Charles Moeller o la serenidad del di¨¢logo
Nos ha llegado la noticia de la muerte de Charles Moeller como un suceso sin importancia. Las agencias apenas han dado relieve a la desaparici¨®n de un hombre que en la d¨¦cada de los sesenta fue para muchos espa?oles una ventana a la esperanza y el ¨²nico camino de conocer los textos prohibidos de autores que eran patrimonio comian del mundo literario e intelectual de fuera de nuestro pa¨ªs.Para quien esto escribe, la muerte de Charles Moell¨¦r significa mucho m¨¢s. Porque fue el amigo con quien pudo entrar, d¨ªa a d¨ªa, en los textos de los autores contempor¨¢neos con la visi¨®n de un hombre de fe profunda en el hombre.
La an¨¦cdota debe ser contada. Charles Moeller era un can¨®nigo honorario de una iglesia cualquiera de Lovaina. Era adem¨¢s lector extraordinario de literatura contempor¨¢nea. ?ramos muchos los universitarios que entonces acud¨ªamos a sus clases, siempre sutiles en sus an¨¢lisis e insospechadas en el descubrimiento de matices... Un d¨ªa tuvo una idea que acept¨® el rectorado: los mi¨¦rcoles de Cuaresma, en el gran hemiciclo del aula magna de la universidad, inaugur¨® unas conferencias abiertas a todos los que segu¨ªan cursos en la lovaniense. Eran reflexiones sobre los autores m¨¢s le¨ªdos, hechas desde la fe. Moeller acudi¨® sobrecogido a la cita que ¨¦l mismo nos dio, con su habitual compa?¨ªa: una mujer humilde, su madre; un monje benedictino ya entrado en a?os, su antiguo mentor. El miedo -era entonces joven- s¨¦ convirti¨® en sorpresa. Los estudiantes abarrotaban los bancos, y escucharon con inter¨¦s y entusiasmo sus reflexiones plagadas de citas de los autores analizados, sugerentes como gu¨ªa de aproximaci¨®n, lectura y, comprensi¨®n. Y ¨¦ste fue el germen de su primer volumen, Litt¨¦rature du XX¨¨me si¨¨cle et christianisme: Camus, Gide, Huxley, Simone Weil, Graham Greene, Julien Green, Bernanos le sirvieron para hablar del drama del hom bre contempor¨¢neo que ellos representaban: "le silence de Dieu". El ¨¦xito fue total. Y sigui¨® otro volumen que daba un paso m¨¢s, ampliaci¨®n de sus charlas 31 clases, Lafoi en Jesu Christ, que habl¨® de Sartre, de Henry James, Roger Martin du Gard, Mal¨¨gue... Y apareci¨® la primera edici¨®n espa?ola de manos de Gredos, de cuya resonancia pueden hablar tantos hombres niaduros de hoy.
Porque aquel lejano Charles Moeller, nuestro amigo personal, era un gran desconocido para los estudiantes de la Universidad del cincuenta y tantos espa?ol, apagada por los tab¨²es y las prohibiciones, al socaire de los ecos de las "lecturas buenas y malas" que eran la gu¨ªa de muchos consejeros mal preparados para abrirse a los riesgos del pensamiento contempor¨¢neo. Tambi¨¦n hubo, adem¨¢s, en un peri¨®dico concreto de nuestro pa¨ªs, la consabida queja: "Se habla, de cristianismo y literatura, y no aparece ning¨²n autor de la Espa?a cat¨®lica". Y era verdad. Moeller apenas se hab¨ªa asomado a la literatura de Espa?a...
Pero era conocer mal a Moeller el pensar que esto le llevar¨ªa a buscar ejemplificaciones o estereotipos de una mal entendida cultura cat¨®lica espa?ola. Y as¨ª, mientras preparaba su tercer volumen, Espoir des hommes, en el que analizaba a Malraux, Kafka, Vercors, Shololkov, Mounier, Bombard, Fran?oise Sagan y Ladislav Raymond, emprend¨ªa una b¨²squeda ardorosa. Fuimos compa?eros de camino hasta llegar a Miguel de Unamuno, al que se acaba de llamar "hereje y maestro de herej¨ªas" en un documento oficial.
Somos seguramente muy pocos los que podemos hablar de su primer encuentro con los escritos del autor de El sentimiento tr¨¢gico de la vida y La agon¨ªa del
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cristianismo. Viaje a Salamanca, manos amigas le abren archivos, le dejan correspondencia in¨¦dita, le ayudan a meterse en el alma de este hombre que grit¨® al Nervi¨®n un d¨ªa "embalsama en la sal de tu marea -para el viaje sin vuelta- mi pobre esp¨ªritu". Y el resultado fue el cuarto volumen, L' esp¨¦rance en Dieu Notre Pire, donde Unamuno iba a aparecer acompa?ado por Aria Frank, Gabriel Marcel, Charles du Bos, Fichtwalder y Charles P¨¦guy. Excelente compa?¨ªa, ciertamente, aunque pesara a muchos lectores del t¨ªtulo, que jam¨¢s profundizaron en la lectura de Moeller.
Esto es la an¨¦cdota. Moeller signific¨® una apertura al di¨¢logo con la cultura desde las filas de la creencia. Una reflexi¨®n, adem¨¢s, plural, respetuosa, sin exclusiones ni exclusivismos. Hab¨ªa salido la voluminosa obra de Urs von Balthasar sobre Bernanos (Le chr¨¦tien Bernanos) y ciertas cortas reflexiones de Blanchet y Blanchard, m¨¢s cr¨ªticas que dialogantes. Moeller dialogaba. Y lo hac¨ªa con tal autenticidad que en muchas ocasiones enviaba a los autores analizados sus escritos antes de darlos a la publicidad en conferencias o en libros... Todav¨ªa recordamos la extraordinaria carta que le escribi¨® un hombre como Albert Camus, manifest¨¢ndole su acuerdo y su agradecimiento, despu¨¦s de haber le¨ªdo el serio an¨¢lisis sobre su obra. La honestidad de Camus, sometida a prueba por un hombre sincero y serio.
Esta apertura de Moeller, muy anterior al Concilio Vaticano II, le complic¨® la vida. Trabaj¨® intensamente en la estructura del famoso esquema XIII sobre "la Iglesia y el mundo contempor¨¢neo", fue llamado a Roma para ocupar un puesto relevante en la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, cuando dej¨® de ser Tribunal del Santo Oficio. Y fue envejeciendo entre voces extra?as, necesitando volver a sus lecturas solitarias, a sus charlas universitarias, a sus conversaciones nocturnas con la conciencia contempor¨¢nea a trav¨¦s de los escritores de nuestro tiempo.
Para los universitarios espa?oles constituy¨®, ante todo, una antolog¨ªa de textos prohibidos. Quiz¨¢ fueron los m¨¢s los que cayeron en la trampa que les tend¨ªa la incomprensi¨®n ambiental. Para unos pocos, sin embargo, fue una ayuda para saber leer desde una fe apenas apuntada, lo que es ya hoy nuestra realidad contempor¨¢nea, a trav¨¦s de las acertadas s¨ªntesis de un hombre que crey¨® en el hombre desde su ¨®ptica de creencia en Dios.
La muerte de Charles Moeller podr¨¢ haber pasado inadvertida. Para los que tuvimos la suerte de trabajar a su lado, de dialogar sin interrupci¨®n durante meses sobre lo que, supone la creaci¨®n literaria y lo que encierra de lecci¨®n para la creencia y para sentirse m¨¢s aut¨¦ntico en el mundo de hoy, es un adi¨®s que se dice con mucha tristeza, aunque los a?os hayan pasado y el silencio mutuo haya podido hacernos pensar en el olvido.
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