El grito de Chile
LA HUELGA general que se ha desarrollado en Chile durante dos d¨ªas, convocada por la Asamblea de la Civilidad, representa un paso adelante muy serio si la comparamos con las movilizaciones contra la dictadura del general Pinochet convocadas por la oposici¨®n en ocasiones anteriores. Nunca un conjunto de fuerzas sociales y pol¨ªticas tan amplio hab¨ªa tomado parte en las acciones ciudadanas por el retorno de la democracia. La paralizaci¨®n de los transportes ha alcanzado un 90% o 95% en las principales ciudades; el comercio cerr¨® masivamente sus puertas; en los Centros de ense?anza y de sanidad la huelga fue casi total; en las diversas ramas industriales se calcula que el porcentaje de paro super¨® el 60%. Se puede considerar simb¨®lico el caso de los camioneros, que fueron punta de lanza en 1973 en la lucha por derriber al Gobierno de izquierdas de Salvador Allende y que esta vez, respondiendo al llamamiento de la Asamblea de la Civilidad, han paralizado el transporte por carretera, cuyo papel es decisivo en la econom¨ªa chilena.La respuesta del aparato represivo ha sido brutal, t¨ªpica de un r¨¦gimen que s¨®lo cuenta con los fusiles de sus agentes para polongar su existencia. Pinochet estableci¨® un verdadero estado de guerra; numerosas barriadas fueron ocupadas militarmente; carabineros y soldados dispararon de modo indiscriminado contra la poblaci¨®n; el n¨²mero de muertos causados por esta represi¨®n no se conoce a¨²n, pero es horrible pensar que una ni?a de 13 a?os fue ametrallada en la calle cuando iba a comprar pan. La dictadura pretend¨ªa con estos m¨¦todos terroristas sembrar el p¨¢nico entre la poblaci¨®n, pero no lo ha logrado. La huelga del 2 y 3 de julio demuestra que masas ingentes que no se atrev¨ªan hasta ahora a exteriorizar su repudio de la dictadura, esta vez han dado ese paso.
Sin embargo, no se pueden subestimar los obst¨¢culos que se levantan en la marcha del pueblo chileno hacia la democracia. Es cierto que Pinochet est¨¢ aislado, que no cuenta con ning¨²n apoyo en la sociedad civil; la huelga acaba de confirmarlo. Pero no hay hasta ahora se?ales de que sectores militares influyentes se dispongan a abandonarle, a pesar de ciertos conflictos con mandos de la Marina y de la Aviaci¨®n. Lo decisivo en las fuerzas armadas es el Ej¨¦rcito de Tierra, educado en un esp¨ªritu prusiano, con el culto a una obediencia ciega hacia los jefes. Aqu¨ª reside la principal fuerza del dictador, y Pinochet, con una soberbia patol¨®gica, est¨¢ decidido a mantenerse mientras disponga de tropas que le obedezcan. Por otro lado, la actitud de EE UU -menos sensible a la violaci¨®n de los derechos humanos en Chile que en otros lugares del globo- se inclina a preparar una cambio, pero en el marco de la propia Constituci¨®n de la dictadura; o sea, aplazar todo hasta 1989, y convencer entonces a los militares de que presenten a las elecciones presidenciales, previstas en esa fecha, un candidato que no sea Pinochet; proyecto que pretende ser democr¨¢tico, pero que hoy por hoy facilita el mantenimiento del dictador. Tampoco la actitud de la Iglesia chilena se puede comparar a lo ocurrido en Filipinas, si bien se dan en su seno posturas diferentes y la jerarqu¨ªa contribuye a denunciar casos de represi¨®n. Por otra parte, el lastre m¨¢s grave que ha frenado a la oposici¨®n chilena es la divisi¨®n, sobre todo entre el amplio sector moderado, encabezado por la democracia cristiana, y el sector m¨¢s radical, representado por los comunistas.
En este orden, la huelga del 2 y 3 de julio indica un giro muy significativo. El ¨¦xito de la huelga general ha sido posible sobre todo porque la Asamblea de la Civilidad ha permitido superar -al menos en una cuesti¨®n esencial- las incompatibilidades entre ciertos partidos. En dicha asamblea est¨¢n representados unos 300 movimientos y asociaciones sindicales, estudiantiles, profesionales, de barriada, etc¨¦tera. De esta forma los partidos pol¨ªticos, sin un pacto formal entre s¨ª sobre programa y estrategia, han podido coincidir y apoyar todos la huelga general. Incluso los sectores moderados de la democracia cristiana, siempre recelosos a la hora de tomar parte en acciones junto a los comunistas, han apoyado activamente la huelga. Se ha plasmado una coincidencia sobre la necesidad de realizar la m¨¢xima movilizaci¨®n del pueblo para manifestar el rechazo de una dictadura cada vez m¨¢s intolerable. La gran respuesta que ha dado la ciudadan¨ªa a la convocatoria facilita que los factores de unidad se consoliden, y que las futuras acciones puedan cobrar incluso mayor envergadura.
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