Lo esencial del amor
Fueron la pareja absoluta, el par sin par. A partir de ellos, todo ya es vaiv¨¦n, lascivia combinatoria, fotog¨¦nica beatitud de conveniencias. Se acabaron los puntos de referencia: ya todo es posmodernidad y crujir de dientes. De ellos aprendimos lo m¨¢s importante: que hay un amor esencial constelado de amores accesorios. En el amor esencial, la v¨ªscera que m¨¢s interven¨ªa era el cerebro: dial¨¦ctica, proyectos literarios y pol¨ªticos, complicidad creadora y algo as¨ª como un secretario de alt¨ªsimo nivel. Los amores accesorios se hab¨ªan de parecer fatalmente al perpetuo descubrir la juventud perdida en otro u otra, juegos de manos dulces y triviales. Es que estamos condenados a la libertad. Uno contemplaba al par sin par, se aprend¨ªa lo del amor esencial y los amores accesorios y trataba de negociarlo con quien correspond¨ªa, pero por lo general la cosa no marchaba. Faltaba preparaci¨®n, faltaba Rive Gauche, faltaba Sorbona. Creo que en el fondo les ten¨ªamos un poco de man¨ªa, como a todos los que parecen facilitar demasiado la esperanza con su ejemplo.Seguramente ella no era en la intimidad tan antip¨¢tica como parec¨ªa, aunque lo dif¨ªcil no era creer en su hipot¨¦tica simpat¨ªa, sino en su inveros¨ªmil intimidad. Ten¨ªa vocaci¨®n de testigo, es decir, de m¨¢rtir. Cuenta en alguno de los abundantes partes meteorol¨®gicos sobre sus pasadas tormentas y tormentos que cuando ¨¦ramos j¨®venes, tras haber bebido mucho durante toda la velada, sol¨ªa tirarse al suelo y llorar all¨ª inconsolable porque no quer¨ªa morir. Pero luego escribi¨® una novela sobre los horrores de no poder morir y quiz¨¢ aprendi¨® a resignarse. No s¨¦, es dificil imagin¨¢rsela en esas tareas especulativas; lo evidente es que se trataba de una aut¨¦ntica se?ora, una dama de Par¨ªs. Altiva, concienzuda, distinguida. Ser una se?ora es m¨¢s dif¨ªcil y precioso que ser fil¨®sofo: se desaf¨ªa a la muerte m¨¢s de frente, sin l¨¢grimas ni ch¨¢chara. Pero, en fin, qui¨¦n sabe, nadie est¨¢ del todo contento con las fatalidades de su libertad...
Se trataron siempre de usted: nosotros no hubi¨¦ramos sabido hacerlo. En los ¨²ltimos a?os, ella se mostr¨® m¨¢s que reticente ante las amistades y fervores prochinos de ¨¦l, con demasiada raz¨®n, pero tambi¨¦n con algo parecido al resentimiento. Como si le saliera por fin a la luz un reproche largamente incubado, la protesta final de lo esencial ante la trivialidad obstinada de lo accesorio. Algunos sentimos casi n¨¢useas -es lo propio, ?no?- al leer esa descarnada venganza, La ceremonia de los adioses. "Ahora por fin le tengo a usted del todo en la cajita...", empezaba diciendo, y el libro era como la cruel e irrefutable cr¨®nica del mayor descontento: que siempre servimos a se?or que se nos puede morir y que todo sirve s¨®lo para morir. Descubrimiento al que nunca nos resignamos por completo y, del que no sabemos reponernos, misterio que constituye lo ¨²nico no accesorio, lo esencial del amor.
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