Desheredados por una guerra olvidada
Medio mill¨®n de salvadore?os viven sin hogar, lejos de los pueblos donde perdieron bienes y familiares
En El Salvador contin¨²a una guerra civil que ha desaparecido de las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos porque los muertos de uno y otro bando se han convertido en algo normal y cotidiano. Entre las v¨ªctimas de esa guerra sorda, que dura ya m¨¢s de 10 a?os, se encuentran m¨¢s de medio mill¨®n de desplazados, que tuvieron que abandonar sus pueblos destruidos y dejaron tras ellos tragedias familiares que exponen con gesto tranquilo. Miles de estos desplazados viven en refugios instalados en la capital. Varios centenares han empezado el retorno a sus tierras, ayudados por la Iglesia, amparados por extranjeros que tratan de protegerles y bajo la mirada desconfiada del Ej¨¦rcito salvadore?o, que teme que este retorno favorezca a la guerrilla. Un enviado de este peri¨®dico visit¨® un campamento de refugiados en San Salvador y habl¨® con los desplazados.
La monja tiene acento vasco. Es una ursulina de Navarra que ha cambiado los colegios de chicas de buena familia espa?ola por esta. casamata, de madera delgada y techo con plancha met¨¢lica, y la asistencia a los desplazados por la guerra de El Salvador. Otra monja canadiense comparte el techo con la ursulina navarra, que se apresura sendero abajo porque es domingo y va a empezar la misa.En el centro de refugiados de Calle Real, en las afueras de San Salvador, viven ahora unas 500 personas. Hubo ¨¦pocas en que llegaron a ser 900. Casa Real es un buen campo. Est¨¢ a cargo de la Iglesia cat¨®lica. Viven mal los desplazados, "pero aqu¨ª al menos ven el sol y sienten crecer las plantas. Antes estaban en una iglesia en la ciudad y all¨ª viv¨ªan amontonados de tal forma que durante el d¨ªa ten¨ªan que poner derechas las colchonetas que extend¨ªan durante la noche. As¨ª al menos pod¨ªan circular", explica Jon Sobrino, un jesuita que es uno de los primeros te¨®logos de la liberaci¨®n, y acompa?a a su compa?ero de orden Jon Cortina, que ha acudido a celebrar la misa en el campo de desplazados.
La mayor¨ªa de los que asisten a la misa son mujeres y ni?os. Cortina aprovecha la homil¨ªa para darles noticias, las que no dan los medios de comunicaci¨®n salvadore?os que tergiversan y enmascaran la realidad. Cortina explica a los que asisten a misa la suerte que han corrido 270 desplazados que han vuelto a su pueblo. "Salieron 270 y llegaron m¨¢s de 500, hay entre ellos 190 ni?os menores de 12 a?os. Todav¨ªa no han podido sembrar la milpa [los campos de ma¨ªz]. De all¨ª regresaron en busca de comida, y espero que les hayan dejado pasar con lo que llevaban. Es una comunidad muy linda, a los que se les unieron otras personas, y hay que pedir que conserven esa unidad. Tambi¨¦n lleg¨® all¨ª el Ej¨¦rcito. Los soldados se portaron bastante bien. Les sali¨® una se?ora que les dio pan dulce. Hay 70 ni?as con diarrea, pero eso debe de ser cosa del agua. Los soldados hicieron un censo, pero no les preguntaron los nombres. Sembrar¨¢n no se sabe si milpa o frijol, hay mucha solidaridad entre ellos", explica el sacerdote.
Entre los que escuchan est¨¢ Marta, una mujer de 30 a?os, madre de cinco hijos, que sali¨® de San Vicente, en el centro del pa¨ªs, a s¨®lo 60 kil¨®metros de la capital, despu¨¦s de una matanza ocurrida en 1980. "Hubo un operativo del Ej¨¦rcito y mataron a dos hermanos m¨ªos. Uno ten¨ªa 27 a?os y era padre de tres ni?os. El otro era buen muchacho, s¨®lo ten¨ªa 17 a?os. Cuando uno menos lo esperaba, entraban los operativos y el Ej¨¦rcito y mataban a todos los que encontraban", explica Marta.
La gente hu¨ªa a los montes, y as¨ª Marta anduvo cuatro a?os "por el monte sin querer venir a la ciudad, porque no ten¨ªamos recursos. Cultiv¨¢bamos la tierra que arrend¨¢bamos. Ahora queremos volver y construir una casita para nuestros hijos". All¨ª sentada, con aspecto de chica que ha salido el domingo y se ha puesto su ropa mejor para asistir a la misa, est¨¢ Mar¨ªa, de 25 a?os, que trabaja en una panader¨ªa y cr¨ªa cerdos y vive con los siete que quedan de su familia, su madre, su hermana y cuatro hijos, dos de cada una. Viv¨ªan en el cerro de Guazapa, una zona pr¨®xima a la capital, donde el Ej¨¦rcito lucha para desalojar a la guerrilla.
Mar¨ªa explica que la guerra all¨ª no nos dejaba vivir, pas¨¢bamos sed y hambre porque ya no ten¨ªamos ni ma¨ªz para darle a las criaturas". A la pregunta de si muri¨® alguien de su familia, la joven responde sin el menor asomo de patetismo: "S¨ª, mataron a mi pap¨¢, al pap¨¢ de mis ni?os, a mi hermano, a mi cu?ado y a mi otro hermano".
"Quemaron a mi pap¨¢"
Despu¨¦s explica que "mi pap¨¢ era mayor, ten¨ªa 69 a?os. Se metieron en un operativo y ¨¦l fue a arrear unas vacas que iban a comerse el ma¨ªz. Mi pap¨¢ cay¨® en un hoyo y se descompuso la canilla. Entr¨® Ej¨¦rcito y salimos huyendo. Yo regres¨¦ a por mi pap¨¢, pero no pod¨ªa con ¨¦l. Entraron los dem¨¢s. Lo metieron en una casa, la incendiaron y le echaron vivo al fuego".
Al marido de Mar¨ªa lo mataron de una r¨¢faga de metralleta cuando regresaba de hacer unas compras. "Dec¨ªan que era subversivo. Yo estaba embarazada del ni?o, que se me muri¨®. De pura debilidad, porque yo no com¨ªa por la tristeza. Se me muri¨® el ni?o, pero me quedaron dos, que ahora tienen seis a?os y medio y cuatro".
Explica Mar¨ªa que ellos no estaban con los muchachos (la guerrilla), "pero cuando llegaban al pueblo y ped¨ªan comida y agua, se la d¨¢barnos"; a sus hermanos los raJaguearon hace un a?o. Ten¨ªan 22 y 18 a?os, "inataron a los dos y les cortaron los test¨ªculos". Mar¨ªa quiere volver a su pueblo.
Los desplazados de la guerra de El Salvador quieren volver a sus pueblos. Jon Sobrino explica los problemas que plantea el tiempo de inactividad, esa espera sin hacer nada, viviendo de la caridad, de los donativos de la Iglesia. Elarzobispo de San Salvador, Arturo Rivera y Dem¨¢s, en su carta del pasado 27 de julio explic¨® su experiencia, cuando acudi¨® a Guazapa como mediador en el secuestro de la hija del presidente Napole¨®n Duarte. Escribe el arzobispo que uno de los comandantes de la guerrilla, que creo era Armijo, dijo que en la zona de Guazapa, en el a?o 1981, hab¨ªa 15.000 habitantes; en octubre, antes del operativo f¨¦nix [operaci¨®n del Ej¨¦rcito para desalojar el cerro], eran menos de 2.000". Rivera es partidario de "que vuelvan todos los que quieran al lugar de origen, o sea, los vecinos del lugar; que no haya discriminaci¨®n por motivos ideol¨®gicos, con un plan serio de reconstrucci¨®n". El arzobispo no quiere l¨ªos, como el problema que se plante¨® a mediados de julio, cuando el Gobierno democristiano de Duarte expuls¨® a 23 religiosos extranjeros que hab¨ªan ido a acompa?ar a 132 familias que retornaban a su cooperativa en Aguacayo. Por eso ahora Rivera recomienda que "los que no son de la vicar¨ªa y las religiosas que no han sido designadas expresamente no deben rneterse".
Mientras llega la hora de regresar, los desplazados de Calle Real acudir¨¢n los doimingos a la misa del padre Cortina y cantar¨¢n con la ursulina navarra sus canciones, le¨ªdas de un Ebro muy manoseado. Al terminar la misa todav¨ªa cantan el corrido de monse?or Romero, el obispo m¨¢rtir de El Salvador, que en 1980 muri¨® ante el altar. En Calle Real, la imagen de monse?or Romero est¨¢ colgada por todas partes. Con su cara de cura bueno, Romero contempla desde los cuadros m¨¢s variopintos a los desplazados, que esperan volver a sus pueblos, a pesar de la guerra, que sigue.
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