El autor y sus homonimos
Un escritor llam¨® ayer a una agencia. Ya se sabe, gente de gran fantas¨ªa. Borges ha muerto". ?Pero no hab¨ªa muerto ya?. ?l mismo hab¨ªa profetizado su muerte, analizado sus obras p¨®stumas y escrito necrol¨®gicas de s¨ª mismo. Pero ayer alg¨²n usurpador-?ser¨ªa el propio Borges?- insist¨ªa: "Borges ha muerto". Pues qu¨¦ bien. Esta vez lo creyeron todos. Nadie se hubiera atrevido anteriormente, en alguria de las otras muertes."Debemos entrar en la muerte como qu¨ªen entra en una fiesta". Se atribuye a un tal Borges la frase que son esos versos. Y tambi¨¦n: "S¨®lo el que ha muerto es nuestro, s¨®lo es nuestro lo que perdimos". Ahora empieza a clarear: finalmente devoramos a Borges, finalmente conseguimos realizar un fant¨¢stico fest¨ªn en el que desgarramos al cad¨¢ver hasta convertirlo en una nube de polvo molecular que todo lo impregna.
Su mejor historia no fue jam¨¢s escrita. Cuenta de un hombre llamado Jorge Luis Borges, que naci¨® en Buenos Aires justo un a?o antes de que terminara el siglo, hijo de una familia acomodada. Estudi¨® en Ginebra. Viaj¨® y vivi¨® en Europa. A principios de los a?os veinte fue ya un joven vanguardista, fundador de revistas y movimientos. Vicente Huidobro, Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Gerardo Diego, Jacobo Sureda son los nombres de otros escritores que ya entonces pod¨ªan dar raz¨®n de ¨¦l.
De regreso a Argentina, Borges ingresa en una biblioteca. Extra?o mundo el de las bibliotecas. En apariencia nada sucede, salvo el trasiego silencioso de los libros y las leves polvaredas que levantan los viejos vol¨²menes. Pero en las estanter¨ªas laten cosmogon¨ªas, mundos enteros en ebullici¨®n y destrucci¨®n permanente. El Borges ultra¨ªsta fue luego el Borges del lunfardo y de la urbe popular, pero en el polvo de los libros lat¨ªan muchas vidas. Su tarea de funcionario municipal primero, de director de la Biblioteca Nacional m¨¢s tarde, coincidi¨® con la aparici¨®n de unas narraciones donde se desborda su fantas¨ªa metafisica. Tambi¨¦n, entre una biblioteca y otra, con su radical y mutua antipat¨ªa con el peronismo, Borges va modelando su figura de escritor conservador y elitista. No se lo perdonar¨¢n los peronistas; pero luego, m¨¢s tarde, todav¨ªa bajo las inercias de la teor¨ªa del compromiso del escritor, tampoco se lo perdonar¨¢n los padrinos del Nobel.
A mitad de la d¨¦cada de los cincuenta perdi¨® la vista. Pero sigui¨® escribiendo y leyendo. Todav¨ªa tuvo ojos para dar vida a alguna de sus obras m¨¢s notables. Poemas, por ejemplo, ¨¦l que anduvo tantos a?os alejado de los impulsos po¨¦ticos de juventud. Y empez¨® a ser noticia con frecuencia excesiva. Por sus declaraciones, expresamente provocadoras, en cuesti¨®n de ideas pol¨ªticas y en cuesti¨®n de ideas literarias; por los premios y homenajes, y tambi¨¦n por el t¨®pico anual de un Premio Nobel sustra¨ªdo, a?o tras a?o, a, veces en favor de nada. Como en los ciegos de la mitolog¨ªa griega, demostraba cada vez m¨¢s una mayor visi¨®n: conferencias espectaculares, conferencias de prensa, declaraciones eran ocasi¨®n para que brillara su ingenio y su humor, suave, pero tintado siempre con el color de una flor amarga.
Pero, realmente, no est¨¢ claro que ¨¦sta fuera su mejor historia -y menos as¨ª descrita- y, aunque nadie la ha le¨ªdo, se dice,- que contiene todas sus otras historias e invenciones, que son mucho mejores. Es seguro, sin embargo, que ¨¦l la fue hilvanando d¨ªa a d¨ªa, hora a hora, y que termin¨® ayer, s¨¢bado, en el mismo lugar donde probablemente empez¨® a tomar conciencia de la fragilidad de las cosas y de la materialidad de las ideas. En Ginebra, s¨ª, a orillas del lago, donde quiz¨¢ sinti¨® que Jorge Luis Borges era el sue?o de alguien. Ahora sus lectores sabemos que es nuestro sue?o, que la historia de su vida ya cerrada es el hilo donde engarzamos lo que en el futuro muchos otros lectores ir¨¢n d¨¢ndole a ¨¦l, cuando lean, es decir, escriban una y otra vez sus obras completas, siempre renovadas y j¨®venes.
De hecho, su mejor historia son tambi¨¦n muchas historias. Un conjunto de vidas entrelazadas. La mayor creaci¨®n de Pessoa fueron las vidas ficticias, la suya entre otras, de sus heter¨®nimos, y con ellos de sus obras. La mayor creaci¨®n de Borges fue su propio nombre, este hom¨®nimo que acoge a todas las vidas que vivi¨® e invent¨®, y que es capaz de enlazarnos y engullirnos a nosotros mismos cuando le leemos. Borges nos invent¨® tambi¨¦n a nosotros.
Babelia
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