Lecturas de verano
Febrero en el hemisferio sur: maravilloso mes de quietud y de lecturas inolvidables. Desde siempre adem¨¢s: desde las holgadas siestas de la adolescencia en un fundo de Talca, leyendo Brideshead revisited, de Evelyn Waugh, mientras afuera la can¨ªcula doraba la uva, y a la luz de una vela nocturna en el amplio caser¨®n polvoriento, leyendo Contrapunto, de Huxley, mientras en el horizonte los descabezados gemelos convocaban tempestades de electricidad sobre sus nieves eternas.El verano pasado, con la ensenada de Castro (Chilo¨¦) abri¨¦ndose a mis pies, pude reeditar esos entusiasmos con libros que no hab¨ªa le¨ªdo: Bleak house, Dombey and son y Great expectations, para completar a Dickens; Le rouge et le noir, de Stendhal; El desfile del amor, de Sergio Pitol; Les miserables, de Victor Hugo, que incomprensiblemente no conoc¨ªa; El jugador, de Dostoievski, y dos Balzac, jam¨¢s le¨ªdos: Grandezas y miserias de cortesanas y La ¨²ltima encarnaci¨®n de Vautrin, todo devorado insaciablemente en un mes, con un v¨¦rtigo de fren¨¦tica avidez. Pero debo confesar que no fue una avidez sana y natural, como tampoco lo fue el inicio de la novela emprendida entonces y reci¨¦n terminada ahora, un a?o despu¨¦s, con mayor calma: aquel -lo recuerdo como prodigioso y terrible, aunque placentero- fue un vigor de la imaginaci¨®n inducido por m¨¦todos artificiales, efecto de las drogas, que me produjo el comienzo de un tratamiento con cortisona para una afecci¨®n hep¨¢tica, y que despu¨¦s fui dejando poco a poco, con la consecuente disminuci¨®n de mi poder de concentraci¨®n, resistencia e iluminaci¨®n. La cortisona no le provoca el mismo estado a todo el mundo, de modo que no es aconsejable ingerirla en busca de volarse, como dicen los muchachos marihuaneados, adem¨¢s de traer consigo otros efectos, m¨¢s misteriosos. Pero comprendo que alguien en quien tenga el efecto que tuvo en m¨ª se transforme en adicto, sobre todo porque no estropea el sentido cr¨ªtico. Recuerdo haber trabajado antes bajo el efecto de drogas (en Princeton, apurado para terminar a tiempo mi tesis, inocentemente inger¨ª cantidades de cierta droga con que pude llegar al fin de mi trabajo, trabajo que despu¨¦s, al juzgarlo desde la claridad mental posterior al efecto de la droga, me pareci¨® detestable; un esfuerzo hist¨¦rico, vac¨ªo e in¨²til y sin sentido), pero jam¨¢s bajo el efecto de una droga como la cortisona, que no disminuye las facultades cr¨ªticas, sino que las acent¨²a, la inteligencia convertida en un faro, y provocando adem¨¢s un estado de hiperestesia que a uno le transforma en una especie de pararrayos capaz de captar todas las emociones y las sensaciones. Probablemente todo esto sea nocivo y malsano. Pero la verdad es que recuerdo mi hiperestesia, mi vigor, mi facultad de concentraci¨®n de hace un a?o con la mayor nostalgia, y veo la ensenada de Castro inscrita en el recuerdo, como el para¨ªso. Un dato a favor de los efectos de la cortisona: lo le¨ªdo, lo estudiado, lo visto, lo escrito no se ha esfumado como un sue?o en el olvido que sigue a las drogas, sino que, al contrario, todo aquello qued¨® profundamente impreso en m¨ª, y lo conservo, cosa que no sucede habitualmente con otras drogas inductoras de para¨ªsos artificiales. Adem¨¢s hace muy bien para el h¨ªgado.
Un a?o despu¨¦s, ya terminado el tratamiento con corticoides, la imaginaci¨®n que se prende locamente a sus efectos vigorizantes, los ha tenido que abandonar: la tentaci¨®n de seguir con la cortisona a espaldas del m¨¦dico es enorme, porque la juventud provocada es maravillosa. Despu¨¦s de abandonar la droga, el trabajo de la escritura se hace, por comparaci¨®n, m¨¢s lento, m¨¢s ¨¢rido, menos cantabile, por decirlo de alg¨²n modo, y la lectura requiere mayor esfuerzo de concentraci¨®n. Este verano de 1986 -en Santiago, en mi peque?o jard¨ªn, que es como un verde sal¨®n civilizado en medio de la ciudad silenciada por el abandono de los b¨¢rbaros veraneantes- termin¨¦ a capella aquella novela emprendida 12 meses atr¨¢s en alas de los corticoides, pero trabajosamente, pedregosamente. Tal vez haya tenido que ser as¨ª por el contenido mismo de la novela, que no es grato, y porque de tanto en tanto se deten¨ªan ante mi puerta, uno tras otro, los organilieros con sus pesadas cajas musicales, aparatos desenterrados despu¨¦s de a?os de silencio por la falta de trabajo y la miseria: docenas de viejos aparatos olvidados han sido desempolvados y restaurados, y en vez de mendigar, familias, y ancianos, y j¨®venes invaden este barrio de ricos con sus viejas m¨²sicas pla?ideras, El relicario, Las bodas de la mu?eca pintada, La chica del 17, y transforman, bajo los pl¨¢tanos, estas melod¨ªas del tiempo de las flapper y las tonadilleras en melanc¨®licos himnos de la miseria de estos tiempos de infinita crisis en este pa¨ªs.
Por todo esto, hubo menos lectura este verano: por falta de esa juventud artificial del verano pasado, o por tener la energ¨ªa ocupada en terminar aquella novela, ya que terminar ha sido siempre m¨¢s dif¨ªcil para m¨ª que comenzar un trabajo. El amor en tiempos del c¨®lera, de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez; Gringo viejo, de Carlos Fuentes; El amante, de Marguerite Duras; una novela de mi admirado Juan Carlos Martini, cabeza de generaci¨®n, dir¨ªa yo, de la brillante generaci¨®n joven de novelistas argentinos, y hoje¨¦ Bomarzo, de Manuel Mujica La¨ªnez, sobre todo por simpat¨ªa p¨®stuma al personaje.
Una cosa me sorprendi¨®: la prevalencia del tema de la vejez, esa met¨¢fora tan imponente, antes tan rechazada. Recuerdo que cuando publiqu¨¦ mi primera novela, Coronaci¨®n, hace cerca de 30 a?os, se me critic¨® mucho en mi pa¨ªs por tratar un tema decadente como el de la vejez, acus¨¢ndome de estar enamorado de cosas que no ten¨ªan mucho que ver con la historia contempor¨¢nea. Veo, sin embargo, que ¨²ltimamente este tema ha tomado la delantera; creo que son 10 los cuentos del ¨²ltimo certamen O. Henry que tienen como personaje central a un viejo o una vieja: met¨¢fora de la muerte, de los valores del pasado ahora perdidos, nostalgia por una sociedad con mayor estructura, de la mala conciencia, de la disoluci¨®n de un mundo, la car¨¢tula del anciano o anciana que prefigura la calavera -pienso en la maravillosa Dama del air¨®n, de Otto Dix- domina la imaginaci¨®n creativa de hoy. Prueba de ello es El amor en tiempos del c¨®lera y Gringo viejo, ambas novelas centradas alrededor de la vejez. A un nivel, las dos novelas se pueden leer l¨ªricamente, como un desesperado esfuerzo de parte de los autores, que envejecen, por rescatar la creatividad de tiempos mozos. Fuentes lo hace planteando una actitud heroica, un tomar el destino en sus propias manos e insertar su vida y su muerte volitivamente dentro de la historia, neg¨¢ndose a quedar fuera de la historia. En el caso de Garc¨ªa M¨¢rquez, la juventud se recupera en la vejez a trav¨¦s de la constante del mito del amor eterno (retorcido e ironizado): gracias a ¨¦l todos los amores son un solo amor, y las escapadas, otra forma de fidelidad.
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