades, 1726-1739) y que presupone, indirectamente, una noci¨®n m¨¢s civilizada de las relaciones humanas. En efecto, convivir es vivir unos con otros, y exige, simult¨¢neamente, independencia y solidaridad. La convivencia nos obliga a reflexionar sobre los l¨ªmites de nuestra libertad y la extensi¨®n de nuestros derechos y obligaciones. Esos l¨ªmites tienen muchos nombres, pero hay uno que los abarca a todos: el otro, los otros. En un momento de ese di¨¢logo entre el uno y el otro surgen ciertas preguntas: ?qu¨¦ puede hacer el Estado ante la literatura y qu¨¦ puede hacer la literatura ante el Estado?
Estas preguntas han tenido muchas y muy distintas respuestas. Ser¨ªa presuntuoso tratar de exponerlas o, siquiera, resumirlas. No lo es arriesgarme a exponer, al margen, unas cuantas y someras reflexiones. Los poderes del Estado sobre la literatura son inmensos, pero no son ilimitados. Mencionar¨¦ algunos posibles e imposibles: el Estado no puede inventar una literatura, pero s¨ª puede suprimirla; el Estado no puede ser cr¨ªtico literario, pero s¨ª censor e inquisidor; el Estado puede y debe fundar colegios donde se ense?e la gram¨¢tica y el arte de leer y escribir, pero no puede legislar sobre la gram¨¢tica ni dictar leyes de est¨¦tica; el Estado puede ayudar a los escritores, pero no demasiado y sin pedirles nada a cambio; el Estado puede y debe ense?ar a leer a los mexicanos, pero no debe obligarlos a que lean o no lean estos ¨® aquellos libros... La lista puede prolongarse: ser¨ªa redundante. Basta con repetir que el Estado no puede crear ni inventar una literatura, pero s¨ª puede desnaturalizarla y, como ha ocurrido en otros pa¨ªses y en distintas ¨¦pocas, estrangularla. En cambio, el Estado puede crear las condiciones sociales para el libre desarrollo de la literatura. Las dos palabras se completan: desarrollo significa el fomento de las condiciones materiales, intelectuales y legales que permiten la producci¨®n, edici¨®n y circulaci¨®n de las obras; a su vez, el desarrollo necesita, para cumplirse de verdad, la libertad de escribir y publicar.
Los poderes de la literatura frente al Estado tambi¨¦n son inmensos y limitados. El escritor tiene que elegir entre la literatura y el poder: no puede gobernar y escribir al mismo tiempo; el escritor tampoco puede ser funcionario, redentor social, fundador de hospitales o de casas de refugio para desamparadas, ap¨®stol de pecadores arrepentidos, hierofonte del culto a J¨²piter, Am¨®n o jefe de banda: el escritor tiene que elegir entre la acci¨®n colectiva, sea filantr¨®pica o mesi¨¢nica, y la solitaria escritura. Naturalmente, es bueno que el escritor, en alg¨²n momento de su vida, haya conocido la acci¨®n y los variados oficios de los hombres: capit¨¢n de caballer¨ªa, ujier, conspirador, vendedor de helados, industrial, electricista, diplom¨¢tico., hombre de Estado como Milton o salteador como Villon. Pero despu¨¦s, en el momento de su verdad, el escritor no puede ser sino escritor. Aunque no es obligatorio que las tenga, el escritor s¨ª puede tener opiniones morales y pol¨ªticas: lo que no puede hacer es cambiar la literatura por la acci¨®n o la propaganda sin dejar de ser escritor. No propongo la abolici¨®n de la cr¨ªtica; pido que no se convierta en serm¨®n y que sea realmente literatura. La cr¨ªtica de las costumbres y las ideas, las pasiones y las creencias, las instituciones y el Estado, ha sido y es uno de los dominios de la literatura moderna. Muchas y grandes obras literarias son creaciones que son criticas: Cervantes, Dostoievski, Flaubert, Proust y tantos otros. rambi¨¦n a veces el pensamiento cr¨ªtico se vuelve creaci¨®n art¨ªstica, poema: Nietzsche y Val¨¦ry, como ejemplos pr¨®ximos., En suma, lo que puede hacer el, escritor frente al Estado es, sobre todo y ante todo, escribir. Si ibrayo: escribir lo mejor que pueda.
Escribir bien significa decir su verdad. La palabra del escritor no es la palabra colectiva: es una palabra individual, ¨²nica, si.ngular. Si el escritor dice su verdad, sus lectores encontrar¨¢n que esa verdad les pertenece tambi¨¦n a ellos. En la palabra individual del escritor se oye, en sus momentos irn¨¢s intensos, la palabra del mundo. Esto se ha dicho muchas veces. Entre los que lo han dicho hay uno que lo dijo de una manera que no es exagerado llamar perfecta: Han Yu, un poeta chino que vivi¨® en el siglo VIII. Fue hombre p¨²blico y poeta privado. Sus palabras parecen escritas hoy y para nosotros. Nada mejor que terminar con ellas: "Todo resuena, apenas se rompe el equilibrio de las cosas. Los ¨¢rboles y las yerbas son silenciosas; el viento los agita, y resuenan. El agua est¨¢ callada: el aire la mueve, y resuena; las olas mugen: algo las oprime; la cascada se precipita: le falta suelo; el lago hierve: algo lo calienta. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo los golpea, resuenan. As¨ª el hombre. Si habla, es que no puede contenerse; si se emociona, canta; si sufre, se lamenta. Todo lo que sale de su boca en forma de sonido se debe a una ruptura de su equilibrio ... El m¨¢s perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma m¨¢s perfecta de la palabra. Y as¨ª, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombres a aquellos que son m¨¢s sensibles y los hace resonar".
Este texto corresponde a las palabras pronunciadas por Octavio Paz el 21 de fiebrero pasado al recibir, de manos del presidente de Mexico, Miguel de la Madrid, el Premio Intemacional Alfonso Reyes, que un jurado de escritores mexicanos concede cada a?o.
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