Historia de tres fieras
Por Carta a tres esposas, Joseph Leo Mankiewicz gan¨® en 1949 los oscars al mejor gui¨®n y a la mejor direcci¨®n. Dos a?os despu¨¦s, en 1951, repiti¨® la misma haza?a con su Eva al desnudo. Los dos filmes coinciden, aparte de otras cosas, en que tratan de mujeres.Aun cuando Mankiewicz describi¨® en su obra infinidad de tipos, all¨ª donde representaba mujeres su agudeza se afilaba. Sab¨ªa de qu¨¦ hablaba cuando hablaba de mujeres. Y esto tanto por su inteligencia para captar el lado espec¨ªfico de los comportamientos femeninos como por su endiablado genio para dirigir actrices.
Este aspecto del talento de Mankiewicz -uno de los creadores m¨¢s completos y complejos que ha dado el cine- alcanz¨® en Eva alturas a las que ning¨²n otro cineasta lleg¨® ni antes ni despu¨¦s. Mirando su c¨¢mara. a los ojos de los personajes y movi¨¦ndose con sutileza en los laberintos que hay detr¨¢s de ellos, Mankiewicz indag¨® con tal hondura en el universo de una mujer que dedujo de ¨¦l el universo mismo de la mujer. Particulariz¨® con tal empuje, que desemboc¨® sin esfuerzo en lo general.
Eva al desnudo discurre sobre un sordo combate de cerebros, sin sangre pero sin cuartel, de tres personajes: una veterana actriz de teatro, Margo Channing, que interpreta con deslumbrante genio Bette Davis; una joven actriz que intenta desplazarla, Eva Harrington, que encarna Anne Baxter sin hacer el rid¨ªculo en su careo con su arrolladora oponente; y un cr¨ªtico de teatro, Addison de Witt, que interpreta -y hay que frotarse los ojos para creer que algo tan dif¨ªcil se pueda hacer con tal facilidad- George Sanders, un personaje que asiste al duelo inicialmente como observador ir¨®nico y finalmente como chacal humano, casi demasiado humano, que espera en las cunetas de la pelea el momento de, alargar la garra hacia los despojos de la batalla.
Hay m¨¢s personajes -una creaci¨®n colectiva sin fisuras de Thelma Ritter, Marilyn Monroe, Celeste Holm, Gary Merril, Gregory Ratoff, Hugh Marlowe- y todos tienen entidad propia, son individuos construidos y cerrados sobre s¨ª mismos con maestr¨ªa absoluta, pero todos ellos giran en la f¨¢bula como magn¨ªficos peleles alrededor de las tres gigantescas fieras humanas antes citadas: la vieja loba, la joven gata, el esquinado chacal.
Eva al desnudo es, por ello, una poderosa par¨¢bola sobre el lado depredador del ascenso humano por las rampas que llevan hacia la propia identidad: la enrevesada pasi¨®n por el ¨¦xito, el transparente misterio del envejecimiento, el destino que hace que nadie pueda ser lo que es m¨¢s que a costa de otro. Transcurriendo sobre un tempo pausado, sin ruptura visible, Eva al desnudo es la representaci¨®n de una forma extrema de ruptura, de una violencia que -y ¨¦se es uno de los aspectos m¨¢s singulares del estilo de Mankiewicz- no necesita para ser representada ni un solo acto violento.
Tabla de salvaci¨®n
Eva al desnudo fue la tabla de salvaci¨®n de Bette Davis en un momento de su carrera en que ya era demasiado evidente para el ojo impertinente de las c¨¢maras descubrir que no era joven y que los personajes que hasta entonces le hab¨ªan encumbrado de ahora en adelante no entrar¨ªan con la naturalidad de antes en sus capacidades interpretativas. Ella misma se hab¨ªa convertido en uno de sus pat¨¦ticos personajes.
Pero un azar intervino en su destino. Un d¨ªa a finales de marzo de 1950, mientras esquiaba en una monta?a de Suiza, la actriz Claudette Colbert sufri¨® una ca¨ªda y tuvo que ser hospitalizada con una lesi¨®n en la columna vertebral. No era grave pero su curaci¨®n requer¨ªa meses de reposo. Al otro lado de un tel¨¦fono, a miles de kil¨®metros de Suiza, es de suponer que el iracundo Darryl F. Zanuck rugiera al enterarse de que ten¨ªa que sustituir la cabeza de un reparto en v¨ªsperas de rodaje.
El comienzo de Eva al desnudo, en efecto, tuvo que aplazarse. El intuitivo Zanuck, cuenta Charles Higham, pens¨® inmediatamente en Bette Davis. para sustituir a la Colbert. Incluso se alegr¨® secretamente de que la Colbert hubiera tenido el accidente. Se dio cuenta de que era Bette Davis la indicada para aquel complejo papel. Zanuck descolg¨® el tel¨¦fono, pero volvi¨® a colgarlo con un gesto de contrariedad: unos d¨ªas antes hab¨ªa mantenido con la estrella -no menos iracunda que ¨¦l- una violent¨ªsima disputa. Era entonces Bette Davis presidenta de la Academia de Hollywood y tuvo que estudiar con ¨¦l, como representante de la 20th Century Fox, la provisi¨®n de fondos para la instituci¨®n a cargo de los estudios. La reuni¨®n fue volc¨¢nica y Zanuck jur¨® no volver a dirigir la palabra a aquella furia desencadenada que le ech¨® entre un diluvio de juramentos de su despacho.
Zanuck no se atrevi¨® a proponer a Bette el papel de Margo Chaning. Cogi¨® el gui¨®n, lo meti¨® en un sobre con una tarjeta de visita y lo envi¨® a casa de la fiera por mensajero. A la ma?ana siguiente, son¨® el tel¨¦fono de su despacho: una hermosa voz de timbres roncos dijo secamente al otro lado del hilo: "?Cu¨¢ndo empiezo?".
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