El Mundial de la esperanza
UN TOTAL de 9.000 millones de telespectadores convocar¨¢n las retransmisiones del Mundial de f¨²tbol que se inaugura hoy en M¨¦xico. Independientemente del grado de adicci¨®n que se tenga a este deporte, la magnitud de su convocatoria hace patente la nueva escala de comunicaci¨®n en el planeta y la oportunidad que ello ofrece para vivir simult¨¢neamente un mismo acontecimiento. La actitud habitual de cada individuo con su televisor dom¨¦stico est¨¢ lejos de proporcionar esta experiencia participativa. Por, contraste, los sucesos de tipo excepcional, retransmitidos por todos los media, nos dan cuenta de la fr¨¢gil convenci¨®n de las fronteras y de la rotunda realidad transnacional en la que vivimos.Se abre este Mundial coincidiendo, en Espa?a, con el primer d¨ªa de campa?a para las elecciones legislativas. Y no, existe la menor duda de que, adem¨¢s de las penosas analog¨ªas entre pol¨ªtica y f¨²tbol a las que nos veremos expuestos, el desarrollo de unos partidos ha de enredarse con la vicisitud de los otros. Con probabilidad ser¨¢ el equipo gubernamental quien reciba, para bien o para mal, ¨¦l pesimismo u optimismo que provoque la selecci¨®n. De antiguo, el Gobierno -y aun el Estado- ha sido una instancia relacionada con las derrotas o los triunfos de estos emblemas. La historia futbol¨ªstica est¨¢ cargada de tales connotaciones, tanto bajo reg¨ªmenes dictatoriales como democr¨¢ticos.
Por primera vez en los mundiales de f¨²tbol se ha creado en Espa?a un ambiente capaz de aceptar la eventua lidad de que el equipo nacional se encuentre en la final del campeonato. Se trata s¨®lo de una posibilidad, pero nunca como en esta ocasi¨®n se hab¨ªa creado un clima tan optimista. Miguel Mu?oz, como Felipe Gonz¨¢lez, es de esa clase de personas a las que corona la suerte en momentos cr¨ªticos. De otro lado, Mu?oz, a diferencia del triste seleccionador anterior y de los pol¨ªticos con vocaci¨®n de agoreros o torturadores, tiende a euforizar y a desdramatizar las adversidades. Ni el calor ni la altura ni la colitis mexicanas de algunos jugadores han torcido los ¨¢nimos de un director que, m¨¢s all¨¢ de su capacidad t¨¦cnica, ha promovido la confianza del grupo. Durante 30 d¨ªas a partir de hoy, y a lo largo de una serie de retransmisiones televisivas que cubrir¨¢n al menos 25 encuentros, aficionados y no aficionados estar¨¢n afectados por un per¨ªodo de anormalidad. Cuantas veces se ha pretendido desgajar la entidad de un pa¨ªs de esta clase de representaciones deportivas, el resultado ha sido muy precario. Algo de condici¨®n at¨¢vica, m¨¢s fuerte que el sentido com¨²n, pero tan respetable como la antropolog¨ªa, hace ver en el equipo atisbos de una figura tot¨¦mica en la que converger¨¢ la afecci¨®n del pueblo como tribu. T¨®temes, tribus, ritos y adhesiones simb¨®licas siguen inscritos en el comportamiento de la cultura moderna. Los simulacros de enfrentamiento b¨¦lico, la liza competitiva en la que parecen medirse el valor de las naciones son ingredientes que aderezan la pasi¨®n deportiva. Por encima de ello, el espect¨¢culo de esta reuni¨®n internacional dentro y fuera de los estadios, sobre el mismo c¨¦sped o sobre la moqueta de millones de salas de estar, es un suceso que, enaltece la sensaci¨®n de una fiesta global.
Dicho esto, es cierto que muchos ciudadanos se ver¨¢n ingratamente acosados por un jolgorio que no comparten. Pero su actitud depender¨¢ tambi¨¦n del papel que haga el equipo espa?ol y del grado de implicaci¨®n emocional que consiga con sus ¨¦xitos. Por muchas razones, este pa¨ªs ha tenido la obligaci¨®n de complacerse durante demasiado tiempo en la frustraci¨®n o el fracaso. En el actual episodio, sin desbordar lo que ser¨ªa s¨®lo un logro deportivo, la ciudadan¨ªa merece que el equipo tenga suerte. Otras reivindicaciones, no dirigidas a la providencia, se pueden cursar, esta vez casi simult¨¢neamente, por v¨ªa de las urnas.
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