Sobre las televisiones privadas
Por una vez Italia, siempre segunda, ha sido la primera en hundir el monopolio televisivo estatal en Europa. La Retequattro, de Silvio Berlusconi, junto con La Cinq, de Par¨ªs, ha sentado las bases de la futura red televisiva europea. Par¨ªs, Madrid, Londres, despu¨¦s ya veremos. Se trata de una conquista de la corriente "m¨¢s mercado, menos Estado", que en la actualidad est¨¢ de moda tanto entre la derecha. como entre la izquierda.El nacimiento de las cadenas privadas ha supuesto una gran complicaci¨®n para los dirigentes de la izquierda, que se averg¨¹enzan, y con raz¨®n, de haberse mostrado excesivamente estatalistas, enarbolando, adem¨¢s, las banderas de la libertad de informaci¨®n y de la cultura. En Italia, en cuyas grandes ciudades se accede a 30 canales -siete de los cuales son nacionales- al encender el televisor, la aparici¨®n de las cadenas libres fue acogida con incertidumbre. Ciertamente eran ilegales, pero ?qui¨¦n hubiera estado dispuesto a sacrificarse por una ley que daba a los partidos, y al Gobierno en cabeza, la posibilidad de disponer de la radiotelevisi¨®n en r¨¦gimen de monopolio? A diferencia de las radios locales, que pueden ser regidas por cualquier peque?o grupo social, las televisiones privadas necesitaban enormes capitales. No obstante, las emisoras libres terminaron por imponerse, incluso ante los m¨¢s esc¨¦pticos, en aras de una informaci¨®n y de unos programas de esparcimiento de car¨¢cter pluralista. Se producir¨ªa una multiplicaci¨®n de las producciones, de las informaciones, de las f¨®rmulas y de las ideas que romper¨ªa la mon¨®tona repetici¨®n de la emisora p¨²blica, la RAI. En virtud de la libertad de consumo de mensajes, en cualquier caso externos (como se sabe, el telespectador acepta todo lo que se le ofrezca), algunos ingeniosos colectivos se adjudicaron a s¨ª mismos canales, repetidores, espacios de emisi¨®n, es decir bienes p¨²blicos, y nadie hizo nada para detenerlos.
Tanto m¨¢s cuanto que la, profusi¨®n de televisiones libres resultaba similar al fen¨®meno de: las radios libres: ?qui¨¦n osar¨ªa. recordar en estos tiempos la escuela de Frankfort, seg¨²n la cual el medio condiciona el mensaje? Las radios libres hab¨ªa nacido para transgredir la informaci¨®n pol¨ªtica. Las televisiones libres estar¨ªan basadas en la transgresi¨®n de los productos de esparcimiento, de las ideas, de los gustos.
Parec¨ªa algo razonable. As¨ª, en Italia, durante el a?o 1985, hemos ingurgitado unos 576.000 spots publicitarios, dispuestos todos ellos en las horas y programas de mayor audiencia: al buscar en una cadena libre aquella pel¨ªcula que no pudo llegar a verse, se corre el riesgo de que, como consecuencia de las interrupciones, el largometraje dure dos horas y media en lugar de 90 minutos.
Estos 576.000 spots (en su mayor parte de pa?ales, compresas, productos para la limpieza dom¨¦stica y, en un plano secundario, autom¨®viles) han dado lugar a un atasco, en primer lugar, -elevando extraordinariamente los precios de las cu?as publicitarias y devalu¨¢ndolos a continuaci¨®n, mientras que la Prensa escrita sufr¨ªa grandes p¨¦rdidas en su publicidad.
Este resultado, que en la actualidad es objeto de una encendida pol¨¦mica en Italia (?de qu¨¦ modo puede regularse la publicidad?), pone de manifiesto los
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mecanismos e incluso la verdadera naturaleza de la televisi¨®n privada o libre. En un debate televisivo que tuvo lugar hace algunos meses, uno de los m¨¢s brillantes colaboradores de Berlusconi, Carlo Freccero, expuso sus opiniones sobre las anomal¨ªas existentes entre las cadenas privadas y la televisi¨®n estatafo los diarios. Los dos ¨²ltimos venden la informaci¨®n como producto o reclaman derechos de suscripci¨®n. Las cadenas privadas no pueden obligar a pagar nada. No obstante, mientras que para la RAI o para los propietarios de los peri¨®dicos los programas y las p¨¢ginas son la rnercancia que se vende al consumidor, para las televisiones privadas el objeto de intercambio es otro: los propietarios venden a los anunciantes una mercanc¨ªa determinada, la audiencia del p¨²blico. Las ajencias publicitarias ofrecen a las empresas el espacio de mercado que consiguen acumular gracias los niveles de audiencia de este aquel programa; seg¨²n la magnitud de ¨¦stos, lo venden a m¨¢s o menos precio por minuto. La terna productor-producto-comprador existe, pero no es la misma que la de los p eri¨®dicos, los libros o la televisi¨®n de canon, en los que el propietario (privado o estatal) vende el producto informaci¨®n/esparcimiento al p¨²blico consumidor; en el caso de las cadenas privadas, el propietario vende la audiencia p¨²blica al anunciante.
As¨ª pues, podemos afirmar que gracias a la televisi¨®n libre nos convertimos en mercanc¨ªa tanto durante el trabajo como durante el consumo. Los que opinan que tal aseveraci¨®n es cierta, pero que, por gracia de la pol¨ªtica de mercado, la informaci¨®n se pluraliza y los programas de esparcimiento se renuevan, son desmentidos por los t¨¦cnicos de las emisoras privadas que se pronuncian en sentidocontrario. Para atraer a la mayor cantidad posible de p¨²blico es necesario emitir los mensajes m¨¢s habituales y repetitivos, dirigi¨¦ndose especialmente al espectador medio: se rechazan los productos de calidad porque la masa es inculta; tambi¨¦n los carentes de todo valor para no ofender el sentido general de la decencia; asimismo se repudian las innovaciones, que en el mercado son siempre un riesgo. El verdadero profesional no es aquel que produce un programa original que: a) si no suscita aceptaci¨®n hace disminuir la audiencia, y b) si gusta en exceso distrae la atenci¨®n del verdadero mensaje, que es el del anunciante. Los buenos profesionales son los que realizan series a partir de un esquema sencillo y ya probado (sexo, dinero, poder); ¨¦sta es la raz¨®n por la que series tales como Dallas parecen no tener fin. Toda la creatividad se desplaza hacia el anuncio, que debe ser "original y novedoso en la misma medida en la que deben ser repetitivas y seriadas las escenograf¨ªas televisivas".
Las declaraciones de Carlo Freccero aclaran diversos aspectos y suscitan diferentes consideraciones. Explican, por ejemplo, las razones por las que, una vez que nos hemos lanzado con cierto sentimiento de culpabilidad al consumo de las cadenas privadas por pura ansia de mensajes transgresivos, nos encontramos frente a una oferta id¨¦ntica a la de la televisi¨®n estatal, con los rostros de los mismos animadores que han pasado al campo privado dados los superiores ingresos, y con las mismas pel¨ªculas de temporada que en las privadas se prolongan durante dos horas y media como consecuencia de las cu?as publicitarias mientras que en la p¨²blica duran 90 minutos. La informaci¨®n no existe, ya que los noticiarios son emitidos s¨®lo por las cadenas p¨²blicas, y en el caso de que ocasionalmente se d¨¦ a conocer alguna noticia, ¨¦sta ser¨¢ de derechas o, en el mejor de los casos, gubernamental. Los personajes pol¨ªticos, como es natural, son los m¨¢s conocidos, siempre los mismos. Las cadenas privadas no han lanzado ni personajes ni t¨¦cnicas novedosos: podr¨ªan hacerlo, pero resultar¨ªa arriesgado. No han surgido para ofrecer productos de calidad ¨®ptima, sino para difundir la imagen p¨²blica de las marcas de pa?ales, compresas, cosm¨¦ticos, detergentes, alimentos o autom¨®viles (los m¨¢s habituales anunciantes, que suelen dirigir sus mensajes a las telespectadoras).
Todo parece tener sentido, excepto la actitud de las fuerzas de izquierda, a las que el m¨¢s preparado equipo de la televisi¨®n privada puede dar una buena lecci¨®n de marxismo (compru¨¦bense si no las relaciones de producci¨®n y de intercambio). Los peri¨®dicos de izquierdas, que deber¨ªan orientarse hacia la diversificaci¨®n de objetivos para, a continuaci¨®n, atacar los mensajes y las formas de las televisiones privadas, parecen ser los m¨¢s fascinados. Siguen sus canales con deleite ("menos Estado" es la consigna m¨¢s generalizada), no discuten su filosoria y, en el fondo, admiran a Berlusconi: sabe hacer las cosas.
?Qu¨¦ es lo que nos empuja hacia este nuevo tipo de conformismo? Nos dicen que estamos contemplando la imagen de Paul Newman, y en realidad percibimos publicidad de compresas. No reaccionamos, tal como hac¨ªamos en tiempos, cuando super¨¢bamos lo inmediato de cualquier informaci¨®n para eliminar, s¨ª exist¨ªa, la falsedad. Nos diferencia la emprendedora agresividad de quien desea imponerse y cambiar, cualidad que nosotros hemos perdido y las televisiones privadas poseen.
Sus dirigentes, resueltos, desean ocupar ¨¢mbitos p¨²blicos para lo cual no dudan en utilizar sus ideolog¨ªas. Tal es el caso del mercado: antes en ¨¦l se garantizaba la libertad, en la actualidad se exige la aquiescencia. Nosotros, eterna y aburridamente abrumados por las esperanzas de un cambio que no hemos sabido llevar a cabo, hemos pasado a la admiraci¨®n incondicional por lo existente y a la total anulaci¨®n de la agresividad.
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