Del cielo y del infierno
Para casi todos los hombres, los conceptos de cielo, de felicidad son inseparables. Los te¨®logos definen el cielo como un lugar de eterna gloria y ventura y advierten que ese lugar no es el dedicado a los tormentos infernales. Butler, a finales del siglo XIX, proyect¨® un cielo en el que todas las cosas se frustraran ligeramente, ya que nadie es capaz de tolerar una dicha total, y un infierno correlativo, en el que faltara todo est¨ªmulo desagradable, salvo los que proh¨ªben el sue?o. Bernard Shaw, a principios de este siglo, instal¨® en el infierno las ilusiones de la er¨®tica, de la abnegaci¨®n, de la gloria y del puro amor imperecedero; el tercer acto de Man and superman, que narra el sue?o de John Tanner, ubica en el cielo la comprensi¨®n de la realidad. La idea central de esta doctrina ya hab¨ªa sido explicada largamente en el m¨¢s conocido y hermoso de los tratados de Swedenborg, De coelo et inferno, publicado en Amsterdam en 1758. William Blake lo repite y, Bemard Shaw lo resume espl¨¦ndidamente en su comedia. Cabe suponer que escribi¨® bajo el est¨ªmulo de Blake, a quien menciona con frecuencia y respeto o, lo que no es inveros¨ªmil, que arrib¨® a las mismas ideas por cuenta propia.Leslie D. Weatherhead, un mediocre y casi inexistente escritor, acaso estimulado por lecturas piadosas, da en el cuarto cap¨ªtulo de After death una original versi¨®n del cielo, que concuerda plenamente con la de Andr¨¦ Gide. En Journal (p¨¢gina 677), Gide habla de un infierno inmanente, ya declarado por el verso de Milton: "Which way i fly is hell; myself ani hell". Wheatherhead arguye que el infierno y el cielo no son localidades topogr¨¢ficas, sino estados extremos del alma. Propone la tesis de un solo heterog¨¦neo ultramundo, alternativamente infernal y paradisiaco, seg¨²n la capacidad de las almas. Escribe que la directa persecuci¨®n de una pura y perpetua felicidad no ser¨¢ menos irrisoria del otro lado de la muerte que de ¨¦ste. "El dolor del cielo es intenso", comenta, "pues cuanto m¨¢s hayamos evolucionado en este mundo, tanto m¨¢s podremos compartir en el otro la vida de Dios. Y la vida de Dios es dolorosa. En su coraz¨®n est¨¢n los pecados, las penas, todo el sufrimiento del mundo. Mientras quede un solo pecador en el mundo no habr¨¢ felicidad en el cielo".
Dante, en la famosa ep¨ªstola dirigida a su amigo Can Grande della Scala, advierte que su comedia, como la Sagrada Escritura, puede leerse de cuatro modos distintos y que el literal no es m¨¢s que uno de ellos. Dominado por los versos precisos, el lector conserva la indeleble impresi¨®n de que los nueve c¨ªrculos del infierno, las nueve terrazas del purgatorio y los nueve cielos del para¨ªso corresponden a tres establecimientos: uno, de car¨¢cter penal; otro, penitencial, y otro -si el neologismo es tolerable-, premial. Pasajes como el de este verso: "Lasciate ogni esperanza, voi ch"entrate", fortalecen esa convicci¨®n topogr¨¢fica, realzada por el arte y negada por la l¨®gica o el candor de Weatherhead.
Los destinos ultraterrenos de Swedenborg difieren casi diametralmente con la concepci¨®n de Dante y coinciden parcialmente con la teor¨ªa de Weatherhead. Para Swedenborg, el cielo y el infierno no son lugares, son condiciones de las almas, determinadas por su vida anterior. A nadie le est¨¢ vedado el para¨ªso; a nadie le est¨¢ impuesto el infierno. Las puertas est¨¢n abiertas, y quienes mueren no saben que est¨¢n muertos; durante un tiempo indefinido proyectan una imagen ilusoria de su ¨¢mbito habitual y de las personas que las rodean. Recuerdo ahora que en Inglaterra una superstici¨®n popular declara que no sabremos que hemos muerto sino cuando comprobemos que el espejo ya no nos refleja.
El infierno es la otra cara del cielo. Su reverso preciso es necesario para el equilibrio de la creaci¨®n. Quien lo rige es el Se?or, como, a los cielos. El equilibrio de las dos esferas es requerido para el libre albedr¨ªo, que sin tregua debe elegir entre el bien, que mana del cielo, y el mal, que rnana del infierno. Cada d¨ªa, cada momento de cada d¨ªa, el hombre labra su perdici¨®n eterna o su salvaci¨®n.
Creamos o no en la inmortalidad personal, es innegable que la doctrina de Swedenborg es m¨¢s moral y m¨¢s razonable que la de un misterioso don que se obtiene, casi al azar, a ¨²ltima hora.
La vasta literatura escrita sobre el cielo y el infierno abarca y agota todas las posibilidades. No s¨¦ qu¨¦ opinar¨¢ mi lector sobre estas conjeturas que acabo de exponer. He observado que aquellos que creen en un mundo ultraterreno poco se interesan en ¨¦l Conmigo ha ocurrido y ocurre todo lo contrario; me interesa, pero no creo. Otro tanto me ocurre con el libre albedr¨ªo, esa ilusi¨®n necesaria que nos hace sentir due?os de nuestras propias acciones.
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