El escen¨®grafo como divo
La sencillez y la modestia no suelen figurar entre las virtudes de los escen¨®grafos contempor¨¢neos: sobre todo, cuando disponen de presupuestos amplios. A veces, su sentido de la monumentalidad, su tendencia a la arquitectura y a la ingenier¨ªa como una ambici¨®n de alcanzar lo perdurable va en contra de ellos mismos: de la belleza que saben crear y que aparece en rasgos, que sobrepasan la acumulaci¨®n de material que arrojan sobre el escenario.Hugo de Ana, en esta versi¨®n de La walkiria cuyas representaciones comenzaron el lunes en el teatro de La Zarzuela, tiende a ocupar con su invento la totalidad del escenario: tratar de superar la megaloman¨ªa de Wagner es un empe?o ya asombroso por s¨ª mismo.
Due?o ¨²nico de escenograf¨ªa, luces, figurines y direcci¨®n de escena, Hugo de Ana relega a los personajes a los laterales del escenario, les deja generalmente en la oscuridad o los envuelve en humo, les obliga a contornear los elementos del decorado. El cual se mueve, sube o baja, abre o cierra, tiembla, enciende o apaga, como un protagonista. El decorado es el divo, y probablemente el cachet m¨¢s alto del reparto.
El elemento principal es un retablo de espejos y cromados, entre paredes de ladrillo negro, que se pierde en las alturas. Puede haber una met¨¢fora en ello: hay quien cree que es una forma de ver las aguas centelleantes del Rin; podr¨ªa suponerse una casa en construcci¨®n.
O tal vez una configuraci¨®n futura de una guerra intergal¨¢ctica, abonada por el corte de los trajes, influidos por las estampas futuristas -cine o comic- donde se despliega esa imaginaci¨®n; y por la presencia, en el centro del escenario, de lo que podr¨ªa ser un platillo volante aunque, si se le relaciona con algunos engranajes de relojer¨ªa antigua que aparecen en un momento dado, podr¨ªa ser una pieza de maquinaria: el deus ex machina.
Enigma
Hay alg¨²n otro enigma. Por ejemplo, saber si el temblor de los espejos es deliberado o si es un defecto de construcci¨®n; y si las luces de servicio que se reflejan continuamente en espejos y cromados forman parte de la idea del escen¨®grafo, o son error de c¨¢lculo.
Como las luces cambian incesantemente -para tomar su parte en la ocupaci¨®n del escenario- el efecto llega a fastidiar considerablemente. Cabe el recurso de cerrar los ojos y entregarse al placer de la m¨²sica, como si se estuviese en casa ante la alta fidelidad; pero dada la longitud de la obra y su densidad de alta cultura, se corre el riesgo de que le supongan a uno dormido, con el consiguiente desdoro.
Hay momentos del montaje representado en La Zarzuela en que luces, decorados y humos se quedan quietos, como en la aparici¨®n de la primavera -el fallaje tapa felizmente los espejos inquietos- en los que se ve laverdadera calidad art¨ªstica y decorativa de Hugo de Ana; y se lamenta que, por disminuir a Wagner y a los cantantes, termine por disminuirse a s¨ª mismo, y a esa capacidad suya de arte esc¨¦nico, de elegancia y belleza de colores.
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