_
_
_
_
Tribuna:CLANDESTINO EN CHILE / 2
Tribuna
Art¨ªculos estrictamente de opini¨®n que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opini¨®n han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opini¨®n de personas ajenas a la Redacci¨®n de EL PA?S llevar¨¢n, tras la ¨²ltima l¨ªnea, un pie de autor ¡ªpor conocido que ¨¦ste sea¡ª donde se indique el cargo, t¨ªtulo, militancia pol¨ªtica (en su caso) u ocupaci¨®n principal, o la que est¨¦ o estuvo relacionada con el tema abordado

Primera desilusion: el esplendor de la ciudad

Cuando el funcionario de inmigraci¨®n abri¨® mi pasaporte tuve el presagio n¨ªtido de que si levantaba la vista para mirarme a los ojos iba a darse cuenta de la suplantaci¨®n. Hab¨ªa tres mostradores, todos atendidos por hombres sin uniforme, y yo me hab¨ªa decidido por el m¨¢s joven, que me pareci¨® el m¨¢s r¨¢pido. Elena se meti¨® en una cola distinta, como si no nos conoci¨¦ramos, porque si uno de los dos ten¨ªa problemas el otro saldr¨ªa del aeropuerto para dar la voz de alarma. No fue necesario, pues era evidente que los funcionarios de inmigraci¨®n ten¨ªan tanta prisa como los pasajeros para que no los sorprendiera el toque de queda, y apenas si miraban los documentos. El que me atend¨ªa a m¨ª no se detuvo siquiera a examinar las visas, pues sab¨ªa que sus vecinos uruguayos no las necesitaban. Puso el sello de entrada en la primera hoja limpia que encontr¨®, y en el momento de devolverme el pasaporte me mir¨® fijo a los ojos con una atenci¨®n que me hel¨® las entra?as.-Gracias -dije con voz firme.

?l me respondi¨® con una sonrisa luminosa:

Bien venido.

Las maletas estaban saliendo con una rapidez que hubiera parecido ins¨®lita en cualquier aeropuerto del mundo, porque tambi¨¦n los funcionarios de aduana quer¨ªan llegar a sus casas antes de la queda. Yo cog¨ª la m¨ªa. Luego cog¨ª la de Elena -pues est¨¢bamos de acuerdo en que yo saldr¨ªa primero con los equipajes para ganar tiempo- y llev¨¦ ambas hasta la plataforma de control de aduana. El controlador estaba tan apurado como los pasajeros por el toque de queda, y en vez de registrar las maletas incitaba a los viajeros a salir de prisa. Me dispon¨ªa apenas a poner las m¨ªas en la plataforma -cuando me pregunt¨®:

-?Viaja solo?

Le dije que s¨ª. ?l ech¨® una mirada r¨¢pida a las dos maletas y me, orden¨® con voz urgente: "Ya, v¨¢yase". Pero una supervisora que no hab¨ªa visto hasta entonces -una cancerbera cl¨¢sica, de uniforme cruzado, rubia y varonil- grit¨® desde el fondo: "Registra a ¨¦se". S¨®lo en aquel momento ca¨ª en la cuenta de que no podr¨ªa explicar por qu¨¦ Nevaba un equipaje con ropas de mujer. Adem¨¢s, no pod¨ªa concebir que la supervisora se hubiera fijado en m¨ª entre tantos pasajeros apresurados si no fuera por alguna raz¨®n distinta y m¨¢s grave que las maletas. Mientras el hombre esculcaba mi ropa, ella me pidi¨® el pasaporte y lo examin¨® con atenci¨®n. Yo me acord¨¦ del caramelo que me hab¨ªan dado en el avi¨®n antes del decolaje y me lo met¨ª en la boca, porque sab¨ªa que me iban a hacer preguntas y no me sent¨ªa muy seguro de esconder mi verdadera identidad chilena detr¨¢s de mi mal acento uruguayo. La primera vino del hombre.

-?Se va a quedar muchos d¨ªas aqu¨ª, caballero?

-Lo suficiente ~dije.

Ni yo mismo me entend¨ª con el estorbo del caramelo en la boca, pero a ¨¦l no le import¨®, sino que me pidi¨® abrir la otra maleta. Estaba con llave. Sin saber qu¨¦ hacer, busqu¨¦ a Elena con ojos angustiados, y la encontr¨¦ impasible en la fila de inmigraci¨®n, inocente del drama que ocurr¨ªa tan cerca de ella. Por primera vez fui consciente de cu¨¢nta falta me hac¨ªa, no s¨®lo en aquel momento, sino en el conjunto de nuestra aventura. Iba a revelar que ella era la due?a de la maleta, sin pensar siquiera en las consecuencias de mi decisi¨®n aturdida, cuando la supervisora me devolvi¨® el pasaporte y orden¨® revisar el equipaje siguiente. Entonces me volv¨ª a mirar a Elena y ya no la encontr¨¦. Fue una situaci¨®n m¨¢gica que todav¨ªa no hemos podido explicarnos: Elena se hab¨ªa vuelto invisible. M¨¢s tarde me dijo que tambi¨¦n ella me hab¨ªa visto desde la fila arrastrando su maleta y hab¨ªa pensado que era una imprudencia, pero cuando me vio salir de la aduana se qued¨® tranquila. Yo atraves¨¦ el vest¨ªbulo casi desierto siguiendo al hombre del carrito que me recibi¨® el equipaje a la salida, y all¨ª sufr¨ª el primer impacto del regreso. No se notaba por ninguna parte la militarizaci¨®n que supon¨ªa ni el menor rastro de miseria. Es verdad que no est¨¢bamos en el enorme y sombr¨ªo aeropuerto de Los Cerrillos, donde 12 a?os antes hab¨ªa empezado mi exilio en una lluviosa noche de octubre con un terrible sentimiento de desbandada, sino en el moderno aeropuerto de Pudahuel, donde hab¨ªa estado de prisa y una sola vez antes del golpe militar. Pero de todos modos no se trataba de un a impresi¨®n subjetiva. No encontraba por ninguna parte el aparato armado que yo hab¨ªa supuesto, sobre todo en aquella ¨¦poca, bajo el estado de sitio. Todo en el aeropuerto era limpio y luminoso, con anuncios de colores alegres y tiendas grandes y bien surtidas con art¨ªculos de importaci¨®n, y no hab¨ªa a la vista ni un guardi¨¢n de rutina para dar una informaci¨®n de caridad a un viajero extraviado. Los taxis que esperaban en el and¨¦n no eran los decr¨¦pitos de anta?o, sino modelos japoneses recientes, todos iguales y ordenados.

Pero el momento no era para reflexiones prematuras, porque Elena no aparec¨ªa, y yo ten¨ªa ya las maletas en el taxi y el reloj avanzaba con una velooidad de v¨¦rtigo hacia el toque de queda. All¨ª tuve otra duda. De acuerdo con nuestras normas, si uno de los dos se quedaba, el otro seguir¨ªa adelante y avisar¨ªa a los tel¨¦fonos que ten¨ªamos previstos para cualquier emergencia. Pero era muy dif¨ªcil tomar la decisi¨®n de irme solo, y m¨¢s cuando no est¨¢bamos de acuerdo sobre el hotel adonde llegar¨ªamos. En el formulario de entrada al pa¨ªs yo hab¨ªa puesto El Conquistador, por ser un hotel donde van hombres de negocio, y era por tanto el que m¨¢s correspond¨ªa a nuestra falsa imagen. Adem¨¢s, yo sab¨ªa que all¨ª se alojaba el equipo italiano, pero pens¨¦ que Elena lo ignoraba.

Estaba a punto de renunciar a la espera, temblando de ansiedad y de fr¨ªo, cuando la vi corriendo hacia m¨ª, perseguida de cerca por un hombre de civil que agitaba un impermeable oscuro. Me qued¨¦ petrificado, prepar¨¢ndome para lo peor, cuando por fin el hombre le dio alcance y le entreg¨® el impermeable que ella hab¨ªa olvidado en el mostrador de la aduana. Su demora ten¨ªa otra causa: a la cancerbera le hab¨ªa llamado la atenci¨®n que viajara sin equipaje, y hab¨ªan hecho un registro minucioso de cada uno de los objetos de su malet¨ªn de mano, desde los documentos de identidad hasta las cosas de tocador. No pod¨ªan imaginarse, por supuesto, que el peque?o receptor de radio japon¨¦s que ella llevaba era tambi¨¦n un arma, pues nos mantendr¨ªa en contacto con la resistencia interna mediante una frecuencia especial. Sin embargo, yo estaba m¨¢s angustiado que ella, pues calcul¨¦ que su retraso hab¨ªa sido de m¨¢s de media hora, y ella me demostr¨® en el taxi que hab¨ªa sido de s¨®lo seis minutos. El taxista, por su parte, acab¨® de tranquilizarme con la observaci¨®n de que no faltaban 20 minutos para el toque de queda, como yo pensaba, sino que todav¨ªa faltaban 80, pues mi reloj ten¨ªa a¨²n la hora de R¨ªo de Janeiro. En realidad, eran las diez y cuarenta de una noche densa y helada.

?Y para esto vine?

A medida que avanz¨¢bamos hacia la ciudad, el j¨²bilo con l¨¢grimas que ten¨ªa previsto para el regreso iba siendo sustituido por un sentimiento de incertidumbre. En efecto, el acceso al antiguo aeropuerto de Los Cerrillos era una carretera antigua a trav¨¦s de tugurios industriales y barriadas pobres, que sufrieron una represi¨®n sangrienta durante el golpe militar. El acceso al actual aeropuerto internacional, en cambio, es una autopista iluminada como en los pa¨ªses mejor desarrollados del mundo, y esto era un mal principio para alguien como yo, que no s¨®lo estaba convencido de la maldad de la dictadura, sino que necesitaba ver sus fracasos en la calle, en la vida diaria, en los h¨¢bitos de la gente, para filmarlos y divulgarlos por el mundo. Pero cada metro que avanz¨¢bamos, la pesadumbre original iba convirti¨¦ndose en una franca desilusi¨®n. Elena me confes¨® m¨¢s tarde que tambi¨¦n ella, aunque hab¨ªa estado en Chile varias veces en ¨¦pocas recientes, hab¨ªa padecido el mismo desconcierto.

No era para menos. Santiago, al contrario de lo que nos contaban en el exilio, se mostraba como una ciudad radiante, con sus venerables monumentos iluminados y mucho orden y limpieza en las calles. Los instrumentos de la represi¨®n eran menos visibles que en Par¨ªs o Nueva York. La interminable alameda Bernardo O'Higgins se abr¨ªa ante nuestros ojos como un torrente de luz, desde la hist¨®rica Estaci¨®n Central, construida por el mismo Gustave Eiffel que hizo la torre de Par¨ªs. Inclusive las putitas trasnochadas en la acera opuesta eran menos indigentes y tristes que en otros tiempos. De pronto, del mismo lado en que yo viajaba apareci¨® el palacio de la Moneda como un fantasma indeseado. La ¨²ltima vez que lo hab¨ªa, visto en un cascar¨®n cubierto de cenizas. Ahora, restaurado y otra vez en uso, parec¨ªa una mansi¨®n de ensue?o al fondo de un jard¨ªn franc¨¦s.

Los grandes s¨ªmbolos de la ciudad desfilaban por la, ventanilla. El Club de la Uni¨®n, donde los momios mayores se reun¨ªan a manipular los hilos de la pol¨ªtica tradicional; las ventanas apagadas de la universidad, la iglesia de San Francisco, el palacio imponente de la Biblioteca Nacional, los almacenes Par¨ªs. A mi lado, Elena se ocupaba de la vida real, convenciendo al ch¨®fer de que nos llevara al hotel El Conquistador, pues insist¨ªa en que fu¨¦ramos a otro donde sin duda le pagaban por llevar clientes. Lo trataba con mucho tacto, sin decir o hacer nada que pudiera ofenderlo o le llamara la atenci¨®n, pues muchos taxistas de Santiago son informantes de la polic¨ªa. Yo estaba demasiado confundido para intervenir.

A medida que nos acerc¨¢bamos al centro de la ciudad, desist¨ª de mirar y admirar el esplendor material con que la dictadura trataba de borrar el rastro sangriento de m¨¢s de 40.000 muertos, 2..000 desaparecidos; y un mill¨®n de exiliados. En cambio, me fijaba en la gente, que andaba con una prisa inusitada, tal vez por la proximidad del toque de queda. Pero no fue s¨®lo eso lo que me conmovi¨®. Las almas estaban en sus rostros sacudidos por el viento helado. Nadie hablaba, nadie miraba, en ninguna direcci¨®n definida, nadie gesticulaba ni sonre¨ªa, nadie hac¨ªa el menor gesto que delatara su estado de ¨¢nimo dentro de los abrigos oscuros, como si todos estuvieran solos en una ciudad desconocida. Eran rostros en blanco que no revelaban nada. Ni siquiera miedo. Entonces empez¨® a cambiar mi estado de ¨¢nimo, y no pude resistir la tentaci¨®n de abandonar el taxi para perderme entre la muchedumbre. Elena me hizo toda clase de advertencias razonables, pero no tantas ni tan expl¨ªcitas como hubiera querido, por temor de que la oyera el ch¨®fer. Presa de una emoci¨®n irresistible, hice parar el taxi y me baj¨¦ con un portazo.

No camin¨¦ m¨¢s de 200 metros, indiferente a la inminencia del toque de queda, pero los primeros 100 me bastaron para emprender la recuperaci¨®n de mi ciudad. Camin¨¦ por la calle Estado, por la calle Hu¨¦rfanos, por todo un sector cerrado al tr¨¢nsito de veh¨ªculos para solaz de los peatones, como la calle Florida de Buenos Aires, la Via Condotti de Roma, la plaza de Beaubourg de Par¨ªs, la Zona Rosa de la Ciudad de: M¨¦xico. Era otra buena creaci¨®n. de la dictadura, pero a pesar de los esca?os para sentarse a conversar, a pesar de la alegr¨ªa de las luces, de los canteros de flores bien cuidados, aqu¨ª se transparentaba la realidad. Los pocos grupos que conversaban en la esquina lo hac¨ªan en voz muy baja para no ser escuchados por los tantos o¨ªdos dispersos de la tiran¨ªa, y hab¨ªa vendedores de cuantas baratijas se pod¨ªan concebir, y muchos ni?os pidiendo dinero a los peatones. Sin embargo, lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n fueron los predicadores evang¨¦licos tratando de vender la f¨®rmula de la dicha eterna a quien quisiera o¨ªrlos. De pronto, a la vuelta de una esquina, me encontr¨¦ de manos a boca con el primer carabinero que ve¨ªa desde mi llegada. Se paseaba con mucha calma de un extremo al otro de la acera, y hab¨ªa varios en una cabina de vigilancia en la esquina de Hu¨¦rfanos. Sent¨ª un vac¨ªo en el est¨®mago, y las rodillas empezaron a fallarme. Me dio rabia la sola idea de que cada vez que viera un carabinero iba a sentirme en aquel estado. Pero pronto me di cuenta de que tambi¨¦n ellos estaban tensos, vigilando con ojos ansiosos a los transe¨²ntes, y la impresi¨®n de que ten¨ªan m¨¢s miedo que yo me sirvi¨® de consuelo. No les faltaba raz¨®n. Pocos d¨ªas despu¨¦s de mi viaje a Chile, la resistencia clandestina hizo volar con dinamita aquel puesto de vigilancia.

En el centro de mis nostalgias

Eran las claves del pasado. Ah¨ª estaba el memorable edificio del antiguo Canal de Televisi¨®n y el Departamento de Audiovisuales, donde hab¨ªa empezado mi carrera de cine. All¨ª estaba la Escuela de Teatro, adonde llegu¨¦ desde mi pueblo de la provincia, a los 177 a?os, para presentar un examen de admisi¨®n que fue definitivo en mi vida. All¨ª hac¨ªamos tambi¨¦n las concentraciones pol¨ªticas de la Unidad Popular, y hab¨ªa vivido mis a?os m¨¢s dif¨ªciles y decisivos. Pas¨¦ por el cine City, donde hab¨ªa visto por primera vez las obras maestras que todav¨ªa me exaltan la vocaci¨®n, y entre ellas la menos olvidable de todas: Hiroshima, mon amour. De pronto, alguien pas¨® cantando la c¨¦lebre canci¨®n de Pablo Milan¨¦s: Yo pisar¨¦ las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado. Era una casualidad demasiado grande para soportarla sin sentir un nudo en la garganta. Estremecido hasta los huesos, me olvid¨¦ de la hora, me olvid¨¦ de mi identidad, de mi condici¨®n clandestina, y por un instante volv¨ª a ser yo mismo y nadie m¨¢s en mi ciudad recuperada, y tuve que resistir el impulso irracional de identificarme gritando mi nombre con todas las fuerzas de mi voz, y enfrentarme a quien fuera por el derecho de estar en mi casa.

Regres¨¦ llorando al hotel al borde del toque de queda, y el portero tuvo que abrirme la puerta que acababa de cerrar. Elena nos hab¨ªa registrado en la recepci¨®n, y estaba ya en el cuarto, colgando la antena del radio port¨¢til. Parec¨ªa tranquila, pero cuando me vio entrar estall¨® como una esposa ejemplar. No pod¨ªa concebir que yo hubiera corrido el riesgo gratuito de caminar solo por las calles hasta el instante mismo del toque de queda. Pero yo no estaba para sermones, y tambi¨¦n me comport¨¦ como un esposo ejemplar. Sal¨ª con un portazo, y fui a buscar al equipo italiano dentro del mismo hotel.

Toqu¨¦ en la habitaci¨®n 306, dos pisos m¨¢s abajo del nuestro, y me prepar¨¦ para no equivocarme en el largo santo y se?a que hab¨ªa acordado en Roma con la directora del equipo dos meses antes. Una voz medio dormida -la c¨¢lida voz de Grazia, que yo hubiera reconocido sin necesidad de ninguna clave me pregunt¨® desde dentro:

-?Qui¨¦n es?

-Gabriel.

-?Qu¨¦ m¨¢s? -pregunt¨® Grazia.

-Los Arc¨¢ngeles -dije.

-?San Jorge y san Miguel?

Su voz, en vez de serenarse con la certidumbre de las respuestas se hac¨ªa cada vez m¨¢s temblorosa. Era raro, porque tambi¨¦n ella deb¨ªa conocer mi voz despu¨¦s de nuestras largas conversaciones en Italia, y sin embargo prolong¨® el santo y se?a aun despu¨¦s de que yo le confirm¨¦ que los arc¨¢ngeles eran san Jorge y san Miguel.

-Sarco -dijo.

Era el apellido del personaje de la pel¨ªcula que no hice en San Sebasti¨¢n -Viajero de las cuatro estaciones-, y le respond¨ª con el nombre:

-Nicol¨¢s.

Grazia -que es una periodista curtida en misiones dif¨ªciles- no se conform¨® con tantas pruebas:

-?Cu¨¢ntos pies de pel¨ªcula? -pregunt¨®.

Entonces yo comprend¨ª que quer¨ªa seguir el santo y se?a hasta el final, que era muy lejano, y tem¨ª que aquel juego sospechoso fuera escuchado en los cuartos vecinos.

-No jodas m¨¢s y ¨¢breme la puerta -dije.

Pero ella, con un rigor que iba a manifestarse a cada minuto de los pr¨®ximos d¨ªas, no abri¨® la puerta hasta el final de la clave. "Maldita sea", me dije, pensando no s¨®lo en Elena, sino tambi¨¦n en la Ely. "Todas las mujeres son iguales". Y segu¨ª respondiendo al cuestionario con lo que m¨¢s detesto en la vida, que es la sumisi¨®n de los esposos amaestrados. Cuando llegamos a la ¨²ltima l¨ªnea, la misma Grazia juvenil y encantadora que hab¨ªa conocido en Italia abri¨® la puerta sin reservas, me mir¨® como si hubiera visto un fantasma , y volvi¨® a cerrar aterrorizada. M¨¢s tarde me dijo: "Te vi como alguien a quien hab¨ªa visto antes, pero que no sab¨ªa qui¨¦n era". Era comprensible. En Italia hab¨ªa conocido a un Miguel Litt¨ªn tirado al descuido, con barba, sin lentes y vestido de cualquier modo, y el hombre que hab¨ªa tocado a su puerta era calvo, miope y bien afeitado, y estaba vestido como un gerente de banco.

-Abre tranquila -le dije-. Soy Miguel.

Aun despu¨¦s de que me examin¨® con atenci¨®n y me hizo entrar, segu¨ªa mir¨¢ndome con cierta reticencia. Antes de saludarme hab¨ªa puesto la radio a todo volumen para impedir que nuestra conversaci¨®n fuera escuchada en las habitaciones contiguas o grabada con micr¨®fonos ocultos. Pero estaba tranquila. Hab¨ªa llegado una semana antes con su equipo de tres personas, y ya ten¨ªan las credenciales y permisos para trabajar, gracias a los buenos oficios de su embajada, cuyos funcionarios ignoraban, por supuesto, cu¨¢l era nuestro verdadero prop¨®sito. M¨¢s a¨²n: ya hab¨ªan empezado a filmar a los altos funcionarios del r¨¦gimen que asistieron noches antes a una representaci¨®n de gala de Madame Butterfly ofrecida por la Embajada italiana en el teatro Municipal. El general Pinochet hab¨ªa sido invitado, pero se excus¨® a ¨²ltima hora. Sin embargo, el equipo gala fue muy importante para nosotros, porque as¨ª se estableci¨® de un modo oficial su presencia en

Santiago, y ser¨ªa visto por las calles sin ning¨²n recelo en los d¨ªas siguientes. Por otra parte, el permiso para filmar en el interior del palacio de la Moneda estaba ya en tr¨¢mites, y quienes lo solicitaron hab¨ªan recibido seguridades de que no habr¨ªa ning¨²n obst¨¢culo.

La noticia me entusiasm¨® tanto que quise empezar a trabajar de inmediato. De no haber sido por el toque de queda, habr¨ªa pedido a Grazia que despertara al resto del equipo para que nos fu¨¦ramos a dejar el testimonio de mi primera noche de regreso. Hicimos planes concretos para empezar a filmar desde las primeras horas, pero coincidimos en que el resto del equipo no deb¨ªa conocer el programa con anticipaci¨®n y deb¨ªa creer que era ella quien los dirig¨ªa. Grazia, por su parte, no sabr¨ªa nunca

Pasa a la p¨¢gina 34

Viene de la p¨¢gina 33

que hab¨ªa otros dos equipos trabajando en la misma pel¨ªcula. Hab¨ªamos avanzado mucho, tomando sorbos de grappa, un aguardiente italiano a fuego vivo que ella llevaba siempre, casi como un amuleto, cuando son¨® el tel¨¦fono. Ambos saltamos al mismo tiempo, y Grazia lo cogi¨® al vuelo, escuch¨® un instante y volvi¨® a colgar. Era alguien de la recepci¨®n del hotel que ped¨ªa bajar el volumen de la m¨²sica porque un hu¨¦sped de los cuartos contiguos hab¨ªa llamado para quejarse.

Un pavoroso silencio para recordar

Hab¨ªan sido demasiadas emociones para un solo d¨ªa. Cuando volv¨ª a mi habitaci¨®n, Elena navegaba en un sue?o apacibie, pero hab¨ªa dejado encendida la luz de mi mesa de noche. Me desvest¨ª sin ruidos, prepar¨¢ndome para dormir como Dios manda, pero fue imposible. Tan pronto como me tend¨ª en la cama tom¨¦ conciencia del silencio pavoroso de la queda. No puedo imaginarme otro silencio igual en el mundo. Un silencio que me oprim¨ªa el pecho, y segu¨ªa oprimiendo m¨¢s y m¨¢s, y no terminaba nunca. No hab¨ªa un solo ruido en la vasta ciudad apagada. Ni el ruido del agua en las ca?er¨ªas, ni la respiraci¨®n de Elena, ni los propios ruidos de mi cuerpo dentro de m¨ª mismo.

Me levant¨¦ agitado y me asom¨¦ por la ventana, tratando de respirar el aire libre de la calle, tratando de ver la ciudad desierta pero real, y nunca la hab¨ªa visto tan solitaria y triste desde que llegu¨¦ por la primera vez en los d¨ªas inciertos de mi adolescencia. La ventana estaba en un quinto piso, y daba a un callej¨®n sin salida de muros altos y chamuscados, por encima de los cuales s¨®lo se ve¨ªa un pedazo de cielo a trav¨¦s de una neblina cenicienta. No me sent¨ª en mi tierra, ni siquiera en la vida real, sino como un criminal cercado dentro de una de las viejas pel¨ªculas invernales de Marcel Carn¨¦.

Doce a?os antes, a las siete de la ma?ana, un sargento del Ej¨¦rcito. al frente de una patrulla, hab¨ªa soltado sobre mi cabeza una r¨¢faga de ametralladora, y me orden¨® incorporarme al grupo de prisioneros que iban arreando hacia el edificio de Chile Films, donde yo trabajaba. La ciudad entera se estremec¨ªa con las cargas de dinamita, los disparos de armas largas, los vuelos rasantes de los aviones de guerra. El sargento que me hab¨ªa detenido andaba tan ofuscado que me pregunt¨® qu¨¦ estaba pasando. "Nosotros somos neutrales", dec¨ªa. Pero no supe por qu¨¦ lo dec¨ªa ni a qui¨¦n inclu¨ªa en el plural. En un momento en que nos quedamos solos me pregunt¨®:

-?Usted es el que hizo El chacal de Nahualtoro?

Le contest¨¦ que s¨ª, y pareci¨® olvidarse de todo, de los tiros, de las cargas de dinamita, de las bombas incendiarias en el palacio de los presidentes, y me pidi¨® que le explicara c¨®mo se hace para que a los falsos muertos de las pel¨ªculas les salga sangre por las heridas. Se lo expliqu¨¦ y pareci¨® fascinado. Pero casi en seguida volvi¨® a la realidad.

-No miren para atr¨¢s -nos grit¨®- porque les vuelo la cabeza.

Hubi¨¦ramos cre¨ªdo que era un juego de no ser porque minutos antes hab¨ªamos visto los primeros muertos en la calle, un herido desangr¨¢ndose en una acera sin auxilio de nadie, bandas de civiles rematando a garrotazos a los partidarios del presidente Salvador Allende. Hab¨ªamos visto a un grupo de prisioneros de espaldas contra un muro, y a un pelot¨®n de soldados que fing¨ªan fusilarlos. Pero los mismos soldados que nos conduc¨ªan preguntaban qu¨¦ estaba pasando, e insist¨ªan: "Nosotros somos neutrales". El estruendo y la confusi¨®n eran enloquecedores.

El edificio de Chile Films estaba rodeado de soldados con ametralladoras emplazadas en tr¨ªpodes y apuntando hacia la entrada principal. Un portero de boina negra, con la insignia del Partido Socialista, sali¨® a nuestro encuentro.

-Ah -grit¨® se?al¨¢ndome-, ese caballero, el se?or Litt¨ªn, es el responsable de todo lo que ocurre aqu¨ª.

El sargento le dio un empuj¨®n que lo tir¨® por tierra.

-V¨¢yase a la mierda -le grit¨®- No sea maric¨®n.

El portero se puso en cuatro patas, aterrorizado, y me pregunt¨®:

-?No se toma un cafecito, se?or Litt¨ªn? ?Un cafecito?

El sargento me pidi¨® que averiguara por tel¨¦fono lo que estaba pasando. Trat¨¦ de hacerlo, pero no logr¨¦ comunicaci¨®n con nadie. A cada instante entraba un oficial que daba una orden, y luego otro que daba la orden contraria: que fum¨¢ramos, que no fum¨¢ramos, que nos sent¨¢ramos, que nos pusi¨¦ramos de pie. Al cabo de una media hora lleg¨® un soldado muy joven y me se?al¨® con el fusil.

-?igame, sargento -dijo-, ah¨ª est¨¢ una se?orita rubia preguntando por este caballero.

Era la Ely, sin duda. El sargento sali¨® a hablar con ella. Mientras tanto, los soldados nos contaron que los hab¨ªan sacado desde la madrugada, que no hab¨ªan desayunado, que ten¨ªan orden de no aceptar nada, que ten¨ªan fr¨ªo, que ten¨ªan hambre. Lo ¨²nico que pudimos hacer por ellos fue dejarles nuestros cigarrillos.

En ¨¦sas est¨¢bamos cuando el sargento volvi¨® con un teniente que comenz¨® a identificar a los prisioneros para llev¨¢rselos al estadio. Cuando me toc¨® el turno, el sargento no me dio tiempo de contestar.

-No, mi teniente -le dijo a su oficial-, este se?or no tiene nada que ver, vino aqu¨ª a presentar un reclamo porque unos vecinos le destrozaron a palos el autom¨®vil.

El teniente me mir¨® perplejo.

-?C¨®mo puede ser tan huev¨®n para reclamar nada en este rnomento? -exclam¨®- ?M¨¢ndese a volar!

Ech¨¦ a correr, convencido de que me iban a disparar por la espalda con el eterno pretexto de la ley de fuga. Pero no fue as¨ª. La Ely, a quien un amigo le hab¨ªa dicho que me hab¨ªan fusilado frente a Chile Films, ven¨ªa a recoger el cad¨¢ver. En varias casas de la calle estaban izando banderas, que era la clave acordada para que los militares reconocieran a sus partidarios. Por otra parte, ya hab¨ªamos sido denunciados por una vecina que conoc¨ªa nuestra relaci¨®n con el Gobierno, mi participaci¨®n entusiasta en la campa?a presidencial de Allende, las reuniones que se hac¨ªan en mi casa mientras el golpe militar iba haci¨¦ndose inminente. De modo que no volvimos a casa, sino que pasamos un mes cambi¨¢ndonos de un lugar a otro, con los tres ni?os y las cosas m¨¢s indispensables, huyendo de la muerte que nos pisaba los talones, hasta que el cerco se hizo tan asfixiante que nos meti¨® a la fuerza por el t¨²nel del exilio.

Ma?ana, tercer cap¨ªtulo: Tambi¨¦n los que se quedaron son exiliados.

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo

?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?

Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.

?Por qu¨¦ est¨¢s viendo esto?

Flecha

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.

En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PA?S
Recomendaciones EL PA?S
Recomendaciones EL PA?S
_
_
seductrice.net
universo-virtual.com
buytrendz.net
thisforall.net
benchpressgains.com
qthzb.com
mindhunter9.com
dwjqp1.com
secure-signup.net
ahaayy.com
tressesindia.com
puresybian.com
krpano-chs.com
cre8workshop.com
hdkino.org
peixun021.com
qz786.com
utahperformingartscenter.org
worldqrmconference.com
shangyuwh.com
eejssdfsdfdfjsd.com
playminecraftfreeonline.com
trekvietnamtour.com
your-business-articles.com
essaywritingservice10.com
hindusamaaj.com
joggingvideo.com
wandercoups.com
wormblaster.net
tongchengchuyange0004.com
internetknowing.com
breachurch.com
peachesnginburlesque.com
dataarchitectoo.com
clientfunnelformula.com
30pps.com
cherylroll.com
ks2252.com
prowp.net
webmanicura.com
sofietsshotel.com
facetorch.com
nylawyerreview.com
apapromotions.com
shareparelli.com
goeaglepointe.com
thegreenmanpubphuket.com
karotorossian.com
publicsensor.com
taiwandefence.com
epcsur.com
mfhoudan.com
southstills.com
tvtv98.com
thewellington-hotel.com
bccaipiao.com
colectoresindustrialesgs.com
shenanddcg.com
capriartfilmfestival.com
replicabreitlingsale.com
thaiamarinnewtoncorner.com
gkmcww.com
mbnkbj.com
andrewbrennandesign.com
cod54.com
luobinzhang.com
faithfirst.net
zjyc28.com
tongchengjinyeyouyue0004.com
nhuan6.com
kftz5k.com
oldgardensflowers.com
lightupthefloor.com
bahamamamas-stjohns.com
ly2818.com
905onthebay.com
fonemenu.com
notanothermovie.com
ukrainehighclassescort.com
meincmagazine.com
av-5858.com
yallerdawg.com
donkeythemovie.com
corporatehospitalitygroup.com
boboyy88.com
miteinander-lernen.com
dannayconsulting.com
officialtomsshoesoutletstore.com
forsale-amoxil-amoxicillin.net
generictadalafil-canada.net
guitarlessonseastlondon.com
lesliesrestaurants.com
mattyno9.com
nri-homeloans.com
rtgvisas-qatar.com
salbutamolventolinonline.net
sportsinjuries.info
wedsna.com
rgkntk.com
bkkmarketplace.com
zxqcwx.com
breakupprogram.com
boxcardc.com
unblockyoutubeindonesia.com
fabulousbookmark.com
beat-the.com
guatemala-sailfishing-vacations-charters.com
magie-marketing.com
kingstonliteracy.com
guitaraffinity.com
eurelookinggoodapparel.com
howtolosecheekfat.net
marioncma.org
oliviadavismusic.com
shantelcampbellrealestate.com
shopleborn13.com
topindiafree.com
v-visitors.net
djjky.com
053hh.com
originbluei.com
baucishotel.com
33kkn.com
intrinsiqresearch.com
mariaescort-kiev.com
mymaguk.com
sponsored4u.com
crimsonclass.com
bataillenavale.com
searchtile.com
ze-stribrnych-struh.com
zenithalhype.com
modalpkv.com
bouisset-lafforgue.com
useupload.com
37r.net
autoankauf-muenster.com
bantinbongda.net
bilgius.com
brabustermagazine.com
indigrow.org
miicrosofts.net
mysmiletravel.com
selinasims.com
spellcubesapp.com
usa-faction.com
hypoallergenicdogsnames.com
dailyupdatez.com
foodphotographyreviews.com
cricutcom-setup.com
chprowebdesign.com
katyrealty-kanepa.com
tasramar.com
bilgipinari.org
four-am.com
indiarepublicday.com
inquick-enbooks.com
iracmpi.com
kakaschoenen.com
lsm99flash.com
nana1255.com
ngen-niagara.com
technwzs.com
virtualonlinecasino1345.com
wallpapertop.net
casino-natali.com
iprofit-internet.com
denochemexicana.com
eventhalfkg.com
medcon-taiwan.com
life-himawari.com
myriamshomes.com
nightmarevue.com
healthandfitnesslives.com
androidnews-jp.com
allstarsru.com
bestofthebuckeyestate.com
bestofthefirststate.com
bestwireless7.com
britsmile.com
declarationintermittent.com
findhereall.com
jingyou888.com
lsm99deal.com
lsm99galaxy.com
moozatech.com
nuagh.com
patliyo.com
philomenamagikz.net
rckouba.net
saturnunipessoallda.com
tallahasseefrolics.com
thematurehardcore.net
totalenvironment-inthatquietearth.com
velislavakaymakanova.com
vermontenergetic.com
kakakpintar.com
jerusalemdispatch.com
begorgeouslady.com
1800birks4u.com
2wheelstogo.com
6strip4you.com
bigdata-world.net
emailandco.net
gacapal.com
jharpost.com
krishnaastro.com
lsm99credit.com
mascalzonicampani.com
sitemapxml.org
thecityslums.net
topagh.com
flairnetwebdesign.com
rajasthancarservices.com
bangkaeair.com
beneventocoupon.com
noternet.org
oqtive.com
smilebrightrx.com
decollage-etiquette.com
1millionbestdownloads.com
7658.info
bidbass.com
devlopworldtech.com
digitalmarketingrajkot.com
fluginfo.net
naqlafshk.com
passion-decouverte.com
playsirius.com
spacceleratorintl.com
stikyballs.com
top10way.com
yokidsyogurt.com
zszyhl.com
16firthcrescent.com
abogadolaboralistamd.com
apk2wap.com
aromacremeria.com
banparacard.com
bosmanraws.com
businessproviderblog.com
caltonosa.com
calvaryrevivalchurch.org
chastenedsoulwithabrokenheart.com
cheminotsgardcevennes.com
cooksspot.com
cqxzpt.com
deesywig.com
deltacartoonmaps.com
despixelsetdeshommes.com
duocoracaobrasileiro.com
fareshopbd.com
goodpainspills.com
hemendekor.com
kobisitecdn.com
makaigoods.com
mgs1454.com
piccadillyresidences.com
radiolaondafresca.com
rubendorf.com
searchengineimprov.com
sellmyhrvahome.com
shugahouseessentials.com
sonihullquad.com
subtractkilos.com
valeriekelmansky.com
vipasdigitalmarketing.com
voolivrerj.com
worldhealthstory.com
zeelonggroup.com
1015southrockhill.com
10x10b.com
111-online-casinos.com
191cb.com
3665arpentunitd.com
aitesonics.com
bag-shokunin.com
brightotech.com
communication-digitale-services.com
covoakland.org
dariaprimapack.com
freefortniteaccountss.com
gatebizglobal.com
global1entertainmentnews.com
greatytene.com
hiroshiwakita.com
iktodaypk.com
jahatsakong.com
meadowbrookgolfgroup.com
newsbharati.net
platinumstudiosdesign.com
slotxogamesplay.com
strikestaruk.com
techguroh.com
trucosdefortnite.com
ufabetrune.com
weddedtowhitmore.com
12940brycecanyonunitb.com
1311dietrichoaks.com
2monarchtraceunit303.com
601legendhill.com
850elaine.com
adieusolasomade.com
andora-ke.com
bestslotxogames.com
cannagomcallen.com
endlesslyhot.com
iestpjva.com
ouqprint.com
pwmaplefest.com
qtylmr.com
rb88betting.com
buscadogues.com
1007macfm.com
born-wild.com
growthinvests.com
promocode-casino.com
proyectogalgoargentina.com
wbthompson-art.com
whitemountainwheels.com
7thavehvl.com
developmethis.com
funkydogbowties.com
travelodgegrandjunction.com
gao-town.com
globalmarketsuite.com
blogshippo.com
hdbka.com
proboards67.com
outletonline-michaelkors.com
kalkis-research.com
thuthuatit.net
buckcash.com
hollistercanada.com
docterror.com
asadart.com
vmayke.org
erwincomputers.com
dirimart.org
okkii.com
loteriasdecehegin.com
mountanalog.com
healingtaobritain.com
ttxmonitor.com
nwordpress.com
11bolabonanza.com