Max Ernst, la cocina de posguerra
La exposici¨®n antol¨®gica de la obra de Max Errist, abierta en la Fun daci¨®n March de Madrid, ha sido vista hasta ayer por 5 1.000 personas, desde su inauguraci¨®n, el pasado 28 de febrero. La muestra se clausura el pr¨®ximo domingo 27 de abril. A un ritmo de 1.000 personas por d¨ªa, la exposici¨®n Max Errist ha supuesto una oportunidad para ver de cerca una de las biograf¨ªas est¨¦ticas m¨¢s importantes de la posguerra. No es una ocasi¨®n ¨²nica: la exposici¨®n viaja a Barcelona, donde se podr¨¢ ver desde el pr¨®ximo 13 de mayo.
Lo que llama grandemente la atenci¨®n entre los superrealistas es la desproporejonada relaci¨®n que existe entre la baja calidad de la pintura que realizan y sus excelentes resultados art¨ªsticos. Dan la impresi¨®n de que pintan con tubos de ¨®leo baratos arrojados a la basura, con ¨®leos llevados por monjas a escuelas primarias de barrios obreros, con ¨®leos que en vez de aceite tienen colonia barata, sopa de sobre y un poco de aburrimiento de domingo. Es ¨®leo que estaba ya seco cuando lo engendr¨® un padre consigo mismo.Para mi caprichoso pero estricto museo personal yo prescindir¨ªa de alguno de los superrealistas: de Tanguy, que ten¨ªa los pelos de punta; de Magritte, que era encantadoramente demasiado certero; de Masson, que me atosiga mucho con tanto humo, etc¨¦tera. Mis preferidos son Dal¨ª y Max Ernst, y por este orden.
?Qu¨¦ decir de Salvador Dal¨ª a estas alturas! R¨¢pidamente y para aliviar, y puesto que no va de ¨¦l en esta ocasi¨®n, dir¨ªa que ha sido, al menos en una parte de su vida, un genio redondo y absoluto. Su obra cada d¨ªa me interesa m¨¢s.
En cuanto a M. E., yo insisto en referirme a la calidad poco alimenticia de sus ¨®leos. Si se pudiera analizar el poder cal¨®rico y vitam¨ªnico del ¨®leo de M. E. y el de Picasso, por ejemplo, tendr¨ªamos la soluci¨®n al problema. En la composici¨®n del segundo habr¨ªa seguramente pechuga de pollo, gordas zanahorias, pescaditos sabrosos, etc¨¦tera; en la de M. E. encontrar¨ªamos sopa de letras y caldo magi de posguerra.
?Y c¨®mo se puede hacer una pintura genial con tal debilidad en los huesos? Puedo adelantar a t¨ªtulo de ensayo algunas hip¨®tesis de respuestas: acertando a la prime.ra, clavando la espada en el sitio milim¨¦tricamente perfecto, hiriendo de muerte con precisi¨®n absoluta la bolsa de petr¨®leo, subterr¨¢nea, de la que brotaexplosivo un gran ¨¢rbol negro...
Hay una pintura cosm¨¦tica y alimenticia y otra de quir¨¢fano. Hay tambi¨¦n pintores que primero aprenden a pintar y despu¨¦s se enfrentan consigo mismo, y otros que desde el principo hacen ya sus cuadros, con ¨®leos f¨ªsicos, casi en la nada gastron¨®mica, en cueros vivos, pero con el coraz¨®n a la vista de todos.
Evidentemente, M. E. es un pintor cirujano y tambi¨¦n se cuenta entre aquellos a los que la necesidad de expresarse les acuciaba tanto que no tuvieron tiempo previamente de aprender a pintar (?se podr¨ªa decir lo mismo de toda la pintura del siglo XX?). Siempre he sospechado que los pintores cocineros, los hay maravillosos, entretienen con ung¨¹ento y especies su irrevocable nostalgia de no pinchar en la v¨¦rtebra adecuada. Quiz¨¢ retienen en la boca sensaciones que debieran trasladar a otros espacios.
Con el paso del tiempo M. E. fue aprendiendo algunos trucos pl¨¢sticos, pero no lleg¨® a saber pintar; cuanto m¨¢s trucos encontraba, sus cuadros iban siendo m¨¢s pobres. M. E. no naci¨® para pintar; s¨ª para artista.
... Sitio milim¨¦tricamente perfecto, precisi¨®n absoluta, la v¨¦rtebra adecuada..., o lo que es parecido: espacios interiores, geograf¨ªa org¨¢nica, antropometr¨ªa del sentimiento,-¨¢lgebra celular, telescopio celular. Acoplamiento entre los espacios del deseo y los de la raz¨®n. De espaldas radicalmente al mundo hel¨¦nico, construir una nueva imagen del hombre desde la nada, desde el espacio dejado vac¨ªo por la huida de Dios.
Las fotos personales de Dal¨ª sobrecogen. por la visible lucha que mantiene con Dios. M. E., por el contrario, en las fotos en que aparece, tiene el aspecto de chico simp¨¢tico, con ganas de jugar, guapo, sonriente. Su obra es ir¨®nica. Siempre bordeando altas cimas, pero con la sonrisa de un buen deportista, de saber ganar y perder, de buen encajador.
De entre los terroristas de Dad¨¢ unos tuvieron suerte, murieron o desaparecieron, art¨ªsticamente hablando; otros, como M. E. o Arp, les toc¨® en suerte, en la mala, la dura prueba de la reconversi¨®n, la de la socialdemocracia; la de transformar las bombas en esculturas, la guerra en deporte. (En este punto hay que rendir un homenaje a Schwitters, que s¨ª muri¨® con las botas puestas.)
Solamente con un gran sentido de la iron¨ªa, casi de cinismo, se puede intentar el tour de force de prestidigitaci¨®n de transformar la negaci¨®n radical de la existente en lenguaje para palomas.
M. E. podr¨ªa haber dejado redactado el siguiente epitafio: "Despu¨¦s de m¨ª... el estilo". Es decir, despu¨¦s de Dad¨¢, de la revoluci¨®n, la civilidad del lenguaje.
Babelia
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