El bien del divorcio
UNA NOTABLE mayor¨ªa de la poblaci¨®n irlandesa, convocada en refer¨¦ndum el pasado jueves, ha vuelto a rechazar la legalizaci¨®n del divorcio. Las ideas emitidas durante la campa?a por parte de los triunfadores han sido las bien conocidas por los espa?oles. Concepciones basadas en la moral cat¨®lica, que establece la indisolubilidad del v¨ªnculo, y presagios de descomposici¨®n social y degeneraci¨®n de las costumbres en el caso de permitir su ruptura.Sin embargo, tras cinco a?os; cumplidos en Espa?a por la ley del divorcio, en nada parece haber afectado al tejido social. Mucho m¨¢s importante ha sido la variaci¨®n introducida directamente por las nuevas formas de relaci¨®n -uniones libres, sexualidad no vinculante-, sobre todo en las capas juveniles, que por la legalizaci¨®n de las separaciones conyugales. Unas cifras relativamente altas de divorcios durante los primeros tiempos de la ley, a raz¨®n de 56 diarios desde julio de 1981 hasta diciembre de 1982, descendieron r¨¢pidamente a 53 en 1983, 48 en 1984, 44 en 1985 y aproximadamente 41 en lo que llevamos (le 1986. No s¨®lo son datos que no habr¨¢n de alarmar a quienes creen en una sociedad conyugal estable, sino que les apaciguar¨¢n con su decrecimiento constante. La media de las separaciones judiciales durante estos cinco a?os es de 55 por d¨ªa, pero no hay que acumularlas a la cifra de los divorcios porque muchas de ellas han terminado tambi¨¦n en divorcio.
La disminuci¨®n continua que a¨²n no puede permitir una consideraci¨®n de estabilidad -sobre todo teniendo en cuenta el crecimiento de la poblaci¨®n en edad matrimonial-, indica que la primera gran oleada es la regularizaci¨®n de situaciones de hecho. Es decir, que el divorcio no ha producido roturas matrimoniales por s¨ª mismo, sino que ha ordenado y organizado lo que ya estaba pasando, y al mismo tiempo ha permitido matrimonios nuevos y quiz¨¢ m¨¢s reflexivos. Aunque esta conclusi¨®n requiriese tambi¨¦n el an¨¢lisis de los actuales motivos de matrimonio en Espa?a.
Al margen de las estad¨ªsticas, las consideraciones ¨¦ticas y sociales muestran que el divorcio ha aportado un bienestar social y moral importante. Ciertamente acent¨²a o ti?e con su legalidad la existencia de algunas v¨ªctimas, ciertos desequilibrios que los psic¨®logos creen advertir en los hijos de los divorciados o algunas quejas amargas de personas que constitu¨ªan la parte que no deseaba divorciarse. Pero parece claro que los sufrimientos de los hijos de parejas desequilibradas y condenadas a vivir en com¨²n son superiores, y que la sensaci¨®n de abandono del miembro d¨¦bil era m¨¢s grave cuando las medidas de los jueces no les proteg¨ªan como ahora. En la mentalidad gobernante est¨¢ la idea de una reforma de la ley que tenga car¨¢cter de mayor presi¨®n en la cuesti¨®n de los alimentos, pero tambi¨¦n en la justicia de su fijaci¨®n teniendo en cuenta situaciones presentes y no residuos de una cultura que minimizaba a la mujer.
En Irlanda, sin embargo, ha primado la adhesi¨®n a los preceptos cat¨®licos sobre la demanda de la realidad social. Efectivamente, en toda Europa s¨®lo Malta acompa?a a Irlanda en esta situaci¨®n antidivorcista. Para entenderlo hay que tener en cuenta que, en el caso de numerosos irlandeses, el catolicismo forma parte de una causa nacional no extinguida, y que ha estado combinado con el esfuerzo nacionalista para salir de la dominaci¨®n brit¨¢nica y protestante. La impregnaci¨®n de esa idea pol¨ªtica, versi¨®n de lo que aqu¨ª se llam¨® nacionalcatolicismo, puede contribuir a explicar que se haya mantenido el matrimonio indisoluble por ley, a la manera de un vestigio en la actual cultura de Occidente.
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