Por qu¨¦ deciden tan mal los espa?oles
El autor de este art¨ªculo, economista, ex ministro de Relaciones para las Comunidades Econ¨®micas Europeas y estudioso de las nuevas innovaciones tecnol¨®gicas y su influencia en las relaciones sociales, trata de analizar lo sucedido en los ¨²ltimos a?os en Espa?a en t¨¦rminos econ¨®micos, an¨¢lisis previo a cualquier perfil de programa para las reformas necesarias. Para ello hace balance de las singularidades psicol¨®gicas de los espa?oles, entre las que destaca un evidente distanciamiento del poder, el rechazo frente a la incertidumbre, ciertos posicionamientos vinculados al c¨ªrculo cerrado de la pobreza y la indiferencia ante el valor de mercado de la experiencia concreta.
Los ¨¦xitos aplicables a las variables del balance consolidado del sistema bancario y pregonados por la Administraci¨®n han coincidido con tasas de desempleo superiores al 21%, as¨ª como un estancamiento en t¨¦rminos reales de la renta por habitante durante los ¨²ltimos 10 a?os. Esta paradoja entre los ¨¦xitos clamorosos, en lo que un economista franc¨¦s ha llamado la econom¨ªa de las cosas muertas, y la realidad tenaz de un desempleo cuya tasa es el doble del promedio de los pa¨ªses industrializados mantiene perpleja a la opini¨®n p¨²blica y est¨¢ erosionando la confianza que un d¨ªa prevalec¨ªa en las pol¨ªticas macroecon¨®micas. De ah¨ª la a?oranza repentina que se ha suscitado por planteamientos m¨¢s operativos y concretos, pertenecientes al mundo de la microeconom¨ªa, incluidos los temas organizativos y los mecanismos de decisi¨®n.Los economistas se percatan ahora de que, lejos de ser irrelevantes, los esquemas organizativos y los mecanismos de decisi¨®n internos pueden -gracias a la revoluci¨®n de las comunicaciones- incidir decisivamente sobre el entorno de las empresas o colectivos sociales.
En estas circunstancias no es l¨®gico, a la hora de dise?ar un proyecto econ¨®mico, relegar al olvido la necesidad de reformar los esquemas organizativos y los canales por los que se influencian los mecanismos de decisi¨®n. Uno de los errores m¨¢s comunes en los que se ha incurrido durante la d¨¦cada de los ochenta es el de creer que existe un patr¨®n ideal de tipo organizativo que puede aplicarse indistintamente a la generalidad de los pa¨ªses, al margen de los patrones culturales. Dos ejemplos bien conocidos en la sociedad espa?ola deber¨ªan bastar para iniciar la exploraci¨®n de esa l¨ªnea de pensamiento. Todos aquellos que de una manera u otra han participado en la apertura de este pa¨ªs al exterior por el canal de su integraci¨®n en el Mercado Com¨²n constataron de qu¨¦ manera insospechada subsist¨ªan los comportamientos nacionalistas y la influencia de las administraciones nacionales en un escenario te¨®rico e institucional de convergencia y uniformizaci¨®n. Sorpresas similares se han llevado todos los economistas que en el curso de los ¨²ltimos 15 a?os han intentado difundir en los medios empresariales t¨¦cnicas de gesti¨®n surgidas en EE UU como subproducto de sus patrones culturales y psicol¨®gicos, con resultados a menudo catastr¨®ficos cuando se aplicaban en otros escenarios.
Las dimensiones psicol¨®gicas o comportamientos colectivos que caracterizan a un pa¨ªs como Espa?a han sido apuntadas en la literatura tradicional unas veces, y en estudios estad¨ªsticos otras, pero rara vez con la profundidad y sistematizaci¨®n necesarias. Y no obstante, para explicar lo que ha sucedido en t¨¦rminos econ¨®micos, tanto como para perfilar el programa de reformas necesarias, es indispensable recordar las singularidades m¨¢s evidentes de los espa?oles.
EL DISTANCIAMIENTO DEL PODER
Una de las cuestiones fundamentales de la vida social es la manera que tiene cada pa¨ªs de enfrentarse al fen¨®meno desconcertante de la desigualdad. Unas sociedades tienen mayor tendencia a convivir con las desigualdades sociales, mientras que otras tienden a eliminarlas en la medida de lo posible y a impedir que encuentren su reflejo en las escalas del poder pol¨ªtico y de la riqueza. Algunos soci¨®logos han medido esta propensi¨®n a la desigualdad utilizando la dimensi¨®n de "distanciamiento del poder". A nivel organizativo, el distanciamiento del poder se refiere al grado de centralizaci¨®n y de liderazgo autocr¨¢tico. Y ocurre que el centralismo y el liderazgo autocr¨¢tico est¨¢n enraizados en la programaci¨®n mental de los espa?oles, no s¨®lo en los estamentos pol¨ªticos, sino tambi¨¦n, por desgracia, en los ciudadanos. Aquellas sociedades en las que el poder pol¨ªtico tiende a estar distribuido de manera desigual pueden perdurar en esta condici¨®n, precisamente porque satisface la necesidad psicol¨®gica de dependencia de la gente que carece del poder. La autocracia existe tanto en los l¨ªderes como en los ciudadanos, y en cierto modo el sistema de valores de los dos colectivos es complementario. Pa¨ªses como Dinamarca, Austria o Israel arrojan en los estudios sociol¨®gicos efectuados un distanciamiento m¨ªnimo del poder, y, en cambio, otros como Francia, B¨¦lgica, Italia y particularmente Espa?a, un distanciamiento muy pronunciado.
Ser¨ªa muy tentador recurrir a simplificaciones como ¨¦sa para explicar algunos de los misterios y peripecias de nuestra historia particular, pero no ser¨ªa menos arriesgado olvidarse de este dimensionamiento social a la hora de perfilar la futura organizaci¨®n social vinculada, por ejemplo, al crecimiento extraordinario del sector servicios que puede conducir en Espa?a a una econom¨ªa dual en la que la informaci¨®n, los conocimientos, la inteligencia y el poder en definitiva est¨¦n en manos de unos pocos, y unas condiciones de trabajo alienantes sean las caracter¨ªsticas de los dem¨¢s.
La otra singularidad de la sociedad espa?ola tiene que ver con su manera de afrontar la incertidumbre dimanante de un futuro que nunca se llega a desentra?ar del todo. Hay pa¨ªses que consiguen convivir de manera sosegada con niveles aceptables de incertidumbre. Se trata de ciudadanos que aceptan las cosas como son y que no les importa tomar determinados riesgos. Al no sentirse amenazadas por las opiniones de los dem¨¢s, estas sociedades generan niveles elevados de tolerancia y, en t¨¦rminos generales, muestran muy poco rechazo frente a la incertidumbre por su tendencia natural a sentirse a salvo.
Otros pa¨ªses, en cambio -y ¨¦ste es el caso de Espa?a-, se ven continuamente amenazados por el futuro, que no pueden predecir, y tienen una tendencia natural a vivir en una ansiedad constante que exacerba sus niveles de emotividad y agresividad. En Espa?a ha existido tradicionalmente (y la transici¨®n democr¨¢tica no ha alterado esta situaci¨®n) un fuerte rechazo frente a la incertidumbre.
La incertidumbre se puede combatir de varias maneras: mediante el crecimiento econ¨®mico y el desarrollo de las nuevas tecnolog¨ªas, la sociedad se protege de los imponderables que pueden surgir en cualquier momento. Los expertos constituyen para determinados pueblos verdaderas v¨¢lvulas de seguridad frente a la incertidumbre, porque su prestigio resultante de la acumulaci¨®n de conocimientos y experiencia les coloca m¨¢s all¨¢ de la incertidumbre a ojos de los dem¨¢s.
Pa¨ªses como Espa?a han preferido hasta ahora recurrir -m¨¢s que a los avances tecnol¨®gicos y sosiego impartido por expertos- a la proliferaci¨®n de leyes y reg¨ªmenes jur¨ªdicos farragosos que intentan descuartizar y compartimentar cada una de las inc¨®gnitas posibles que el futuro reserva. Y junto al profuso marco legal ha pervivido como v¨¢lvula de seguridad la religi¨®n, entendida en su sentido m¨¢s amplio, es decir, comprensivo de ideolog¨ªas, dogmas o movimientos que predican los impulsos contemplativos. De alguna manera, todas las religiones hacen tolerable la incertidumbre, porque todas contienen el mensaje de que m¨¢s all¨¢ de la incertidumbre existe algo que trasciende la realidad personal. En este tipo de sociedades figuran religiones que reivindican la verdad absoluta y que toleran dif¨ªcilmente la existencia de otras religiones.
Este fuerte rechazo frente a la incertidumbre es caracter¨ªstico de todos los pa¨ªses mediterr¨¢neos y de Jap¨®n, entre otros. En cambio, el rechazo es extremadamente d¨¦bil en pa¨ªses como Estados Unidos, el Reino Unido, Suecia o Noruega.
Las implicaciones de estas constataciones de cara a la organizaci¨®n econ¨®mica y social del futuro son importantes. En lo que toca al distanciamiento del poder, que la sociedad espa?ola acusa en grado notorio, es obvio que constituye uno de los grandes obst¨¢culos que se interponen en el camino hacia una sociedad m¨¢s participativa y que en los contextos actuales implica por necesidad una sociedad menos innovadora. La participaci¨®n y la innovaci¨®n son dos de las claves de la modernidad que conviven dif¨ªcilmente con la actitud que los espa?oles han tenido tradicionalmente frente a la distribuci¨®n del poder y la riqueza.
En cuanto al rechazo frontal ante la incertidumbre, tampoco es arriegado asumir que las clases trabajadores ser¨¢n seguramente capaces de aportar dosis significativas de lealtad y tes¨®n a su trabajo, siempre y cuando tengan el sentido de que la clase empresarial les devuelve esa dedicaci¨®n en t¨¦rminos de protecci¨®n de una manera parecida a como anta?o ve¨ªan correspondida su entrega a unidades familiares muy amplias con la protecci¨®n dispensada por el grupo familiar. A nivel de Gobierno, un pa¨ªs que como Espa?a d¨¦ muestras de un fuerte rechazo frente a la incertidumbre, exigir¨¢ con toda probabilidad -y esto ayudar¨ªa a comprender algunas de las inercias actuales- que la entrega y dedicaci¨®n al trabajo o a un proyecto nacional se vea correspondido con una garant¨ªa de protecci¨®n explicitada en ciertas rigideces del mercado laboral o en exigencias de cobertura m¨¢s amplia en materia de seguridad social. Incidentalmente no es dif¨ªcil anticipar el ¨¦xito de todas aquellas medidas de pol¨ªtica social que pretenden evitar despilfarros y sanear la gesti¨®n de la Seguridad Social, ni el fracaso rotundo de las decisiones que por mimetismo hacia lo que ha ocurrido en pa¨ªses sobreprotegidos intenten reducir el ¨¢mbito de cobertura social en un pa¨ªs eminentemente indefenso como Espa?a.
TOMA DE DECISIONES
De las escas¨ªsimas investigaciones efectuadas sobre las actitudes de los espa?oles frente a la revoluci¨®n en curso en el tratamiento de la informaci¨®n se deducen conclusiones contradictorias: la opini¨®n p¨²blica espa?ola est¨¢ menos familiarizada con el uso de ordenadores personales y el tratamiento cient¨ªfico de la informaci¨®n que la gran mayor¨ªa de los pa¨ªses industrializados. Teme los efectos negativos que sobre el nivel de desempleo supuestamente puede ejercer la introducci¨®n de estas nuevas tecnolog¨ªas y, sin embargo, ans¨ªa su diseminaci¨®n en mayor grado que cualquier otro pa¨ªs europeo. Se dir¨ªa que el temor a exacerbar todav¨ªa m¨¢s los escandalosos niveles de desempleo impuestos a la sociedad espa?ola, por la falta de rigor y de imaginaci¨®n de sus clases dirigentes, pesa menos que la concienciaci¨®n generalizada de que los mecanismos de decisi¨®n en Espa?a no est¨¢n fundamentados en el an¨¢lisis y tratamiento objetivo de la informaci¨®n disponible y que, de alguna manera, los beneficios de racionalizar la toma de decisiones que permite la informatizaci¨®n del conocimiento compensar¨¢n los miedos at¨¢vicos a la incidencia de la apertura al futuro.
?Cu¨¢les son los restantes factores sociales y culturales que condicionan la toma de decisiones en Espa?a? La tercera singularidad se manifiesta en el escaso n¨²mero de personas que intervienen en los mecanismos de decisi¨®n en las distintas facetas de la vida cultural, social y econ¨®mica. La responsabilidad de decidir es el privilegio o la hipoteca de un colectivo reducido de personas del que, por regla general, no forman parte ni los j¨®venes ni las mujeres ni los ancianos. La toma de decisiones en Espa?a est¨¢ en manos de un grupo insignificante de sexo masculino comprendido entre: los 50 y los 60 a?os en el sector de la producci¨®n y entre 40 y 50 a?os en la vida. pol¨ªtica. Espa?a es la democracia menos, participativa de Europa.
La toma de decisiones entra?a siempre la manipulaci¨®n previa de la informaci¨®n disponible, la puesta en pie de equipos de trabajo y la difusi¨®n a la organizaci¨®n o a la sociedad de los objetivos acordados. Las graves deficiencias en materia de acceso a la informaci¨®n, la capacidad de trabajar en equipo y de comunicaci¨®n han convertido los mecanismos de la toma de decisiones en Espa?a en un proceso impredecible unas veces, o f¨¢cilmente predecible otras, en virtud de las mediocres razones que lo sustentan. La toma de decisiones se asemeja a una conspiraci¨®n continuada contra lo que de otra manera ser¨ªa el subproducto natural de los organigramas reales sedimentados por la experiencia colectiva. Y contra el influjo de los condicionantes objetivos se confeccionan ¨¢rboles de decisiones enraizados en subjetivismos de todo tipo y m¨®viles arcaicos.
LA ENVIDIA
Los estudiosos del comportamiento de los espa?oles se han fijado tradicionalmente en la envidia que corroe a las instituciones y a las personas, que obliga a cambios constantes del organigrama
Por qu¨¦ deciden tan mal los espa?oles
en las empresas, a reformas pol¨ªticas cuyo ¨²nico m¨®vil parecer¨ªa ser el de desacreditar a los que precedieron en el cargo.En Espa?a, al mercado de ideas y del conocimiento le ocurre como al mercado monetario: ni es transparente ni flexible ni profundo. La fama, el reconocimiento, la igualdad de oportunidades s¨®lo est¨¢ verdaderamente reconocida en la loter¨ªa nacional. La riqueza est¨¢ peor repartida que en el resto de Europa; el trabajo est¨¢ todav¨ªa peor repartido que la riqueza, y la facultad de decidir, m¨¢s injustamente repartida que el trabajo.
El significativo papel jugado por la envidia en la toma de decisiones no es, sin embargo, una caracter¨ªstica espec¨ªfica de la psicolog¨ªa colectiva, sino el resultado del retraso con que llegan a Espa?a la revoluci¨®n industrial y posterior mejora de los niveles de bienestar. Espa?a puede reivindicar para s¨ª el triste privilegio de ser el ¨²ltimo pa¨ªs europeo capaz de erradicar el hambre masiva hasta bien entrado el siglo XIX, de rescatar de la memoria colectiva en pleno siglo XX -con motivo de la guerra civil- im¨¢genes y escenarios medievales.
El comportamiento envidioso no es m¨¢s que el reflejo ineluctable de ese desfase en el desarrollo econ¨®mico. La incidencia de la envidia en la toma de decisiones hay que vincularla a lo que Galbraith llamaba los comportamientos inherentes al c¨ªrculo cerrado de la pobreza. En una situaci¨®n en la que la sociedad no ha sido capaz de garantizar el m¨ªnimo material que asegure la supervivencia f¨ªsica de las personas no cabe el progreso t¨¦cnico porque la innovaci¨®n es siempre el resultado de asumir riesgos. Ninguna persona razonable puede asumir los riesgos inherentes a la innovaci¨®n cuando el objetivo prioritario sigue siendo el de la simple supervivencia f¨ªsica. Desde una ¨®ptica estricta del an¨¢lisis coste-beneficios, la soluci¨®n ¨®ptima en un medio de pobreza absoluta es no innovar: garantizar la supervivencia no asumiendo riesgos que en caso de equivocaci¨®n tendr¨ªan electos literalmente letales.
En las sociedades condicionadas por el c¨ªrculo cerrado de la pobreza las personas que deciden contra viento y marea asumir el riesgo de experimentar nuevas formas de cultivo en la agricultura o de invertir en instrumentos nuevos en la artesan¨ªa ponen en peligro su propia existencia en caso de fracaso y act¨²an contra el sentido com¨²n. Cuando se intenta innovar partiendo de niveles inferiores a los de la pura subsistencia se est¨¢n violando las m¨ªnimas normas de, seguridad que han sido aceptadas de manera generalizada por el resto de la sociedad, En esas condiciones, el fracaso de la innovaci¨®n significa la muerte cierta del innovador. El ¨¦xito improbable supone la negaci¨®n de las normas elementales de la sociedad sumida en el c¨ªrculo cerrado de la pobreza y, l¨®gicamente, el despertar de la envidia como fen¨®meno social. El ¨¦xito no es nunca el fruto razonable del trabajo, sino el resultado de una transgresi¨®n social que empieza por uno mismo. En esas condiciones el innovador ser¨¢ objeto de la envidia generalizada por parte de sus conciudadanos.
La moral del ¨¦xito caracter¨ªstica de las sociedades industriales no est¨¢ justificada ni legitimada en las sociedades cuyo objetivo prioritario era la supervivencia en un entorno de acoso y pobreza. Dentro de 50 a?os, la literatura espa?ola habr¨¢ dejado de aludir a la envidia como un componente significativo de la toma de decisiones.
Los mecanismos de decisi¨®n en Espa?a arrojan otro rasgo distintivo: el desprecio subyacente por la experiencia que denota la supuesta capacidad de improvisaci¨®n. La predilecci¨®n por el corto plazo, el rechazo visceral a permitir que los condicionantes de futuro modulen las decisiones cotidianas tienen l¨®gicamente su contrapartida en la negativa a otorgar al fruto de la experiencia su valor real de mercado. Hay un pasaje en el Quijote que siempre hab¨ªa intrigado a Aza?a: al caballero de la triste figura se le rompi¨® el yelmo que le proteg¨ªa la cara en sus escaramuzas. Y mand¨® sustituirlo por otro de ocasi¨®n. Lo que intrigaba a Aza?a -al reflexionar sobre la condici¨®n de los espa?oles- es que Don Quijote partiera hacia nuevas batallas sin haber comprobado si el yelmo remendado funcionaba. Para Don Quijote, lo importante era contar con el yelmo, como exig¨ªan los libros de caballer¨ªas, y lo de menos, que funcionara.
A finales del segundo milenio, la sociedad espa?ola sigue embrujada por este rechazo total a las virtudes de la experimentaci¨®n concreta y de la prueba.
Los experimentos de lo concreto pertenecen a un colectivo singular de espa?oles que se han afanado, a menudo con horarios extenuantes, por acumular una experiencia que nadie a su alrededor est¨¢ dispuesto a incentivar o primar. En los niveles jer¨¢rquicos superiores circulan accionistas, consejeros y ejecutivos cuya funci¨®n principal se reduce a vestir en el mejor de los casos, y a desvestir en otros, los resultados que los experimentadores consiguen exprimir de los mecanismos empresariales. En la pol¨ªtica, la subestimaci¨®n de la experiencia alcanza l¨ªmites escandalosos, y la naturalidad con que se acepta la condici¨®n de diputado sin haber experimentado previamente los entresijos de la administraci¨®n local o la de ministro sin contar con la experiencia previa a nivel legislativo, demuestra cu¨¢n arraigado est¨¢ en el comportamiento de los espa?oles el desprecio de la experiencia acumulada como soporte de los mecanismos de decisi¨®n.
Como cabr¨ªa esperar de un pueblo que prescinde ol¨ªmpicamente de la experiencia propia a la hora de decidir su futuro, los espa?oles quedan prendados de las experiencias ajenas y adoptan a menudo actitudes beatas frente a corrientes del pensamiento y las modas del exterior.
Es sorprendente descubrir hasta qu¨¦ punto los mecanismos de decisi¨®n cotidianos est¨¢n impregnados de reflejos mim¨¦ticos con los que se pretende incorporar a la vida espa?ola pol¨ªticas y estilos que han demostrado tener ¨¦xito m¨¢s all¨¢ de los Pirineos. Los ¨²ltimos 10 a?os est¨¢n repletos de mimetismos de esta clase con un doble com¨²n denominador: el entorno concreto y espec¨ªficamente espa?ol no logra jam¨¢s impregnar la retina de los protagonistas -de la misma manera que el entorno social de Don Quijote, lleno de injusticias lacerantes y multitudinarias, no le inspiraba su voluntad de deshacer entuertos que s¨®lo pod¨ªan nutrirse de las quimeras de los libros de caballer¨ªa.
El segundo componente del mimetismo nacional frente al exterior es su falta de rigor, su car¨¢cter intermitente, la deformaci¨®n grotesca de los c¨¢nones extranjeros alimentada por el aislamiento secular, la falta de compenetraci¨®n con los perfiles concretos de los escenariosanos y la mediocridad de las transposiciones efectuadas. De esta manera, los sectores dirigentes en "Espa?a se han ido apropiando indebida y sucesivamente, de experiencias exteriores que eran el resultado laborioso de una conjunci¨®n de esfuerzos pluridisciplinares. Una tras otra se asumen y manipulan las revoluciones ideol¨®gicas que quedan carbonizadas en cuesti¨®n de segundos en las manos de protagonistas, cuya fugacidad y mediocridad volver¨ªa a inspirar hoy aquella manifestaci¨®n ¨¢lgida del escepticismo universal que Shakespeare pon¨ªa enca de Hamlet: "Life is but a walking shadow...".
EL AMIGUISMO AZAROSO
Distanciamiento del poder, rechazo frente a la incertidumbre, posicionamientos vinculados al c¨ªrculo cerrado de la pobreza, indiferencia ante el valor de mercado de la experiencia concreta. Como factor determinante de la torna de decisiones en Espa?a aparece tambi¨¦n el amiguismo, caracter¨ªstico de las sociedades desconfiadas frente ala ineficacia del Estado.
Cuando los Gobiernos no est¨¢n a la altura de las circunstancias y defraudan una y otra vez las esperanzas leg¨ªtimas de los ciudadanos se produce un repliegue at¨¢vico buscando seguridad y protecci¨®n en las c¨¦lulas primarias de los clanes familiares, de los gremios o de los entes corporativos.
La autodefensa y conquista de posiciones dominantes ejercidas en otros pa¨ªses recurriendo a las solidaridades gestadas en prestigiosas instituciones educativas -el famoso old boys network en el Reino Unido- no tiene paralelo en Espa?a. Aqu¨ª e amiguismo, sorprendentemente, es decir, el apoyo y promociones rec¨ªprocas con ¨¢nimo de ampliar el ¨¢mbito del poder y seguridad de un colectivo determinado de personas, no se remonta jam¨¢s a los or¨ªgenes educativos. Las instituciones m¨¢s prestigiadas de la ense?anza secundaria o universitaria nunca fueron capaces de generar este tipo de solidaridades duraderas. Los grupos acaparadores de influencias o de poder se distinguen netamente de sus hom¨®logos extranjeros por su disparidad social y generacional, por la ausencia de puntos de referencia f¨¢cilmente objetivables y por su car¨¢cter infinitamente m¨¢s, reducido en n¨²mero.
Las solidaridades reconocibles que genera el paso por la Escuela Nacional de Administraci¨®n en Francia tienen su origen en una instituci¨®n de ense?anza que est¨¢ abierta a todos los que sean capaces de superar las pruebas de ingreso y aglutina colectivos homog¨¦neos en el sector de la informaci¨®n y de los conocimientos. El amiguismo en Espa?a est¨¢ en el extremo opuesto de estos procesos: los colectivos decididos a garantizarse mutuamente la seguridad en el trabajo, la influencia y el poder no suelen sobre pasar una docena de personas. La chispa que provoc¨® inicialmente las solidaridades rec¨ªprocas surgi¨® del azar o de la pertenencia a clanes familiares. Ni siquiera los cuerpos de la alta Administraci¨®n del Estado fueron capaces de generar equipos confabulados para la conquista de posiciones de poder. Parad¨®jicamente, en el seno de estos cuerpos subyacen odios y rivalidades de tipo individual que rara vez permiten actitudes colegiadas.
El amiguismo en Espa?a es fundamentalmente azaroso y familiar, y tal vez por culpa de esta envolvente primaria y visceral en el sentido m¨¢s literal de la palabra es tambi¨¦n de los m¨¢s ciegos y rudos en el ejercicio de sus intereses.
La conocida debilidad de las c¨¦lulas sociales intermedias, la ausencia de esp¨ªritu asociativo, la abdicaci¨®n de los partidos pol¨ªticos en sus tareas de formaci¨®n y movilizaci¨®n social han permitido que el amiguismo se adhiera como una hiedra par¨¢sita en puntos neur¨¢lgicos del cuerpo social.
La pr¨¢ctica del amiguismo supone un atentado constante a los valores fundamentales de la igualdad de oportunidades que debieran caracterizar un sistema democr¨¢tico y s¨®lo puede pervivir en aquellas sociedades en las que la :informaci¨®n, el conocimiento o la inteligencia no han podido consolidarse como factores determinantes de los mecanismos de decisi¨®n.
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