El Roc¨ªo
En Andaluc¨ªa se celebra cada a?o por estas fechas una de las fiestas de mayor belleza e inter¨¦s antropol¨®gico de cuantas tienen lugar en nuestro continente. La aldea del Roc¨ªo, situada pasadas las marismas del Guadalquivir, en el coraz¨®n del coto de Do?ana, que normalmente no cuenta con m¨¢s de 1.000 habitantes, llega a reunir casi un mill¨®n de personas. Es una poblaci¨®n que se ha movilizado recuperando antiguos usos n¨®madas, y que durante unos d¨ªas acampa para danzar y cantar, desplegando su sentido l¨²dico sobre el esqueleto de una fe religiosa. Es un pueblo que se a¨ªsla f¨ªsica y mentalmente del mundo moderno, que rompe con su rutina para vivir durante unas horas de manera distinta, a la vez trascendente y festiva.La romer¨ªa del, Roc¨ªo se desarrolla en tres actos. El camino o la iniciaci¨®n; la acampada en la aldea o la fiesta, y la procesi¨®n, que culmina toda la experiencia.
Las hermandades, desde los pueblos de toda la Andaluc¨ªa occidental, acuden al Roc¨ªo recorriendo durante casi una semana un paisaje. de dunas y pinos, en carretas de bueyes, a pie y a caballo, llevando como insignia sus sinpecados. Estas caravanas ofrecen ese efecto pl¨¢stico inigualable que tiene lo popular cuando viene depurado por la tradici¨®n. Los romeros cantan sevillanas rocieras que recuerdan casi siempre el medio agrario. El trigo, la cosecha y la fecundidad; el tomillo, el romero, los pinares; la desbordada primavera de Andaluc¨ªa son motivos que surgen una y otra vez junto a. las referencias a la Virgen, convertida en Blanca Paloma. En la noche se vislumbra desde lejos el resplandor de las hogueras encendidas en los campamentos y alguna bengala rasgando el cielo. Vencida la oscuridad y el fr¨ªo de la madrugada, cuando el cielo empieza a clarear por encima de las copas de los ¨¢rboles, las hermandades se ponen en marcha, bajo el altivo aletear de los milanos. En la andadura del camino el polvo lo difumina todo, creando una sensaci¨®n de irrealidad y al mismo tiempo d¨¢ndode a la atm¨®sfera una corporeidad que permite tocarla con los dedos.
El s¨¢bado, las hermandades cruzan el arroyo Ajol¨ª, entre el solemne redoblar de los tambores y el sonar de las flautas, que anuncian la llegada del Roc¨ªo. y el inicio de la fiesta. El vino circula libremente. El canto no para, ni la danza, que, como escribe Paul Val¨¦ry, se convierte en algo santo. Lo religioso y lo sensual se funden como el d¨ªa y la noche. Desaparece la noci¨®n del tiempo. Las casas permanecen abiertas. La bebida y la comida son comunes; todos se invitan y se divierten juntos. El hombre entra en el hombre. El ritmo de los tambores, vigorosamente mec¨¢nico, misteriosamente humano, resuena obsesivamente sin cesar un solo instante, brotando de cada rinc¨®n, movilizando los cuerpos y ayudando a generar la conciencia de una sola experiencia compartida simult¨¢neamente por todos.
El ¨²ltimo acto tiene lugar en la madrugada del lunes. Maslow lo describir¨ªa como "una experiencia cumbre" colectiva. Los almonte?os asaltan literalmente: la ermita para sacar a la Virgen en procesi¨®n. Es un espect¨¢culo de fuerza salvaje. La imagen navega durante horas sobre un mar de centenares de miles de personas con la belleza y la majestad de una gran nave insumergible. Brazos y pianos se alzan como olas para tocar el manto de la Virgen. Es la arbitraria voluntad de quienes la llevan la que improvisa en cada segundo la ruta a seguir y, la que decide tambi¨¦n el momento del final de la traves¨ªa. En ese instante, en todos los all¨ª congregados queda, como despu¨¦s del encuentro amoroso, un cierto poso de nostalgia y sosegada plenitud.
?Cu¨¢l es la raz¨®n de la vigertcia del Roc¨ªo y de su creciente capacidad de convocatoria? Nos encaminamos hacia una civilizaci¨®n' en la que el ocio ocupar¨¢ una parte mayor de nuestro tiempo. Por ello se habe necesario recuperar unas formas culturales que desarrollen las facultades l¨²dicas que la era industrial hab¨ªa reprimido. Y el Roc¨ªo ofrece, sin duda, un marco apropiado para el ejercicio de estas facultades festivas. Contiene un elemento orgi¨¢stico, rompe nuestra vida cotidiana y, como toda fiesta aut¨¦ntica, evita la fr¨ªvola superficialidad, puesto que su alegr¨ªa descansa en la confianza de la bondad ¨²ltima de la vida y no en la desesperada incapacidad para encontrarle un sentido.
Con Havey Cox, podemos describir la fiesta del Roc¨ªo como una breve tregua en el protagonismo hist¨®rico del hombre, un tiempo en el que suspendemos el trabajo, en el que no planeamos y tampoco recabamos informaci¨®n. Al festejar recordamos que existen en nuestra vida muchas otras dimensiones, que el horizonte hist¨®rico no es el ¨²nico ni el ¨²ltimo fin de nuestro existir, que hemos de reconciliar nuestro ser instrumental con nuestro ser expresivo y gozoso. Por eso, sin quiz¨¢ ser conscientes de ello, muchos de cuantos acuden al Roc¨ªo lo hacen para abandonar, por unos breves instantes, la responsabilidad de tantas cosas que han empezado a crear en nosotros una cierta pesadumbre te?ida de melancol¨ªa.
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