La l¨¢mpara maravillosa
Descubr¨ª de adolescente, en forma simult¨¢nea, la prosa de Valle-Incl¨¢n y la catedral de Le¨®n. Mi padre me asociaba siempre que pod¨ªa a sus correr¨ªas y expediciones por los rincones; de Espa?a que rezumaban historia y arte. Escapadas que le serv¨ªan para superar la agobiante fatiga de su profesi¨®n de m¨¦dico cirujano. Un d¨ªa me anunci¨® que saldr¨ªamos para Le¨®n desde Bilbao por el ferrocarril de La Robla, cuyo itinerario, largo y accidentado, era de un pintoresquismo sabroso. Llegamos de noche a la vieja capital. del reino y mi padre me dio para leer un volumen, bellamente editado sobre papel. muy ligero y, rugoso, que se titulaba La l¨¢mpara maravillosa. Confieso mi ignorancia literaria sobre Valle-Incl¨¢n, del que ten¨ªa entonces una imagen borrosa y simplista de personaje: de traza estrafalaria adscrito al carlismo. Le¨ª de un tir¨®n aquel ensayo est¨¦tico m¨ªstico y me detuve en el pasaje de los rosetones leoninos a los, que iluminaba el sol oblicuo de los ocasos. Al d¨ªa siguiente contempl¨¦ por vez primera la prodigiosa orfebrer¨ªa crom¨¢tica del cristal, la piedra y la luz de la meseta, y pude entender el sentido profundo de la emoci¨®n art¨ªstica y su llamada al coraz¨®n del hombre. Ello ocurr¨ªa en 1924, cuando todav¨ªa Le¨®n no era la gran ciudad que hoy es.?Por qu¨¦ se grab¨® a mis 14 a?os aquella imagen tan vivamente en mi memoria? Las piedras labradas de Le¨®n tienen una personalidad ¨²nica, aut¨®ctona, distinta de sus hermanas burgalesas, zamoranas o salmantinas. Al templo de Le¨®n se le llam¨® pulcro en el pareado latino por la fina elegancia de sus naves y capiteles. He vuelto a Le¨®n, en reciente ocasi¨®n, a disertar ante los estudiantes sobre la construcci¨®n de Europa. ?Qu¨¦ admirable cap¨ªtulo de la historia europea nos cuentan los templos de este antiguo reino! El cuerpo de san Isidoro, convertido en leon¨¦s honoris causa cuatro siglos despu¨¦s de enterrado en Andaluc¨ªa, fue el aglutinante religioso y cultural de la tierra reconquistada, despu¨¦s de que fuera superada militarmente la cordillera por la hueste cristiana de Asturias. La capilla Sixtina del rom¨¢nico, en cuya b¨®veda vuelan arc¨¢ngeles de ojos inmensos, oscuros, hier¨¢ticos, nos conmueve a los hombres de hoy desde su misterioso techo, que parece arrancado de las p¨¢ginas miniadas de un antifonario medieval. Es en la catedral donde se confunden de modo supremo la creatividad del arte con el hallazgo de la luz como elemento decisivo en la construcci¨®n de los templos. Chartres y Reims influyeron seguramente en el dise?o leon¨¦s. Pero la apoteosis del vidrio de color, ?de d¨®nde pudo venir en forma tan eminente? Dicen los expertos que fueron artistas procedentes de Burgos los que figuran en las primeras listas de los artesanos sublimes del cristal crom¨¢tico. ?Qu¨¦ esp¨ªritu singular, qu¨¦ coincidencia de voluntades, qu¨¦ novedades del horno de las s¨ªlices y del emplomado minucioso y de las sales de plata que hicieron posibles determinados coloridos tuvieron, que concurrir en el milagro final? Y, sobre todo, ?qu¨¦ profundidad en el conocimiento teol¨®gico y b¨ªblico fue necesaria para dar un contenido de tanta sutileza y valor simb¨®lico al mensaje un¨ªvoco que contienen los ventanales!
En la catedral leonesa, la filtraci¨®n de la luz solar no se descompone, como en el prisma, en colores definidos, sino, por el contrario, se diluye, se disuelve y mezcla en matices de gran complejidad. Parece como si los cartoneros del g¨®tico y d¨¦l renacentisino se pusieron de acuerdo no s¨®lo en evitar la desnudez del monocromatismo, sino en la secreta elaboraci¨®n de colores inefables, casi imposibles de analizar o definir con exactitud. ?Era un capricho de artesanos repletos de sabidur¨ªa pict¨®rica? ?O fue un c¨¢lculo preciso y matem¨¢tico que ten¨ªa en cuenta el dato esencial y decisivo de que se trataba de iluminar el interior de un templo en el que las gentes se reun¨ªan fundamentalmente para rezar? ?Y no es necesario que el ¨¢mbito de un lugar de recogimiento espiritual se atenga a determinados c¨¢nones en relaci¨®n con nuestros sentidos? Explicar con claridad lo que por definici¨®n sea un espacio de tal naturaleza es tarea dif¨ªcil, si no imposible. En la catedral de Le¨®n se pueden admirar desde distintos ¨¢ngulos los chorros del color que translucen las paredes, apenas definidas en su origen por la piedra invisible y los plomos de sujeci¨®n. Hay una magia en esa atm¨®sfera que se adivina en el extra?o sentimiento que embarga al visitante cuando se encuentra envuelto en el h¨¢lito de esta sacra tiniebla de colores.
Parece ser que en los planos de construcci¨®n del edificio, que pas¨® por tantas dificultades, derrumbamientos y reconstrucciones, hay contenido un n¨²mero cabal¨ªstico de los canteros y maestros de obra primitivos que se mantiene inc¨®lume y garantiza de hecho la supervivencia de las estructuras. Existen ejes de la planta desviados, columnas que se abren y se repliegan en su recorrido hacia las b¨®vedas, perfiles alabeados de la piedra que se asemejan a un bosque de palmeras gigantes sacudidas por el viento.
Todo ello forma parte de esa prodigiosa bas¨ªlica que desaf¨ªa las grietas de la dovela, el c¨¢ncer de la piedra, los temblores s¨ªsmicos del suelo, las oquedades de las termas romanas y la arboleda selv¨¢tica de los contrafuertes y los arbotantes.
Valle-Incl¨¢n, en su L¨¢mpara maravillosa -a la que llam¨® sus
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