Dos muertos que nunca mueren: Allende y Neruda
Las poblaciones, enormes barrios marginales en las ciudades mayores de Chile, son, en cierto modo, territorios liberados -como la casbah de las ciudades ¨¢rabes-, cuyos habitantes curtidos por la pobreza han desarrollado una asombrosa cultura de laberinto. La polic¨ªa y el Ej¨¦rcito prefieren no arriesgarse sin pensarlo m¨¢s de dos veces por aquellos panales de pobres, donde un elefante puede, desaparecer sin dejar rastros, y donde tienen que enfrentarse con formas de resistencia originales e inspiradas, que escapan a los m¨¦todos convencionales de represi¨®n. Esa condici¨®n hist¨®rica convirti¨® a las poblaciones en polos activos de definiciones electorales durante los reg¨ªmenes democr¨¢ticos, y han sido siempre un dolor de cabeza para los Gobiernos. A nosotros no resultaron decisivas para establecer en t¨¦rminos de cine testimonial cu¨¢l es el estado de ¨¢nimo popular en relaci¨®n con la dictadura y hasta qu¨¦ punto se conserva viva la memoria de Salvador Allende.Nuestra primera sorpresa fue comprobar que los grandes nombres de los dirigentes en el exilio no le dicen mucho a la nueva generaci¨®n que hoy tiene en jaque a la dictadura. Son los protagonistas de una leyenda de gloria que no tiene mucho que ver con la realidad actual. Aunque parezca una contradicci¨®n, ¨¦ste es el fracaso m¨¢s grave del r¨¦gimen militar. Al principio de su gobierno, el general Pinochet proclam¨® su voluntad de permanecer en el poder hasta borrar en la memoria de las nuevas generaciones el ¨²ltimo vestigio del sistema democr¨¢tico. Lo que nunca se imagin¨® fue que su propio re gimen iba a ser la v¨ªctima de ese prop¨®sito de exterminio. Hace poco, desesperado por la agresividad de los muchachos que se enfrentan a piedras en la calle contra las fuerzas de choque, que comba ten con las armas en la clandestinidad, que conspiran y hacen pol¨ªtica para restablecer un sistema que muchos de ellos no conocieron, el general Pinochet grit¨® fuera de s¨ª que esa juventud hace lo que hace porque no tiene la menor idea de lo que era la democracia en Chile.
El nombre de Salvador Allende es el que sostiene el pasado, y el culto de su memoria alcanza u! tama?o m¨ªtico en las poblaciones. ?stas nos interesaban, ante todo, por conocer las condiciones en que viven, el grado de conciencia frente a la dictadura, sus formas imaginativas de lucha. En todas nos respondieron con espontaneidad y franqueza, pero siempre en relaci¨®n con el recuerdo de Allende. Muchos testimonios separados parec¨ªan uno solo: "Siempre vot¨¦ por ¨¦l, nunca por otro". Esto se explica porque Allende fue tantas veces candidato a lo largo de su vida, que antes de ser elegido se complac¨ªa en decir que su epitafio ser¨ªa: Aqu¨ª yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile. Lo hab¨ªa sido cuatro veces hasta que lo eligieron, pero antes hab¨ªa sido diputado y senador, y sigui¨® si¨¦ndolo en elecciones sucesivas. Adem¨¢s, en su interminable carrera parlamentaria fue candidato por la mayor¨ªa de las provincias a lo largo y ancho del pa¨ªs, desde la frontera peruana hasta la Patagonia, de modo que no s¨®lo conoc¨ªa a fondo cada cent¨ªmetro cuadrado, sus gentes, sus culturas diversas, sus amarguras y sus sue?os, sino que la poblaci¨®n entera lo conoci¨® en carne y hueso. Al contrario de tantos pol¨ªticos que s¨®lo han sido vistos en la Prensa o en la televisi¨®n, o escuchados por la radio, Allende hac¨ªa pol¨ªtica dentro de las casas, de casa en casa, en contacto directo y c¨¢lido con la gente, como lo que era en realidad: un m¨¦dico de familia. Su comprensi¨®n del ser humano unida a un instinto casi animal del oficio pol¨ªtico llegaba a suscitar sentimientos contradictorios nada f¨¢ciles de resolver. Siendo ya presidente, un hombre desfil¨® frente a ¨¦l en una manifestaci¨®n llevando una pancarta ins¨®lita: "?ste es un Gobierno de mierda, pero es mi Gobierno". Allende se levant¨®, lo aplaudi¨® y descendi¨® para estrecharle la mano.
En nuestro largo recorrido del pa¨ªs no encontramos un lugar donde no hubiera un rastro suyo. Siempre hab¨ªa alguien a quien le hab¨ªa estrechado la mano, alguien a quien le hab¨ªa apadrinado un hijo, alguien a quien le hab¨ªa curado una tos perniciosa con una infusi¨®n de hojas de su patio, o le hab¨ªa conseguido un empleo, o le hab¨ªa ganado una partida de ajedrez. Cualquier cosa que ¨¦l hubiera tocado se conserva como una reliquia. Donde menos lo esper¨¢bamos nos se?alaban una silla mejor conservada que las otras: "Ah¨ª se sent¨® una vez". O nos mostraban cualquier chucher¨ªa artesanal: "Nos la regal¨® ¨¦l". Una muchacha de 19 a?os, que ya ten¨ªa un hijo Y estaba embarazada otra vez, nos dijo: "Yo siempre le ense?o a mi hijo qui¨¦n fue el presidente, aunque apenas lo conoc¨ªa, porque yo ten¨ªa s¨®lo nueve a?os cuando se fue". Le preguntarnos qu¨¦ recuerdos conservaba de ¨¦l, y dijo: "Yo estaba con mi padre, y vi que hablaban en un balc¨®n agitando un pa?uelo blanco". En una casa donde hab¨ªa una imagen de la Virgen del Carmen, le preguntamos a la due?a si hab¨ªa sido allendista, y nos contest¨®. "No lo fui: lo soy". Entonces quit¨® el cuadro de la Virgen, y detr¨¢s hab¨ªa un retrato de Allende.
Durante su Gobierno se vend¨ªan en los mercados populares unos peque?os bustos suyos, que ahora se veneran en las poblaciones con vasos de flores y l¨¢mparas votivas. Su recuerdo se multiplica en todos, en los ancianos que votaron cuatro veces por ¨¦l, en los que votaron tres veces, en los que lo eligieron, en los ni?os que s¨®lo lo conocen por la tradici¨®n de la me moria hist¨®rica. Varias mujeres entrevistadas repitieron la misma frase: "El ¨²nico presidente que ha hablado sobre los derechos de la mujer ha sido Allende". Pues casi nunca dicen el nombre, sino que dicen el presidente. Como si lo fue ra todav¨ªa, como si hubiera sido el ¨²nico, como si estuvieran esperan do que regrese. Pero lo que perdura en la memoria de las poblaciones no es tanto su imagen como la grandeza de su pensamiento hu manista. "No nos importa la casa ni la comida, sino que nos devuelven la dignidad", dec¨ªan. Y concretaban: "Lo ¨²nico que queremos es lo que nos quitaron: voz y voto.
Dos muertos vivos: Allende y Neruda
El culto de Allende se siente mucho m¨¢s en Valpara¨ªso, el bullicioso puerto donde naci¨®, donde creci¨® y se form¨® para la vida pol¨ªtica. Fue all¨ª, en casa de un zapatero anarquista, donde ley¨® los primeros libros te¨®ricos y contrajo para siempre la pasi¨®n ensimismada del ajedrez. Su abuelo, Ram¨®n Allende, fue fundador de la primera escuela laica que hubo en Chile, y la primera logia mas¨®nica, en la cual el mismo Salvador Allende alcanz¨® el grado supremo de Gran Maestro. Su primera actuaci¨®n memorable fue durante los doce d¨ªas socialistas del ya m¨ªtico Marmaduque Grove, cuyo hermano se cas¨® con una hermana de Allende.
Es extra?o que la dictadura hubiera enterrado a Allende en Valparaiso, donde, sin duda, ¨¦l hubiera querido ser enterrado de todos modos. Lo llevaron sin anuncios ni ceremonias en la noche del 11 de septiembre de 1973, en un primitivo avi¨®n de h¨¦lice de la fuerza a¨¦rea por cuyas grietas se met¨ªan los vientos helados del Sur, y s¨®lo acompa?ado por su esposa, Hortensia Busi, y su hermana Laura. Un antiguo miembro del servicio de inteligencia de la Junta Militar que entr¨® con los primeros asaltantes en el Palacio de la Moneda, declar¨® al periodista norteamericano Thomas Hauser que hab¨ªa visto el cad¨¢ver del presidente "con la cabeza abierta y restos del cerebro esparcidos por el suelo y la pared". A esto se debi¨® tal vez que cuando la se?ora de Allende pidi¨® verle l¨¢cara en el ata¨²d, los militares se negaron a descubr¨ªrsela, y s¨®lo pudo ver un bulto cubiert¨® con una s¨¢bana. Lo enterraron en el cementerio de Santa In¨¦s, en el mausoleo familiar de Marmaduque Grove, y sin m¨¢s ofrendas que un ramo de flores que deposit¨® su esposa, diciendo: "Aqu¨ª est¨¢ enterrado Salvador Allende, presidente de Chile". Se crey¨® en esa forma ponerla fuera del alcance de la veneraci¨®n popular, pero no fue posible. La tumba es ahora un lugar de peregrinaciones permanentes, y siempre hay en ellas ofrendas florales depositadas por manos invisibles. Tratando de impedirlo, el Gobierno ha hecho creer que el cad¨¢ver fue llevado a otra parte, pero las flores siguen frescas en la tumba.
El otro culto, que permanece vivo en las nuevas generaciones es el de Pablo Neruda en su casa marina de Isla Negra. Esta localidad legendaria no es una isla ni es negra, aunque su nombre lo indique, sino un poblado de pescadores a 40 kil¨®metros al sur de Valpara¨ªso por la carretera de San Antonio, con senderos de tierra amarilla entre pinos gigantescos y un mar verde y bravo de grandes olas. Pablo Neruda tuvo all¨ª una casa que es un lugar de peregrinaci¨®n para enamorados del mundo entero. Franquie y yo nos hab¨ªamos adelantado hasta all¨¢ para establecer el plan de filmacion mientras el equipo italiano hac¨ªa las ¨²ltimas tomas en el puerto de Valpara¨ªso, y el carabinero de guardia nos indic¨® d¨®nde estaba el puente, d¨®nde estaba la hoster¨ªa, d¨®nde estaban otros sitios que el poeta consagr¨® con sus versos, pero me advirti¨® que estaba prohibido visitar la casa. "Puede verla por fuera", dijo.
Mientras esper¨¢bainos al equipo en la hoster¨ªa comprendimos hasta qu¨¦ punto el poeta hab¨ªa sido el alma de Isla Negra. Cuando ¨¦l estaba all¨ª, j¨®venes de todo el mundo desbordaban el lugar llevando como ¨²nica gu¨ªa tur¨ªstica sus 20 poemas de amor. No quer¨ªan nada, salvo verlo a ¨¦l un instante, y en ¨²ltimo caso pedirle un aut¨®grafo, pues les bastaba con el recuerdo del lugar. La hoster¨ªa era entonces un sitio alegre y bullicioso, donde Neruda aparec¨ªa de cuando en cuando con sus ponchos de colorines y sus gorros an
Ma?ana, cap¨ªtulo s¨¦ptimo: La polic¨ªa en acecho: el c¨ªrculo empieza a cerrarse.
Dos muertos que nunca mueren: Allende y Neruda
dinos, enorme y lento como un papa. Iba a hablar por tel¨¦fono -pues hab¨ªa hecho quitar el suyo para mayor tranquilidad- o a ponerse de acuerdo con do?a Elena la propietaria, para la preparaci¨®n de una cena de amigos que ofrec¨ªa esa noche en su casa. Esto quiere decir que la cocina de la hoster¨ªa era de muy altos vuelos, pues Neruda era un especialista en las exquisiteces del mundo y sab¨ªa cocinarlas como un profesional. Ten¨ªa tan refinado el culto del buen comer, que lo importaba el detalle m¨¢s ¨ªnfimo al poner la mesa, y era capaz de cambiar el mantel, la vajilla y los cubiertos tantas veces cuantas le parecieran necesarias para que estuvieran de acuerdo con la clase de comida que iban a servir. Doce a?os despu¨¦s de su muerte, todo aquello parec¨ªa arrasado por un viento de desolaci¨®n Do?a. Elena se hab¨ªa ido para Santiago, agobiada por los dolores de la a?oranza, y la hoster¨ªa estaba a punto de derrumbarse. Pero a¨²n quedaba un vestigio de gran poes¨ªa: desde el ¨²ltimo terremoto, en Isla Negra siguen sinti¨¦ndose temblores de tierra intermitentes cada 10, cada 1,5 minutos, todos los d¨ªas con sus noches.La tierra tiembla siempre en Isla Negra
Encontramos la casa de Neruda a la sombra de sus pinos custodios, rodeada por los cuatro costados con una cerca de casi un metro de altura, que el poeta construy¨® alrededor de su vida privada. Ahora han nacido flores en la madera. Un letrero advierte,, que la casa est¨¢ sellada por la polic¨ªa, y que se proh¨ªbe entrar y tomar fotograf¨ªas. El carabinero que rondaba por all¨ª cada cierto tiempo fue todav¨ªa m¨¢s expl¨ªcito: "Aqu¨ª est¨¢ prohibido todo". Como esto lo sab¨ªamos antes de llegar, el camar¨®grafo italiano llev¨® un equipo grande muy visible para que fuera retenido en la posta de carabineros y llev¨® escondido otro equipo port¨¢til. Adem¨¢s, el grupo fue repartido en tres autom¨®viles, con el fin de llevarse los rollos a Santiago a medida que fueran film¨¢ndose, de modo que si ¨¦ramos sorprendidos s¨®lo perder¨ªamos el material que tuvi¨¦ramos en ese momento. En caso de una sorpresa ellos fingir¨ªan no conocerme, y Franquie y yo ser¨ªamos dos turistas inocentes.
Las, puertas permanec¨ªan cerradas por dentro, las ventanas hab¨ªan sido cubiertas con cortinas blancas, y el m¨¢stil de la entrada no ten¨ªa bandera, pues ¨¦sta s¨®lo se izaba para indicar que el poeta estaba en casa. Sin embargo, en medio de tanta tristeza, llamaba la atenci¨®n el esplendor del jard¨ªn, que manos desconocidas se ocupan de cuidar. Matilide, la esposa de Neruda, que hab¨ªa muerto poco antes de nuestra visita, !e llev¨® los muebles despu¨¦s del golpe militar, se llev¨® los libros, las colecciones de todo lo divino y lo humano que el poeta hizo a lo largo de su vida errante. No era la sencillez, sino m¨¢s bien una grandilocuencia impresionante, lo que distingu¨ªa a las casas que ¨¦l tuvo en distintas partes del mundo. Su fiebre de atrapar la naturaleza, no s¨®lo en sus versos magistrales, lo condujo a tener colecciones de caracolas dementes, de mascarones de proa, de mariposas de pesadilla, de copas y vasos ex¨®ticos. En alguna de sus casas uno se encontraba de pronto con un caballo disecado que parec¨ªa vivo en el centro de una oficina. Adem¨¢s, entre sus grandes obsesiones creadoras, la m¨¢s visibles despu¨¦s de su poes¨ªa, y la menos gloriosa, era la de reformar a su antojo la arquitectura de sus casas. Alguna de ellas era tan original que para pasar de la sala al comedor hab¨ªa que dar un rodeo por el patio, y el poeta ten¨ªa paraguas disponibles para que sus invitados pudieran comer sin resfriarse en tiempos de lluvia. Nadie disfrutaba m¨¢s ni se re¨ªa m¨¢s que ¨¦l mismo de sus propios disparates. Sus amigos venezolanos, que relacionan el mal gusto con la mala suerte, le dec¨ªan que aqu¨¦llas colecciones eran, pavosas. Es decir, fat¨ªdicas. ?l replicaba muerto de risa que la poes¨ªa es el ant¨ªdoto de cualquier maleficio, y lo demostr¨® hasta la saciedad con sus colecciones temibles.
En realidad, su residencia principal era la de la calle del Marqu¨¦s de la Plata, en Santiago, donde se muri¨® de una vieja leucemia apresurada por la tristeza, pocos d¨ªas despu¨¦s del golpe militar, y fue saqueada por patrullas de represi¨®n que prendieron hogueras de libros en el jard¨ªn. Con el dinero que recibi¨® por el Premio Nobel, siendo embajador de la Unidad Popular en Par¨ªs, Neruda compr¨¦ en Normand¨ªa la antigua caballeriza de un castillo, reformada para vivir, a la orilla de un remanso Con lotos de flores rosadas. Ten¨ªa unos techos altos que parec¨ªan b¨®vedas de iglesia, y unos vitrales cuyas luces pintaban al poeta de colores radiantes, mientras recib¨ªa a sus amigos sentado en la cama con su atuendo y su potestad de pont¨ªfice. No alcanz¨® a disfrutar¨ªa un a?o.
Sin embargo, la casa de Isla Negra es la que los lectores identifican mejor con su poes¨ªa. Aun despu¨¦s de su muerte y en el estado actual de abandono, all¨¢ sigue llegando una nueva generaci¨®n de enamorados que no ten¨ªan m¨¢s de ocho a?os en vida del poeta. Llegan de todo el mundo, a pintar corazones con iniciales y a escribir mensajes de amor en la cerca que impide la entrada. La mayor¨ªa son variaciones sobre el mismo tema: Juan y Rosa se aman a trav¨¦s de Pablo, Gracias Pablo porque nos ense?aste el amor, Queremos amar tanto como t¨². Pero hay otras que los carabineros no alcanzan a impedir ni a borrar: El amor nunca muere, generales; Allende y Neruda viven; Un minuto de oscuridad no nos volver¨¢ ciegos. Est¨¢n escritos aun en los espacios menos pensados, y toda la valla da la impresi¨®n de que hay ya varias generaciones de letreros superpuestos por falta de espacio. Si alguien tuviera la paciencia de hacerlo. podr¨ªan reconstruirse poemas completos de Neruda poniendo en orden los versos sueltos que los enamorados han escrito de memoria en las tablas de la cerca. Lo m¨¢s impresionante de nuestra visita, sin embargo, era que cada 10 o 15 minutos aquellos letreros parec¨ªan cobrar vida con los temblores profundos que sacud¨ªan la tierra. La valla quer¨ªa salirse: del suelo, las maderas cruj¨ªan en los goznes y se o¨ªan tintineos de Copas y metales como en un balandro a la deriva, y uno ten¨ªa la impresi¨®n de que era el mundo entero el que se estremec¨ªa con tanto amor sembrado en el jard¨ªn de la casa.
A la hora de la verdad, todas nuestras precauciones fueron in¨²tiles. Nadie decomis¨® las c¨¢maras ni impidi¨® el paso de nadie, porque los carabineros se hab¨ªan. ido a almorzar. Filmamos todo, no s¨®lo lo que estaba previsto, sino mucho m¨¢s, pues Ugo estaba como embriagado por los temblores dentro del mar, y se met¨ªa hasta la cintura en el oleaje que reventaba con un estruendo prel¨²st¨¦rico contra las rocas. Arriesgaba la vida, porque aun sin terremotos ese mar indomable lo habr¨ªa arrastrado hasta los cantiles. Pero nadie pod¨ªa impedirlo. Ugo filmaba sin parar, sin direcci¨®n, delirando en el visor, y todo el que conoce por dentro el oficio del cine sabe muy bien que es imposible dirigir ni controlar a un camar¨®grafo en trance.
'Grazia ascendi¨® a los cielos'
Tal como lo hab¨ªamos previsto, cada rollo que se filmaba era mandado de urgencia a Santiago para que Grazia lo llevara a Italia esa misma noche. La fecha de su viaje no fue escogida al azar. Desde hac¨ªa una semana est¨¢bamos estudiando la manera de sacar de Chile todo el material filinado hasta entonces, pero no hab¨ªamos podido concretar las v¨ªas clandestinas previstas en el plan inicial. En esas est¨¢bamos cuando se divulg¨® Ia noticia de que llegaba de Roma el nuevo cardenal de Chile, monseflor Francisco Fresno, en reemplazo del cardenal Silva Henr¨ªquez, quien se hab¨ªa jubilado al cumplir los 75 a?os. Este ¨²ltimo, inspirador de la Vicar¨ªa de la Solidaridad, dejaba un sentimiento de gratitud popular y una conciencia de lucha en el clero que le quitaba el sue?o a la dictadura.
No era para menos. En las poblaciones m¨¢s pobres hay curas que trabajan como carpinteros, como alba?iles, como menestra?es puros, mano a mano con los pobladores, y algunos de ellos han sido muertos por la polic¨ªa en manifestaciones callejeras. No tanto por su complacencia con el nuevo cardenal -cuyo pensamiento pol¨ªtico era todav¨ªa un enigma- como por el j¨²bilo que le causaba el retiro del cardenal Silva Henr¨ªquez, el Gobierno interrumpi¨® por unos d¨ªas las restricciones del estado de sitio e hizo un llamado por todos los medios oficiales de difusi¨®n para que se diera una bienvenida colosal a monse?or Fresno. Pero al mismo tiempo, por si acaso, el general Pinochet se fue en un viaje de dos semanas por el norte del pa¨ªs, con su familia y con toda su corte de j¨®venes ministros desconocidos, sin duda para que ni ¨¦l ni ninguno de ellos se viera obligado a participar en la recepci¨®n impredecible. Confundida la ciudad por las decisiones oficiales contradictorias, s¨®lo 2.000 personas acudieron a la plaza de Armas, donde caben y se esperaban por lo menos 6.000.
En todo caso, era f¨¢cil prever que aquella tarde de incertidumbre oficial era la m¨¢s propicia para sacar del pa¨ªs la primera remesa de rollos expuestos. Esa misma noche nos lleg¨® a Valpara¨ªso el mensa e cifrado: Grazia ascendi¨® a los cielos. As¨ª fue: lleg¨® a un aeropuerto acordonado como nunca, pero tambi¨¦n m¨¢s abarrotado y an¨¢rquico que nunca, y los propios polic¨ªas la ayudaron a registrar las maletas y a embarcarsesin p¨¦rdida de tiempo en el mismo avi¨®n en que acababa de llegar el cardenal.
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